🎀 Capítulo 3 🎀

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

Creo que la sexualidad solo es atractiva si es natural y espontánea.

Marilyn Monroe.

🎀⚡️🎀⚡️🎀⚡️🎀

Barbie Robbie

La mañana en casa se tornó distinta.

Fue extraño bajar a desayunar y darme cuenta de que la extensa mesa estaba repleta de comida. En un asiento se encontraba Oliver, quien me saludó de primero. A su lado estaba mi padre, intentando robar un croissant sin que Damon, en la cocina, le regañara.

Ah, y la pequeña Adrianna estuvo correteando por ahí hasta que se me acercó con un cachorro entre manos. Como ya me debía acostumbrar, saludó con emoción como si horas atrás no hubiésemos estado de malas. Llegué a pensar que ya le agradaba.

¿Qué había sucedido en esa casa solitaria en menos de ocho horas?

—Babi, este es Perro —presentó la niña.

—Oh, ¿y esa monada de dónde salió?

—Salió de la barriga de su mamá y luego mi papá lo adoptó.

Tomé al pequeño cachorro pekinés blanco en manos. No hizo fuerza para desatarse de mi abrazo porque, al contrario de Adri, yo no le apreté la panza.

—¿Y no crees que le pegaría otro nombre, Adri?

—La mayoría de perros se llaman Perro. No veo por qué no ponerle así.

—Bueno... como quieras, pero creo que Blancanieves le quedaría mejor. ¿No es tu princesa favorita?

Colocó un dedo en su mentón, fingiendo pensar.

—Mucho mejor. Ah, por cierto: serás tú quien le dé comida hoy —decidió—. No quiero que muera en mi cuidado.

—¡Yo podría cuidarlo! —propuso Oliver,
quien no aguantó muchos segundos siendo ignorado ahí atrás.

—Tú no puedes cuidarte ni a ti mismo,
Oliverto —comentó mi padre,
burlándose del cabeza de fuego.

—Papá, ya te he dicho que no se llama Oliverto.

Mi padre, haciéndole caso omiso a mi comentario, se acomodó en el asiento y observó con ojos analíticos al pelirrojo. Supe que iba a soltar una extraña burla.

—Cuando Barbie cumplió cinco años le regalé un cachorro llamado Oliverto. Era idéntico a ti, Oliver: solo entraba a casa para comer y perseguir a Babi.

Mi mejor amigo ni se inmutó.

—Me encantan tus comparaciones, viejo, pero yo no persigo a nadie. A mí me persiguen.

—Viejo tu abuelo. Yo estoy en mi mejor etapa.

—¿En la que necesitas viagra?

—Hablo de mi etapa, no de tu situación, niño.

—¿Niño yo? ¿Acaso no tienes idea de que ya tengo diecinueve?

—Por eso, Oliver.

Madre mía.

Pronto mi carcajada resonó por los pasillos de la mansión. La escenita que se montaban me parecía tan cómica como increíble, porque jamás esperé tener tanta unión junta en casa luego de la muerte de mi madre. He de suponer que esto junto causó mi risa.

—Sois una comedia.

—Eso me han dicho —mi padre se giró a mi mejor amigo—. Oliverto, ¿te quedarás
a dormir?

—Me encantaría, señor Albert, pero me llevaré a su hija a una discoteca en la noche.

—Tienes huevos para decirlo así, eh.

—Puedo vendérselos si los necesita.

—Yo no tenía planes esta noche, señoritos —interrumpí, mirando con el ceño fruncido al pelirrojo.

—Ah, pues ya tienes.

—Tomen asiento y ya luego hablamos de esto, ¿entendido?

Hicimos lo pedido por Damon y cada uno tomó asiento frente a la gran mesa donde podíamos encontrar croissants, pastelitos, huevos revueltos con tocino y pan tostado —justo como Oliver pedía cada mañana— y waffles con jarabe.

—¿Entonces saldrán esta noche? —interrogó Adrianna, rotando su mirada de Oliver a mí.

—Sí. Hay una fiesta a la que no podemos faltar.

—¿Puedo acompañarlos? Yo tampoco  puedo faltar.

Oliver le acarició el cabello castaño oscuro a la niña, imitando a un padre preocupado.

—Las niñas como tú no pertenecen a lugares donde pueden haber patanes borrachos.

—¿Patanes? —Adrianna se giró a Damon—. ¿Qué son patanes, papá?

—Un bicho muy feo y rufián que arruina a las niñas buenas.

—Ah, ¿se refieren a los fuckboys?

La observé con una ceja enarcada.

—¿Fuckboys? ¿Quién te enseñó esa palabra, Adri?

Se encogió de hombros a mi dirección.

—Mi padre me obligó a ir a clases de inglés y ahora soy bilingüe.

—Ya... ya.

—En fin —continuó mi padre, que ya se había devorado todo su plato mientras conversábamos—. Adri, cariño, tú te quedarás a ver animados con nosotros. Y tú, Barbie, hazme el favor de tener preservativos a la vista si vas a esa fiesta.

—¿Preservativos? Papá, ¿qué son los preservativos?

Condoms, Adrianna, condoms —le respondió Oliver.

—Ah.

—¿Podríais desayunar, chicos?

—Sí, sí.

El desayuno transcurrió casual, sin tanta charla porque le prestamos más atención a la comida de Damon y al paisaje que podíamos ver por la ventana. El jardín. Justo a donde me dirigí con Oliver para sentarnos en la hamaca vieja que colgaba del único árbol.

Era mi segundo lugar favorito de ahí.

El cabello pelirrojo hecho ricitos se iluminó por los rayos de sol cuando Oliv ladeó la cabeza. Me clavó sus ojazos. Pasó un brazo por mis hombros. Causó mi sonrisita, esa de hoyuelitos que a él le gustaba resaltar que tenía.

—¿Hace cuánto no salimos juntos, cosita?

—Hace... meses. Desde que fuiste a esas vacaciones en la playa.

—Siendo así, esta noche robaremos las  miradas en esa fiesta.

Acaricié su cachete.

Había algo en Oliver que me hacía sentir en armonía con la vida misma. Era ese pedacito de esperanza, anhelo, amor. El recuerdo de nuestra infancia y adolescencia juntos, esa en donde nos solíamos apoyar del otro. Mirándolo podía pensar cosas tan parecidas como esas... Pero me centré.

—Tengo algo que contarte —anunció—. ¿Recuerdas a esa amiga que te presentaría?

—Mhm.

—Se tomará un año sabático. No podrán verse.

—Oh... vaya lástima. O suerte para ella, mejor dicho.

—No diría que sea buena suerte. A Miley le hubiese encantado asistir y no atrasarse en la universidad.

No tenía mucha idea de quién era Miley, en realidad. Oliver hablaba un poco sobre ella y alguna situación extraña que tuvo con su exnovio. Tan solo me hizo saber que fue una gran amiga para él y deseaba presentarnos para quién sabía qué. No le tomé mucha importancia en el momento.

—Oye, querida, olvidé preguntarte: ¿has vuelto con tus delirios de detective?

—No tanto, pero tengo una pista.

—No me dejes en suspenso. Suelta el chisme.

—Te cuento —me removí en la hamaca, inquieta, y algo apenada, dicho sea de paso—. Ayer conocí a un chico. Es peculiar porque... Joder, tenía unos ojazos azules... Me causó una sensación extraña, como si hubiese nacido para conocerlo. Y luego de enterarme que su apellido era Sheldon até cabos: podría ser hijo del exnovio de mi madre. Pensé que tal vez él...

La emoción se iba esfumando de mi rostro al liberar cada palabra, ya que él puso una mueca de desagrado desde mencionar el apellido.

—¿Pasa algo?

—Sheldon —repitió—. ¿Sabes el nombre de ese chico?

—Nils Sheldon.

Su expresión cambió.

Parecía que a la vez que intuyó el nombre, se asombró y confundió. Ese chico que aparentaba estar relajado las 24/7 como un drogadicto feliz de su adición, pronto mostró cuán nervioso estuvo.

—Querida, Nils no es tu hermano —escupió.

—¿Lo conoces?

—De sobra. Es un viejo amigo de la universidad.

Ese amigo sonó contradictorio con su expresión de desinterés.

—¿La universidad? Imposible. Ahí conozco a todos y jamás lo he visto.

—A diferencia de los demás, él no asiste a fiestas, no se presenta a clases recreativas y, por supuesto, no es de nuestro curso.

—De todas formas, he conocido a todos tus amigos. ¿Por qué no lo conocí?

—Porque ya no me acordaba de su existencia. Ahora es un odioso antisocial. Nunca fue un ídolo, pero cuando se convirtió en un hijo de puta a voluntad propia lo odiaron aún más hasta que lo olvidaron.

—Vaya, eso último pareció la biografía de Hitler.

Juraría nunca haber visto los ojos de Oliv tan cargados de ira.

Juraría no haber tenido tanta intriga por una descripción dramática y desprestigiada.

Era cierto que un rostro como el de semejante chico no podría ser olvidado fácilmente por mí, pero de todas formas ¿de dónde había salido? ¿Del Olimpo? Hubiese sido más común encontrarlo en los pasillos de la universidad que en plena calle... ¿Entonces por qué Nils ahora se cruzaba en mi camino?

Comenzó a picarme la curiosidad por el tema. Noté que a mi mejor amigo le incomodaba la charla; como terca no la dejé pasar por interés propio.

Después de todo, ¿quién no ha sido ese gato muerto por perseguir a la curiosidad?

¿Y quién me decía que la curiosidad no podía ser un nerd?

—Quiero conocerlo —comenté, dejándolo consternado—. Parece interesante.

—¿Has escuchado lo que dije?

—¿Qué de todo?

—Que él no te conviene.

—Ups, justo esa parte no me convenía escucharla.

—Amor, estoy hablando en serio. La fachada de ese chico podría ser encantadora, pero el regalo dentro es engañoso.

—¿Y quién no es así?

—La mayoría de personas.

—Dentro de tu burbuja, ¿no? —comencé a jugar con sus ricitos rojos—. Podría ser mi hermano —puntualicé—. ¿Por qué dices tanta cosa cruel de él? ¿Te hizo algo?

—Digamos que sí. Solo hazme caso. No te le acerques, porque Mi...

—Babi, Oliver, ¿pueden ayudarme? —interrumpió una vocesita.

Presenciamos primero una maraña de cabellos enredados asomándose por la entrada al comedor al voltearnos. De segundo, notamos el problemón que Adri tenía.

Oh, con razón pidió ayuda...

—Perro quiso jugar y... así terminé.

De alguna forma, la niña tuvo que recibir ayuda nuestra para lavarse la cabeza llena de lodo. El punto es que estuvimos la tarde entera con ella, arreglándola y entreteniéndola mientras nuestros padres se marchaban a la oficina.

En cuanto mi mejor amigo se marchó, no sin antes asegurarme que entraría por mi ventana en la noche para secuestrarme y llevarme a la dichosa fiesta, emprendí mi pasatiempo favorito. Coloqué un lienzo frente a mí y agarré las paletas de colores pastel. En lo que dibujaba garabatos, Adri tocó la puerta de la habitación. Era una de tantas que nadie utilizaba, pero yo decidí remodelarla y hacerla mi lugar artístico.

La niña enseguida me mostró una tela de un vestido azul celeste que trajo al entrar. Ella lo veía con emoción.

—Encontré esto en un armario. Perdón por registrar. Creo que te quedaría fantástico para esta noche.

Esbocé una sonrisa y me hice a un lado para que tomase asiento en el sofá.

—Es muy bonito, Adri. ¿Para eso viniste?

—Sí... eh... ¿Molesté?

—Claro que no, dulzura. Jamás me has molestado.

—Babi... también vine para disculparme. El otro día te di un pésimo regalo de cumpleaños, pero ya papá me hizo entender que estuve mal.

Pasó una mano por su barriguita en busca de entretenimiento. Estaba totalmente avergonzada. Le acaricié el cabello.

—No tienes de qué preocuparte. El dibujo estuvo bonito. Y sobre el vestido, me lo probaré y me darás una puntuación, ¿te parece?

Pareció animada.

—¡Sí! Aunque a mí no me pidas puntuación sobre tu dibujo...

Lo dicho fue indirecta a que el lienzo que teníamos en frente era... agh, uno de mis pocos terribles fracasos en el arte. Ni siquiera cuando no sabía caminar dibujé rayas negras sinsentido y utilicé el verde militar en los bordes, echando a perder lo que supuestamente no se podía joder más.

Di un largo suspiro.

—He estado presionándome para crear algo coherente. Será mejor que deje de forzarme para pintar.

—Ya lo intentarás cuando encuentres a un muso.

—¿Un muso?

—La musa varón que te inspirará.

Una comisura de nuestros labios se alzó.

—Por el camino que sigo, voy a terminar siendo la vieja soltera de los gatos. Pero sin gatos.

Hundió el entrecejo.

—¿Y Oliver? ¿No será tu esposo?

—Nunca hemos sentido algo romántico por el otro.

Podía tener dudas de muchísimas cosas, como el origen de los humanos fuera de las típicas teorías de la evolución, o tal vez de la existencia de un Dios todopoderoso, pero jamás dudaría de que Oliver me veía como a una hermana. Y yo a él.

Recapacitando en eso, una lucecita se alumbró en mi cerebro y me advirtió que esa noche la utilizaría para divertirme y no para estar pensando en ese hermano perdido.

Ya era hora de pensar también en otras cosas.

O de no pensar, que eso se me daba genial.

🎀⚡️🎀⚡️🎀⚡️🎀

El vestido azul celeste era bastante corto. Probablemente otro padre no me dejaría salir a la esquina con él, pero el mío no hacía dramas. Para añadirle sensualidad, tenía tirantes largos entrelazados por la espalda que mostraban partes de ella. En cuanto a lo brillante que se notaba y los vuelos divertidos que se le hacían, sí había parentesco con la típica Cenicienta. Lo complementé con los botines brillantes, que fueron el regalo de Oliver.

En cuanto enganché mi brazo al de Oliver y dimos un paso dentro de la sofisticada discoteca, las miradas cayeron de picada en nosotros.

Esfuerzo para llamar la atención no hacía falta.

Oliver iba acorde a la ocasión como yo: con un esmoquin negro que resaltaba lo muy ejercitado que estaba. Esa noche decidió volver a colocarse un piercing en la nariz. Se encogió las mangas para presumir de su tatuaje de anime en el antebrazo. Toda chica con ojos se lo comía con la vista.

Aprovechó la atención para acercarse a mi oído y susurrar:

—Aclárale a todos estos idiotas que si se pasan de la raya contigo, me pasaré de agresivo con ellos.

Solté una risa baja. Tomó mi cintura y depositó un beso en mi cachete, causando el murmullo de los que se detuvieron a vernos.

—Actúas como mi novio. Así jamás podré conseguir pareja.

—No necesitas pareja si tienes un mejor amigo.

—¿Quién lo dice?

—Tú hace meses. Ah, y añadiste que no tienes paciencia para soportarte como para soportar a otra persona...

—Bueno, pero...

—... Más encima, dijiste que de tener que casarte alguna vez sería conmigo. Soy lo más parecido a tu Ken.

—Ya, vale, está bien.

Rodé los ojos.

—Cuando seas rubio hablamos de casarnos.

—Buscaría el tinte, pero no quiero joderme la vida.

Aparté su cuerpo con disimulo. Ambos intentamos ocultar la sonrisa. Si bien nos gustaba bromear sobre casarnos, no nos veíamos como pareja. Entretanto, él observó por encima de las personas a un grupito peculiar. Sus ojos se iluminaron de curiosidad.

—¿Sabrás quedarte solita?

—Ya encontraste a una chica linda —intuí.

—Qué bien me conoces, maldita.

—Conozco tu cara de ligón.

—Entonces pronto dejarás de ver esta carita porque terminará bajo la falda de alguien.

Volví a poner los ojos en blanco.

Oliver no tenía filtros ni vergüenza.

Y bien, de esta forma nos fuimos integrando en la fiesta. Le echó malas miradas a los que pretendían esperar que se marchara para acercarse a mí. Luego, nos despedimos. Su trabajo de guardaespaldas le agradaba, al menos. Decía que disfrutaría el momento donde practicara boxeo con la cara de algún patán que me hubiese hecho daño.

Logré integrarme a un pequeño grupo de chicas y chicos que cuchicheaban en una esquina. Fueron graciosos y amables. Vestían elegantes. Sobretodo el chico de cabellos rubios desenfadados con esmoquin azul que robaba las sonrisas enseguida, hasta la mía. Por tener unos aires seductores y la atención de tantas personas, fue de mi interés.

En un momento dado sentí sus ojos claros encima de mí, o al menos intuí que serían suyos dado que no me despegó la mirada ni al alejarse. Parecía disfrutar mentalmente lo que veía.

No lo culpaba.

Podría estar muy insegura de mi interior, tener ideales negativos sobre mi personalidad y poco juicio en algunas ocasiones, pero nunca dudaría de mi físico.

La sensación de su mirada en mi nuca incrementó al punto de hacerme voltear. Lo pillé bailando cuando la formalidad de la fiesta acabó y todos disfrutaban tanto de bebidas alcoholizadas como del reggaeton intenso. Él permanecía moviéndose solo entre la masa de personas, al igual que alguien dispuesto a alborotar hormonas y gritar a los cuatro vientos estar disponible para satisfacerlas.

—Incluso parece que te acosa —iba comentándome una chica. Me volví a ella con una sonrisita en el rostro; la típica de quien no prestó atención pero debe disimular.

—¿Hablas del rubio candente?

—Exacto. Su nombre es Edward y es el dueño de este lugar.

—¿Dueño?

—Sí —enarcó una ceja—. ¿Es que viniste sin saber quién era el organizador de la fiesta?

Un chico pasó por mi lado con una botella de whisky tan tentadora... Con un gesto coqueto se la arrebaté de las manos y no se quejó; pareció halagado incluso. Agradecí con la mirada.

—Entré sin invitación incluso —le informé a la chica—. ¿Qué edad tiene?

—Unos veinticuatro.

—Yo tengo diecinueve; soy legal.

—Y si no lo fueses, seguro que él estaría pensando en sobornar a cualquiera para saltarse la condena.

Mi risa resonó bajo la música sumamente alta. Le di un beso en la mejilla a la chica, cerca del inicio de su boca, lo cual la hizo reír también. Continué bebiendo hasta dejar la botella en un rincón. Me marché de su lado y avancé a las escaleras del segundo piso. Como supuse, avanzando a la baranda para observar desde arriba los sucesos de la planta baja, ya tenía al rubiales siguiéndome el paso.

Luego de tanto tiempo, una mirada cargadísima de deseo pudo atrapar mi atención.

Llegó a mi lado y con descaro lo repasé de pies a cabeza. Esa corbata azul que traía ahora no era más que un adorno a su torso desnudo, pues el esmoquin fue desabrochado y la camisa blanca detrás desapareció. Su abdomen estaba a la vista, cuadro por cuadro, marcado como los hoyuelos que aparecieron en su rostro cuando sonrió con altanería.

—¿Qué hay de divertido aquí arriba?

Su voz seductora ya fue la señal final para saber que era un partido asegurado. Cargaba tanto encanto como porte seguro. Podía intuir el olor del alcohol y perfume caro en él.

—Estoy yo.

Terminé apoyando mis manos en la baranda del balcón, por llamarle de alguna forma a la zona.

—Barbie Robbie, ¿cierto?

—Un desconocido, ¿cierto?

—Eres más guapa de lo que decían.

—Típico comentario. Deberías currártelo más.

—No me suelen gustar las narcisistas —susurró en mi oído, tomándose el atrevimiento de morder mi lóbulo con suavidad—, pero hacer una excepción contigo... sería satisfactorio.

El encantador no parecía querer ir despacio, puesto que enseguida acercó su rostro al mío para tenerme de frente. Íbamos en la misma página y contexto del libro. Colocó una de sus manos en mi cintura y apretó. La mía llegó a su hombro. La calidez de su cuerpo se topó con la mía.

¿El calor infernal era suyo o del ambiente?

A muchas chicas, como a mi antigua compañera de piso, Jessie, les parecería mal lo que hice: liarme y calentar a quien ni siquiera conocía. No obstante, estaba cómoda con mi decisión.

Comencé a sentir la euforia y confianza del alcohol en mi sangre. No pensaba suficiente, tan solo actuaba por un deseo poco controlable. Acercamos nuestro rostro sin vacilamientos.

—Si tan divertida eres, demuéstramelo.

—Soy una diversión de una sola noche.

Los susurros solo empeoraron la excitación. No tardé en frotarme con la dureza tras su pantalón cuando me pegó con agresividad a él, agarrándome del trasero. Su otra mano viajó a mi cuello en un agarre firme.

—Seamos una noche, entonces.

Deseé besarlo sin más. O eso decía el whisky, porque me tenía viajando de un paraíso a otro y de una contentura a otra. Mis labios cayeron en los suyos y en menos de cuatro segundos ya comenzaba a succionar y morder el inferior. Nuestras lenguas se toparon. Luego, fue momento de que su boca terminara ocupándose de besar mi cuello. Paseó por la clavícula y luego bajó poco a poco. Habría seguido el recorrido de no ser porque se detuvo.

—Barbie.

En la ocasión, fue un castaño de cabello alborotado el dichoso que detuvo la escena. Lo contemplé por encima del hombro de... ¿Cómo se llamaba el rubio candente?

Ah, sí: Edward.

En fin...

El otro chiquillo aclaró su garganta de forma ruidosa, como llamando nuestra atención. Cuando las luces neón me permitieron enfocar, me di cuenta de que lo conocía.

Jhonatan.

El compañero de piso de Oliver en el campus.

Lo contemplé con los ojos bien abiertos en cuanto Edward se apartó del medio. Pestañeé varias veces. Tal vez haya sido producto de la embriaguez, pero ver a Jhonatan me provocó un escalofrío en el cuerpo que no sabría describir. Mi pecho se aceleró ante la fijeza de su mirada, repasándome como si no creyese lo que veía. Tuve un impulso acercarme y atrapar su rostro entre mis manos para detallar sus facciones, si eran... reales y no una fantasía.

Él también iba con un aspecto de dudosa formalidad, delatando que estuvo bebiendo y fumando por tener un cigarrillo entre sus labios.

—Lamento interrumpir lo que pudo haber sido un polvo, pero Oliver está buscándote como un desquiciado.

Oh, cierto...

—¿Oliver? —interrogó Edward—. ¿Quién diablos es ese?

—Oliver King. Mi mejor amigo.

Entonces perdió toda gracia la actitud arrogante y a su vez encantadora. Se mostró bastante fastidiado porque su juego llegase a un fin temprano, empero me sorprendió darme cuenta de que me daba un poco igual ya. La interrupción había aplastado el deseo.

De todos modos, tenía claro que Oliv no me buscaría de no ser estrictamente necesario. Sí o sí debía marcharme de ahí.

—Lo siento, debo irme con él.

—¿Y dejarme así, Barbie?

Me encogí de hombros. Coloqué una mano en su cachete con delicadeza, a modo de despedida.

—Disfruta con otra persona. Adiós.

—De eso nada.

—¿Eh?

Edward tomó mi brazo en el momento en que Jhonatan, harto de esperar por mí, se volteó y echó a andar hacia las escaleras de caracol. Fruncí el ceño de buenas a primeras. ¿Qué hacía el rubiales y por qué me agarraba tan fuerte? No dolía, pero molestaba. Dolió en el instante donde su otra mano terminó en mi cuello nuevamente, ésta vez sin resultar satisfactorio.

—Suéltame —exigí.

—Oh, no, no —volvió a sonreír, aumentándole deseo a sus ojos ¿rojos? Se suponía que no debía actuar así, por tanto tardé en reaccionar—. No puedes simplemente irte. ¿No querías jugar, muñeca?

Odiaba la palabra muñeca.

Odiaba su significado.

Y odiaba que la utilizaran para referirse a mí.

Ni el whisky ni las hormonas me harían seguir en esa situación.

Se suponía que lo nuestro de una noche era
un acto común sin obligaciones de por medio. Tenía el derecho de irme sin alimentar su enojo. Por consiguiente, hice fuerza para zafarme de su agarre para evitar hacerle daño. No parecía un tipo peligroso, pero las copas lo volvieron un insistente.

—Suéltame —bramé.

—Todavía no hemos terminado —ronroneó, haciéndome arrepentir de cada decisión—.  ¿No ves cómo me has puesto con simples roces? Joder, encárgate de esto.

—Quítate.

—¿Por qué te haces la difícil ahora?

—Porque le da la maldita gana.

De nuevo, esa voz dulce y a la vez ronca arrasó con nuestra escena. Antes de darme cuenta, Jhonatan se había volteado. Con su cara de pocos amigos tiró el cigarrillo al suelo y lo pisó con su bota, sin dejar de mirar la mano de Edward. Sin decir más, apartó con asco su mano de mi brazo, liberándome. La fuerza que debió haber ejercido para eliminar un agarre tan fuerte debió ser mucha.

Agradecí eso. Yo no era una chica que no supiera defenderse, lo admito, pero de vez en cuando la ayuda estaba bien. De no haber aparecido él, me defendería un poco.

Me eché hacia atrás enseguida, aprovechando estar libre. Jhonatan tomó mi lugar, enfrentándose al pesado.

Vale, tampoco parecían tener ánimos de pelear, y fue una suerte porque nadie dudaba de que los antecedentes de un Jhonatan fuesen peligrosos.

Su nombre de por sí avisaba la navaja en cualquier bolsillo.

—Cabrón, ¿qué jodida parte del quítate no entendiste?

—Relájate y mide el tono con el que te diriges a mí —en los ojos del tipo, la rabia y la advertencia era obvia—. ¿Es que no sabes quién soy, niñato?

—Créeme que lo sé, y me da igual.

Sin vacilamientos, el castaño le susurró algo al rubio, logrando que le tomara la camisa en un puño. Como esperé, Jhonatan pudo librarse de ese puño y de un empujón hizo caer a Edward al suelo tras hacerlo tropezar. Colocó su bota encima de él, encestando una patada. Edward, no tranquilo, empujó también su pie e hizo intento de levantarse. No le fue posible.

—Que no se te ocurra volver a tocarla, o será la última puta vez que toques a alguien —le soltó, mostrándole algo que traía en mano, dicho objeto que asustó a Edward y yo no logré distinguir.

Con eso, Jhonatan tomó con delicadeza mi muñeca y me arrastró escaleras abajo. Parecía menos contento de lo que llegó. Suspiré cuando volví a estar rodeada de borrachos, ligues y bailarines. Enseguida noté que Oliver se dirigía a nosotros.

—No puedes arriesgarte con cualquier chico —aconsejó Jhonatan, introduciendo las manos en sus bolsillos—. ¿Es que estás loca?

—No pensé que esto sucedería —admití, apenada—. Gracias, de verdad...

—No vuelvas a acercarte a alguien medio borracho. Promételo, y si no lo haces no me largo de aquí hasta escucharte decirlo.

—Lo prometo, lo prometo.

—Muy bien, eres lista. Ahora ve con Oliver.

Pareció haberme sonreído, sin embargo fue solo un simulacro. Pronto se largó de mi vista, sin siquiera interesarse en despedirse.

Jhonatan era así.

Nada ni nadie le interesaban lo suficiente como para tener la cortesía de despedirse o utilizar un tono menos rudo al dirigirse a los demás.

Pero, al menos, era un buen chico con una reputación tal vez cuestionable. Un chico al que no pude dejar de observar mientras se iba.

—¡Querida! —exclamó Oliver, encontrándome—. ¿Dónde rayos estabas?

—Estuve con un chico, perdón.

Alzó y bajó las cejas con picardía. Pasó su brazo por mis hombros, jalándome. Debía evitar no comentarle lo sucedido. Tampoco quería el cadáver de Edward por ahí.

—Me alegro, pero ya deberíamos irnos. No quisiera que Albert me mate si llegamos a las cinco de la mañana.

—Antes de eso, quiero hacer algo.

—¿Eh?

Lo dejé descolocado de lugar cuando emprendí camino a la barra, específicamente al bartender.

Teníamos cositas que hablar él y yo.

Al ser un chico joven, solo faltó batir las pestañas y rogarle para que me hiciera un favor.

Unos detalles que no os conté sobre mí: soy impulsiva, un poco tonta y a veces importuna, pero de buen corazón. Ah, y en mi cartera siempre guardo fotitos de mis familiares o mis mascotas fallecidas, junto a las tarjetas de crédito y un frasquito de miel.

Sabiendo esto, ya os imaginaréis que en cuanto rogué porque me preparasen un té, lo conseguí y vertí el frasco de miel ahí. Oliver veía la escena con confusión.

—¿Q-qué haces? ¿Qué es eso?

—Té con mucha miel.

—¿Para ti?

—Para un amigo.

—Babi, en las fiestas no se toma lo que bebía mi abuela para... —tras mi risa y su propio comentario, abrió la boca y los ojos—. Mierda. Y nunca mejor dicho. ¿A quién le darás eso, maldita humana sin compasión?

—A un gilipollas.

Solo tuve que pagar unos cuantos dólares para que la misma chica que antes charló conmigo le ofreciera el vaso de té a Edward. Vi desde abajo cómo allá arriba él bebía y bebía. Entonces me sentí en paz.

No era justiciera, pero nadie me dejaría el brazo rojo como lo hizo él.

—Sé que soy un tarado, pero jamás me des una mezcla que podría dejarme durante horas en el baño —suplicó Oliv.

—No te preocupes. Ese chico se lo merecía.

—¿Te hizo algo? Dímelo y te juro que...

—No, señorito, relájate. Mejor disfruta las vistas —la risita se me escapó—. Míralo, ya empezó a correr al baño. Si supiera que hasta en su propia fiesta hay cola para entrar...

—Espera, Babi. ¿Le hiciste esa atrocidad al cumpleañero?

—Ah, ¿esta fiesta es por un cumpleaños?

—¡Si te lo dije, despistada!

—¡Yo no escuché! De todas formas, que se joda. Ya le di su regalo de cumpleaños.

—Joder, eres malvada.

—Si quería que me divirtiera con él, ya lo consiguió. ¡Felicidades, Edward!

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro