10.1

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En un punto de vista distinto, el juego para Sonne ha comenzado. Repartir parte de su poder a cada soldado es la tarea más difícil que Yaám le ha otorgado. Mientras su piel desnuda se ajustaba a la energía de aquel gobernador. Yaám no pensaba abandonarla, dejar su esencia con ella era lo menos que podía hacer.

Delante, se encontraban los soldados que Arýx presentó consigo, un nervioso Airén quien no paraba de morder sus uñas, mientras que San estaba contemplando la concentración de la joven Green delante de él.

—Yo sigo sin comprender como puedes estar tan tranquilo. —menciona Airén.

San parecía apreciar una obra de arte ante la distancia. Sonne es una mujer que nunca se ha tomado la molestia de admirar. Antes solo cruzaban palabras para cuando le visitaba a la celda en busca de información. Custodiarla ahora sin poseer habilidad, es un riesgo que tomo sin pensarlo. Ella dijo que algún momento de su vida sería libre, sin embargo, no espero que fuese demasiado pronto.

—Bélkaska podría venir por nosotros.

—No hablemos de él ante la señorita; estamos en guerra, recuérdalo. —Airén tragó en seco recordando el motivo por el cual salieron de prisión, de no ser por eso, seguro estarían muertos, la presencia del diablo anterior lo ha sentido respirándole en la nuca— mantén tu mente centrada en esto, Airén.

—Yo no quiero morir, no en esta guerra —expresó dirigiendo su mirada al cubo dónde residía Sonne, sus ojos se hallaban cerrados; no ha notado incomodidad alguna en la joven desde que los dejaron a solas—. Si quieres morir, hazlo, yo no estoy dispuesto —se colocó sobre sus pies, San le siguió tomando su brazo.

—¿Qué estás haciendo? Debemos custodiarla —enunció con indiferencia, Airén sacó la espada brindada por seguridad, acercándola al cuello de San—. A-Airén...

—No sé si Will este vivo, ni mucho menos lo que ocurrirá, si continuamos sentados como estúpidos esperando un milagro, yo me largó.

El chico en defensa alzó ambas manos, si de algo estaba seguro era de que San tal vez no se lanzaría ante él, pero, si lo deja con vida, contará con rapidez lo que ocurrió. Por voluntad y querer que sus espaldas estuviesen limpias, debía matarlo justo ahora. Solo que la esencia de alguien presente le hacía retroceder.

—Tú no cambiarás nunca, Airén...—la voz de Sonne resonó en la habitación, sus ojos se mantenían cerrados, pero por algún extraño motivo sentía que estaba anuente de lo que sucedía— baja esa arma, y déjalo en paz.

Aquello le trajo un recuerdo no muy bueno a su memoria, el día del coliseo, dónde ella casi lo hace explotar. Ese sentimiento le invadía, estaba temblando de tan solo pensar lo que podría hacer si no obedecía.

—Estás equivocada, yo no tengo por qué obedecerte.

—¿Te sientes seguro de eso? —preguntó Sonne sin perder la concentración—. Justo ahora tengo cuatro ojos observando cada esencia, rincones que ni siquiera sabes, si haces algún movimiento en su contra, me veré en la obligación de cortarte la cabeza.

Lo dejó perplejo, ha olvidado por completo la manera tan diminutiva en que Sonne puede dividir su visión, solo para que el enemigo no perciba que ha sido observado por un largo tiempo.

—Tú decides.

Él no iba a esperar que su cabeza explotará, no está vez. El filo de su espada estaba por cortar la garganta de aquel chico, hasta que sintió su cuerpo hundirse en lo que sería un hoyo profundo; alejándolo de aquella habitación en un pestañear. Sonne le estaba dando una oportunidad de vivir, sin embargo, parece no querer cooperar con los demás.

—Señorita Sonne...—la voz de San retumbo en el sitio—. Lamento no poder haberlo detenido. —Él se postró delante de ella, tal y como haría si fuese su amo Noriel quien le ha salvado.

—No es necesario que lo hagas al extremo. —San comprendió lo que ha hecho, aun así, no dejaba de pedir disculpas por lo sucedido, Sonne dibujó una pequeña sonrisa— tienes dos ojos más a tu alrededor. Así podré sujetarme de que no cometas locuras como las de Airén.

—No me quejaré de ello, se lo aseguro. —A pesar de tener una espada para "cuidarla" no sabe envainar una en contra de alguien, ese pequeño dato se lo ha saltado Arýx. Pensar que Airén tendría la capacidad de cuidar a Sonne fue el peor error que ha cometido— lamento lo sucedido.

—No te preocupes, ya hay alguien encargándose de él.

Yaám no es tan incompetente como ciertas personas mencionan, él hizo lo que cualquier otro haría en su posición. Probar si Airén se ha convertido en alguien de confianza, darle una oportunidad de vida de la cual no se arrepentiría, fue la mejor idea, ante todo.

Sin embargo, la reacción de este al estar solo frente a la mujer que una vez estuvo al borde de exterminarlo confirmaría todo; antes de marcharse de la habitación, se lo advirtió a Sonne, ella perdió cuidado con lo que podría pasar si se quedaba a solas con alguien de escasa paciencia como lo es Airén.

Aun así, tenía la idea de mandarlo con ellos si de ser posible. Esto puede ser provocado por el segundo ojo de Sonne; Nina habló una vez de ello, una especie de vórtice que funciona para quemar vivo a su enemigo, y también como un método de transportación. Esto dependiendo de que era lo que su portador deseaba, y Sonne es una chica que odia ver sangre, prefirió irse por el lado seguro.

Se quedó a solas con San, quien sostenía una espada escoltándola, mientras que el cuerpo de Airén hacía acto de presencia ante los pies de un hombre furioso, se retrocedía del dolor por el viaje que duro un segundo, estar en medio de quienes menos pensaba era de lo peor. La silueta de alguien conocido se hizo presente, tragó en seco al notar con rapidez de quién se trataba, intento colocarse sobre sus pies, sin embargo, lo único que recibió fue una patada de su parte.

—Kan, compórtate...—La voz de Yaám hizo que hubiese una pizca de esperanza en Airén, quien se acercó gateando hasta el gobernador implorando por su vida.

—Señor mío...... El chico demonio, él, él intentó atacarme. —Yaám observó con cierta curiosidad lo que decía, a lo que Kan sujetó el cuello del débil hombre ante el gobernador—. S-señor...—hablaba con una respiración cortada. Kan no permitiría en lo absoluto que continuase balbuceando.

—Kan, te he dicho que te comportes.

Algo que no estaba en su diccionario, luego de enterarse por boca de otros lo que este animal hacía con Aitara, no le es para nada sencillo tener que verlo revolcándose en medio del gobernador pidiendo piedad por su vida. De haber recurrido a él, le hubiera sacado los ojos en un instante.

—¿De qué me hablas? —preguntó Yaám. Para él, el único demonio cercano es San— ¿el joven que yacía contigo te ha atacado? —cuestionó. Airén asintió fingiendo estar asustado; Yaám se giró observando por última vez el edificio dónde se encontraba Sonne, entrecerró sus ojos, devolviendo su mirada hacia su hermano—. ¿Por qué San haría algo así?

—Lleva sangre de Noriel, mi señor, estoy seguro de que le haría algo a la joven Sonne...—mencionó con tanta sinceridad que hizo dudar al gobernador. Kan lo soltó, él volvió su mirada al chico.

Lo peor era que, Airén se libraba de uno, para entrar en otro; Yaám se acercó, tanto que sintió como las delicadas y suaves manos del gobernador tocaban su cuello con furia.

—Te di una oportunidad, Airén, ¿qué te costaba seguir con el plan? —su cara estaba tornándose roja de la ira. Kan sonrió al ver la reacción rápida de su hermano.

—¿Qué ocurre aquí?

Tras haber pasado minutos dentro de la gran carpa, Aitara hizo acto de presencia junto a Hillary; su ser se sintió frío al momento de ver de quién se trataba, ella retrocedió de a poco chocando su cuerpo con la de cabellos azulados. Ambas miradas se toparon en un instante, Kan se hizo el desentendido.

—A-Aitara...—Esa repugnante voz utilizó el nombre de la gobernadora, como si estuviese pidiendo auxilio—. A-Aitara, él me está malentendiendo. —La chica no podía reaccionar, escondió ambas manos por debajo de su prenda, sintiendo como comenzaba a temblar.

—Mírame a mí, bastardo —mencionó Yaám captando la atención de aquel chico; Hillary no comprendía lo que sucedía, sin embargo, intento que Aitara no presenciará aquello—. Solo te pedí una cosa, aprende a aprovechar las oportunidades.

El golpe que Kan había deseado darle, fue brindado por su hermano.

—Maldita sea...—siseó el gobernador, Kan rio.

Una de las cosas que no puede pasar por alto, es que su Yaám no suele herir a nadie, por ende, los nudillos de sus manos ya estaban lastimados por brindarle solo dos golpes al inútil.

—No me mires, ocúpate de otra cosa...—Yaám habló dirigiendo su vista hacia Aitara. Quién al notar lo sucedido se alejó del sitio, entre más lejos estaba, mejor sería para tomar aire fresco. Kan le siguió el paso, solo que más lento de lo que debía.

—Hey, Aitara...—Llamó a la chica sintiendo a cierta distancia como su cuerpo pedía reposo.

La dama, a pesar de tener que lidiar con la muerte de sabio encima, ha pasado grandes estragos de manera física como psicológica, esta mierda hará que se muera, quizás por algún estrés o ansiedad.

—Princesa, mírame, estoy aquí...

No podía ni reconocer la voz del sujeto que se encontraba detrás de ella, alejó la mano de Kan al momento en que la posó sobre su hombro. La esencia de sus extremidades se fijó en ella como un arco de protección, Kan alzó ambas manos.

—Tranquila, me mantendré lejos...—el rostro agotado de Aitara se podía notar a distancia, Kan miro a sus alrededores, la zona estaba solitaria, puesto que se ha convertido así desde que los civiles han evacuado—. ¿Puedo?

Preguntó notando una pequeña casa cercana a ellos, la chica se giró con lentitud guardando su cerco de protección y así caminar hacia el hogar, rompieron la perilla para poder ingresar. Estando a solas, ella continuó sin dirigirle la mirada.

El nerviosismo aumentaba por segundos, lo ha mencionado antes, tener la presencia de algún hombre ante ella la pone de este modo. No sabía que Airén saldría, nadie le notificó que tendría su presencia en el campo de batalla, Yaám falló en ese punto, paso por encima de Aitara sin confesarle lo que Arýx ha optado por hacer.

Creyó a ciegas que podría cambiar; él tendría cuentas que arreglar con la chica después, y estaba seguro de que no sería para nada sencillo tener que lidiar con la furia de la gobernadora. Jugaba con sus dedos, Kan desde la lejanía esperaba paciente a que pudiese articular frase alguna; solo que a comparación de Yaám, él no posee paciencia.

—Aitara...

—Guarda silencio, por favor...

Estaban a solas, eso ya le bastaba para pensar lo peor, a pesar de que Kan se ha mostrado diferente a otros hombres, no se fía de que estará tranquilo; ella tiene miedo, no de él, sino de lo que sucedería si Airén queda en libertad. Se hallaba seguro de que no la tomaría en serio. Ahora que Damián no estaba, conoce su ventaja.

—Solo...... Déjame pensar. —Kan tragó en seco, la dama le miró por encima de su hombro—. Tú... ¿sabías? —él negó.

—¿Deseas que me vaya? —ella guardó silencio— para que puedas calmarte. —Kan no conoce lo que sucede, aun así, ha sido paciente, dejando que Aitara se abriera con sinceridad. Al chico le duele, tener que estar de pie sin hacer nada, es doloroso.

—Quédate. —mencionó en un susurro. Aitara dejó que tomará asiento— tengo algo que explicarte. Temo que esto pueda ahuyentarte.

Las respuestas estaban preparadas. Kan conoce el corazón de Aitara, por medio no hay nada que le haga cambiar de parecer, él, cuidaría de esa mujer más que su propia vida.

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