⚡️ Capítulo 6 ⚡️

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Si usted me conoce basado en lo yo era hace un año, usted no me conoce. Mi evolución es constante. Permítame presentarme de nuevo.

—Oscar Wilde.

⚡️🎀⚡️🎀⚡️🎀⚡️

Nils Sheldon

    Unas dos semanas pasaron desde que comencé a asistir de nuevo a la jodida universidad y las cosas sucedían con normalidad. Incluso los profesores se mostraban agradables conmigo. Nada se escurría de mis manos, nadie me molestaba o se acercaba a mí y, sobretodo, nadie atentaba contra mi existencia.

Es decir, ninguna rubia bonita intentaba asesinarme.

De hecho, incluso me encontraba a Barbie dando vueltas por ahí con el chico pelirrojo que tanto detestaba y ni nos volteábamos a ver. Era lógico, porque tal vez ella ya sabría quién yo era y no tenía interés en siquiera mirarme. Como todos. Me dio igual, de cierta forma.

—¿Qué estudias, capullito?

Encima de la mesa del salón presencié a Layla, quien estuvo todo el rato devorando una piruleta y quejándose de lo apretado que le quedaba el uniforme porque había estado subiendo de peso. Para mí, era una exageración porque se veía fantástica, pero agradecí el cambio de tema para no tener que confesarlo.

—No estoy estudiando, estoy terminando el informe.

Abrió los ojos con un terror plasmado en ellos.

—¡Joder! ¡Yo no he hecho eso!

—Pues ya mismo te vienes y lo haces conmigo.

Los demás compañeros del salón se voltearon a vernos, estupefactos. Los ignoré olímpicamente.

—¿Quieres que lo hagamos? ¿En serio? Contigo será aburrido —intentó sonsacarle el segundo sentido, la muy guarra.

—Lo que tú digas, Lay.

—Perdón, Nils, pero no eres mi tipo —sostuvo, bromista. Luego se sentó a mi lado y sacó de su mochila el material necesario para copiar de mí—. ¿Estás seguro que tenemos que hacer esto y no algo más... divertido?

—¿Qué es más divertido que escribir un informe de prácticas de laboratorio?

—Muchas cosas, Nils, muchas cosas.

—Sorpréndeme.

—Salir de fiesta, morrearse con alguien, bañarse con tiburones, escuchar metal a todo volumen...

—Oh, lo último me gusta.

—¿En serio? Pero si a ti no te gusta el met...

Agarré sus audífonos y se los coloqué en las orejas, acomodando sus cortos mechones de cabello. Su mirada era típica de niña confundida.

—Hablando del metal, que es un elemento químico que posee propiedades como la conductividad eléctrica y el brillo metálico, vas a ponerte a hacer el informe —le sonreí angelicalmente—. La música es para que te calles un rato y te diviertas como querías.

Rodó los ojos y besé su mejilla para fastidiarla más. Lay no toleraba que yo hiciese eso, pero me importaba un bledo cuando mi objetivo era recordarle que la quería demasiado, aunque le obligase a hacer sus tareas —ya que para ella esto era un pecado capital.

—Vamos, quita esa cara, la pasaremos genial haciendo esto juntos.

—Jamás pensé decirlo, pero preferiría tener sexo contigo antes que hacer esto.

—Sabía que no podía tener una conversación contigo sin que utilizases la palabra sexo.

—Joder, te tengo traumatizado.

—Son ya... ¿cuántos años de sobrevivir a tus agradables conversaciones?

—Uno. Un año aguantándote. Vaya, debo recibir un Récord Guinness y salir en ese librito. Seguro nadie logra lo mismo.

—¿Eres consciente de que tú en el único libro que saldrías porque nadie logre lo mismo, es en el Kamasutra?

—Puede ser.

—Oye, Lay, no me entretengas más. Ponte a escribir.

Puso una mano en su pecho, dramatizando el dolor que le causaba mi orden, y eligió el camino de aprobar la materia.

Menos mal.

Si sus padres se enteraran de que su prodigiosa hija —a la que le dejan un dineral cada día— solía reprobar tanto, les daría un patatús.

Una hora después, finalizadas las clases, ella salió a la cafetería mientras yo me desviaba a la biblioteca. Si algo le faltaba a mi informe lo podría encontrar en algún libro de ahí, aunque yo con mi memoria pude recaudar la información suficiente para hacerlo sin necesidad de tener libros a mano.

En la biblioteca me topé con dos chicas desconocidas. Reían y charlaban hasta que me vieron y retrocedieron unos pasos, nada cómodas con mi presencia. Me limité a dejar de observarlas, pero fue difícil continuar haciéndome el ciego cuando, en un retrocedimiento de ellas, una pegó la espalda a la estantería coja y ésta estuvo a punto de caerle encima.

Reaccioné de inmediato.

Tuvo suerte de que pude meterme en medio y evitar que cayera. Acomodé la estantería y recogí los libros caídos, notando que la chica ya no gritaba por el susto. Sin agradecerme, y probablemente con pánico, tomó a la otra chica de la mano y corrieron lejos de mí.

Sí, este era mi día a día.

Fue una hipocresía de su parte recibir mi ayuda y marcharse sin, como mínimo, agradecerme, no obstante ella no opinaba igual. Apenas entendí, a las malas, que un rumor valía más que cualquier acto generoso que hiciese. Y justo esta chica fue la prueba de cómo me temían por una falsa reputación.

Luego de tanto odio injustificable, se le quitan las ganas a uno de confiar en la fantasiosa humanidad capaz de razonar.

De repente recordé que hubieron golpizas fuera del ring, pero supe defenderme de aquello.

Recibí malos comentarios que afectaron a mi salud mental y al dineral que le dejé a mi psicóloga de confianza, hasta que me hice el sordo, seguí sus consejos y me dejaron en paz.

Aguanté también miradas rencorosas, hasta que se aburrieron de verme como al hijo de puta con pésima suerte en la vida.

Incluso estuve recibiendo cartas con amenazas en mi propia habitación del campus, acción que resolví cuando me quedé a vivir en la casa con mi hermano. Toda reputación fue destruida por una equivocación que aclaré millones de veces, pese a que nadie me escuchó. Excepto Layla, quien estuvo para mí desde el inicio de curso.

Como siempre, ella era la única que me quedaba.

Ya ni siquiera tenía a mi padre conmigo, puesto que desde su partida a Japón ni siquiera se molestaba en coger una llamada o contestar un mensaje de sus hijos.

Y ahora, más encima, todavía me temían las personas a las que brindaba ayuda.

Qué asco.

Tomé asiento en una de las tantas mesas vacías, debido a que a pocos de esa universidad les interesaba estudiar de veras, con un libro en mano y mis audífonos puestos. Reproduje canciones de piano para relajarme y continué con lo mío hasta que un correo de un número desconocido me entretuvo.

Lo extraño era que nadie me enviaba correos.

Señorito Sheldon,

Le escribo para avisarle que su hermano ha estado sufriendo dolores de cabeza durante los turnos de clases, tal vez migraña, y su temperatura llega a un número elevado por la fiebre. La doctora ha estado ocupándose de él pero, por favor, venga en cuanto antes.

Att: Sr. Macklen

Maldición.

Estaba consciente de que mi hermano estuvo todo el mes teniendo episodios de migrañas y fiebre, ésto último porque el cambio de estación le afectaba y seguíamos en Enero, y lo primero por herencia de nuestro padre; no obstante, supuse que ese día podría asistir a la escuela.

Y estuve tan equivocado.

Enseguida acomodé el libro en su respectivo lugar y tropecé con un cuerpo al intentar salir de ahí, apurado. Ni siquiera le presté tanta atención.

—Apart... —iba a decir, pero al notar de quién se trataba rectifiqué—: Permiso.

Barbie se quedó ahí plantada con una pequeña sonrisa que hacía pronunciar sus cómicos hoyuelos.

—Necesito pasar.

—Ya lo sé, perdón, pero necesito hablar contigo.

—No tengo tiem...

—Solo será un minuto, lo juro.

Si algo aprendí de esta chica, es que era terca a más no poder. No me escaparía de sus garras. Utilicé mi celular para poner el temporizador porque no me iba a estafar o robar mi tiempo. Ella pareció satisfecha con eso. Le dediqué una minúscula sonrisa, porque verla... eso me provocó.

—Te escucho.

—Quería hacerte una invitación —empezó, dubitativa—. Ya sabes, para compensar cuán inmadura me he comportado contigo. No quiero estar de malas con nadie.

—No estoy de malas contigo.

Ella suspiró con alivio. Me estaba confundiendo.

—¿De verdad? ¿Entonces por qué me evitas?

—¿Yo te he evitado?

—¡Sí! Te he estado escribiendo tooodos los días por WhatsApp y no contestas. Incluso te he saludado al notarte, pero giras la cara. Pensé que estarías enojado conmigo y me dio vergüenza.

—Nunca utilizo WhatsApp —le aclaré, evitando comentar razones—. Y disculpa, no notaba que me saludabas, de lo contrario hubiese devuelto la seña.

—Vale, entiendo.

Pese a que todo estaba aclarado, ninguno se apartó. En realidad, yo me entretuve haciéndome una coleta en el pelo y ella alisando su falda azul oscura, cuyo color le quedaba fascinante a su silueta y combinaba con sus ojos. Le marcaba el trasero de forma seductora, además. Volví mi vista a donde debía.

Vi en sus manos una carta con un sello circular de una bola de discoteca y supuse que esa era la mencionada invitación.

—¿La invitación era a una fiesta?

—Sí. No tenía idea de a dónde invitarte y a todos les gustan las fiestas.

—Yo no soy parte de ese todos...

—Debí haber reflexionado sobre eso antes, fallo mío.

—... Pero siempre hay excepciones, ¿no?

Ladeó la cabeza y con ello movió sus trencitas.

No tenía ni idea de cómo podría aceptar yo algo así, pero de pronto me surgieron ganas de experimentar algo nuevo. Aunque desde mi perspectiva, una fiesta no era de lo más genial, al contrario: eran fatídicas, como una reunión de borrachos solteros y necesitados. Tampoco quería rechazarla, a decir verdad.

Y como añadidura, supe de que Layla también iría a una fiesta: de ser la misma, tendría que acompañarla.

No volvería a dejarla sola.

—Eh... ¿Entonces irás conmigo?

—Si la invitación sigue en pie, sí.

—¡Claro que sigue en pie! Verás que será divertido dejar de ser un nerd por una noche.

Me sacó una sonrisa amplia. El temporizador arruinó la plática.

—¿De verdad me has puesto ese patético apodo?

—Te pega, y no solo por tus lentes —se puso una mano en el mentón, como pensando—. Aunque los nerds no tienen tatuajes, ni mala leche. Pero no te preocupes, incluso así me caes bien.

—Qué placer me proporciona saber eso.

—Suena turbio que te dé placer algo que yo te diga.

—Era ironía, Sisu.

Hizo una mueca.

—No me gusta mi apodo. Es muy extraño.

—Y a mí no me gusta tu opinión. Es muy innecesaria.

—Pero a ti te pega —repitió.

—Soy de todo, menos un nerd.

—¿Ah, sí?

—Sí.

Enarcó una ceja, dispuesta a debatir.

—Entonces, ¿no sabes cuál es el país que tiene la mayor densidad de población?

—Es Mónaco.

—Eso no lo sabría nadie, ¿te das cuenta?

—Lo vi en un video de YouTube, de casualidad —me defendí.

—Vale, entonces no sabrás responder cuál es la conjetura matemática más famosa que aún no ha sido demostrada.

—La conjetura de Goldbach.

—¿Qué tienes para decir sobre eso?

—Que estudio matemática todas las noches.

Su expresión era comiquísima, tan impactada. Estaba a punto de abrir la boca con asombro como a quien se la meten por detrás.

Bueno, no. Eso no, perdón.

Maldición, debía dejar de copiar las frases de Layla. Odiaba eso.

—A ver —siguió, probando su teoría de que era un nerd—. ¿Cual es la diferencia entre una supernova tipo I y una supernova tipo II?

—Fácil; estuve trabajando en un planetario porque me interesa la astrología —comenté, sin venir a cuento—. Una supernova de tipo I se produce cuando una enana blanca acumula suficiente masa de una estrella compañera y alcanza un límite crítico, mientras que una supernova de tipo II es la explosión de una estrella masiva al final de su ciclo de vida. Esa es la diferencia.

Ahora sí abrió la boca de esa peculiar forma que mencioné.

—¿Quieres casarte conmigo y donarle a mi familia la IQ? —bromeó, riéndose y a la vez intentando creerlo—. Joder, nerd, tus hijos serán como los descendientes de Einstein versión sexys.

—Ya tengo un hijo en casa, no necesito otro.

Hundió el entrecejo.

—¿Qué? ¿Cómo?

—Es mi hermano menor, que yo parezco su padre —aclaré, y soltó el aire que estuvo reteniendo. Pronto me acordé de Nelson. Mierda.

—Ufff, vaya susto. Por un momento creí que sabías de todo menos de condones.

El temporizador volvió a pitar. ¿Habían pasado cinco minutos más? Vaya que esta chica entretenía a cualquiera, y no solo por querer contemplarla.

—Gracias por contestarme las preguntas de mis tareas —comentó de pronto, sonriendo como una santa—. Nos vemos en la fiesta, Nils.

—Espera.

—¿Qué?

Acerqué mi mano a su cabello. Quité una pelusa que tenía y, de paso, sin razón, dejé el cerquillo tras su oreja. Me estaba dando toc ver esa pelusa ahí. Ella pareció nerviosa.

—Ahora sí, nos vemos.

Con un gesto de despedida, sin mucho más que hablar, cada uno se fue por su camino. En el trayecto a mi auto, revisé WhatsApp y leí el montón de mensajes de un número desconocido, cuya foto de perfil era Barbie posando con un vestido verde veraniego en algún jardín lleno de flores.

18 de Enero:

Holaaa, soy Barbie.
Perdón por todo, y ya sé que me he disculpado pero todavía me siento en deuda. No era mi intención hacer algo con las sustancias químicas, lo juro. Ah, y mándale saluditos a Layla de mi parte.

19 de Enero:

¡Buenos días! ¿Es que jamás revisas tu celular o me estás ignorando? Si me estás ignorando, deja de hacerlo para contestarme y decirme que me estás ignorando.

O bueno... creo que eso no tiene mucho sentido.

Da igual.

20 de Enero:

¡Oye, jodido nerd! Siempre te saludo por el campus y me das la ignorada más olímpica que existe. ¿Tan mal nos llevamos ahora? ¡Pero si no te he matado aún! ¡Solo fueron 2 casi-accidentes, no exageres!

20 de Enero:

Ya vaaale, no me gusta ser insistente pero lo soy. Tengo amigos por todas partes, tú no serás la excepción. No me gusta caerte mal, si yo soy agradable como un batido de fresa.

Pd: perdón, de nuevo.

20 de Enero:

¿Al menos podemos salir juntos y hablar de esto?

Tan solo eran esos mensajes, los cuales me sentaron extraño. Normalmente nadie tenía tanto interés en plantear conversaciones conmigo y, de paso, ser mi... ¿amiga? ¿Caerme bien? ¿Por qué alguien querría algo tan agradable conmigo? Entendía que se sintiera mal por mí, pero mucha insistencia confundía.

Y... ¿la merecía?

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¿Cómo te sientes ahora, Nel?

—Como si un rinoceronte aplastara mi cabeza.

—Debe ser horrible.

—Y doloroso, como lo será cuando Messi se retire en el 2026.

—Ah, pero no pienses en eso.

—¿Cómo no pensarlo, muchacho, si Messi es mi ídolo?

Me ofendí escuchando a mi hermano.

—¿Ah, no lo soy yo?

—Tú no eres una pulga.

—Buen punto.

—¡Agh! ¡Ya volvió el dolor!

La migraña de Nelson le obligó a estar en cama durante la tarde, bebiendo mucha agua y quejándose cuando le colocaba compresas frías en la frente. Por mi parte, me causaba pesar verlo de esa forma: sufriendo. Jamás me acostumbraría a tratarlo estando de esa forma.

—¿Papá cuándo volverá?

Y dolía demasiado ser el padre que debía cuidarlo, porque el nuestro ya estaba ocupado en otro país con otras personas de su interés. No era capaz de molestarme sabiendo que la mitad de mi vida dependía de cuidar a mi hermano, sin embargo en el fondo se hacía tan difícil.

Apreté mis labios en una dura línea.

Recordé la última plática que tuve con mi padre. Él, ebrio. Yo, cansado de escucharlo así. Molesto por su actitud y por el hecho de que colgara luego de decirme: lo siento, Nils, me retrasaré pero vas a tener dinero para tus caprichos, no te preocupes.

Su mayor preocupación era el dinero, no nosotros. Ese padre que siquiera se preocupaba por mí había desaparecido hacía años. Entonces el dinero le lloraría cuando falleciera, no yo.

—Me llamó hace un rato, al parecer se retrasará otras semanas.

—Claro que sí, era de esperarse.

—Nel...

—Lo odio —masculló por lo bajo, pero pude escucharle.

Que un niño pequeño hablase sobre odio era motivo de debate. En el fondo podía comprenderlo porque tan solo era un adolescente que necesitaba una figura paternal, alguien que le animase en sus partidos o le preparara sopa caliente cuando enfermara.

Nelson no quería pertenecer a una familia donde solo tuviese un hermano mayor. Nadie quiere eso.

También le faltó ese apoyo maternal que su madre, Helen, no le pudo dar, debido a que se marchó del país hacía unos años porque ya no soportaba los tratos de mi padre, y lamentablemente falleció luego.

Entonces, ¿qué tipo de amor fraternal tuvo Nelson, si ignoro mi existencia?

La etapa donde nos quedamos sin el apoyo de su madre pudo haber sido mi peor etapa, porque amé a Helen como si fuese mi propia madre y me rompió el corazón verla marcharse y dejar todo atrás, pero tuve peores luego de eso. Si para mí fue tan fatídico, me hiere pensar en cómo fue para su verdadero hijo.

—No deberías decir eso —dije, sin embargo, tomando a la hipocresía de la mano por salvar la inocencia de mi hermano—. Miguel hace lo que puede, o eso quiero creer. Odiar... no, esa es una palabra muy dolorosa. Solo ha tenido problemitas en el trabajo. Ser adulto es difícil. Las cosas se arreglarán, ¿está bien?

—¿Y si nos abandona como nuestras mamás?

El corazón se me hizo trizas. Pude escuchar cada pieza romperse en pedazos más pequeños y cortarme como si fuesen cristales afilados.

Era la tecla del piano de mi vida que no debía tocar, y lo hizo sin intenciones.

Supongo que las mujeres de mi vida representaban a ese hermoso rayo que destrozaba todo al descender del oscuro cielo. Y fue lo mismo para mi hermano.

—No te abandonará —y de eso sí estaba seguro—. Mamá jamás habría querido irse, lo sabes. Y él tampoco quiere. Mi madre... ella es un caso diferente, pero estoy mejor sin ella. Y tú eres un niño maravilloso, cualquier padre te desearía en su hogar —limpié las lágrimas que recorrían sus mejillas regordetas—. Estaré contigo mientras papá no está; estaré siempre, lo prometo. Solo no pidas que vuelva rápido.

Él, poco convencido, accedió con la cabeza.

En cuanto el dolor fue nulo, mi hermano cerró los ojos y se quedó dormido. Apagué la luz de su lamparita y salí de casa enseguida, tolerando los dolores de cabeza.

Necesité horas de patinaje por ahí para relajarme.

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Unos dos días en adelante, no me creía que estaba en donde acababa de poner un pie.

Le comenté a Layla sobre la invitación de Barbie y fue ella la que me persuadió a asistir en cuanto quise negarme por no tener idea de qué hacer en una fiesta. Me prometió acompañarme, e incluso se veía más emocionada que yo, ya que canceló la fiesta con sus amigos en cuanto le dije que estaría con Barbie.

Cuando acepté, no había pensado en que no sé bailar, ni el código de vestimenta, ni cómo comportarme en una maldita fiesta.

Fueron esos detallitos que no tuve en cuenta por gilipollas, los que hicieron peor el momento.

Layla estuvo a las diez de la noche dando vueltas por mi habitación y lanzándome en la cara todo lo que debía ponerme. No era para nada mi estilo la chaqueta de cuero, el pantalón bomber negro ni las botas o los anillos de plata, pero a ella le gustaba.

Aunque, aquí entre nosotros: preferiría seguir utilizando mis camisas de cuadritos y los pantalones caquis.

Me quiso quitar los lentes inclusive, hasta que recordó que su mejor amigo era miope y astigmático.

—Odio tu incapacidad, pero tiene un punto positivo: tú no puedes ver cómo de mal está el mundo —intentó bromear en ese momento.

Volviendo al presente...

—¿De verdad estás tenso por esta tontería?

Lay me juzgaba con la mirada, esbozando una sonrisita que le sentaba irónico con su ropa tan dark. Mascaba un chicle y eso me ponía de los nervios porque hacía ruido al explotar la bola; ella estaba consciente de ello y continuaba.

—Jamás he estado en una fiesta, ya te lo dije.

—Ya, capullo, pero conmigo debes acostumbrarte.

—Estoy odiando cada segundo.

—Oye, cambia esa cara. Si Barbie Robbie me hubiese invitado a una fiesta, lo menos que haría sería estar deprimida.

Fue que le sonreí con confusión y me pegué a su oído para susurrarle:

—La única emocionada por verla eres tú, querida hermanita.

—Como para no estarlo...

—¿Te interesa, eh?

—Muchísimo. Y haré que yo también le encante.

De Lay, no me sorprendería. Esa hermosura podía engatusar a las chicas con una facilidad increíble. Era como la ambrosía para los amantes de ella. ¿Cómo Barbie no la notaría?

Entrando a la fiesta que daba lugar en un local cercano al campus, las miradas cayeron de picada en nosotros. No era solo porque a nadie le agradaba tenerme allí, sino porque éramos los únicos idiotas vestidos casual en una fiesta de...

Una fiesta de disfraces.

Maldita sea.

Me giré a una velocidad sorprende a Lay, quien también se dio cuenta de lo mismo y estuvo a punto de reír.

—Genial, ahora además de nerd, Barbie me verá como a un idiota.

No es que me importase su opinión, pero...

Mi compañera se quedó mirando a un punto fijo, mordiéndose el labio inferior inconscientemente. La sonrisa se le reemplazó por un semblante de asombro y, a la vez, embobamiento.

Ni me prestó atención.

Pude haber pronunciado palabra para quejarme de no ser porque giré la cara a donde ella. Me quedé sin saliva por babear mirando a quien no debía. Claro, no tan literal, pero sí es cierto que me fascinó un ondulado cabello y un cerquillo cómico, un vestido blanco plisado pegado a semejante anatomía y abriéndose por el muslo para no dejar nada a la imaginación, unos tacones que delataban altura y la pose casual y elegante de la chica.

Inevitable fue pasear mis ojos por toda ella y saber, casi de forma automática, que quien la tocase podría considerarse un privilegiado.

Se robaba la atención sin necesidad de reflectores. Veía su dulce rostro y tenía idea de que le agradaba eso. Su sonrisa se pronunciaba a cada paso, a cada hojeada a la fiesta a su alrededor y a cada saludo.

No pude dejar de observarla. O mejor dicho: no quise dejar de contemplarla. Fue como si me lanzara un hechizo que me hiciera notar su hermosura y prestarle atención como no pude hacer días antes.

Barbie Robbie se disfrazó de Marilyn Monroe.

La adolescente catalogada como la más parecida a una muñeca por su belleza, disfrazada de la mujer más cautivadora de la primera mitad del siglo XX.

Era demasiado para la vista de cualquiera. Incluso la mía propia, que no se dejaba engatuzar por cualquiera.

Pero ella no era cualquiera.

Barbie saludaba a cada persona que veía. Piratas que observaban su figura como fieras teniendo en la mira a su tesoro, diablas que halagaban su precioso atuendo que incitaba a pecar o, por el contrario, envidiándole hasta el tono de cabello; superhéroes intentando sacarle charla y entre otros disfrazados que no la dejaban en paz. Ella se reía de eso con gracia.

No tengo idea de en qué momento se separó de ellos para acercarse a nosotros, clavando sus ojazos en ambos como si le causáramos una intriga increíble. Ya no parecía esa chica torpe como antes, hasta que se tropezó con los tacones y volvió a caminar como si nada.

Me ensanchó la sonrisa.

—Te ves guapísima —le comentó Layla con velocidad, que sin disimular vaciló todo su físico.

—Gracias, linda.

Barbie hizo el intento de guiñar el ojo y fracasó. Evité reírme de ella. Luego, omití el hecho de que ambas chicas se vieron fijamente con una fiereza —de la erótica— en sus ojos. Por supuesto, hasta que la chica pasó a observarme a mí.

—¿Por qué no venís disfrazados?

—No sabíamos que había que venir así, Sisu.

—Tan inteligente para unas cosas y tan tonto para otras... ¿No leíste mi mensaje, señorito?

—No.

—Espectacular.

Vi sus iris azules, eléctricos, como la imagen de un rayo.

—Sí, espectacular.

Hubo un minuto de silencio porque la música, que hasta ahora había sido lenta, cambió a una que causó el empegostamiento y morreo de las parejas. Puse una mueca por el horrendo sonido que a la mayoría le gustaba.

El reggaetón debía ser considerado como terrorismo urbano reciclado. Y asqueroso. E innecesario.

Layla se acercó a Barbie con una evidente coquetería, dispuesta a posar sus manos en ella. Me pregunté si debía alejarme y dejarlas solas.

—Ésta es una de mis canciones favoritas —le comentó.

—Oh, sí, también me encanta. Aunque soy más de escuchar canciones románticas o en inglés, ¿sabes?

A cambio de mí, a Layla no pareció importarle mucho.

—Bueno... —le soltó, como si ignorara lo dicho—. ¿Y si bailamos un poco, muñeca?

—Mhm...

Barbie pareció incómoda en ese instante. Antes sí parecía interesada, sin embargo no le parecía agradar ahora la idea de acercarse de más. El tono sugerente de Layla le avisó de que el baile no sería específicamente uno muy calmado, por tanto sonreí al ver su nerviosismo. Vi el debate entre negarse y aceptar para pasar un buen rato.

—Creo que el baile debería ser luego —intervine, y para mi sorpresa Barbie me lanzó varios gracias con la mirada—. Sisu, ¿no teníamos algo que hacer...?

—Oh, sí, cierto. Luego bailaremos, Layla.

—¿Qué escondéis? —mi mejor amiga se lo tomó a broma, sin darse cuenta de lo incómodo.

—Nada, no te preocupes. No te robaré a tu mejor amigo, por si eso crees.

—Tranquila, sé que no.

Y vaya que lo sabía.

Layla me echó una mirada que no supe descifrar. Cuando quería, podía ser muy obvia o muy impredecible. En ese instante, fue lo segundo al marcharse sin mirarnos. No parecía molesta, al menos.

Teniéndola lejos, Barbie me tomó de la mano sin previo aviso. Los de nuestro alrededor cuchicheaban y estoy seguro de que más de un flash nos robó la visión. Me terminó guiando hasta una zona menos concurrida, en específico el segundo piso. Mentalmente lo agradecí. Estando ahí no me verían con ella.

—Se supone que las fiestas se pasan en grande abajo, ¿no?

—Ya lo sabía, Sherlock.

—¿Si lo sabes por qué me has arrastrado aquí?

Enrojeció un poco por vergüenza cuando, con miedo de que me burlara, se confesó:

—No sé bailar y no quiero que me obliguen a hacerlo. Siempre intentan llevarme a la pista esos... idiotas que quieren frotarse contra mi trasero.

—Yo tampoco sé bailar. ¿Entonces qué hacemos en una fiesta?

Se encogió de hombros y adoptó una postura relajada. Apoyó sus codos en la baranda que nos permitía ver hacia abajo, la zona de fiesta. Increíble cómo éramos los únicos arriba.

—Amo las fiestas. Es genial estar rodeada de tantas personas, beber un poco, jugar cosas locas, las selfies... Pero me escapo de esos momentos cada que me piden un baile porque no quiero parecer un pez fuera del agua. Llevo horas aquí y te juro que ya se me acabaron las excusas para no bailar.

—Adivino: has dicho que bailar contigo es como dominar a un pulpo enfadado.

—¿Cómo lo supiste?

—Es una excusa creativa que vi por internet. Así que bailar contigo es imposible, ¿eh?

—Y tanto, si mi coordinación es inexistente.

Solía ser parlanchina en cuanto se sentía cómoda con el ambiente. Me di cuenta desde ese instante.

—Es la primera vez que vengo a una fiesta, así que no sé de qué va todo este rollo —confesé—. Ni siquiera se siente tan genial como me prometió Layla.

—Layla... ¿Ella es tu novia?

Noté el interés por mi respuesta. Apoyé mis codos en donde mismo ella, a una distancia acorde. No adivino aún si lo hice porque daba una vista espectacular a su rostro —y su trasero— o por comodidad.

—Es mi mejor amiga desde hace tiempo.

—Vaya, menos mal, porque ya me estaba sintiendo mal por lo de antes.

—Notaste que le interesas.

—Sí, pero no es algo que yo pueda corresponder aunque ella sea tan linda. No tengo idea de cómo a ti no te gusta.

—Soy incapaz de verla románticamente. Sería como liarme con una hermana: un asco. ¿Y tú? ¿Tienes otro objetivo y por eso no la tomas en cuenta?

—No, en realidad no. Estoy casada con la soltería.

—Lástima que la soltería te fue infiel conmigo.

—Bah. Hasta la soltería encuentra parejas.

—Pero si tú podrías conquistar a cualquiera en este mundo, Sisu.

—Ya, pero solo con mi físico.

Decidimos sentarnos en unos sofás negros que encontramos y encender la luz de ese pasillo, o lo que sea que fuese. Frente a nosotros había una botella de alcohol cerrada y la reacción fue mirarnos.

—Adivino: no has bebido en tu puta vida.

—Lo he hecho bastante —defendí—, pero no soy un fanático. El alcohol ahora me da asco.

—¿No te sería una molestia tomar unos tragos?

Aburrido, hice un sonido ronco con mi garganta para informar que no sería un inconveniente. ¿Hacía cuánto no tomaba? Oh, cierto, desde que dejé mi antigua vida. Barbie me llevaría al lado malvado, lo supe cuando destapó la botella de lo que reconocimos como whisky.

—Juguemos a verdad o reto —propuso, con la sonrisa endiablada—. Si no contestas o no cumples, beberás todo un trago.

—¿Nosotros dos solos?

—Ya me aburrí de estar con tanta gente, me va a entretener más jugar con un nerd. Aunque no creo que tengas mucho interesante que confesar o hacer, la verdad.

—Empiezo yo, entonces. ¿Verdad o reto?

Ella subió una pierna encima de otra, revelando el trozo de muslo que se asomaba por el corte del vestido. Lejos de verse como una chica presumida y artificial como la visualicé sin haber hablado con ella, se veía descuidada con el cabello un poco regado y contentísima.

Se veía mil veces más atractiva.

—Verdad, porque por ahora no me fío de ti.

—¿Cuál fue la verdadera razón por la cual me invitaste aquí, Barbie?

Pareció estar procesando la cuestión.

—Ya te lo dije: porque me sentí mal por cómo me comporté.

—¿Se te olvida quién soy, Sisu? —le pregunté, y no entendí su cara de espanto si estuve utilizando mi tono más amigable—. Soy el número uno en los seis escalafones de nuestra universidad. Tengo las neuronas suficientes como para saber que alguien como tú no se querría acercar a alguien como yo.

Ella se echó a reír por lo bajo, comprendiendo. Por mi parte, hundí el entrecejo.

—Lo acepto, no fue tan solo por eso —pronunció—, pero tampoco digas que no me querría acercar a ti. Planeaba dejarte en paz para no seguir molestándote, aunque luego... pensé en ti cuando tuve un problemita.

La decepción de tener la razón paseó por mi rostro, agarrada de la mano con la curiosidad.

—¿Qué necesitas?

—He reprobado química y matemática —susurró, como si fuese un secreto de estado. Su cara de preocupación lo expresó todo—. Leo, el profesor de química, como castigo por la explosión, me cambió la prueba el año pasado a una más difícil y la reprobé. Y... de matemáticas no entiendo nada. Y se acercan las nuevas pruebas.

Pillé enseguida por dónde iban los tiros.

—Supongo que lo que quieres es que haga el papel de profesor.

—Si no es molestia, lo agradecería. Eres el nerd de la universidad, no veo mejor persona para pedírselo. Además, sabes tenerme paciencia.

—Créeme, guardo provisiones de paciencia para lidiar contigo —bromeé.

—¿Puedo llamarte profe a partir de ahora, entonces?

—Prefiero seguir siendo el desconocido nerd al que atormentas, pero sí, te ayudaré. Con una condición, claro.

Se estiró en el asiento y acarició su cerquillo. Como buen observador, supe que era una manía suya.

—¿Qué condición, Nils?

—Yo seré tu profesor si aceptas ser la niñera de mi hermano. A veces debo dejarlo solo en casa, y viviendo en ese barrio no me da buena espina hacerlo.

Barbie tendió una mano y yo la acepté. Cerramos el trato.

—Vale, me apunto.

Eso de darle clases iba a ser el rumbo interesante que daría mi monótona existencia. De paso, pensé que de seguro a Nelson le encantaría conocerla, porque apostaría que sentiría comodidad a su lado, justo como yo.

Fue el turno de la rubia bonita y se inclinó a mí para interrogar, como probando mi próxima respuesta.

—Nerd, ¿verdad o reto?

—Reto.

—Bésame.

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