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Arsen Makri. 21 de octubre del 2007, el Olimpo, campo de entrenamiento.

Un silencio envolvió a todos los que presenciaban esa escena, veían como Arsen, Astra y Atenea, tres personas fuertes y a las que nunca veían llorar, se derrumbaban frente a ese cuerpo inerte.

Astrid ahora no era más que un cascarón vacío, con unos ojos carentes de brillo, con heridas en todo el cuerpo y rostro y sangre por doquier, sangre que empezaba a secarse.

Luchó. Astrid Spanos luchó hasta con su último aliento, para salvar a dos personas que amaba, luchó por su vida y murió como una guerrera. ¿Pero a qué costo? ¿Sólo por un entrenamiento? Arsen no pensaba dejarlo pasar.

—Te lo dije —susurró el joven llamando la atención de todos—. ¡Te dije que era peligroso!

El grito de Arsen fue dirigido hacia Ares, el dios que observaba todo a una distancia prudente con una seriedad asombrosa. El pelinegro, con lágrimas cayendo de sus ojos y el rostro desfigurado en una mueca de enojo y tristeza, se acercó hacia el hombre que los había enviado a esa ridícula misión pese a las palabras del niño.

—Arsen... —comenzó el dios pero fue interrumpido.

—Dije que no fueran, que las dejaras fuera de todo esto porque era peligroso... ella era mi amiga... ¡Ella era mi amiga y ahora está muerta por tu culpa!

Luego de ese grito cayó de rodillas en el suelo, el agotamiento físico y mental estaba superándolo, se sentía tan débil y frágil, pero aún así sólo podía llorar, sólo podía mantenerse ahí, de rodillas frente a todos mientras lloraba por la pérdida de la que fue y siempre será, una de sus mejores amigas.

Sin poder evitarlo, su cuerpo cayó rendido sobre el pasto en posición fetal, sus ojos se cerraron y fue arrastrado a la inconsciencia pese a no querer. Pero se sentía tan débil que no pudo hacer nada.

Arsen Makri. 22 de octubre del 2007, el Olimpo.

Poco después, Arsen despertó de su desmayo encontrándose en su habitación. Un gran cuarto de paredes azules y grises, con cortinas, muebles y sábanas negras. Una estantería repleta de todo tipo de libros, historia griega y fantasía humana, incluso romance.

Todo su cuerpo dolía cuando intentó incorporarse, pero una mano en su pecho hizo que se recostara nuevamente.

—Estás muy herido, amigo, debes descansar —la voz de Asclepios se hizo presente en la habitación.

No había notado la presencia de nadie, al parecer debía estar muy perdido aún.

—¿Recuerdas lo que pasó? —Arsen esperó un momento antes de asentir un tanto decaído, le daban ganas de llorar de nuevo—. ¿Cómo te encuentras? Llegaste muy herido.

—Bien.

Su voz salió rasposa, su acompañante le extendió un vaso de agua y él lo tomó agradeciéndolo.

—Te dejo descansar, debes estar cansado.

Sin más que decir, el dios se retiró de la habitación dejándolo solo con sus pensamientos. Se acostó en posición fetal y entre lágrimas silenciosas quedó dormido de nuevo.

Evan. 22 de octubre del 2007, el Olimpo.

En el salón de los tronos, un joven de cabellos rubios y ojos de un dorado ámbar esperaba a que el dios del rayo le diera permiso para entrar.

Una vez que fue aceptado, el chico pasó con seguridad, pero bueno, ¿qué más se puede esperar del hijo de Ares?

—Evan, que bueno que llegaste. Justo estaba por preguntar por ti —dijo Zeus apoyado en su asiento.

—Zeus, no hay nada nuevo, ya buscamos por todo el continente de Asia y África, no hay rastro de la persona —mantuvo su seria expresión aunque el dios frente a él golpeó fuertemente el asiento con sus puños. Enojado.

—¡Maldición!

Se levantó de su asiento y empezó a caminar mientras se alborotaba los cabellos frente al joven que lo miraba con atención.

—¡Sigan buscando! Nadie vuelve hasta que la persona sea encontrada.

El dios volvió a sentarse apoyando su frente contra su mano y su codo en el reposa brazos de su asiento.

—De acuerdo, Zeus.

Evan salió del salón y dio un suspiro de alivio, al menos fue mejor de lo que pensaba. Talvez podría ir a ver cómo se encontraba Arsen, eran buenos amigos.

Rosalía Thompson. 22 de octubre del 2007, Portugal.

Rosalía Thompson hablaba con el abogado de la familia, el cual poseía el testamento que la señora Thompson había escrito antes de ver a su hija nuevamente.

Por motivos de respeto hacia la difunta, debían de pasar cinco meses antes de que su heredera pudiera recibir la herencia, era una costumbre familiar que los abogados se encargaban de hacer cumplir. Aunque claro que Rosalía veía eso como una tontería.

Ese día, lo que iba a hacer era firmar el testamento y mantenerse en luto hasta que pudiera poner sus manos sobre toda la fortuna de sus difuntos padres, al fin podría tener la vida que quería y extrañaba.

El abogado estaba sentado en la sala de la mansión de la señora Thompson, tenía su maletín junto a él y dentro se encontraban todos los documentos necesarios. Al no haber más posibles herederos, podían hacer la entrega de bienes en un lugar privado.

—Buenas tardes, señorita Rosalía —saludó el abogado de forma cordial.

Rosalía asintió y se posicionó en el asiento frente al hombre, su rostro se mantenía inexpresivo y el abogado lo tomó como que no le interesaba nada más que el testamento, por lo que solo puso el maletín en la mesa, abriéndolo y sacando de su interior los documentos de herencia para entregárselos a la castaña.

—Esos son los documentos de los bienes que pasarán a ser de su poder, señorita Thompson. Léalos bien y... —se detuvo cuando la castaña empezó a firmar—... o puede firmarlos y ya.

—Lo siento, no me gustan las introducciones muy extensas —se disculpó falsamente.

—No se preocupe, lamento mucho su pérdida, en cinco meses todos los bienes pasarán a su nombre, así que no se preocupe.

La castaña asintió y llevó al hombre hasta la entrada, despidiéndose amable y falsamente y luego cerrando la puerta detrás de sí para, seguidamente, sonreír grandemente por la fortuna que pronto tendría.

¿Qué pensaría su padre al ver aquello? Su padre de seguro hubiera preferido darle toda la herencia a la mucama dado que a ella la veía como una cualquiera.

Sin dudas estaba muy feliz, no solo estaba por tener mucho dinero, sino que también estaba jodiendo a su padre hasta en la muerte. ¿Acaso su día podía ir mejor?

Elizabeth veía la rara actitud que su madre tenía, pero simplemente pensó que estaba emocionada, se encogió de hombros ignorando aquello y subió a su habitación. Aún estaba desanimada.

[ EDITADO ☑️ ]

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