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Elizabeth Thompson. 19 de septiembre del 2017, el Olimpo.

El campo estaba lleno de cadáveres, ya habían perdido una cuarta parte de sus guerreros, pero por suerte habían llegado otros no mucho después, el Olimpo iba aguantando contra la Sombra, pero ¿cuánto más duraría?.

No sabían qué tan fuerte era la Sombra, pero el ejercicio que dirigía lo era demasiado, no poseían magia, pero su fuerza era descomunal, y por muchos cortes que hicieran en sus cuerpos, ellos no se detenían.

Cómo si no sólo hubieran sido preparados para el combate, sino también para resistir el dolor físico.

Elizabeth sabía que ella era el centro de todo, la Sombra la quería a ella, quería matarla con su propia espada, y si era sincera, no entendía el porqué de ese odio y resentimiento hacia ella.

Pero sí sabía que la Sombra conocía todo de ella, tanto cómo para reclutar a su amiga de tanto tiempo en su ejército. ¿Qué otras sorpresas desagradables le tendría preparadas?.

Quizás la Sombra fuese otra descendiente lejana de algún dios, y por eso reclutaba a otros humanos con ascendencia mágica, cómo venganza contra el Olimpo.

El brillo metálico de una espada entró en su campo de visión justo a tiempo para que pudiera frenarlo con su propia espada.

Metal choco contra metal, golpeaba con la izquierda y luego con la derecha, sus brazos temblaron por el esfuerzo y finalmente cedieron, el enemigo aprovechó para atacar desde arriba, pero Elizabeth juntó sus espadas en una X y la espada contraria quedó en el centro.

Empujando hacia abajo con más fuerza y acercando el filo cada vez más hacia el rostro de la albina.

—Agradece que no seré yo quién te mate, mi señora te quiere con vida —gruñó el hombre con una máscara blanca que sólo dejaba ver sus ojos negros.

Elizabeth no respondió, sólo empujó con más fuerza, haciendo que sus ojos resplandecieran con un azul eléctrico y, con su magia, empujó al contrario lo suficiente cómo para que sólo sus brazos se hicieran para atrás.

No esperó ni un segundo para que él se repusiera y, con su espada de oro sagrado apuntando hacia arriba, le apuñaló el abdomen, hasta que la espada salió poco más abajo que los hombros.

Aunque sentía sus brazos entumecidos luego de que el cuerpo cayera mientras expulsaba sangre por la boca, la albina se volvió a parar velozmente, para luego volverse a agachar con velocidad esquivando una espada.

Giró con gracia y detuvo su espada rozando el cuello ajeno, provocando que la mujer se quedará quieta.

Unos ojos de un color azul que recordaba al mar la sorprendió, analizó a la joven que no parecía ni tener su edad, en el arco que colgaba en su espalda, y en la cinta blanca que estaba atada a su cinturón. Manchada de rojo.

Una mancha que fácilmente podría pasar por sangre, pero que los enemigos notarían cómo la marca de inmunidad, aquella que les diría que ella estaba de su lado.

Una traidora, hija de Poseidón supo, por sus ojos, llenos de miedo. Ella había dado toda la información necesaria del Olimpo a la Sombra, ayudándola a entrar.

Elizabeth frunció el ceño.

—¿Porqué? —fue lo único que pudo preguntar.

—Por mi padre —respondió—. Soy la menor de cinco hijos, y ellos siempre serán mejores que yo, nunca tendré la atención y elogios que ellos reciben, por el simple hecho de que ellos sí saben controlar sus dones.

—¿Y por eso traicionarás a todo el Olimpo? —gruñó, lo suficientemente alto para que la escuchara por sobre el ruido de la guerra.

—¡No me importa este maldito Olimpo! —gritó, sin importarle el tener una espada en la garganta—. Pasé toda mi vida encerrada en este lugar, entrenando para este mismo momento, ¡sólo por tí!. Perdí mi vida entera, sólo para ser un personaje secundario en tu historia, y por eso eres la única persona a la que quiero matar antes de morir. Incluso por sobre mi padre y mis hermanos.

Elizabeth supo en ese momento que ella tenía razón, no en el punto de querer venganza de esa forma, sino que tenía los suficientes motivos para estar enojada.

Y la albina no había pensado en que por ese mismo motivo, quizás todos los otros guerreros se sintieran así con ella. Y ella, Elizabeth, lo único que había hecho era ser una ignorante al respecto y restregarles en la cara que, pese a no haberse esforzado tanto como ellos durante toda su vida, ella era mejor.

Mostrarles que ella era mejor por el simple hecho de que un maldito trozo de piedra lo decía.

Y entendió que ella se sentiría exactamente igual.

—Lo siento —murmuró—. Lamento mucho haberte hecho eso, ¡pero puedo arreglarlo!.

La chica soltó una gran carcajada, llena de sarcasmo e ironía.

—¿Y cómo si se puede saber?.

Ellas hablaban, ignorando totalmente la guerra que se libraba a su alrededor, ignorando los gritos de dolor y el sonido de los cuerpos cayendo.

Pero Elizabeth no planeaba matar a ni un semidios, al menos no por su mano. Así que bajó la espada.

—Si tú peleas con nosotros... te puedo asegurar un futuro libre, sin ataduras y siendo tu propia protagonista —no pudo ofrecerle nada más que lo que ella misma anhelaba.

La joven empezó a llorar, sacudiendo sus hombros con fuerza en cada sollozo.

—Sólo mátame —rogó—. Sólo acaba conmigo, prefiero eso a ver el rostro de mi padre después de esto. ¡Mátame!.

Las lágrimas de Elizabeth empezaron a caer también justo cuando sintió en dolor que desgarraba esa petición. El cómo la decepción era lo que la orilla a a rogar por eso. Estaba tan desepcionada de sí misma.

—No puedo hacer eso —susurró—, no puedo matarte.

La semidiosa dejó caer su espada, se quitó su arco e incluso desató la tela blanca que tenía atada al cinturón.

Y se dejó caer de rodillas.

Arrastrándose hasta Elizabeth, en la tierra y el pasto verde, con las mejillas mojadas y con una petición en los labios.

—Mátame —rogó.

Y murió.

Pero no por la espada de Elizabeth.

Una flecha perdida atravesó su cabeza, salpicando toda la ropa de Elizabeth con aquella sangre con magia. Sangre de un semidios, en sus manos.

Sollozó, y sostuvo ese cuerpo sin vida por los brazos, con lágrimas cayendo al ver ese hermoso rostro con una flecha desfigurándolo.

—Lo siento —murmuró.

Y Elizabeth no pudo hacer más que abandonarla.

[ EDITADO ☑️ ]

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