Capítulo 2

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Gavriel se puso sus vaqueros con las rodillas rasgadas y su camiseta negra de Grateful Dead, usualmente para las "citas" con sus demás clientas vestiría más elegante, aunque esta clienta en particular insistía en que llevara los "trapos" que él habitualmente usaba, a pesar de que los odiaba como un gato al agua. Sin embargo, ella tampoco podía afamar de vestirse como la Reina de Inglaterra en sus encuentros que por costumbre solían ser dos o tres veces al mes, siempre dando la nota de una mujer poco usual.

Aunque nada era usual con Maleon.

Ella sin duda convergía la definición de enigma con todas las letras. Había sido una de sus primeras clientas y de entre todas por lejos la más exigente, no obstante, sus demandas adjudicaban a un único aspecto... estar allí. Por más extraño que sonara, en los ocho meses que llevaban conociéndose nunca se había acostado con ella y tampoco la había tocado de forma lasciva. Sus encuentros consistían en exactamente eso, estar allí hasta que cuando despertaba en la mañana sólo en la habitación de motel, la única señal de la presencia de la mujer era un fajo de billetes sobre la mesa de noche. Tal vez había perdido a alguien importante y lo usaba para reemplazarlo, le avergonzaba demasiado la situación o simplemente estaba loca. Le gustaba no tener que fingir como lo haría con sus otras clientas, podía evitarse los cuentos de hadas excesivos y las conversaciones acarameladas falsas.

Maleon no quería una historia ficticia ni una copia de una novela romántica. Cuando hablaban eran ellos mismos y ese era el fin, había cierta amistad entre ambos que lo inquietaba, pero allí quedaba todo. Tendría que aprovechar la ocasión para decirle que no podrían encontrarse otra vez, cierta desazón introdujo los dedos en su mente.

Ya iba retrasada por una hora. Cansado de esperar se estiró en una de las dos camas de matrimonio, Maleon jamás dormía con él. Ella pagaba una noche en un hotel cualquiera y solo le mandaba la dirección, debería de alegrarse de obtener dinero fácil sin tener que hacer nada, pero la pregunta continuaba pendiendo en el espacio vacío.

¿Para qué le pegaba entonces? ¿Qué necesitaba de él? ¿Por qué lo molestaba tanto pensar que ya no tendría respuesta?

Se pasó las manos por la cara, hoy todo giraba en torno a esas preguntas y quiso centrarse en otra cosa para quitárselas de la cabeza así que se centró en su alrededor.

Las sábanas de la cama combinaban con las paredes crema, las almohadas tenían un estampado de manchas acuarelas azules y negras. Las lámparas sobre las mesitas de noche eran doradas, las decoraciones se reducían a un raro adorno de tela tintada de azul oscuro sobre la cama, varios jarrones de distintos tamaños y formas, y un gran espejo de cuerpo entero en una pared. Una ventana enorme que daba a la calle. Además de la televisión frente a las dos camas... genial estaba tan aburrido que analizaba la habitación de un hotel.

Resignándose un poco, llamó a Darcy para saber de los niños y la mujer le dijo que Luke dormía mientras Lily miraba entretenida con ella "Orgullo y prejuicio".

Allí fue cuando tocaron la puerta, se puso tenso de inmediato y trató de peinarse el cabello lo mejor que pudo. Avanzó hasta la puerta y la abrió para recibir a una somnolienta Maleon que se frotaba los ojos agotada, aquí la Reina de Inglaterra que vestía un mugriento y vaporoso vestido blanco con una cazadora verde agujereada; daba la impresión de ser una vagabunda. Otra cosa inusual en ella, por mucho dinero que simulara tener, al final se mostraba como alguien salido de un desastre natural y para colmo estaba descalza.

Intercambiaron una mirada evaluándose el uno al otro. Otro misterio de la gran Maleon, a pesar de ser una mujer icónicamente hermosa que podría tener a cualquier pobre diablo... lo había escogido a él para su alarmante juego.

La enigmática dama entró en la habitación sin dejar de mirarlo fijamente con sus feroces ojos pardos que se coloreaban de infiernos ardientes, él se quedó mudo cuando la vio acercarse como una leona a abrazarlo —el efímero contacto que le provisionaba cada ocasión que le veía—, él no iba a negar que le atraía en cierto grado. Cuando estaban juntos su cabeza padecía un reinició y sospechaba que solo le gustaba por la simple deficiencia humana de querer lo que no se podía tener, quería creer que era solo eso.

Gavriel le quitó la cazadora, la desnudes de sus hombros y brazos lo congeló, pero se mantuvo firme mientras se alejaba para colgarla en un perchero.

—¿Estas cansado, Cor Meum? Te ves horriblemente feo ¿Enfermaste? —preguntó ella sorprendiéndolo.

—No, me duele un poco la cabeza —mintió. Luego sonrió por esa rara palabra con la que se refería a él.

—Ordenaré algo para ti, debe ser porque tienes hambre. Estas muy flaco y quiero alimentarte. —Frunció el ceño e hizo mohín con los labios—. Voy a cuidar muy bien de ti para que crezcas como un guerrero grande y fuerte. —Ella era tan intensa que sus bromas sonaban en serio—. Estas debilucho como un potrillo recién nacido.

—Ah, ¿sí? Pues tú estás como Cenicienta después de las doce ¿Le dejaste tus zapatillas de cristal al príncipe? —Su clienta hizo una mueca—. Sin ofender, solo digamos que tu vestido parece un servilleta usada y tu pelo está lleno de... —Se aproximó para quitarle una ramita y un par de hojas—¿Sabes que a veces pienso que tienes encuentros clandestinos con Tarzán antes de verme?

La mujer curvó la comisura de los labios hacia abajo y arrugó la nariz, la expresión que hacía cuando no entendía de que hablaba.

—¡No puedes decir que no conoces a Tarzán, es el gran hombre de taparrabos en la pantalla grande!

—No miro televisión... nunca.

—Estas bromeando conmigo ¿Verdad?

Dijo aquello, aunque ya sabía de su poco interés televisivo. Él sabía todo y nada de ella a vez.

—Jamás bromeo, me han dicho que no tengo sentido del humor.

—Bueno, cuando no tienes cara de mafiosa italiana y entrecierras los ojos dentro de un cuarto oscuro... hasta puedes parecer simpática.

Ella alzó la suave curva de sus cejas como si de repente hubiera olvidado algo.

—¿Maleon?

—Me gusta la colonia que llevas —admitió incoherentemente la mujer inclinándose hacia él.

—Gracias, a mí me gustaría decir lo mismo, pero apuesto mi dedo a que no usas perfumé.

Ella negó con la cabeza para luego meterse al baño, minutos después el sonido del agua provocó eco en la habitación y en lo que él rebuscó un cepillo para el cabello en su mochila, Maleon regresaba a con una bata del hotel para sentarse en la cama junto a la ventana.

Gavriel la admiró de reojo mientras ella contemplaba el ruidoso espectáculo detrás del cristal. Se hallaba empapada con plateadas gotas de agua que resplandecían debido a la luz de la idolatra lámpara como si llevara un traslúcido vestido de diamantes. Las curvas y marcados músculos de su cuerpo, su cabello castaño, dorado y pelirrojo deslizándose contra su proporcionado cráneo, su aristocrático e inescrutable rostro sereno... todo en esa mujer era tan puñeteramente perfecto. Y una de las cosas más perfectas en ella era también una de las más trágicas porque en el borde de su cuello, asomándose por el escote de la bata y reluciente en sus piernas, la belleza sensual de su ágil cuerpo era estropeada por docenas de largas y blancas cicatrices similares a las producidas por latigazos.

Pero, aun así, Maleon se movía con la confiada fuerza y la elegante sensualidad de un felino. Él tomó lugar detrás de ella, sin estar demasiado cerca y cepilló los delicados hilos de atardecer en su pelo húmedo.

—¿Puedo preguntarte algo? —cuestionó la dama.

—Claro.

—¿El día que nos conocimos llovía?

Extraña pregunta, pero aún más era que no lo recordara. No había sido hacía tanto tiempo o por lo menos él no conseguía olvidarlo, la primera vez que se vieron se habían quedado congelados a dos metros el uno del otro fuera del hotel. Ese día, la primera vez que vio sus hipnóticos ojos, el mundo quedó en una mudez absoluta y un presentimiento en su estómago le dijo que algo había cambiado. Aquella noche, Maleon solo exigió que la cogiera de la mano unos segundos y solo le había hecho un par de preguntas sin importancia acerca de su color favorito, si le agradaban los animales y si era vegetariano entre muchas más cosas.

¿Estaba mal que él no pudiera quitársela de la cabeza? Al parecer esto no era muy importante para ella si tan pronto lo había olvidado.

—No, estaba perfectamente despejado. Incluso recuerdo que mencionaron que habría una lluvia de estrellas esa noche.

—La camiseta de banda de rock que llevabas era horrenda. Vaya camiseta fea. La odio.

Él rió y su pecho se sacudió. Tal vez había olvidado el clima, pero no lo que traía puesto.

—Estas insultando The Police, ten cuidado.

La mujer le miró sobre su hombro y Gavriel dejó de cepillarle el cabello. Había cierta palidez en el rostro femenino, eso no le gustó.

—¿Qué ocurre?

—Estoy cansada y lo que haces me está durmiendo. Metámonos a la cama de una vez.

—Bien, muévete despacio parece que estás por vomitar.

Se apartó de la cama para que ella se recostara, no obstante, Maleon le sujetó de la manga de la camisa.

—Duerme a mi lado.

La propuesta lo paralizó y se movió despacio como si se tratara de un sueño, se recostaron de frente sobre las sábanas mientras se miraban fijamente. Ella le acarició la mejilla y jugó con el collar en su cuello, una alianza de oro colgaba en él; simbolizaba algo muy importante en su vida. Maleon lo sabía, por ello jamás lo tocaba. Hoy realmente se comportaba extraña, se veía triste y le hacía más difícil hallar el momento adecuado para decirle que este era el fin.

—¿Es malo?

—¿Qué cosa? —cuestionó confundido.

—Te sientes afligido, lo veo en tus ojos y permaneces pensativo, dime qué te ocurre.

Chasqueó la lengua, no pensaba haber sido tan obvio en menos de veinte minutos.

—Esta es la última vez, ya no seguiré con esto por más tiempo.

Un atisbo de perturbación osciló en la comisura de los ojos femeninos, pero la imparcialidad continuó pintada en su rostro.

—Entiendo —dijo tranquilamente—¿Preferirías irte ahora? Puedes tomar un taxi antes de que se haga aún más tarde.

Eso lo impresionó, no esperaba una reacción exagerada y considerando que ella le pagaba por estar aquí sería de esperar que no viera esto como otra cosa que no fuera el fin de un negocio. Pese a ello, aquí estaba él sintiéndose miserable y molesto por la falta de emoción.

Maleon se inclinó nuevamente hacia su rostro, la mueca con los labios y la nariz arrugada indicaron su desconcierto.

—¿Por qué estas enfadado? Habría esperado que semejante noticia te alegrara. Eres libre.

—Estoy irradiando felicidad por los poros. ¿No se nota? —bramó iracundo y la sorprendió. Genial. Estaba siendo un idiota por algo estúpido—. Lo siento, no debí hablarte así.

—Quiero que me digas lo que te molesta.

—No.

—Hazlo... dímelo.

Gavriel se congeló cuando ella entrelazo sus dedos con los suyos.

—¿Realmente no te importa volver a verme?

Ella hundió la mitad del rostro en la almohada, suspiró profundamente y dijo:

—Te extrañaré demasiado.

Su corazón le golpeó duro en el pecho.

—Yo también.

Joder. Esto se estaba poniendo íntimo y muy sentimental, debería de aceptar su oferta y marcharse ahora con el dinero. Empezar una nueva vida y nunca más volver a verla...

—Maleon, quisiera pedirte algo y sé que me odiaras por ello.

Atrapada en el desconocido acertijo, la mujer preguntó desafiante:

—¿Qué sería?

Él le regaló una lenta mueca apretada e hizo un puño con las manos.

—¿Me dejarías besarte?

La sorprendió, pudo ver el relámpago iluminar su impertérrito semblante.

—Pensé que eras un caballero, pero resultaste un pervertido. —Soltó con un divertido animo escondido y la clara intención de fastidiarlo. No lo conseguiría—. Un niño muy malo.

—Soy un niño muy malo, pero ya no volveré a verte y esto es lo que quiero. Además, tú tampoco eres precisamente una dama de largo pelo rubio que regala pañuelos usados, si no una loca mujer con el cabello lleno de hojas y ramas.

La hizo sonreír, apenas un imperceptible cambio en sus labios que quiso disimular y luego una tensión que indicaba su impaciencia. Un cosquilleo se expandió sobre la piel del hombre.

—Podría ordenarte que te vistas con tu fea ropa y te vayas de mi vista —sugirió ella.

Él se sostuvo el mentón y la miró fijamente hasta que un indicio de frustración cruzó el rostro de su compañera de habitación. Maleon tenía una mala costumbre de tratarlo como si tuviera algún tipo de poder sobre él de vez en cuando, ya habían hablado de eso, pero su clienta tenía problemas lidiando con un habito tan familiarizado.

—Ya hablamos de estas "ordenes" tuyas, la esclavitud termino, cariño, y un "por favor" de vez en cuando no estaría mal.

La dama rodó los ojos como si no le interesara, se arrodilló en la cama y él la imitó.

—¿Y si te digo que podría ser peligroso para ti? —preguntó ella muy seria.

Verdaderamente parecía luchar contra la idea.

—Correré el riego como un buen imbécil.

—¿Sólo un beso?

—Sólo eso...

No habría esperado que lo hicieran, pero ella fue rápida y voraz. Maleon gruñó, le empujó sobre la cama y la sorpresa lo alcanzó de lleno más que cualquier otra cosa. Cayó atrás sobre el colchón con una fuerza que le quitó la respiración, y ella fue directa sobre él. Todavía gruñendo, aterrizó sobre sus rodillas a horcajadas sobre su cuerpo y plantó las manos a cada lado de su cabeza. La bata se había levantado hasta dejar los muslos desnudos, su cabello se derramó sobre ellos en una cascada extravagante de atardeceres.

Gavriel la miró, paralizado, y toda la vida apaleó fuera de él cuando Maleon apretó las piernas hasta encerrar su amplio torso con las pantorrillas, había tanta energía fluyendo a través del cuerpo de sólidos músculos que le aprisionaban que provocó que una punzada de necesidad se estampara en el interior de su cuerpo, desde las terminaciones nerviosas a su maldito corazón; esto era más de lo que un hombre podía soportar.

La mujer emitió un sonido estrangulado y lo alcanzó con ambas manos ávidas, como si se debatiera impávidamente entre la ambición de besarlo o alejarlo antes de perder el juicio. Él se incorporó hasta sentarse incluso mientras ella hundía los puños en su pelo, tenía los brazos alrededor de su cintura mientras que las piernas de ella todavía se ajustaban a cada lado de él.

—Maleon... —suplicó.

Besarding non est peccatum? Quid agam, si cum osculo meo te ad inferum?

Fue inevitable no sonreír a aquello, pues no tenía ni siquiera una idea de qué había dicho.

—Espero que eso sea tan bueno como suena porque no te he entendido ni una palabra.

—En ocasiones mi lengua y mis memorias se enredan —explicó la dama con los labios apretados—He dicho: ¿Besarte no es un pecado? ¿Qué hago si con mi beso te llevo al infierno?

—Por hoy no me importa ir en caída libre si es contigo.

Maleon sonrió y él no esperó un segundo más, oprimió la boca contra la suya. Entonces estaban juntos, atrapados en la misma hambre e incitando sus lenguas en el interior del otro. Nada fue afable o delicado. Ella tiró de su pelo, estirando con tanta fuerza que él siseó contra sus labios. Tiró de su torso inferior más cerca mientras se levantaba del colchón hacía ella con las caderas. Maleon estaba atrapada sin moverse en su lugar y Gavriel no podía respirar. Todas sus reglas, todo su buen pensar, se vaporizó hasta que no quedó más de él que un animal gimoteando al sacudirse.

Los pulmones del hombre trabajaban como fuelles. El calor se incineraba fuera de ella como si se tratara del jodido sol. El tronar anómalo y cimbreante en su pecho se volvió un crudo gemido. Recorrió con la mano la columna femenina para acunarle la parte posterior de la cabeza, haciendo que ella apoyara esta y sus hombros en el brazo de él. Con el otro brazo, apretó sus caderas firmemente contra sí. Ella se movía instintivamente y le rodeó la cintura con las piernas aún más, él se levantó y se arrodilló. Se agachó para colocarla sobre la cama y luego bajó con ella, hasta que allí estaba, lo que había visualizado durante lo que parecía una eternidad, mientras se tumbaba con las fuertes extremidades y su enorme cuerpo por completo sobre aquella misteriosa mujer.

Al cabo de un rato fue capaz de soltar su boca y la vibrante sensación de fin del mundo aceleró su corazón. No entendía lo que acababa de pasar. Estaba tan lejos de la usual prudencia que la mujer exhibía.

—Mierda, eso fue genial —exclamó Maleon.

—¿Cómo rayos defino esto? ¿Qué suena mejor, me vuelves loco como una cabra o haces que se me zafen los tornillos? —comentó jadeante. Tratando de hacerla reír.

—Muy mal... eso ha estado muy mal, es tan malo que no tienes ni idea.

Ella tenía los ojos cerrados y hundía los talones en la cama, un rubor le oscurecía las mejillas en un tono rosado. Se tapaba los labios con el entrecejo tan fruncido como para traer a la vista tres líneas de expresión en la frente, Gavriel le tocó la cara dulcemente para captar su atención y consiguió que esos ojos incendiarios lo atacarán. Había tanta confusión en ellos que lo asustó. Estaba seguro de una cosa, no quería que esta fuese la última vez que viera ese brillo penetrante en sus iris y nunca más ser testigo del calor de su piel. Marley seguía cantando en su cabeza. Bien, no es como hubiera sido racional el 90% de su vida y tampoco alardeaba de tomar las mejores decisiones, así que al diablo con todo.

—Quiero seguir viéndote, Maleon. Déjame conocerte y salir contigo. —Imprimió toda la sinceridad que pudo en sus palabras—. Olvidemos la forma en la que nos hemos conocido... empecemos de cero.

Por segunda vez, un relámpago de turbulencia la eclipsó.

—Ha sido lindo, pero estas soñando despierto y es hora de terminar con esto.

El dolor de su pecho se tornó un agudo pinchazo. En ese instante, las pupilas de Maleon se empequeñecieron y afilaron, luego una columna de fuego rompió la ventana e inundó la habitación en una marea de brazas, ella le rodeó la cintura con las piernas nuevamente para hacerlo girar hasta caer de la cama y los salvaba a ambos de las caricias de las llamas. Gavriel apenas tuvo un latido para parpadear, ya que la mujer lo arrastró por el suelo a la puerta de salida y literalmente lo arrojó fuera antes de que el fuego se comiera la habitación con ella dentro.

—¡Maleon! —gritó él estampándose con la pared del pasillo.

Un ruido ensordecedor hizo que el edificio temblara y Gavriel se tapó los oídos en un reflejo, tenía los ojos clavados en las llamas que creaban una pared delante de la puerta e impedían que viera a Maleon morir quemada. Una nueva explosión de sonido y las llamas detonaron otra vez. Un Click en su cerebro le dio un izquierdazo en la mandíbula para que reaccionara, actuó por instinto, saltó hacía el límite del fuego intentando verla y encontró la habitación vacía; el corazón le dio otro puñetazo en el estómago que lo alentó a correr al interior de ese infierno. Hacía mucho calor, le quemaba la piel solo estar allí y se le dificultaba respirar por el humo que consumía el aire. Maleon no había salido, tenía que haberse metido al baño para ponerse a salvo cuando la segunda explosión dio lugar... tenía que estar escondida ahí.

De lo contrario ¿Qué clase de loca saltaba al fuego?

Ella debía estar bien... debía estarlo.

—¡Maleon! ¡¿Me escuchas?!

El humo se le metía a los pulmones, se quemaba por dentro y por fuera. El baño estaba vacío. Confundido, salió antes de ser asfixiado o morir chamuscado por las brasas que le rozaban la piel, pero ni eso detuvo que no se congelara en medio de la habitación cuando vio la ventana y se encontró con un enorme ojo rojo granate mirándolo. Una ilusión sacada de las pesadillas del averno, un océano de sangre en una iris demoníaca y una pupila alargada como la de un gato. La bestia parpadeó y él se tambaleó a toda velocidad hacia la puerta muerto de miedo, pero no lo suficientemente rápido como para no ver que otra criatura monstruosa con la forma de un león atacaba a la bestia del gran ojo.

Estaba alucinando, seguro que el shock lo hacía ver cosas raras. El máximo del estrés.

—¡Maleon! ¿Dónde estás?

El tercer golpe sónico lo paralizó en el pasillo en pleno escape, figuras con rostros cubiertos y largos abrigos negros aparecieron entre el humo que a ese punto lo cubría todo y vinieron hacia él. No eran bomberos u otros huéspedes del hotel.

Retrocedió un paso sin saber que ese fue el final de la vida que conocía.

Unas duras garras lo atraparon elevándolo con una fuerza pasmosa del suelo en dirección a la ventana. Gavriel giró la cabeza bruscamente. Mientras el universo daba vueltas vislumbró las enormes patas de león flexionándose para atraparlo por los hombros y los muslos. Los bordes de unas amplias alas de fuego batieron a ambos lados de él.

No pudo gritar cuando atravesaron el cristal hacia la noche cubierta de sombras susurrantes.

Darcy se secó el pelo con bastante nervio, casi arrancándoselo y tuvo que ver su alterado reflejo para darse cuenta de que sufría un ataque de pánico. Tiró la toalla que había usado en el canasto de la ropa sucia.

Se había enloquecido cuando empezó a pensar en lo que vendría para ella con el regreso de la enfermedad y fue la idea de volver a perder su cabello por la quimioterapia la que la dejó a la deriva en un mar de lágrimas, había hecho tanto para recuperarlo y era lo único en ella que consideraba hermoso.

No lo podía creer, estaba enferma otra vez.

La noticia seguía dándole arcadas, de alguna manera lo sospechaba desde hacía meses cuando ciertas fiebres la visitaban de noche y las articulaciones comenzaron a doler; la culminación de todo fue el sangrado de nariz. Entonces ya podía jurarlo, la confirmación de su médico se sintió como un caramelo amargo y no dolió porque ella se había resignado hacía tiempo. La misma enfermedad que se llevó a su madre venía en su sangre y la iba a mandar a la tumba, salvo que en esta ocasión no habría una hija que llorara su perdida. Luce Jaslene Darcy moriría, sería enterrada y nadie sabría que le gustaban las flores amarillas, su tumba quedaría vacía. Gavriel era un buen amigo, pero un día la olvidaría y seguiría con su vida. No había hecho nada para sí misma o algo para cambiar la monotonía de su día a día tras la primera vez que salió del hospital. Se aisló del mundo en su pequeño apartamento y escribió novelas rosas para mujeres desesperadas de amor, ni muy malas ni muy buenas, pero necesarias para subsistir en la reclusión de su alma.

Ya era tarde para recuperar el tiempo desperdiciado.

Sonrió a su reflejo en el espejo, la palidez en su cutis y las ojeras la abofetearon. Agotada de su propia tristeza, salió del baño con su camisón de abuela de ochenta color rosa pastel y fue a su cuarto para darle un vistazo a los niños. Ella no tenía problema con dormir en el sofá, no conseguiría conciliar el sueño de todos modos. Entró con cuidado a su habitación, la imagen de Luke abrazando a su hermana la ayudó a distraerse lejos de malos pensamientos y se aseguró de que la ventana estuviera bien cerrada para que no pasaran frío.

Le hubiera gustado enormemente tener hijos, un sueño de su vida era tener una hija para ir con ella a Jackson Hole como había viajado con su madre cuando las cosas eran sencillas.

Suspiró. Más y más cosas tristes. Tal vez debería aprovechar el sentimiento, coger su portátil y escribir hasta las tres de la mañana.

Darcy cerró la puerta de su habitación, apoyó la palma en la madera y se inclinó sobre ella. Vivía su estúpido deseo maternal a través de esos niños y tampoco lo hacía bien, lo patético de su voluntad ni siquiera le permitía llevarlos al parque. Su cerebro ya se mortificaba por pensar en salir al día siguiente con Gavriel a tomar un helado, ella no quería salir y no quería un helado. No quería hablar de esto.

—Odio el olor de los humanos enfermos —dijo una gruesa voz detrás de ella.

Se petrificó al sentir un cuerpo rozando el suyo, una sombra que doblaba su altura se reflejó en la madera y ella apretó el pomo de la puerta hasta que los dedos se le pusieron blancos.

Olvidó donde Gavriel guardaba el dinero de emergencia. Olvidó la leucemia. Olvidó que su vida estaba acabada. Olvidó que morir era fácil, pero no que ella y la puerta eran las únicas que separaban al intruso de los niños.

No se permitió temblar, que le quemaran las manos si permitía que él llegara a Lily y Luke. Podía hacer esto y lo haría por ellos. Tenía un arma escondida en el cofre en su librero —a solo cinco pasos a su izquierda—, aguantó la respiración y se dio la vuelta.

La bestia se estrelló en la azotea de un edificio, rodeó el cuerpo de Gavriel con el suyo para protegerlo. Él había quedado inconsciente en algún momento del vuelo, Maleon regresó a su forma humana y pegó la cabeza al suelo mientras respiraba agitada. Captaba los olores del mundo girando a su alrededor, los sonidos llegaban con tanta fuerza que tuvo que taparse los oídos y odió todo aquello. Sus instintos estaban al máximo, miró al hombre fuera de sí a su lado y gruñó luchando porque su mente permaneciera trabajando por él.

Respira condenada. Protégelo. Tienes que concentrarte, no puedes perderte ahora.

Registró los bolsillos de Gavriel y encontró su móvil, miró su propia palma para leer el número escrito allí con marcador a prueba de agua. Tocó la mejilla del chico para tranquilizarse mientras continuaba oyendo el tono de marcar.

La voz contestó unos segundos después.

—¿Sabes lo irrespetuoso que es contestar una llamada mientras estas en la cama con una mujer? —inquirió una voz varonil. Detrás de él un murmullo femenino hizo eco en la línea—. Seas quien seas, eres un bastardo.

—Tengo problemas. Ve a casa de Gavriel por su familia, acaban de incendiar el hotel donde estaba y seguramente irán por ellos también.

—¡¿Maleon?! ¡Mierda! Te escucho fuera ¿Dónde estás?

—¡Mueve el culo y manda a todos a su apartamento! ¡Ya! —rugió.

—Tranquila. Tranquila. —La calmó. Algunos sonidos raros le dijeron que se estaba vistiendo deprisa—¡Adiós linda, tengo que trabajar!

Una mujer extraña se quejó y ella colgó.

Maleon aspiró el picante olor en el aire, el edificio se sacudió y la vibración la sintió en todo el cuerpo. Apretó los dientes, sabía que sus colmillos habían crecido. Lentamente percibía los grotescos cambios en su cuerpo, pero su atención se clavó en Gavriel. No quería que él despertara y la viera convertida en un... monstruo. Se acercó más para oler su colonia, pegó su nariz a la piel de su cuello y quiso abrazarlo, pero sus garras se habían alargado. Odiaría dañarlo y peleó contra los impulsos que la empujaban con enorme fuerza a enloquecer de cólera.

Los malnacidos que querían matarla habían atentado contra la vida de él y eso no lo perdonaría. Quién tratara de herirlo tendría que pasar sobre su cadáver.

Una enorme ráfaga de aire caliente le golpeó la espalda y arremolinó su cabello, la criatura abominable que había querido quemarlos vivos estaba detrás de ella, seguramente trepado al edificio. Depositó sus labios en la frente del hombre y se dio la vuelta en un pestañeo.

—No te preocupes, daré todo por ti y no me desvaneceré. No te dejaré mucho tiempo... solo le arrancaré la cabeza a ese hijo de perra y volveré.

Miró los enormes ojos del carnívoro gigante que la veía, esas malditas cuencas llameantes la hicieron ronronear y sonrió.

—Te voy a matar lentamente, stultus dampnas.

Cuando el monstruo abrió la boca para escupir fuego, ella emprendió carrera y rugió tan alto que seguro la mitad del país la había oído.

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Stultus dampnas: Maldito infeliz (Latín)

Cor Meum: Mi corazón (Latín)

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