⚡️ Capítulo 27 ⚡️

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No podéis crear un monstruo y pretender que no seréis arruinados por su vorágine devastadora luego.

¿Olvidáis que quien siembra violencia cosecha destrucción?

Oliver lo recordó.

Nils Sheldon

Le debo millones de cosas a Barbie Robbie, y aún devolviéndole todo lo que hizo por mí sin saberlo me quedaría en deuda solo para lograr hacer más por ella. Fue quien realmente me brindó serenidad en cuanto me arruiné nuevamente, la que me regaló alguna sonrisa para causar la mía y no tenía segundas intenciones oscuras como Layla.

En mi cabeza solo existía un matojo de nervios y preguntas referentes a lo que había planeado y a su reacción. ¿Se enojaría conmigo y mostraría arrepentimiento por haber confiado en mí y mi inocencia intacta? ¿Me juzgaría por mis actos y decidiría que crucé una línea tan peligrosa como retorcida por justicia? ¿O estaría a mi lado sosteniendo una compresa fría mientras me regañaba por hacer tales locuras en mi cumpleaños?

En lo más oculto de mi corazón deseaba que fuese la última la opción que eligiese. Porque luego de lo que haría solo la necesitaba a salvo, tal vez acurrucada a mi lado murmurándome algunos de sus comentarios creativos hasta hacerme sonreír, recordándome que yo no solo existía para velar por un niño, sino para sentirme vivo con ella.

—Pienso saltarme las clases por esta única vez como el alumno ejemplar que soy —decidí decir para concentrarme en tiempo y lugar; uno donde podía sentir todavía las burlas hacia mi existencia en esa universidad—. ¿Te apuntas, Jhonatan?

—Depende... ¿Haremos alguna ilegalidad?

—Depende. ¿Crees que Oliver nos siga?

—Tal vez sí. Es muy impulsivo y parecía querer romperte la cara por haberte burlado con la mirada de él.

—Entonces tal vez sí.

—Qué pinche miedo.

Luego de detenernos frente al ring que pertenecía a uno de los enormes salones tras el terrenos del campus, los cuales incluían a la cancha de baloncesto, mi celular tembló en el bolsillo. Los únicos mensajes que recibía eran de mi progenitora, y empezaba a ser probable que volviese a recibir amenazas e insultos por el alumnado de la universidad. Seguro había sonado por algún mensaje de ese estilo.

—¿Qué haremos aquí? —interrogó, pasando un dedo por una de las paredes tras encender la luz—. Mierda, jamás pensé conocer algo más sucio que mi mente, pero este lugar se ganó el puesto.

—Reviviré viejos tiempos.

—No suena a que harás eso. ¿Por qué presiento que esto va a terminar muy mal?

—Deja de contagiar el lugar con tus negatividades. Luego de salir de aquí tengo planes con Barbie, así que ten la seguridad de que terminaré pésimo pero no muerto.

—Ah, qué alivio, no terminarás muerto.

—¿Eso ha sido ironía?

—¿Qué tú crees, imbécil?

Lo señalé con el dedo índice, advirtiéndole sobre cómo dirigirse a mí a modo de broma.

—Anda, vete a buscar los guantes de boxeo, a ver si haces algo productivo.

—¿Y si no lo hago qué? Ni siendo negro sería tu esclavo —bromeó, con una sonrisa tan oscura como su chistecito.

—Que en cuanto tenga los guantes en mis manos, ellos te van a buscar a ti. Eso pasará, Jhony.

—Te mandaría a la verga por llamarme Jhony, pero ya me has apendejado —hizo una reverencia teatral y cómica—. Vuelvo enseguida con sus guantes, señor Nils Devoramesta.

—Si no te apuras haré que con tu nariz puedas hacer un cosplay de Voldemort.

No sabía por qué, pero los comentarios estúpidos que le seguía a los de Jhonatan me quitaban los nervios de encima. En aquello se parecía a su hermana: a su lado era casi imposible frustrarse.

Por eso cuando se alejó, volví a cabrearme cuando el maldito ring ring continuó. Al tener el celular en mi mano, noté que no era el mío en realidad. Era el de Sisu. Al parecer, nos distrajimos tanto en la cama que olvidamos escoger bien nuestro celular. Esto último era extraño, porque creo que hubiese notado que la funda de mi celular no tenía corazones rosados por todos lados.

En la pantalla bloqueada aparecieron millones de mensajes en cadena. Por inercia noté las ofensas que comenzaban a llegarle, las advertencias claras, aclaraciones disfrazadas de afabilidad y comentarios explícitos con todo lo relacionado conmigo y mi pasado. Desde la primera vez que mi puño se estalló contra un abdomen, hasta la última vez que me vieron sospechosamente cerca de Miley. Todo eso se lo informaban.

Eran exagerados en cantidad.

Todos muy frustrantes de leer.

No sé si estuvo pésimo o rastrero, pero aproveché que no tenía contraseña y arruiné su privacidad al borrar cada uno de esos mensajes, dando paso a una injusticia clara.

Solo... no quería que la molestaran por ahora.

Ella no merecía leer todo eso.

Sin embargo, otro mensaje cruzó la pantalla, esta vez siendo de Oliver. Uno, luego otro, y segundos después una metralleta más, todos con las mismas asquerosas promesas e intentos patéticos de manipulación a su antojo.

En lo que leía, Jhonatan llegaba con guantes de boxeo rodeando sus manos y una sonrisilla de infante que me recordó por qué yo hacía esto. En parte, por él.

—¿Sabes qué? Se me ocurrió una tontería de camino aquí.

—¿Solo una? Vas mejorando.

—Es un chiste que no conoces y te soltaré para quitarte esa cara de pajero sin medias.

—¿Cara de qué...?

—De decepción y tristeza, Nils, decepción y tristeza.

Nos miramos como si el otro fuese un bicho raro. Que él lo era, pero prefiero omitir eso para no ser funado por quienes lo amáis.

—En el diccionario de la lengua española se informa que hubieses podido utilizar perfectamente palabras como: languidez, desilio o desilusión. Pero decidiste hablar con ayuda del diccionario de las gilipolleces.

—No entendí la mayor parte de lo que has dicho, papi, pero tu madre por si acaso.

—Y la tuya por si las dudas.

—Meh, ¿quieres escuchar el puto chiste antes de que lo olvide o no? Dímelo, sino avanzamos ya a la escena violenta.

—Venga, suéltalo mientras me pongo los guantes.

—¿Cómo se llama el campeón de buceo japonés?

Tokofondo.

Esta vez sí me aniquiló con la mirada como si yo hubiese mandado al carajo a su bonita hermana.

—¿Y el subcampeón?

Kasitoko.

—Qué asco que conozcas el único chiste que puedo hacer, carajo.

—Yo conozco otro chiste.

—¿Cuál?

—Tú.

—Ja, ja, ja, qué divertido, Don Comedias.

—Fue más creativo que tu chistecito, envidioso.

Con la sonrisa que me sonsaqué a mí mismo, guardé el celular para no estresarme y me coloqué los guantes. Un despeje lo encontraría aquí, estaba seguro. Tuve que reflexionar un poquito antes todo lo que estaría a punto de suceder. Con Barbie a mi lado apenas pude pensar en tragedias o en temas de vital seriedad, puesto que ella me entretenía con solo una miradita sugerente.

Jhonatan, en cambio, seguía con esa expresión divertida pero tensa al enfrentarse a mí, confundido pero con sus guantes de boxeo puestos al entrar conmigo al ring.

—Ayúdame a calentar.

Alzó y bajó las cejas, coqueto como solo él. Sus expresiones me recordaban tanto a Sisu que resultaba gracioso.

—Siempre supe que mi hermana solo era una tapadera para tu homosexualidad.

—¿Perdón?

—Te perdono, papi. Me encantó cómo me ordenaste que te calentara, pero nunca he tenido sexo en un ring.

—Lástima. Hoy te tocaba la clase de dónde se encuentra el punto G de los hombres o cómo puedes meterte el papi por el siempre arrugado.

Flexioné ligeramente las piernas e incliné el cuerpo hacia adelante, con el torso girado hacia el lado para ofrecer una menor superficie de ataque. Ya todo indicio de bromas o chistes se parecía estar esfumando de mí, debido a que esos solo existían a veces cuando estaba nervioso. Adopté una posición más defensiva cuando el primer golpe hizo aparición de forma torpe, abriendo paso a los siguientes.

—Ahora comprendo por qué Barbie bromea conque eres su profe —continuó el idiota, sacándome una risa baja—. ¿Te molesta si me das esa clase en privado?

—Estamos a solas, Jhonatan —exhalé el aire cuando encadené varios golpes de manera eficiente en diferentes ángulos, siéndole poco predecible a quien procuraba no chillar mucho.

—Si sigues así me vas a dejar sin dientes, cabronazo, y luego Carolina me va a matar —se quejó, dando pasos atrás y recomponiéndose—. Eres tan agresivo como una esposa cornuda, coño.

—Perdóname, pensé que te gustaba duro.

—Y me gusta mucho, pero no en la cara. Ven acá, que te voy a devolver cada golpe.

Resopló los mechones que le molestaban y lanzó un jab con el impulso y fuerza del brazo tatuado para luego enfrentarme con más de los mismos. Comprendía que esta no sería distracción o entrenamiento suficiente para enfrentarme a un oponente cuyo día a día era repartir palizas, sin embargo resultaba divertido. La cara de determinación de Jhonatan y mis intentos de dejarle darme algún golpe menor para que no se deprimiera era cómico de ver.

Mandé al carajo los pensamientos negativos que arremetían contra mí para centrarme en él.

Esto lo haría por ellas, las únicas chicas que merecían el cielo y solo obtenían desgracias; no podía recapacitar mucho al respecto o me arrepentiría luego.

—¿Desde cuándo sabes boxear?

—Hace unos años aprendí para librarme del bullying a golpizas —respondí al unísono del estruendo de mi guante y su abdomen—. He perdido práctica porque hace tres meses dejé de entrenar, pero no estoy tan oxidado.

—¡Vaya suerte para mí! Si te pillo sin perder práctica, tendré que poner en mi epitafio que morí por culpa de un tabú.

—No exageres, que ni siquiera te he golpeado con fuerza.

Vergación, jamás lo hagas.

—Haz silencio, céntrate y flexiona las piernas o no vas a impedir que lo haga.

La puerta de hierro se abrió y, como producto del ruido alertante, Jhonatan se distrajo. Craso error de novato; lástima para él y bendición para mí. Aproveché que volteó su rostro para encestarle un potente gancho en la zona, volviendo a mi posición inicial. En cuanto su puño quiso hacer contacto con mi rostro para devolvérmelo, con rapidez me le lancé encima y tomé su brazo en mi poder. Un uppercut llegó a mi abdomen para provocar mi queja de dolor. Cansado de reprimirme, utilicé su posición inclinada y mi brazo interceptando al suyo para terminar lanzándolo al suelo en lo que resultó un golpe ruidoso.

Con mi victoria clara, observé de soslayo a quien había abierto la puerta para pillarnos. Le dediqué una sonrisa arrogante que le hizo rabiar facialmente. En adelante, me arrodillé para extenderle la mano a Jhonatan, quien se levantaba con dificultad.

—Eso ha sido muy sucio de tu parte —reprochó—. ¿Pillarme desprevenido? Ni Judas se atrevió a tanto.

—Sé consciente de que la trampa también proviene de la astucia. Te he planteado el claro ejemplo.

—¿Pudiste haberme derrumbado sin eso?

—Por supuesto que pude.

—Vaya, creí que serías más delicado con tu cuñi. Ahora me siento inservible como boxeador. Qué más da, los mazos siguen siendo lo mío.

Se levantó y a su vez aligeró el semblante para esbozar una sombra de sonrisa. La mía tambaleaba junto a mis manos. Se quitó los guantes para lanzarlos al suelo. Por mi parte, no pude mantener quieta mi mirada; comenzaba a tensarme y preocuparme de más.

¿Hacía cuántos meses no rompía tabiques? Imposible recordar la cifra exacta, pero hacía mucho dejé de crear Voldemorts.

—¿Por qué estás tan serio? No te preocupes, me dejaste vivo, coleando y fastidiando como siempre. Por lo menos admitiré mi derrota. Eso sí, en el Mortal Kombat no me ganas ni a jodidas.

—No anticipes la victoria antes del partido, o terminarás bastante desconsolado.

Traqueé mi cuello y me acomodé mejor los guantes, preparándome para la próxima ronda. Enarcó una ceja ante este detalle, sin ser consciente de que no éramos los únicos en ese lugar. En cuanto tuvo raciocinio de la situación, aniquiló con la mirada a Oliver.

El engendro con pelo de zanahoria podrida apoyaba sus brazos en la baranda con aire atento y una mirada cargada de rabia mal disimulada. Su mandíbula tan ruda como apretada y esa vacilación irónica delataba sus intenciones ahí: las mismas que las mías.

—No has sido derrotado hasta que huyas con cobardía —recité, recogiendo los guantes de Jhonatan para lanzárselos a quien los tomó en poder sin titubear—. ¿No es cierto, rey de nada?

Oliver King no pronunció palabras tras reconocer las que yo solía dedicarle antes, luego de cada enfrentamiento que perdía. Era mi forma de expresarle burla a cada intento para que mejorara en el próximo y llegase el momento donde el frustrado pudiese presumir de superarme en algo.

Jhonatan, por su parte, se quedó quieto ante la expectativa de cómo él se enfundaba los guantes con rapidez y entraba al ring con el salvajismo desmedido que lo caracterizaba.

—Será mejor que salgas —masculló Oliver, viéndolo de reojo—. ¿O necesitas un compañero, Sheldon?

—Contra ti jamás me ha hecho falta.

—Entonces saca de aquí a tu perro.

Él, perplejo, cedió a bajarse y observar con una mueca. Fue cuando se ahorró el comentario ofensivo hacia Oliver y comprendió que lo que estuve buscando con ansias al llegar ahí fue que nos siguiera.

No era un estratega, solo acerté la intuición de que el gilipollas iría al ring.

—Quita esa expresión iracunda —vacilé, relajando los hombros para fingir estar calmado frente a Oliver—. Parece que has tenido el peor día de tu patética vida. ¿Has venido a que te ayude a que sea el último?

—De haber hecho contigo lo que quise durante mucho tiempo, no estarías vivo para tocarme las pelotas —bufó, copiando mi posición.

No perdió tiempo, puesto que enseguida tuve que acostumbrarme a la serie de jabs que lanzaba sin cesar con el único objetivo de explorar mis defensas. Retrocedió en cuanto comprobó lo que deseó: que estuve entrenando aún luego de que me hiciese cicatrices, contusiones, esguinces leves y desgarros musculares a puños.

—Una lástima que no tuvieses esas pelotas ni la habilidad para acabar conmigo.

Estaba rabiando y podía intuirlo, pero por dentro, y escondiéndolo facialmente, yo estaba igual de harto de él. No podía dejar de pensar en cómo se atrevió a amenazar a mi chica en aquellos mensajes, hacer esas asquerosidades junto a Layla o, sin ir más lejos y rememorando al pasado, darme una paliza innecesaria. Le devolvería cada una de ellas.

Pero no podía yo mostrarme exaltado ante su presencia, por lo que mi indiferencia volvería a controlarme.

Nadie me arrebataría la oportunidad de devolverle duplicadas cada golpe y cicatriz. Me aferraría a las consecuencias de sus actos, y no tan solo por lo que provocó en mí sus actitudes o cómo afectó a Barbie durante tanto, sino también en esa maldita información que tenía sobre él.

En el fondo me preocupaba mi salud emocional, sin embargo podía ignorarla para darle rienda suelta a esa parte vengativa reprimida de mí.

Él había iniciado esto; yo lo finalizaría.

Analicé su postura desde esa cabeza hueca que poseía hasta los pies. Afincaba estos últimos muy bien a la lona del cuadrilátero, mantenía su puño derecho rozando su mentón y la izquierda adelantada. Miraba constantemente a mis puños, y luego a mis ojos, y así constantemente.

Por supuesto se encontraba analizándome como en las ocasiones pasadas. Solía hacer eso durante un minuto y tres segundos antes de cada enfrentamiento; yo tardaba menos porque lo conocía a la perfección.

Oliver era un gilipollas iracundo, pero también un frío calculador. Un excelente y peligroso contrincante.

Debes tomar esto con cautela; parecía gritarme Jhonatan desde su lugar, espantado por lo que se avecinaría. Me limité a guiñarle un ojo, queriendo solo decirle: con cautela o no, prefiero vengarme yo antes de que lo hagas tú y sufras las consecuencias.

Entonces Oliver sacó provecho de mi distracción.

Sin mucha vacilación, el cabrón arremetió hacia mí con una serie de jabs y crochets con destino a mi hígado. Pude bloquearlos con eficiencia, pero su fuerza era notoria de igual forma. Contraataqué enseguida lanzando un jab hacia su rostro desde una posición muy cerrada y corta entre ambos. Acerté y no pudo evitar retroceder. Volvió a arremeter con violencia, seguramente por el resentimiento del golpe. En ese instante se se me hicieron más predecibles sus movimientos. Lanzó un upper-cut que bloqueé con ambos antebrazos, minimizando bastante el daño. No obstante, me engañó de forma rastrera. Cuando pensé que lanzaría un cruzado, volvió a lanzar otro gancho que impactó de lleno en mi mentón haciéndome retroceder contra las cuerdas y aturdiendome levemente. Causó un dolor inaguantable.

No dudó en aprovechar y atizarme con gran número de golpes a diversas partes de mi torso y rostro. Cada uno que acertó causaría hematomas en mi cuerpo. Cuando recuperé la compostura ataqué con fuerza a su plexo solar. Retrocedió él, quedando sin aire por pocos instantes. Casi podía escuchar las burlas de mi conciencia hacer eco y refrescar las memorias de por qué estaba disfrutando verlo anonadado y al borde de la cólera.

Ya me había cansado de ser golpeado.

Tomé mi turno para ser yo quien le brindase una buena tunda, golpeando a diestra y siniestra sus costillas y brazos para que estos se desmoronasen. Él instintivamente bloqueó y se protegió de varios de mis golpes, pero en vano, ya que la mayoría conectaban con potencia y dejaban marcas y rastros rojos en su piel. Comenzaba a sangrar mi nariz también, y pude sentirlo. La ira se apoderaba de mí en cuanto el sudor bañaba mi cuerpo y uniforme, sin embargo su inutilidad me provocaba satisfacción y aquello era suficiente para no detenerme.

Se alejó como pudo, guardando distancias y aprovechando un respiro que le brindé para también disminuir el ritmo de mi corazón. Solté un suspiro cansado, pero no derrotado. Oliver me miraba enrabiado, dejando en claro que no estaba en sus planes que yo me defendiese de tal forma y esto durase más de siete minutos. Notó unas gotas de sangre que descendían por una de sus fosas nasales, limpiándola y restándole importancia con un bufido.

—Me esperaba que esto fuese algo más fácil —admitió en un susurro.

Alcancé a escucharlo y amplié las comisuras de mis labios con picardía y altanerismo. El mismo que él utilizaba en su día a día, pero multiplicado para dañar su orgullo. No obstante, no pude evitar que se notase lo agitado que estaba; para mí esto tampoco resultaba fácil como imaginaba.

—Con el asco que me da tu existencia, ¿creíste en serio que te la pondría fácil?

—Cállate...

—¿Qué sucede? —provoqué—. ¿Ya no aguantas más? Me decepcionas, discípulo. Yo apenas me lo empiezo a tomar en serio.

—¡Cállate de una puta vez! —rugió, dándole paso a la cólera que lo cegaría.

Esta vez nisiquiera mantuvo su postura. Tan solo se acercó a mí con repugnancia violenta en sus ojos y golpeó a lo bestia lanzando un golpe en una dirección predecible. Por supuesto: había sido provocado por mis palabras, y aquello pudo haberme hecho reír cruelmente en otra situación. No dudé en golpear una vez más su abdomen en repetidas ocasiones, dejándole sin aire como a escoria que no merecía respirar el mismo que yo.

Posteriormente golpeé repetidamente a zonas vitales como el hígado, las costillas y el mentón. Él estaba derrumbándose poco a poco y en cualquier momento caería noqueado si no me detenía. No obstante, de alguna forma se mantenía en pie, defendiéndose, a duras penas.

Como última baza, vacilé la posibilidad lanzar un upper-cut con toda la rabia acumulada hacia su persona y dejarlo tumbado de una vez por todas. La voz de Carolina me aclaró las ideas, dándome la valentía necesaria para acabar con esto sin sentirme tan hijo de puta como él.

En fin, aquello hice antes de permitirle siquiera apartarse. Su cabeza se sacudió bruscamente con el golpe y él cayó en la lona del cuadrilátero, gimiendo de dolor y con marcas en el rostro que pronto serían hematomas imposibles de disimular. Su pecho acelerado delataba cansancio; se habría rendido antes de darle el golpe final.

Una ensangrentada cicatriz se asomaba en su ceja izquierda como recordatorio de quién lo atormentaría cada que se viese en el espejo, en lo que la viscosidad se deslizaba por su rostro de forma lenta y repugnante. Oliver trataba de levantarse pero sus brazos temblaban en el patético intento y lo tumbaban nuevamente al suelo.

Las manos comenzaban a escocerme dentro de los guantes, esos que estaban manchados de su sangre. Llegué a sentirme mareado y asqueado al ver el resultado de su cuerpo enrojecido por la violencia ciega con la que arremetí contra él.

—Puta madre... lo mataste.

El susurro de Jhonatan provino de mi izquierda, advirtiéndome cuán poco tardó en adentrarse al ring con las manos en la cabeza. Parecía procesar la situación y qué decirme, sin ponerse de acuerdo mentalmente. Con el cuerpo adolorido y rastros de sangre también en mis mejillas y labio inferior, me deshice de los guantes para traquear mis dedos en busca de calmarme.

Había sido suficiente para ambos.

Aún siendo así, me incliné hasta poder agarrar en un puño la camisa de Oliver para jalarlo con facilidad y tenerlo cerca. La mirada perdida, labios temblorosos y rastro acuoso en sus mejillas intensificaron mi repulsión.

—No he terminado con él —mascullé en cuanto un Jhonatan con expresión grave rodeó mi brazo con su mano en un intento de frenar mi avance.

—Detente, joder, se supone que tú eres el racional —comenzó a girar su rostro de forma frenética, buscando indicios de alguna aparición extra—. Os... habéis excedido. Esto es demasiado, Nils. Tú... ¿Por qué permitiste llegar a este punto?

En ocasiones, la verdad puede ser más dolorosa debido a su empeño por mostrar una realidad grotesca y sin filtros. Y las personas, por supuesto, nos vemos guiados y tentados por la existencia de una mentira armoniosa antes que por una certeza negativa. Siendo de esta forma, me planteé tanto si confesar y provocar el incremento de un problema, o solo quedarme viendo a Jhonatan y murmurar alguna mentira rastrera.

¿Era positivo confesar las razones por las cuales no me medí con Oliver y dejé mi regla de no causar estragos como el Sheldon de antes para vengarme?

Me decidí por hacer algo un tanto más productivo librándome de su agarre para sostener mejor a Oliver. Lo obligué a levantar el torso, todavía con las piernas extendidas en el suelo y las manos enfundadas. De alguna forma logró abrir los ojos, aterrorizado.

—¿Qué me harás? —murmuró con ese tono maquiavélico, burlón—. ¿T-te convertirás en un asesino... como tu madre?

—No, cabrón. Destrozarte es más divertido que quitarte la asquerosa e insignificante vida que posees.

—Basta ya, o... te arrepentirás —murmuró.

—No estás en condiciones de prometerle arrepentimiento a quien puede causártelo a ti —vacilé, ladeando la cabeza—. Dime, ¿esta fue tu forma de incitarte a ti mismo al suicidio? ¿Venir aquí? ¿Creíste que yo te ayudaría por ser hijo de una asesina, o solo amenazaste con eso a mi chica para que volviese a caer en tus manipulaciones?

El énfasis en mi chica le hizo retorcerse, sobretodo luego de haber escuchado lo que revelé. Cada uno de los mensajes que él le había enviado a Barbie expresaban amenazas claras de hacerse daños físicos –hasta causar su propia muerte— o arremeter contra mí de forma agresiva si ella no volvía a acercársele o hablarle.

Sin ti no puedo vivir y te lo voy a demostrar si vuelvo a verte aparecer con ese hijo de puta. Lo arrastraré conmigo hasta la muerte si hace falta para alejarlo de ti, Babi; decía uno de los tantos.

—Juro que no me importaría terminar contigo aquí mismo de tener tu nula capacidad mental —me mofé, sin dejar aquella indiferencia que me definía—. Debes tener una idea clara de que no mereces más que pudrirte enterrado desde el cinco de enero, pero siento decirte que no tendrás ese placer de desaparecer de este mundo cuando estés tras las rejas.

Volvió a intentar librarse de mí para callarme, sin embargo comenzaba a notarse desorientado. Por mucho que lo estuviese, enseguida lo supo: yo sabía lo ocurrido la noche del cinco de enero, y vosotros ya podréis tener la misma sospecha que él tuvo.

—Cierra la boca o...

—¿O qué?

Mi mano se trasladó a sus mechones, tomando y jalando para procurar que no llegase a la inconsciencia. Gimió y me aniquiló con la mirada por quinta vez en menos de una hora. Mi puño se apretó más para intensificar su dolor y humillación.

—¿O qué, gilipollas?

Me era imposible contener la impotencia de su libertad, tal y como si tuviese en frente a mi madre fuera de los barrotes. Ambos eran similares: inhumanos, repulsivos, manipuladores, merecedores de la muerte más lenta y turbia jamás vista.

—¿Quieres saber por qué esta escoria terminó así? —le pregunté al castaño que lo miraba de reojo con el mismo repudio—. ¿Quieres saberlo?

—Creo que lo tengo claro...

—No. No lo tienes claro, te lo aseguro.

Con el agarre directo jalé el pelo de Oliver para dejar al descubierto su cara ensangrentada. Esbozó una sonrisa cínica, producto de la adrenalina y maldad que se disiparía en sí mismo si me provocaba una última vez.

—¿Qué prefieres? ¿Que te rompa algún hueso o te permita confesar lo que le hicisteis a Carolina?

Ante tal mención, Jhonatan se impactó como quien se ha roto de un instante a otro y tiene claro que jamás volverá a reunir las piezas que le otorgaban vida. Tuve miedo de haber sido demasiado brusco al dejarle caer la información.

—No sé de qué hablas... —fingió inocencia Oliver, obligándome a encestarle una patada en la entrepierna para ver su mueca de dolor—. ¡Agh...! ¡Maldito!

—No recuerdo haberte golpeado la cabeza como para que hayas olvidado todo. Puedo incrustarte contra la pared para ayudarte a recordar.

—¿Fuiste tú? —interrogó Jhonatan, acercándose con los puños cerrados a cada lado de sí. Se veía iracundo, ido de sí—. ¡¿Eras tú quien estaba con Layla esa noche?!

Lo detuve, haciendo de intermediario.

—Si hice esto, fue para que tú no cargaras con las consecuencias —advertí—. Si te lanzas de lleno a él por rabia, lo terminarás matando y los dos nos arruinaremos.

—¡Me da igual matarlo aquí mismo! ¡¿Merece menos?! ¡¿Lo merece?!

—Entonces ella es Carolina... —escuchamos decir a Oliver, casi delirando y a punto de reír por lo bajo—. P-perdóname. Ya recuerdo... ja... Layla... jamás me advirtió que la putita era tu novia, y yo estaba ocupado escuchándola gemir como para que me importase su nombre.

La capacidad que tenía para pronunciar palabras se la quería quitar a puñetazos. Jhonatan pareció pensar igual, porque tuve que enderezarme y detenerlo para que no hiciese una locura.

—Te está provocando, maldita sea, relájate. Conque lo haya confesado es suficiente para que se pudra en la cárcel.

—¡¿Cómo coño quieres que me relaje?! ¡Ese malnacido...!

—¿T-tanto te afecta que me la haya follado? Ella... lo disfrutó antes de desmayarse, la muy guarra.

Me estaba costando la vida no permitirle a Jhonatan terminar lo que empecé. Pensar en Nelson fue tal vez mi única forma de recomponerme, no perder la cordura y obligarme a no escuchar las sandeces de Oliver antes de romperle los doscientos seis huesos que tuviese.

—Tengo pruebas suficientes para que pagues por haber abusado de Carol, porque sé que esos hematomas que tuvo los provocaste tú —amenacé—. Da igual cuánto pretendas negarlo luego o mofarte de ello ahora para cabrearnos: tu vida en adelante se acabó.

—N-no tienes idea de con quién te acabas de meter, ¿no es así?

—Lo tengo claro; es eso lo que me mantiene convencido de que valieron la pena las golpizas.

—Tú... hiciste lo mismo que yo. Y estás aquí, libre.

Apreté la mandíbula, dejándole pasar el comentario. Su hipocresía radicaba en el hecho injusto de que pudiese llegar a matar a quien le tocase un pelo a las chicas que le gustaban, no obstante estando drogado y ebrio le parecía buena idea abusar él de otras chicas mientras no le importasen. Ya no podía más con el peso de mi propio cuerpo ni con esta plática.

—Te vas a arrepentir hasta de vivir... —sin poder continuar impidiéndolo, Jhonatan se inclinó hasta Oliver, que reía con burla como si luego pudiese hacernos pagar de vuelta, y le propinó un puñetazo en la nariz que le hizo gritar de forma patética. Luego otro. Y otro para matar su orgullo.

Lo terrible del momento es que no me veía capaz de detenerlo porque comprendía su impotencia. De alguna forma terminé convenciéndolo de parar cuando el horrendo crujido de una nariz rota se escuchó.

—S-sigue... sigue golpeándome, escoria, y... a la próxima seré más agresivo con esa puta...

—Ya es suficiente, imbécil. ¿No te das cuenta? No te permitiré hacer nada de aquí en adelante.

—Apostemos por ello... Sheldon.

—Te vas a pudrir junto a Layla, eso lo juro. ¿Dónde está ella?

—¿Le harás lo mismo que a Miley? ¿Es eso, violador? ¿Así la harás pagar? Yo hic-hice lo que hice estando inconsciente de ello, pero tú...

Le encesté la última patada para volver a tumbarlo en el suelo y luego me limpié las manos como si intentase arrancar de ahí el polvo de su existencia. Con solo eso, él se quedó desmayado en el suelo por la gracia de haberme insultado.

Arrastré de alguna manera a Jhonatan hasta afuera, donde el viento me azotó de tal forma que podría haberme jalado consigo sin problemas. Metafóricamente, fue el golpe de la realidad que me acompañaría en adelante. Un viento que tal vez se convertiría en tempestad.

La sangre en los nudillos de por sí rasguñados de Jhonatan me hicieron consciente de que también yo tenía en el uniforme y en mi mismo cuerpo. Maldita sea. Su rostro, por otra parte, estaba tan rojo. Rompió el silencio en cuanto llegamos a uno de los baños para, como mínimo, borrar un poco el rastro rojizo.

—Debiste haberme dicho esto antes —recriminó, teniendo un tic nervioso en su pierna—. Debías advertirme.

—¿Y arriesgarme a que actuaras con impulsividad para maltratar a Oliver? No. Él no dudaría en arruinarte la vida si le tocaras siquiera un pelo.

—Mi vida me importa un carajo cuando se trata de Carolina, ¿es que no lo entiendes, maldita sea?

—Precisamente por eso lo hubieses matado a puñetazos y no habría forma de sacarte de la puta cárcel, Jhonatan.

Su mandíbula apretada solo revelaba el enojo hacia mí. Podía cargar con ello. En ese instante, mi única preocupación fue pensar en cómo reaccionaría Sisu al verme en ese estado tan... terrible. Cómo me perdonaría por lo que acababa de hacer, y qué tanto me comprendería. Comencé a echarme agua en la cara, mordiéndome el labio inferior roto para tolerar el agudo dolor.

—Él no hablará sobre esto con nadie, así que por ahora yo me libro de mis actos. Esa suerte no la correrías tú, tenlo claro.

—¿Por qué contigo sería diferente?

—Porque Oliver se guía por su orgullo y desde hace rato yo soy la razón de su ruina. No admitiría delante de nadie que yo fui el causante de dejarlo así, mucho menos de su padre. Buscará arruinarme de todas las formas posibles sin delatarme.

—Sigue siendo peligroso lo que hiciste. Maldición... ¿Cómo mierdas intuiste que fue él? Yo... yo jamás lo hubiese visto capaz de esto —comenzó a caminar frenéticamente de un lado a otro, intentando manifestar su impotencia apretando los puños—. Es un malnacido, pero... esto es demasiado. Él es tan sobreprotector con Barbie que creí que sería igual con las demás. Nosotros... vivimos juntos, coño, ¿cómo pude no saber lo que hizo antes? Ese hijo de perra... ¿Cómo fui capaz de permitir esto? ¿Por qué carajos dejé que... que le hicieran eso a quien más amo?

—Esto no ha sido tu culpa —enfaticé, sin embargo me ignoró.

—Esto... no, esto no hubiese sucedido si yo no hubiese permitido que Carol saliera aquella noche, no delatara a su hermana y... Tal vez si hubiese sospechado que vivía con un degenerado, yo... no lo sé... yo...  ¿Y si me hubiese encargado de Layla antes? ¿Esto sucedería?

—Jhonatan —llamé su atención, pero no me oyó por estar temblando de rabia en un estado de pánico—. ¡Jhonatan! Tranquilízate. Oye... oye, escúchame. Jhonatan, por favor, detente. Deja de caminar. Hazlo ahora —con mi orden dada, pudo por fin volver de ese viaje mental de decepción y culpabilidad.

—Yo... yo la arruiné.

—No sirve de nada que te culpes por algo que no puedes enmendar.

Tomé sus hombros y en ese instante, por única vez, lo vi derrumbarse. No necesitó más que verme con fijeza y aflojar sus puños tan rojos por su sangre como por la de Oliver. Detestando esa situación, decidió prenderse de mi cuerpo en un incómodo abrazo solo para que no lo viese llorar y le proporcionara el consuelo del que carecía.

¿Cuánto tiempo había estado callando sus inseguridades tras chistes despreocupados?

¿Cuánto tarda un hombre en caer por no soportar el peso de la culpa que cargó en silencio?

—Solo quería cuidarla, y fue lo único que no hice cuando más lo necesitó —sollozó, arrepentido—. Quería que no fuese infeliz como yo sin ella, y... como Bárbara al tenerme.

—Confío en que hiciste todo lo que pudiste pero, aún con todo y eso, sigues sin tener el control de lo que sucede y eso no te vuelve culpable —palmeé su espalda, siendo la primera vez que abrazaba y consolaba a un amigo; resultaba extraño—. Esto fue inevitable y ahora solo debes cuidarla de una forma diferente, más emocional. Mientras lo haces, juro que me encargaré de Oliver y Layla.

Parecía ser el colmo de Jhonatan. Pronto entró a uno de los cubículos del baño para encerrarse ahí. Minutos después de imaginar tantas aberraciones, sus arcadas de asco se volvieron vómito. La escena en su cabeza debía ser terrorífica: acababa de tener pensamientos asesinos y recordar las desgracias de su chica. Apostaba que no dormía en las noches solo por recordar cómo la había visto llegar llena de hematomas.

Sentí pena y compasión por él.

Increíblemente, me parecía un buen muchacho y me hacía desear que Nelson fuese así de admirable cuando creciese. Un chico de bien, sin temor para afrontar a quien sea con tal de proteger a quienes adoraba. No un tipo impulsivo y problemático como yo.

En cuanto salió del cubículo para echarse agua en la cara y boca, me decidí a confesarle cómo pude saber que Oliver estaba detrás de esto antes de que él se enterase por sí solo.

—Soy observador —pronuncié, haciendo que me mirase—. Reconozco la forma de caminar de Oliver, y la noté en el video que me mostraste aquella tarde. Debido a eso, y su reciente relación con Layla, sospeché de él. Agh... —limpiarme la cara con la chaqueta que me había quitado resultó un infierno—. Mierda.

—¿S-solo eso te bastó para saber que Oliver lo hizo?

—Por supuesto que no. ¿Recuerdas cuando te pregunté si eras capaz de hacerle daño a Oliver? Me reafirmaste que sí, y aquello me alertó. Quería saber si mis sospechas eran ciertas, así que solo me bastó observar a Oliver durante toda una noche. Lo seguí y descubrí que llevaba la misma camisa que se veía en el video, pero solo porque la guardaba en la casa de Layla para cambiarse luego de cada que saliera de las fiestas. Recordé que todavía tengo la llave de esa casa, así que me importó poco adentrarme.

—¿Estás loco, Nils? De haberte visto, pudieron demandarte por allanamiento.

—Me han demandado por cosas peores —le recordé—. Gracias a adentrarme ahí, y a saberme cada rincón de memoria, pude tomar el celular de Oliver mientras él dormía en la habitación de al lado, junto a Layla.

—¿Ellos...?

—Solo son dos degenerados fingiendo amistad —aclaré—. En el celular de ese imbécil no hallé nada más que su fondo de pantalla con una fotografía de Miley, pero sí en el de Layla por tener su contraseña. Las grabaciones de sus propias cámaras de seguridad. En específico envié a mi celular cada video de su salón, unos de los pocos lugares donde habían cámaras y el lugar donde ocurrió todo. No tuve valor de ver ningún video, no te preocupes; la privacidad de Carol no me concierne. Tu novia decidirá si quiere verlos, entregarlos como prueba o ignorarlos.

Me ahorré el dato de que no pude evitar ser observado por las mismas cámaras, por tanto el resentimiento y temor de Layla esa mañana al verme tenía sentido. Ella pronto podría utilizar ese video donde yo allanaba su casa a conveniencia, pero no me podía importar menos. Probablemente solo tuviese que pagar alguna multa o, máximo, hacer algún servicio comunitario.

Tomé asiento en el suelo del baño, dándome igual si estaba sucio o no. Sentía que iba a dormirme en cualquier momento, que había gastado todas mis fuerzas y necesitaba un descanso. La cabeza me dolía con carajo, recordándome cada puto golpe que recibí.

Jhonatan todavía se mostraba facialmente enojado, intentando retener las lágrimas. Impotencia. Odio. Decepción. Deseos de venganza. Seguro todo eso sentía.

—Sé que Layla fue la protagonista de todo esto —me escuché informar como pude—. Oliver realmente no sabía quién era Carolina, y tal vez lo recuerda a duras penas por la embriaguez de esa noche. Layla es capaz de haberlo convencido de hacerlo y luego no volver a tocar el tema por miedo a que él se arrepintiera o la culpara. Pero notando cómo se comportó Oliver, probablemente ambos sean capaces de hacer lo mismo más de una vez.

—¿Eso... qué significa?

—Que o Carolina confiesa lo que sucedió esa noche y muestra alguna prueba contundente, o tu hermana correrá la misma suerte.

—Oliver no le haría eso ella —parecía convencerse a sí mismo, en realidad—. Su obsesión no llega a tal grado de peligro. Conozco a esos dos desde que repetí el año para poder cuidar mejor de Barbie, y él jamás hizo menos que protegerla. Me aseguré de que no le hiciese daño alguno, pero no hizo falta porque era incapaz.

—Drogado, borracho, sediento de venganza y con una obsesión insana, sí es capaz de hacerle daño por retenerla aunque luego se vaya a arrepentir por verla como a una hermana y no como un objeto sexual.

—Él...

—Layla es más que capaz —le corté—; ella ansía tener a su merced a Barbie, e incluso más ahora que se ha involucrado conmigo. Y si debe utilizar a Oliver de nuevo para conseguir placer, lo hará a como dé lugar.

Ese maldito cumpleaños jamás podría olvidarlo. El cómo terminé, sin saber la forma o causa, en mi propio piso, solo apuntaba a que Jhonatan fue tan amable de averiguar mi dirección y llevarme en mi auto mientras yo me rendía ante el cansancio. Me desmayé.

Nunca en mi puta vida podría haber imaginado que la chica a la que tanto alabé por apoyarme en mis peores etapas, solo fuese una drogadicta que se aprovechaba de todo el que quisiera, habría adivinado que sus gustos eran obsesiones disfrazadas, o que fuese capaz de arruinarle la vida a una de las mejores personas que conocía en este mundo.

No hubiese pensado nada de esos horrores ni siquiera de Oliver.

Qué tan bajo podía llegar a caer el ser humano no era la pregunta, puesto que mi madre ya aplicaba la lección de cuánto se podía.

¿Qué consecuencia maravillosa pensaban que podían obtener de hacerle aquello a Carolina? Esa era la cuestión, con una respuesta tan sencilla que resultaba retorcida: sentirse poderosos al cumplir un capricho obseno con quien tenían a su merced.

En mi perspectiva de la vida, ellos no merecían solo la cárcel por sus acciones.
Merecían recibir lo mismo antes de morir encerrados y, por primera vez, sentirse ellos incapaces de defenderse.

Este ha sido el capítulo más terrorífico de narrar, y ojalá mientras lo hiciese, con el corazón tan dañado en mi mano y la furia volviendo a recorrer la sangre de mis venas, ellos se martirizaran con todo lo que hicieron.

Deseo que se estén arrepintiendo.

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