⚡️ Capítulo 8 ⚡️

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

Un sueño no es lo que ves mientras duermes, es lo que no te deja dormir

Francisco de Quevedo.

⚡️🎀⚡️🎀⚡️🎀⚡️

Nils Sheldon

    La tenía de frente y lo único que podía hacer era paralizarme de la forma más tormentosa y fiel al asombro posible. Algún día le llamé enamoramiento a esa sensación de no poder moverme por estar obligado a contemplarla sin entretenimientos.

Mi corazón daba acelerones, como si ese jodido enamoramiento no se hubiese separado de mis sentimientos después de todo, y mis dedos repiqueteaban en el colchón por no poder satisfacerme acariciándola.

Quería pasar mis dedos por sus cabellos rubios desenfadados. Tal vez hacer un moño con los mismos en mi mano y jalar para darnos placer.

Quería dar un paseo por su cuerpo curvilíneo con mis manos, sobretodo por sus senos. Tal vez apretarlos y volverlos mío otra vez.

Necesitaba sentir su calor. Podía percibir cómo ella miraba las rosas en mi mano, parada frente a mí: con emoción y unos toques de aprecio. En cambio a mí, no parecía necesitar siquiera sentirme o contemplarme.

Estado sentado en la cama, tuve deseos de tomar su cintura y jalarla hacia mí para besarla. Necesitaba tenerla. Un Nils ingenuo sonreía con un embobamiento casi infantil. La chica cada vez se mostraba menos expresiva en cuanto a la felicidad que debió brindarle el ambiente que le preparé.

—¿Sucede algo?

—Nils... todo esto es mentira. No puedo continuar.

—¿Cómo?

—Yo... te odio.

Entonces todo se volvió negro. Simplemente sucedió. Aros negros flotando se reflejaron y agrandaron por la habitación hasta unirse y crear un círculo oscuro que arrasó incluso con la luz de las velas aromáticas.

Dejé de escuchar la voz de la chica, pero grité su nombre. Recuerdo, en realidad, haberlo gritado durante días, semanas, incluso meses. Y sabía que el sueño donde, sin ser de terror, mi mente sufría psicológicamente, finalizaría cuando la iluminación de la habitación volviese y viera a esa chica.

Ésta vez se encontraba desnuda y llorando tanto que parecía una víctima miserable de algún horror.

Toda belleza desaparecía de su rostro a cada lágrima. No porque llorar la hiciese fea o su cuerpo como Dios la trajo al mundo no fuese perfecto, sino porque comencé a verla distinto.

Ya no sentía nada.

Y ella solo parecía sentir desprecio por mí.

Ya no era la chica que creí conocer y admirar. ¿Dónde habría quedado ella? ¿Tal vez en el corazón de otro? Resultó ser similar a cuando se baja el telón, dándole paso a un detestable show y revelando que tus expectativas no pertenecían más que a tu mente. La obra detrás siempre fue subestimada por ti.

Estuve proporcionándole una expectativa demasiado elevada a alguien que jamás la lograría alcanzar.

El final de esta pesadilla terminó con la última sonrisa de la rubia. Gritó luego con dolor fingido una palabra que rompió mi corazón.

Odié su sonrisa como la de ninguna otra despreciable mujer.

Pese a lo relajado que fue ese sueño en comparación a los demás, desperté sudando y con el corazón acelerado. Tuve que colocarme una mano en el pecho. Para mí sí que fue una pesadilla. Y una que me hizo soltar una lágrima de impotencia.

¿Por qué tenía que ser ella quien se apoderara de mis sueños, si ya se había apoderado de todo lo que pude darle?

¿Por qué tenía que ser Miley?

Claro está que desperté con un pésimo humor, de esos que me hacían desear volver a la cama y no despertar. Incluso Nelson notó este cambio cuando lo regañé de más por verle devorándose los chocolatitos que prometió no comer antes del almuerzo. Almuerzo que, por cierto, no había hecho. Maldición.

—¡Ya te dije que los chocolates cobraron vida y se metieron en mi boca!

El chillido de Nelson y su mano intentando arrebatarme el paquete mostraban su insistencia.

—¿Ah, sí? Entonces pídele a las verduras que hagan lo mismo.

—¡Niiiils! ¡Por favor, tenme piedad! ¡Déjame unos cuantos!

—No.

—Venga, yo te los compro.

—¿Con qué dinero, renacuajo?

—Con el tuyo.

—No. Y no se discute.

—¿Acaso envidias que yo sea gordito?

—Solo cuido tu salud y que no tengas caries. De nada.

—Me vengaré, lo juro.

Guardé los jodidos chocolates en el enano refri de mi habitación. Ahí solía dejar las bebidas de Lay, lo que Nelson no podía devorar continuamente y mis batidos de chocolate para que nadie me los robara.

En cuanto volví a la cocina, todavía bostezando y acomodándome el pijama, mi celular avisó varias notificaciones a la vez. Wow, ese día fui solicitado en Email.

Miguel:

Buenos días, Nils. Espero que estés cuidando bien de Nelson. Lamento decirte que demoraré más de lo pensado, ya que mi jefe pretende quedarse en Japón por un tiempo y no me ha permitido el intercambio con otro empleado. Debo quedarme. Mándale saludos a tu hermano y coméntale que le llevaré regalos. Te quiere, papá.

El primer mensaje parecía escrito por algún presidente obligado a dictaminar un tedioso papelito formal.

El segundo, ya me cambió el rostro. Me vi al espejo luego de leer y supe que mi inexpresividad se convirtió en cierta emoción.

Sisu:

Neeeeerd, hola. Ya sé que me ibas a escribir tú primero, pero soy impaciente. ¿Podrías decirme cuándo podremos quedar?

P.D: No lo pregunté antes... ¿Tu hermano es de esos introvertidos como tú o más extrovertido? Es que debo prepararme mentalmente para tratar con él siendo un niño. De por sí no soporto a los niños.

Volteando a ver cómo Nelson se colocaba los audífonos en la cabeza, de seguro reproduciendo algún opening de anime, y se marchaba a su habitación con el control de videojuego en mano, pude responderle a Barbie.

Sisu, hoy mismo pasaré a buscarte en el campus para la primera clase. Ya mañana vendrás a soportar a mi SÚPER INTROVERTIDO hermanito.

Ay, qué formal eres por mensajito.

En fin... te quiero aquí en el campus en 4 horas.

Vale.

Vale.

... No demores.

Y si hablamos del tercer mensaje que recibí, aquel que ignoré por entretenerme respondiéndole a la rubia bonita, éste le pertenecía a un número desconocido, el cual me había estado llamando con mucha insistencia.

Lo que me faltaba.

Esa maldita volvía a escribirme.

Nils, por favor, responde mis llamadas. Por favor. Necesito redimirme con todo lo que te hice. La culpa me ha carcomido durante tanto; es como sufrir sabiendo que el verdadero infierno he sido yo. Me han informado que piensas que fuiste increíble hasta que te corrompí. Dudo que sea cierto. Amor, mejor que yo nadie te conoce: eres perfecto, increíble, el mejor entre todos. Y me arrepiento de haberte tratado como si no fueses todo aquello.

Perdón por haberte hecho esto. Te he escrito cartas, he intentado comunicarme por llamadas, y ahora por mensajes. No me siento preparada para volver a verte, lo admito. Me pregunto cómo eres ahora; te imagino igual de guapo. Y desearía verte, disfrutar del tiempo que desperdiciamos. Respeto que no lo quieras tú, aunque...

No es tarde para que aprendas a amarme de nuevo.

Porque sé que también sueñas con nuestro rencuentro, ¿o no?

Al instante bloqueé el número.

⚡️🎀⚡️🎀⚡️🎀⚡️

La situación era ilógica.

Si todos los que creían que Barbie era perfecta la vieran comiéndose la cabeza por un sencillo ejercicio de matemáticas, lo meditarían dos y tres veces.

Cuando la rubia bonita montó en mi auto para que la trajera a la cafetería —por tener un lugar cómodo para estudiar— no me hice una idea de cuánta paciencia necesitaría.

Y ahora ella estaba a mi lado, bebiendo un batido de fresa, observando el libro en la mesa y pensando en que el ejercicio que le pedí resolver era muy difícil.

Finalmente, Sisu suspiró y su atención pasó a mí, permitiéndome un descanso para dejar de contemplarla. Tenía algo que capturaba mi atención de vez en cuando, y no solo cuando se volteaba y podía verle el tras... hermoso pantalón.

—No sé hacer esto —renunció, apartando el libro con dignidad.

Vale, no pensé que el asunto fuese tan grave.

Encontré tiempo de decirle lo próximo sin sonar muy acosador:

—Cada vez que se te da mal algo, te enojas. Te sucede en las materias de números, cuando quedas mal en alguna foto o, sin ir más lejos, en cuanto te vuelves torpe y tropiezas.

Lo último fue una indirecta a las veces que me pisoteó las botas por estar distraída viendo cualquier bobería y tropezaba conmigo, o resbalaba y se agarraba de mi cuerpo como si yo fuese un poste con patas.

—Me da miedo que sepas esos detalles de mí.

—¿Miedo?

—Sí, miedo. Puedes ser un acosador que me observa de lejos todo el día, en realidad.

—Ten por seguro que de ser un acosador, lo sería con Messi, no contigo.

—¿Por qué conmigo no? —ahora parecía insultada. ¿Quién entendía a las mujeres?

—Porque no tienes ocho balones de oro.

—Pero tengo un brazalete de oro.

—Ni de asomo.

Acomodó su cabello largo y rubio que estaba suelto, en lo que yo tomaba el libro y le arrancaba el lápiz de la mano.

—Vas a ver lo fácil que es esto.

Minutos después, retiré lo dicho.

Fue difícil hacerle pillar la manera de resolver el ejercicio.

Y eso que era un ejercicio de treinta que debía aprender a hacer.

No es que fuese tonta —aunque lo era un poquito—, ya que había husmeado sus calificaciones con ayuda del profesor Leo, de química, y eran promedios en las asignaturas de letras; sino que le daba un poco igual lo que no fuese cuidar su cuerpo. En cuanto a las materias de números... no suspendía todas por un milagro de Yisus.

O tal vez sí era cierto que sobornaba a esos profesores con donas.

Tuve una explicación razonable para su situación basándome en las veces que le di clases a algunos compañeros de mi salón: su problema era un grave déficit de atención. Se aburría rápido cuando algo no era de su interés y dejaba de prestar atención. Luego, no podía centrarse por mucho que lo deseara. Siguiendo esa teoría, probé varios métodos hasta ganar su comprensión.

—¿Ahora entiendes? —interrogué, con la frente goteándome. Ni siquiera los actores porno luego de grabar sudaban más que yo en ese instante—. Dime que sí, Sisu, por favor.

—Entendí —prometió—. ¿Eso era todo? ¿Ya podemos irnos?

Mi primera reacción fue de alivio, la segunda...

—¿Irnos?

Me eché a reír a carcajadas como nunca, incluso llegando al límite de tocar mi barriga por el dolor.

—Irnos... Qué chiste tan bueno.

—No era un chi...

—Graciosita, todavía nos falta resolver veintinueve ejercicios.

—¡No me jodas, Nils!

—Oh, claro que te jodo. Tú decidiste entrar a la universidad.

—En realidad, mi padre me obligó, sino ya estaría...

—¿Viviendo bajo un puente y preguntándote por qué no seguiste estudiando?

—...Utilizando mi tiempo en algo más divertido.

—¿Cómo qué?

La sonrisa coqueta me hizo tragar saliva.

—Como preparar una cita para ambos en vez de estar aquí estudiando.

—Mejor céntrate en estudiar, Sisu.

Luego de tres exhaustas horas, llegamos a la conclusión de que yo necesitaría mucha paciencia con ella y ella tendría que eliminar sus tardes de spa para estudiar conmigo toda la vida.

Yo no me quejé por estar tanto tiempo ahí, he de admitir. Al contrario. Se sintió agradable, ya que a cada rato me hacía reír con alguna tontería y el juego consistía en intentar que no me entretuviese con su belleza o comentarios.

—Explicas bien, pese a todo.

Íbamos caminando al auto porque la llevaría al campus. Era sábado y yo tendría que ir de inmediato a casa con Nelson, pues no podía dejarlo solo por más tiempo sin cuidar de que no se quedara pegado a su computador como el obsesionado que era.

Algún día ese niño lloraría en códigos y comería teclas. Tenía cien pruebas y cero dudas.

—Antes de que entraras a la universidad, yo me ocupaba de darle clases a mi curso —le conté, quién sabe por qué—. Los profesores veían potencial en mí y confiaban en que, cuando no podían asistir, yo daría las clases con la misma calidad que ellos. Querían que fuese profesor al graduarme, tanto que me lo planteé.

—Oh... ¡Cuéntame sobre eso!

Me agradó, en automático, el hecho de notar su interés en algo que tuviese que ver conmigo.

Una de mis virtudes, o tal vez defectos, era que, en efecto, era sobradamente inteligente y perspicaz. Según varios test de inteligencia, me encontraba por encima del promedio con una puntuación bastante sorprendente. No me disgustó jamás alardear un poco sobre ello y supongo que aquello me hizo notar entre los profesores.

—¿Y por qué dejaste de dar clases?

Si mi vida hubiese sido un piano, ella acababa de tocar la tecla incorrecta.

—¿No has escuchado los rumores sobre mí?

—No...

—Lo dudo mucho. Eres la popular, por ley deberías saber sobre el que fue popular antes que tú llegaras.

—No estoy al tanto de los chismes de personas que no conozco —de pronto abrió mucho los ojos—. Espera, ¿tú fuiste popular?

—Lamentablemente, sí.

—¿En tu pequeño club de lectura, no?

—No tengo club de lectura.

—¿Entonces cómo o por qué fuiste famoso? ¿Por ser un fuckboy? No, no te imagino siéndolo.

—Un poco lo fui, lo admito.

—Joder, ¿por qué no te conocí en ese momento?

—¿Te gustan los fuckboys?

—No, pero he tenido historia con ellos.

Ya estábamos montándonos en el auto negro, ese que por incitación de Nelson llené de algunas pegatinas, cuando encendí el estéreo para reproducir una melodía de piano. De copiloto, Sisu enarcó una ceja.

—¿Te gusta esa música?

—¿No se nota? La amo más que a mi reproductor de discos compactos.

—¿Tu qué?

—Reproductor de CD.

—¡Oh, la cosa que utilizan los viejos!

—Los viejos y yo —rectifiqué, gracioso—. Deberías tenerme un poco más de respeto por ser tu profesor, Barbie.

Emprendí marcha por la carretera.

—Oye, nerd, dos cosas. Una: no me has respondido mi pregunta de por qué fuiste popular; y dos: necesito que me lleves a otro lugar.

Tuve la oportunidad perfecta para quitarme de encima el hecho de tener que responder su pregunta, y la tomé.

—Te llevaré a ese lugar si me prometes que no indagarás sobre mí con nadie y respetarás que no te quiera contestar tus dudas.

Sus cejas se bajaron e hizo una mueca de desagrado al arrugar la nariz. Yo, por mi parte, quité una mano del volante para acomodarme los jodidos lentes. Esos se caían tanto como la dignidad de quien regresa con su ex.

—Eso es pedir mucho, señorito.

—Es mi única oferta, señorita.

En el fondo sabía que yo le daba igual como persona porque nos acabábamos de conocer, pero que se fastidiara porque la orillaba a no saber nada de mí decía lo contrario. Ella miró su reloj y bufó, decidiéndose sobre qué elegir como si la vida dependiera de ello.

—Está bien, acepto. Pero... ¿sabes que podría solo mentir diciendo que no pregunto sobre ti, no?

—Confiaré en ti y no querrás arruinar eso.
¿Adónde quieres que te lleve?

—Aquí.

Me tendió la entrada de un cine y la curioseé. Conocía el camino porque, además de que era el más famoso de por ahí, fui varias veces con mis padres y tíos cuando niño y me la pasaba mirando por la ventanilla del auto para recordar cada detalle de los alrededores.

El recuerdo se tornó agrio luego de sonreírle a la nada pensando en momentos felices donde participaban mi madre y mi tía.

Más tarde, pude detener el automóvil y echarle una hojeada al ambiente tras la ventanilla. Sisu pareció ansiosa mientras repasaba la grandeza del local y los letreros brillantes que poseía.

—Y... llegamos.

—¡Gracias, gracias! Estaré aquí en menos de cinco minutos. O eso espero.

—No hay apuro. Esperaré.

A juzgar por cómo nos comportamos el primer día que entablamos conversación, ahora parecía que nos llevábamos bien.

Aburrido, decidí enviarle un mensaje a Layla. Acudía a su persona para contarle anécdotas de mi día, pasarle los apuntes o asesinar mi aburrimiento cuando no tenía libros a mi alcance.

¿Podemos quedar en la noche para jugar videojuegos con Nelson? Asombrosamente, esta pregunta no te la hago porque él preguntó por ti, sino por voluntad propia.

Woooow, capullo, ¿pero qué te ha pasado? ¿Tú escribiéndome a estas horas? ¿Es que no estás patinando por ahí?

P.D.: Y sí, acepto a ir mientras me brindes comida.

Hoy he estado ocupado y no salí a patinar, en realidad.

Cuéntame el chisme, que sé que hay.
¿En qué fogata estás metiendo el palo?

¡Serás guarra, mujer!

¡Cuéntame, hombre!

He estado saliendo con Barbie, tonta. Y justo ahora estoy afuera del cine, esperándola para llevarla al campus.

Oh, qué decepción.
Creí que dejarías de ser virgen, ¿sabes?
Pero veo que estás... jodido.
Barbie no es la fogata, es el maldito infierno.

No soy virgen y...
Sobre lo del infierno, ¿lo dices en el sentido de que es malvada?

No te hagas el inocente. Lo digo en el sentido de que está buenísima y calienta con verla.

No seas sucia hablando de ella.

Es lo que me queda cuando no puedo ser sucia hablando con ella. Además, tú quédate Yeison, porque sé cómo le miras el
trasero.

Dejé de escribirle por dos obvias razones: La primera es que la conversación me estuvo resultando incómoda y la segunda fue porque se acercaba Barbie al auto en pocos minutos. Varios adultos y adolescentes volteaban a verla mientras corría por la acera. Fui consciente de que la razón se nombraba llovizna repentina que mojaría su carísima ropa.

Jamás fui tan consciente de cuánto llamaba la atención en un lugar rodeado de tantas personas. Ni siquiera en aquella fiesta. Los demás, incluso antes de correr por la llovizna o abrir sus paraguas, se quedaban quietos para verla pasar.

Yo podría haber sido de esos. Su belleza era obvia, así como cuán tentadora resultaba. Me quedé admirándola unos instantes con la sonrisa que se me formó sola, tal como a ella, pero la suya se desvaneció enseguida.

¿Cómo Layla solo podía recalcar que estaba buenísima sin hablar antes de su sonrisa? Era una muestra de que ella veía a Barbie como la muñeca que parecía. Y eso era algo que comencé a detestar en silencio.

—¡Joder, Nils, ábreme!

Enseguida dejé de repasarla para centrarme.

La puerta del auto seguía cerrada, por tanto ella seguía empapándose ahí fuera. Error mío. Con un gesto expresivo de disculpa y vergüenza le abrí.

—Ups.

Dejó caer el agua en el asiento al plantar el trasero.

—¿Te gusta ver mojadas a las chicas, o qué, idiota?

—A veces sí, aunque normalmente cuando otras se mojan por mi culpa no se quejan.

—¡No seas pervertido, que ese no es tu rol!

—¿Es que tú puedes ser lo que quieras ser y yo no?

Con su bolso, me intentó golpear el pecho. Corrección: lo hizo, pero fue tan suave que prácticamente no se sintió. Luego pareció inofensiva de nuevo.

—No hagas referencias sobre mi nombre justo ahora.

Un aura de ira se instaló en su cuerpecito, dejándome la intriga de qué había tras ese comentario. Parece que al recordar algo, la felicidad se le borró del rostro.

Comencé a manejar hasta mi casa, pero ni se dio cuenta.

—Cuéntame qué pasó con tu nombre ahora.

—¡Pues lo peor! —explotó, como si hubiese esperado esa incitación para desahogarse—. Entré a ese jodido cine y ¿adivina qué? Cuando encontré a ese chico al que buscaba, del cual no recuerdo su nombre, se burló del mío porque decía que era muy esquizofrénico y egocéntrico de mi parte llamarme a mí misma Barbie...

—Respira, que tu temperamento da asco...

—... ¿Y sabes lo peor? Vi a una señora a su lado y al preguntarle: ¿ella es tu mamá?; el imbécil me contestó: mamá' la que me deberías dar. ¡Qué puto asco me dio, Nils!

Aguanté la carcajada como un campeón, hasta que como bombas americanas estallé. La forma en la que lo contaba era tan rencorosa que parecía estar hablando de quien le limó mal las uñas.

Terminada mi burla, ella, tiritando del frío, también cedió a reírse tras descubrir mi risa contagiosa y extraña. Admito hacer ruidos raros al hacerlo. Ya centrados, pillé la decepción en sus ojos cuando cesó la gracia.

—¿Puedes decirme por qué querías ver a ese imbécil?

—Imbécil que me dejó mala impresión de las palabras cubanas —añadió.

—No todos los cubanos dicen palabrotas, generalizadora... ¿Y entonces por qué lo buscabas?

—Pues... Es un tema raro. Ya que insistes, te cuento. Estoy en una misión: Hermperdi.

—¿Contexto?

—Estoy buscando a mi hermano perdido, ¿recuerdas? Creí que podría ser ese chico, ya que algunas pistas lo indicaban. Pero no soy detective, no creí que tuviese nacionalidad cubana. Fracasé en eso.

—Oh, sigues con eso.

Me quité el abrigo y le insté a ponérselo para que dejase de temblar. Estuvo un rato distante en sus pensamientos. Luego, empezó a sacar temas diferentes para animar el ambiente. Fijó su vista en la ventanilla, analizando que no estábamos ni mínimamente cerca de la universidad.

A los segundos, preguntó:

—¿Por qué te has detenido en este edificio tan terrorífico?

—Aquí es donde vivo.

—Ah, quise decir que es muy hermosito...

—No, tranquila, a mí también me asusta, pero ya estoy por mudarme a otro lugar y me da igual.

Dejé el auto en el garaje, pero no hizo interrogatorios. Dentro de mi piso, lo primero que hice fue introducirme a la habitación y buscar una sudadera y unos shorts para llevárselos a la rubia bonita que esperaba en el salón.

La encontré convirtiéndose en gelatina por el frío.

En ese instante, podríamos haber recreado una escena de película donde el chico le brindaba abrigo a la chica, luego se veían a los ojos y se sonreían para comenzar un shippeo inofensivo, de no ser porque quitaron la corriente justo cuando ella sonrió.

Y eso de estar sin luz no es romantizado ni en las películas africanas.

—Mierda —mascullé.

Debía empezar a acostumbrarme a hablar en mejor tono ahora que vivía solo con un niño, ¿no?

Apunté con la linterna del celular a su cara y me maldijo de formas distintas y divertidas, pero sin ser borde.

—¿Por qué me has traído a tu casa, nerd? —alzó y subió las cejas, graciosita.

—Es mejor pasar la lluvia aquí. La universidad no queda tan cerca. ¿Te incomoda esto?

—Nop. Está bien. ¿Pero... y si llueve hasta la noche?

—Dormirás en mi cama, en ese caso.

Esbocé una sonrisa altanera tras notar su sonrojo notorio.

—¿Contigo?

—No. Ya quisieras.

—Ya quisieras tú.

—¿Yo? No, gracias.

—Ajá, ajá.

—Deberías darte un baño caliente y ponerte esta ropa.

—Nils, no me pondré eso.

—¿Por qué, mi reina? ¿Porque no vale millones?

Mi broma le hizo rodar los ojos, hasta dejarla esbozando una sonrisa.

—Porque es de hombre, ¿no es obvio?

—Ah, tiene sentido.

Vimos por la ventana. Ella, tras darse cuenta de que la llovizna no cesaría, e impulsada por mi acto de pegarme a ella con la ropa en manos, accedió a ponérsela. Tocó el momento de dirigirse hacia el baño.

Abrí la puerta para mostrarle, y dentro hallamos a Nelson cantando Bad Blood de Taylor Swift con un micrófono imaginario frente al espejo. Su expresión fue de desconcierto puro al ser pillado.

—¿Qué...? ¿Qué hace una tipa aquí?

—Ella es una amiga, se llama Sisu.

—Me llamo Barbie Mary Robbie Jun, no Sisu.

—Me parece que he visto tu cara en otra parte...

—No lo creo. Siempre la he tenido en el mismo lugar.

—Ahh, ya te recuerdo —Nel enarcó una ceja—. Tú eres la hermana de la niña rata.

—¿Niña rata? —Sisu no comprendió, pero aún así se ofendió antes de pillarlo—. ¿Hablas de mi hermana Adrianna?

—Sí. Le decimos niña rata en el grupo de deporte porque siempre lleva un collar de perlas.

Ambos, al escuchar el sinsentido, pusimos una cara rara.

Sin dudas los niños de esa generación necesitaban dejar de quemar materia gris jugando porquerías en el celular.

—¿Y qué tiene que ver una rata con eso?

—No sé —se encogió de hombros, guardándose el micrófono imaginario que en realidad era un peine—. ¿Te quedarás a dormir, rubia? Mi hermano ronca, desde ya te aviso. Y los condones están en... ah, sí, en la última gaveta de su mesita. Y la vaselina...

—Ya cállate un ratito —interrumpí—. Barbie necesita bañarse. Sal de ahí, enano, sal.

—Agh, ni que tú me mandaras.

—A Pekín te voy a mandar si no te apartas.

Se cruzó de brazos. Maldito niño. Me retó con la mirada.

—Capullo.

—Enano.

—Orangután.

—Nelson, sal.

—Nils, azúcar.

A los segundos, por fin Sisu pudo entrar al baño, un tanto avergonzada. Yo, por mi parte, obligué a Nelson a tomar asiento en el sofá rojo del salón.

Siempre ganaba la batalla de miradas.

Físicamente, el pequeño Sheldon era parecido a mí, por tanto verlo era contemplar una copia mía en versión minion. Tenía el cabello castaño y mi nariz aguileña, como otros rasgos, siendo los ojos marrones la única diferencia facial. En cuanto a la mentalidad, había tanto para comparar...

—¿Cuándo te volvieron a gustar las rubias, Nils?

Me encogí de hombros.

—Son atractivas, pero Barbie no me gusta, si es lo que insinúas.

—Todavía no, dirás.

Éste niño sabía cosas.

—¿Qué pasa? —interrogué, con aire divertido—. ¿Te cae bien?

—Más o menos. Solo quería saber si iba a ser mi cuñada, porque me dijeron que era ilegal ser novio de la hermana de mi cuñada.

Retiro lo dicho. Él no sabía cosas: se las inventaba.

—A ver, eso no es cierto.

—¿Ah, no?

Agregué seriedad, como si tuviese su poca edad mental y ese fuese tema crucialmente debatible.

—Puedes estar con quien quieras, mientras no sea muy mayor o menor que tú. No quiero un hermano asaltatumbas ni asaltacunas.

—Entiendo...

—Y tú, señorito, ¿desde cuándo quieres ser novio de Adrianna?

—Desde que me dio ese pelotazo perfecto en la cara y se pareció a... ¡Messi!

Rodé los ojos. Los niños son conquistados de formas absurdas. Aunque yo mantengo silencio, porque mi exnovia me enamoró de una manera patética y parecida.

—Por cierto, Nelson, debemos hablar.

De repente se alarmó.

—¿Qué hice ahora?

—Nada, creo.

—¿Nada referente a galletas de chocolate en mi estómago?

—De eso hablaremos después, gracias por delatarte.

—Mierda.

—Te quería informar que, como te cae tan bien Barbie, he pensado que puede ser tu niñera.

—Ni de coña.

—Mejor dicho —me aclaré la garganta—: va a ser tu niñera sí o sí.

Puso los brazos como jarras, preparando la artillería para un berrinche.

—¡No necesito una niñera, ya no soy un niño!

—Sí lo eres, y no puedes estar solo todo el día. Quién sabe qué volverás a hacer sin supervisión cuando compre más galletas. Barbie se va a encargar de ti cuando no esté y te divertirás, ya verás.

No lo dejé quejarse, ya que me levanté y alcancé a la mencionada, que con mala leche salió del baño para enfrentarme en el pasillo.

—¿Nils, era necesario prestarme el short de Spiderman y el pulóver del Grinch?

Que lo primero que me dijera fuera eso, me hizo reír con burla enseguida.

De acuerdo, lo hice buscando cabrearla.

Todavía y con lo chistosa que se vio con ese atuendo que le hacía parecer una niña jugando con las prendas de su padre, para mí se veía hermosa. Bah, pero tan cómica.

Cuando dejé de reírme, como a los tres minutos, noté que su figura encajaba a la perfección con cada trozo de tela, incluso el cabello suelto y mojado le sentaba fascinante. Pero me daba más curiosidad saber cómo se veía por detrás. La risa se evaporó. Quedó ella, encarándome, muy pegada a mi cuerpo.

Mhm, interesante.

Sentí algún placer por verla con mi ropa. Le prestaría todas mis prendas si me las pidiera, lo aseguraba.

Me limité a mirarla a los ojos.

—¿Y bien? ¿Qué dirás sobre esto?

—Que te queda bien, quejica. ¿No te enseñaron a ser agradecida con lo que se tiene? Pues eso.

—Necesito una secadora; no estaré más de cinco minutos con esta cosa puesta.

—¿No te gusta mi ropa?

—No.

Pues tendré que quitártela, pensé, pero luego borré eso de mi mente. Yo no había pensado esa tontería fuera de lugar que no debía ser respecto a una chica que hacía poco conocía y ni siquiera sentía la misma curiosidad hacia mí.

Y tampoco estaba poniéndome inquieto por lo que no pensé. O imaginé.

De alguna manera, terminamos en mi cama.

Pero no de una manera digna de perversiones, lamentablemente.

La observé desde mi esquina repasando cada rincón, mirando cada motita de polvo, los libros que ocupaban toda mi habitación y el escritorio con pocos cuadros familiares. Ella admiraba cada pieza.

—Mañana tengo la tarde ocupada —le comenté de repente, capturando su atención—. ¿Podrías quedarte con Nelson? Te traeré y te llevaré a la universidad.

—Jamás he trabajado de niñera.

—Yo no trabajé de striper y me salió espectacular, usa eso como consuelo.

—Es decir, que lo haré tan ridículamente mal como tú.

Oh, eso sí que me ofendió.

—No envidies mis movimientos sensuales perfectos, Sisu, ni digas que son ridículos para disimular.

—Lo haré —volvió a la petición inicial, entrecerrando los ojos, cómica—. Cuidaré a tu hermano, pero no prometo que no se me escape a alguna discoteca.

—Gracias, eso es suficiente.

Se levantó de mi cama para acercarse a los ventanales y mover las cortinas. La lluvia se había convertido en pequeñas gotas de agua salpicando el pavimento, como si solo hubiese existido para crear esta situación íntima entre nosotros.

—Le debo una a los indígenas que hicieron la danza de la lluvia —me escuché decir.

—¿Eh?

—Nada.

Giró su rostro, no obstante no el curvilíneo cuerpo. Pude contemplar su trasero y deleitarme un rato con su cintura. Me pregunté cómo sería poner ahí mis manos. Algún ring tone hizo aparición. Se trataba de su celular, con algún mensaje que al releer le hizo fruncir el ceño.

—Necesito ir al campus.

—Te llevaré. Aunque... ¿irás así?

Halló el espejo que colgaba de la pared, entendiendo que su atuendo no era el indicado para salir. No disimuló la mueca graciosa.

—Está casi anocheciendo, me atreveré a salir así y odiaré cada segundo, pero necesito llegar.

—Voy a disfrutar verte con mi ropa por ahí.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro