Capítulo 1: Humillación.

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—¡Gorda! —Claere, una de sus primas, le lanzó un pedazo de panceta al regazo y empezó a reír con sus amigas.

Marinah sintió como las lágrimas se acumulaban en sus ojos y la necesidad de salir corriendo se hizo presente, pero siendo tan obstinada como siempre, se quedó quieta por unos cuantos segundos.

Ella había salido a dar una vuelta por los jardines, estaba estresada por haber estado todo el día en las clases de la septa Tiffally, así que cuando se hallaba sentada en la banca y se disponía a marcharse, no se esperaba encontrarse con sus tan crueles primas.

—¿No has escuchado, cerdito?

Marinah parpadeó saliendo de sus pensamientos. Aquello solía sucederle varias veces, pero Claere no tenía porque saberlo.

Volteó a verla con las mejillas enrojecidas y su tímides se hizo presente.

—¿Qué quieres...? —preguntó, pero fue interrumpida cuando un montículo de lodo le calló al rostro, arruinando su vestido y embarrando el peinado que su hermana le había hecho por la mañana.

Marinah sintió la vergüenza surcar su rostro cuando las escuchó reír escandalosamente y nuevamente tuvo ganas de llorar.

—¡Ahora sí pareces una cerdita! —exclamó una emocionada Rosyn, quién era la hermana menor de Claere.

La Tyrell solo se permitió llorar cuando ambas y su séquito de amigas se hubieran retirado, riendo y burlándose de la pequeña rosa. Las lágrimas surcaron sus mofletes hinchados y estas cayeron al piso como una cascada.

Las niñas podían llegar a ser muy crueles y Marinah lo había comprendido muchas veces cuando Claere, queriendo lucirse entre las damas, la había humillado en múltiples ocasiones. Primero haciendo bromas hirientes, después escupiéndole en la cara para posteriormente encargarse de que cada día de Marinah fuera miserable.

Los sollozos de Marinah parecieron hacerse más grandes porque atrajo la atención de personas que no deberían estar allí.

—¿Marinah?

Su corazón dió un salto.

La niña se obligó a parar su llanto, pero cuando sus nublados ojos se posaron en sus hermanos, no pudo evitar sollozar con más fuerza. Margaery se apresuró a acercarse a ella, se dejó caer a su lado sin importarle manchar su vestido y la tomó de las mejillas.

—¿Ellas te hicieron esto? —preguntó horrorizada.

Marinah asintió sin dejar de derramar lágrimas.

—Esas brujas... —gruñó Loras cuando se disponía a tomarla de la mano para intentar reconfortarla.

—Hay que decirle a padre —dijo Margaery con evidente preocupación.

Ambos hermanos comprendieron que aquello estaba llegando demasiado lejos.

—Lo haremos —aseguró Loras.

—¡No! —exclamó Marinah, las lágrimas ya se habían secado y solo permanecía hipando sin control— Se molestará y las manda-ará azotar...

—Es lo que merecen —La interrumpió Loras con tono severo—. Ya hemos dejado que esto llegue demasiado lejos. No podemos seguir permitiendo que esto suceda, le diremos a padre y es lo último que diré.

Margaery miró a su hermano con incertidumbre y abrazó a su hermana con gesto protector.

—Nadie más te hará daño. Nos encargaremos de que no vuelva a suceder —prometió—. Te lo prometo, florecilla —y besó su frente.

Un sentimiento cálido se abrió paso en su pecho, pero no lo suficientemente fuerte como para opacar su vergüenza y humillación por dejar que aquellas niñas la molestaran.

—Gracias —murmuró sabiendo que ellos cumplirían su promesa.

Tal vez fue aquello lo que los llevó a su terrible final.

***

Desde una hora muy temprana, antes de que los primeros rayos de luz aparecieran en el cielo, todos y cada uno de los habitantes de Altojardín habían estado preparando el castillo en el que residían; solo para el día del nombre del señor del Dominio.

Los sirvientes se apresuraban a preparar el banquete de grandes proporciones, los mozos de cuadra corrían por el patio tratando de ayudar lo más que podían, cargando barriles llenos de licor y marchando con toneladas de comida. Las doncellas ayudaban a decorar los salones y pasillos por la fiesta de colosales proporciones que se celebraría, y en los burdeles, las putas se preparaban para la llegada masiva de nuevos clientes.

Muy aparte de todo esto, una doncella de diez y un año del nombre, desde sus amplios aposentos que daban vista al río Mander, se preparaba para el gran día que se esperaba con tanto ímpetu.

—Apretad bien ese corsé —demandó Alerie Tyrell, señora del castillo y madre de Marinah.

Tenía el ceño fruncido, como siempre que veía a su hija menor.

A unos metros de ella estaba una jovencita de brazos y piernas regordetas que estaba siendo estrangulada por sus doncellas. Marinah apretó los dientes y se abstuvo de respirar, tratando de soportar el ardor que comenzaba a surcar sus ojos.

«No. No puede ser», pensó con horror.

El corcé ya no apretaba.

Ambas doncellas se miraron entre sí, compartiendo una mueca y mirando a la niña con cierta lástima.

—Ya no aprieta, mi señora —susurró una de las doncellas.

Las fosas nasales de la Lady se dilataron en un respiro exasperado y Marinah pudo jurar que vió el humo salir de los oídos de su madre, y sus ojos azules, tan parecidos a los suyos, parecían arder en brasas.

—Apretadlo más.

—Ya no es posible, Lady Tyrell.

—¡Pues hacedlo posible!

Marinah ni siquiera la miró, se quedó contemplando su cuerpo a través del espejo. No quería mirarla, no sabiendo que si lo hacía solo le recordaría lo estúpida que era, no quería ver la decepción surcar sus facciones.

La decepción de haber tenido una hija fea, una hija gorda.

Las lágrimas se acumularon en sus ojos y se obligó a retenerlas. No debía llorar, no podía y se negaba a hacerlo. Estaba decidida a ser fuerte, a que nadie más la viera sufrir por su inevitable desdicha.

—Retirense —ordenó la Lady, y ambas doncellas no pudieron hacer nada más que asentir y retirarse.

«Todo estará bien», pensó Marinah, sintiéndose sola en la habitación.

«No pasará nada».

Trató de reconfortarse, aún cuando su madre se acercó a ella a toda prisa. Su expresión era indescifrable y Marinah se estremeció.

—Madre yo... —empezó, pero la bofetada que le lanzó la dejó sin aliento y las palabras se desvanecieron en sus labios.

Su mejilla ardió como si mil agujas hubieran sido ensartadas con rencor.

—¿Qué he hecho yo, para tenerte como hija? —susurró con amargura, y Marinah ya no pudo contener las lágrimas al escuchar sus duras palabras— Eréis tan fea. ¿Por qué los dioses fueron tan crueles conmigo? ¡No podéis seguir una simple dieta porque ya estáis en las cocinas tragando todo lo que encuentras!

—Lo siento —susurró tratando de parar las lágrimas, y sintiendo el ardor en su mejilla. Le dolía, pero no pensaba demostrarle su dolor, solo la haría molestar más.

Marinah apretó los puños con impotencia y se enfocó en mirar el piso.

—Oh, claro que lo sientes —dijo con desdén—. Tanto como yo siento haber dejado que crecieráis aún sabiendo que serías obesa. ¡Una deshonra! ¡Jamás traeras honor a nuestra familia!

Marinah sintió como su corazón se partía y sus fuerzas se hicieron añicos. Las lágrimas corrieron con total libertad y los sollozos salieron sin control. Le dolía, por supuesto que le dolía que su madre la prefiriera muerta solo por no ser lo que esperaba.

Dolía y la hacía arder en una eterna agonía.

—Alerie —Una voz dura resonó en la habitación, aunque sin poder superar los sollozos de la joven doncella que había tenido la mala suerte de no ser tan hermosa como todos quisieran.

Alerie se congeló, pero no apartó la mirada fría y sin compasión del joven rostro de su hija, aunque finalmente —y para alivio de Marinah—, la mujer decidió que ya no era posible ignorar a la otra persona.

—Lady Olenna.

Cuando Marinah levantó la mirada, pudo ver como su abuela se encontraba en la entrada de sus aposentos. Tenía la expresión rígida y más fría que jamás había visto en su vida, y parecía querer pulverizar a su madre.

Nunca olvidaría sus siguientes palabras.

—Si así tratáis a vuestra hija, me temo que no estoy de acuerdo con que sigáis criando a mis nietos.

Posteriormente, le ordenó que se acercara a ella y le acarició la mejilla. Marinah la apartó con dolor, aún le ardía.

—Ya no estáis obligada a hacerte cargo de mi nieta. Yo misma me haré cargo —dijo con frialdad y Marinah pudo ver como su madre crispaba los dedos, como si intentara cerrarlos en el cuello de la Reina de Espinas o de la misma Marinah.

No pudo evitar el estremecimiento que la invadió.

La abuela la tomó de los hombros, los apretó con cariño y la condujo fuera de los aposentos. Desde que tenía memoria, nunca se había sentido tan segura en toda su vida.


—¡Ella es mi hija!

—No más.

La presión en su pecho disminuyó un poco cuando su abuela la guió por los pasillos hacia algún lugar desconocido. No le importaba dónde fuera, solo quería salir de allí lo antes posible.

Los escoltas de su abuela las seguían de cerca y sus doncellas estaban a cierta distancia cuchicheando entre ellas, siempre lanzándole miradas de lástima y disgusto a Marinah.

La abuela volteó a verlas con la expresión de haber chupado limón.

—No mencionaréis nada de esto a nadie, de otro modo, ordenaré que os corten la lenguas —dijo con dureza en su mirada, pero esta se hablando cuando se posó en Marinah—. Habéis corrido con suerte, hija, Alerie es una bruja por como te ha tratado.

—Gracias por sacarme de allí, abuela —dijo Marinah—, pero cuando vuelva estará muy molesta.

Se estremeció de solo pensarlo.

«Me matará».

—Boberías. No volverás a ese agujero.

Marinah levantó la mirada del suelo, estaba sorprendida.

—¿Nunca?

—Mientras siga viva —le restó importancia, como si aquello no importara—. Creo recordar que te estabas preparando para el banquete, si no me equivoco.

Se sintió avergonzada.

—No iré —Se apresuró a decir, la mujer le dió una mirada extrañada mientras ambas marchaban por los pasillos. Marinah aún no sabía a dónde se dirigían—. No me ha entrado el corsé. No tengo nada apropiado para asistir.

—Pequeños detalles que serán solucionados.

No entendió a que se refería.

Olenna tronó los dedos y una doncella se acercó a ella. Era hermosa, de cabello castaño con ondas y de facciones delicadas, era muy delgada y al caminar parecía danzar. El rosa de su vestido contrastaba con su piel cual porcelana.

Marinah sintió envidia.

Ambas mujeres murmuraron unas cuantas cosas que ella no escuchó y después la joven se retiró. Los ojos de su abuela se posaron en ella, con cierto gesto de victoria que ella no lograba comprender.

—Irás —Se limitó a decir—. Que no te quepa la menor duda.

Ambas llegaron enfrente de unas puertas enormes. Las había visto antes, pero nunca tuvo permitido entrar por las exigencias de su madre, quién decía que Marinah «no merecía entrar allí». Dos soldados que estaban apostillados a cada lado abrieron las puertas de caoba de par en par.

Lo que vió al otro lado la dejó deslumbrada.

—Bienvenida al paraíso de toda doncella.

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Me dio cosita escribir este capítulo. Soy bien respondona y les hubiera partido la madre a esas estúpidas de mierda, ahre.

Fue triste escribirlo, pero más porque se que es horrible que te humillen de tal forma y te digan comentarios tan hirientes como esos. Odio que denigren de tal manera a los demás, me hace querer golpear a alguien.

Pregunta del día:

¿Quién creen que será el interés amoroso de Marinah?

Atte.

Nix Snow.

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