Epílogo

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—¡¿Qué demonios es esto?! —exclamó Saraf mirando la figura de madera rosa fluorescente que sostenía incrédula.

—¡Es un canguro! —respondió Daraan alzando las cejas—. De esos que saltan.

—¿Hay canguros que no salten? —indagó Ragnar estudiando un barco en una pequeña botella.

Try se sumó a la conversación con los brazos cruzados y un sombrero cubano en la cabeza. La reina acababa de llegar luego de un mes de su viaje de luna de miel por el mundo, ella y Gavriel habían ido a visitar todas las colonias de híbridos que existían estarcidas por el globo terráqueo. Por razones de seguridad más que de apariencia, llevaron al dragón dorado con ellos —ya que este podía aniquilar velozmente a media docena de enemigos de un mordisco—, y ya de regreso en la mansión estaban repartiendo todos los recuerdos que compraron en tiendas o que los híbridos decidieron regalarles.

Se encontraban en la biblioteca hacía treinta minutos recuperando en tiempo perdido.

—¡Oh, por la Vestal! ¡Es hermoso! —chilló Ivy emocionada.

—Eh, Señorita Algodón de azúcar. Eso es un corcho que se metió por accidente, no es tu regalo —contestó Gavriel con una sonrisa de lado.

—¿Me lo puedo quedar? Es muy bonito.

—Claro, lo que sea que te haga feliz —contestó él admirando a la unicornio emocionarse y después se giró hacia la medusa—. ¿Qué te parece tu obsequio?

—Son bonitos —respondió la serpentina hembra.

—Tal vez puedas lucirlos mejor sin ese sombrero.

Tanith lo observó, sonrió con amabilidad y subió ambos hombros restándole importancia, después se centró en sus aretes con esmeraldas de Colombia; ella no iba a quitarse su boina porque era lo único que ocultaba las cicatrices de su cabeza.

Entonces las puertas se abrieron para dejar pasar a los tres niños de la casa, a sus padres y a Tohma.

Sin embargo, algo apartado, Daraan siguió escudriñando en su bolso de viaje mientras todos los demás se dividían en abrazos, lágrimas e histeria colectiva, tragó saliva al encontrar un objeto en especial envuelto en una bolsa de papel. Lo había apartado de los demás para que no se rompiera y aguardaba nervioso a que cierta dama humana pasara el umbral para entregárselo, cuando la puerta volvió a abrirse el corazón del rey casi se le salió del pecho. Sin embargo, se trataba de Cassian y Aislinn junto a sus ninfas.

A él se le tensó la mitad del cuerpo al ver al elfo, no podía ocultar que se sentía como un toro ante el rojo brillante que a él le inundaba de celos. Conocía las reglas del amor. Sabía que este no podía forzarse y tampoco obligar a alguien a que lo amara, pero nadie tampoco podía obligarle a su irrazonable cabeza a dejar de divagar en torno a Luce Jaslene Darcy.

Esperó inquieto media hora más de conversación ridícula y chistes malos, por mucho que le gustara ser quien los contara, en este momento exacto sentía picazón tras la nuca. Mal presagio. Cada vez que esa mala vibra comenzaba a molestarlo indicaba que los planetas se alineaban con problemas que se avecinaban para gritarle "Jodete" en la cara.

Ya no lo soportó más.

—¿Dónde está LJ?

Sus pupilas captaron la culpa en los ojos de Cassian, el instinto actuó y la ira le endureció las manos listas para repartir golpes ¿Qué había hecho el raquítico elfo para sentirse condenado de solo oír el nombre de la hembra?

Aislinn se humedeció los labios con la taza de té en sus delicados dedos pálidos, la expresión de la ninfa era sombría y apenada. Picazón doble, triple y cuádruple. Sentido arácnido activado:

ALGO. VA. MUY. MAL. MUEVE. EL. CULO. YA.

El rey se levantó al mismo tiempo que la ninfa rubia hablaba.

—Ella no ha salido de su habitación desde que ustedes se fueron, tratamos de sacarla y amenazó con irse si entrábamos. Hemos estado dejando charolas de comida fuera de su cuarto.

Un latido y Daraan salió a toda máquina de la biblioteca. Prácticamente se transformó en un dragón en el vestíbulo, de un aleteo saltó al cuarto piso donde ella tenía su sitio designado y corrió por el pasillo envalentonado como un tren a 100 km por hora. Las persianas de las ventanas estaban abiertas porque daban las 9:00 P.M de la noche, así que los vampiros no corrían peligro.

No le funcionaba correctamente el sentido común, tal vez la humana solo estaba agobiada por su enfermedad y... y... al diablo. Sus piernas avanzaban a zancadas largas que redujeron el espacio a la mitad haciéndolo llegar el doble de rápido.

¡¿UN MES SIN VER A NADIE?! ¡¿POR QUÉ!? ¡MALDITO UNIVERSO! ¡¿NO SE PODÍA QUEDAR TRANQUILO UNOS JODIDOS DIAS?!

Vio la charola con sopa en el piso, ella no cenó y él tampoco logró frenar civilizadamente por lo que se llevó puesto el plató con caldo frente a la puerta de la habitación, en consecuencia se ensució el pantalón. Le restó importancia, se apartó el cabello que le caía sobre el rostro de un manotazo y tocó insistentemente. Podía sentir su aroma atravesando las barreras de concreto y madera, su potente perfume a lavanda que se entremezclaba con el de las fresas. Se le dilataron las fosas nasales como a un loco al sentir el miedo y la salada tristeza alterar su bella esencia.

Algo distinto a la angustia modificaba su aroma.

Tocó hasta casi tirar abajo la puerta.

—¡¿Qué?! ¡Maldición! —gritó ella con la voz rota.

Mierda, estaba llorando. No podía atosigarla con preguntas invasivas cuando ella obviamente se mostraba recelosa a salir de su cuarto, debía comportarse con cautela para averiguar qué demonios pasaba. Una parte de él se paralizó por no saber cómo actuar delante de una hembra sin acabar en una cama o en una conversación repleta de ataques verbales, convivir con hembras agresivas lo había arruinado y no conocía exactamente el comportamiento que los machos humanos emplearían con una mujer como Darcy. Las criaturas mitológicas no eran como los humanos, aunque su apariencia se asemejara tanto.

Okey, basta de lloriqueos. El dragón reorganizó sus ideas y siguió en blanco ¿Se había anunciado?

No idiota, solo aporreaste la puerta como un simio, pensó.

—Soy... soy yo, LJ. Daraan.

No hubo respuesta.

—Acabamos de llegar. —No iría directamente al grano o la atosigaría demasiado—. Pensé que era extraño no verte allá, trajimos regalos y no te imaginas lo feos que son.

—¿Qué tan feos pueden ser? —replicó ella árida.

Bien, enojada le gustaba más que triste.

—Feos como chuparle los dedos a un mecánico, cariño.

Pegó su oído a la madera, oía risa y sollozos.

No la presiones. No la presiones. No la presiones.

—¿Quieres venir?

—No.

—¿Por qué?

—No me siento bien.

Un mes excedía el tiempo de "no sentirse bien", más en su condición. Maldición, no lograba quedarse quieto, parecía que tenía avispas en el pantalón de lo frenético que se movía y por la manera intranquila con la que se mecía de lado a lado como un imbécil. El colibrí en su corazón se había agitado al escuchar la voz femenina tras tantos días y tantas noches, si fuera un perro estaría moviendo la cola emocionado porque su ama le abriera.

Viejo, dignidad. Replicó su salud mental.

—Me quedaré aquí afuera hasta que te sientas bien.

—¿Qué? No hagas eso.

—No es la primera vez, LJ ¿Tienes idea de cuantas veces tuve que dormir en el pasillo detrás de la puerta de Maleon cuando estaba enferma? ¡Pues te diré que no puse esa alfombra esponjosa y suave como pompas de bebé por nada!

Ella lloró de nuevo.

¿Qué hiciste? Regañó su cerebro.

Ni jodida idea, respondió su corazón.

¡Arréglalo! Exigió el pensador.

¿No eres tú el que repara mis idioteces? Preguntó el enamorado.

—LJ, dime que pasa. —Ya no podía ser sutil. Nervioso, se mordió los labios—. He pasado un mes lejos, llego y te encuentras así... me duele oírte llorar. Dime o déjame entrar para saber que estas bien. —Se le ocurrió algo, pero se humillaría terriblemente en el proceso—. Mis ojos ruegan verle una vez, Madame Lemaire. No le niegue ese deseo a un humilde pecador.

Algo se cayó dentro de la habitación.

—¡¿Cómo sabes eso?!

—Ah, hablas de la cita de "Deseo de juventud". Es un libro que leí hace poco, pero su final fue pésimo ¿Por qué crear tanta tensión sexual entre los protagonistas si nunca vas a hacer que hagan el amor?

Pasos acelerados se aproximaron a la puerta. Uy, la había cabreado. Excelente.

—¡Claro que hacen el amor! ¡Yo misma lo escribí y recuerdo las palabras exactas que utilicé a lo largo de ese capítulo!

Sonrió por más que no lo viera.

—LJ, hay diferencia entre tener sexo y hacer el amor. Lamento decirte que la pobre Madame Lemaire merecía más que eso.

El silencio sepulcral los inundó, su oído atrapó el débil sonido de las yemas de los dedos femeninos acariciando la puerta y deseó saber dónde se encontraban aquellas manos para sostenerlas. No, mejor besarlas con gozo. Tenerla un solo momento para consolarla mientras la rodeaba con sus brazos y hundía la nariz en su magnifico cabello.

—No te quedarás ahí de verdad ¿O sí?

—Cariño, seré muchas cosas menos un mentiroso —dijo el rey. Entonces se dio media vuelta y se sentó en el suelo con las piernas cruzadas—. Ay, mi pie se adormeció. Mierda.

La puerta se desbloqueó, él entró en pánico por un instante de expectativa y en cuanto la silueta de la hembra que le encantaba apareció fue inevitable congelarse. Ella traía el oscuro cabello suelto hasta la cintura, sus obscurecidos ojos lo tragaron como un agujero negro y lo enviaron a un universo paralelo donde se apresaba así mismo en su piel blanquecina. Descendió con su mirada a sus hombros desnudos, el camisón blanco se ajustaba bien a cada curva y... resaltaba el crecimiento de su vientre. Un shock lo abandonó en un ensimismamiento, como un astronauta perdido en el espacio infinito, desprovisto de aire y sueños.

La razón del llanto. Del cambio en su aroma. No podía creerlo.

—Estoy embarazada... ya pronto se cumplirán dos meses. Yo... yo estuve con Cassian en la fiesta de las ninfas y... Dios, aún no se lo he dicho... —balbuceó Darcy. Luego se cubrió el rostro con las manos temblorosas y lloró más alto—. Tengo miedo, Daraan... tengo mucho miedo.

Él usó la pared para impulsarse y levantarse, un parpadeo la rodeó con sus brazos mientras lo atormentaba su desesperado llanto. Escuchó las voces preocupadas de Gavriel y Maleon, los pasos de ambos venían en una carrera hacía ellos, pero no quiso soltar a Darcy porque continuaba llorando.

Un macho vinculado protegía a su compañera, la amaba, la añoraba y sufría por ella con cada fibra de su ser. Hundió su nariz en su piel para impregnarse de su característico perfume a lavanda y fresa.

No quería pensar en esto.

No quería.

Realmente no.

¿Por qué siempre debía tener razón con sus estúpidos presentimientos?

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