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Rosalía Thompson. 22 de agosto del 2003, Portugal.

Cinco años habían pasado ya, y aunque no lo admitiera, Rosalía continuamente se preguntaba cómo estaría su hija mayor.

Un mes después de haber dado a luz y salir del hospital, fue informada de que la pelirroja había sido adoptada por la enfermera que la había atendido, y también que la había llamado Diana.

Claro que también había pedido que sus datos como la madre biológica de la niña fueran borrados para que nunca pudiera encontrarla.

Despertó de sus pensamientos cuando su hija menor, Elizabeth, le habló con su aguda voz. Y muy en sus adentros culpaba a esa inocente niña sobre su situación.

Aunque no lo hacía ver.

Después de dos años, finalmente había podido irse de la casa de su mejor amiga, había ahorrado lo suficiente para comprar un pequeño departamento cerca del centro de la ciudad, pero no era suficiente.

Rosalía y Elizabeth debían dormir en la misma cama, la cual no era muy grande, y eran contadas las veces en las que comían sus tres comidas diarias.

—¿Mami? —los cabellos blancos y largos de la niña estaban pegados a su rostro por el sudor.

El silencio de la oscura noche era interrumpido por los relámpagos y el diluvio que caía sobre la casa, unas cuantas goteras en el techo salpicaban el suelo haciendo que sus pies resbalaran ligeramente.

Los grandes y azules ojos de la albina estaban húmedos, una clara muestra de que muy probablemente hubiera tenido la misma pesadilla otra vez.

—Mami, tengo miedo —sollozó la pequeña.

La castaña la elevó y la sentó sobre sus piernas con una sonrisa dulce y fingida mientras acariciaba sus suaves cabellos.

—¿Tuviste la misma pesadilla? —preguntó, sabiendo la respuesta.

La pequeña asintió con un puchero, luciendo adorable, no era un secreto que pese a no estar en una buena situación económica, la mujer era elogiada por la belleza de la niña.

—Descuida, cariño, sólo es eso, una pesadilla. En lugar de eso piensa en que hoy es tu cumpleaños —sonrió.

Los ojos de la peliblanca se iluminaron, emocionados.

—¡Sí! ¿Vamos a salir? —inclinó su cabeza con una enorme sonrisa.

—Si no vuelves a la cama no, así que ve, yo voy en un momento, ¿bien?

Elizabeth asintió y corriendo se fue al cuarto cuidando de no caer, como casi siempre le ocurría.

La mujer suspiró. La niña tenía esas pesadillas cada noche de lluvia, más cuando los truenos estaban presentes.

Trataba de una chica, de ojos azules que relampagueaban con fuerza, como si hubiera una tormenta en ellos, esa chica apuñalaba con su espada dorada a todo aquel que se cruzara en su camino, pero pronto, se veía envuelta en una fuerte batalla con otra mujer en la que nunca sabía quién ganaba.

Así había dicho que era su pesadilla la primera vez que lo había contado, nunca alcanzaba a verla soñando ya que solo se daba cuenta de ello cuando su hija la despertaba totalmente sudada.

Negó levemente con la cabeza y se dirigió al cuarto para dormir finalmente

Arsen Makri. 22 de agosto del 2003, el Olimpo.

En el Olimpo, específicamente en la sala de los tronos, el sonido de los jarrones siendo tirados resonaba entre las paredes, siendo Zeus el causante de estos.

Se sentó en su gran trono de mármol blanco con detalles de oro y piedras preciosas, revolviéndose sus cabellos con su mano derecha en muestra de frustración.

Eran cinco años ya y aún no había rastro de la persona pese a que su poder ya empezaba a sentirse, no sabía si le frustraba más que no la hubieran encontrado ya, o que pareciera que esa criatura ya tenía rastros de poder pese a su corta edad. Solo mostraba que era poderosa, y si no elegía el lado correcto... diablos, no quería ni pensarlo.

La puerta de la sala se abrió un poco dejando ver una pequeña cabeza de cabellos negros como el carbón y ojos verdes oliva un tanto temblorosos.

—¿T-tío?

Con solo oírlo Zeus supo que era Arsen, el hijo de Apolo. Era el único semidiós que había obtenido la bendición del dios del rayo, ¿porqué? Bueno, era poderoso, hábil y responsable, todo eso a sus ocho años.

Destacaba en sus clases y sabía manejar muy bien la espada, también empezaba a usar sus poderes. Sin dudas sería un gran guerrero en un futuro cercano.

—¿Sí, Arsen?

El pelinegro pasó y se detuvo en el centro de la habitación con los brazos detrás de la espalda y la barbilla levantada.

—Mi padre lo busca, tío, quiere hablar de... ¿la persona? —informó un tanto confundido.

—Ah, sí. Ya voy —se levantó del trono y se detuvo al lado del niño cuando este habló.

—Tío, ¿quién es esa persona?

—Lo sabrás en unos años.

El dios le acarició la cabeza de forma paternal al niño, en muestra de que lo había hecho bien, y luego salió del lugar yendo a la habitación de Apolo.

Entró sin tocar la puerta, sin saber que el pequeño niño lo seguía de cerca y escuchaba la conversación que mantenía con Apolo por detrás de la puerta. O al menos lo que alcanzaba a escuchar.

—Y bien, ¿de qué querías hablar? —preguntó Zeus sin rodeos.

—Ya pasaron cinco años más, Zeus —su voz estaba tensa, y su entrecejo fruncido.

—Lo sé, ¿eso me querías decir?

—¡Estamos desperdiciando tiempo! Dices que nuestros hijos van a ir a buscarla, ¡¿pero porqué ellos?! —gritó de forma alterada—. Puedes mandar a otras personas, brujas, e incluso centauros, ¿porqué nuestros hijos? Los vas a poner en peligro —el volumen de su voz fue disminuyendo conforme la preocupación se hacía más presente en él.

—Sus hijos son semidioses, pasan más desapercibidos y tienen más posibilidades de encontrarla que los centauros y las brujas como dices tú. Y ya lo dije, Apolo, no es la primera vez que lo hago. A los quince años, todos los semidioses, incluyendo a Arsen, van a ir a buscar a esa persona. ¿Entendido? No quiero más quejas —sus palabras sonaron demandantes y llenas de advertencia haciendo que Apolo bajara la cabeza reprimiendo los gritos y reclamos que luchaban por salir de su garganta.

—Si tuvieras un hijo... no lo mandarías a una misión suicida —susurró—. Sabes que la sombra la está buscando, si se atraviesan en su camino los matará, ¡¿porqué no lo entiendes?!

—¡Cállate! —el fuerte grito de Zeus, junto con su ira mezclada con su alteración hizo que sus ojos relampaguearan débilmente, provocando que Apolo hiciera lo ordenado.

—¿Al menos me dirás porqué no mandas a los semidioses a un campamento y los mantienes en el Olimpo? —cuestionó Apolo en un murmullo—, sabes que los semidioses no deben convivir con sus padres del Olimpo.

—Necesitamos supervisar los entrenamientos de cerca, y que ellos estén aquí facilita las cosas. Deben estar bien preparados para una posible guerra —se masajeó el puente de la nariz, más tranquilo—. Si eso era todo me voy.

Arsen escuchó que los pasos de Zeus se acercaban a la puerta, así que, corriendo, se escondió detrás de un pilar de mármol blanco.

Vio a Zeus pasar de largo sin notar su presencia y suspiró.

Así que iban a enviarlo a una misión muy peligrosa en siete años más, interesante. Tenía que buscar a una persona que iba a... ¿qué iba a hacer esa persona y que tenía de importante? Era una o un humano, al parecer.

Le prestaban muy poca atención en comparación a ese mundano, ¿acaso salvaría el mundo? Él lo podía hacer sin problemas.

Con un puchero y el ceño fruncido, empezó a caminar por los pasillos del Olimpo en dirección al salón de Dionisio, hacía el mejor chocolate caliente y ya le habían dado ganas de uno.

No conocía a la persona de la que hablaban, pero sin dudas sentía odiarla.

[ EDITADO ☑️ ]

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