✍🏻CAPÍTULO 2✍🏻

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—Repetidme lo que os dijo la Reina —apremió su madre.

Esperaba sentada en el diván de la habitación de Vivian junto a Yvette. La joven leía y releía la entrada de Lady Whistledown y se estaba enterando poco de lo que sucedía a su alrededor.

—Perfectas —dijo Winnie con orgullo mientras se probaba su nuevo vestido frente al espejo—. Después nos dedicó una gran sonrisa. ¡Oh, mamá! ¿Me dejarías ponerme esos pendientes en forma de lágrima que brillan tanto?

—Entonces me gustaría llevar el collar tan elegante de piedras pequeñitas, por favor, mamá —saltó Vivian. Estaba mirándose en el otro espejo—. Rosaline, ¿no cree que quedaría estupendo con este vestido?

Su dama asintió, muy feliz de que le pidiese opinión. Ella creía que daba lo mismo lo que se pusiese su señorita pues siempre estaba bella, pero ese accesorio le haría resaltar aún más la sencillez que la caracterizaba. Mientras Winnie pedía pedrería preciosa, cara y lujosa, Vivi prefería lo minimalista y pequeño. Eran unas mellizas de lo más diferentes, no solo en gustos.

—Podréis llevarlas, mis queridas hijas —afirmó Lady Whitmore. Vivi sonrió a su dama y Winnie soltó un pequeño grito—. Debéis estar estupendas para esta noche. Y listas para los numerosos bailes que os esperan. Hay tantas buenas opciones este año.

—Espero que Daphne no nos quite a muchos caballeros. —Winnie elevó los ojos al cielo con rabia—. Su Majestad también le dedicó un cumplido: "impecable".

—Porque lo es, Winnie —comentó Yvette aún con la vista perdida. Entre sus manos se encontraba en ese instante otra revista, Lady Bittersough—. No eres el centro del universo, hermana. Hay más jóvenes hermosas.

—A mí me parece que es bastante normalita —desdeñó Winnie—. Vivi y yo, por otra parte, somos de piel pálida, pero deslumbrante. Las pecas de nuestra nariz son muchas aunque no llegan a ser vulgares. Nuestro largo pelo pelirrojo y ondulado es la envidia de todas nuestras amigas y tenemos la mirada más pura, nuestros ojos verdosos brillan como esmeraldas y hará que todos los señores sin esposa caigan a nuestros pies.

—Sí es cierto que todas habéis heredado mis rasgos —admitió, cohibida, Lady Whitmore—. Luego Zane y Xavier son como vuestro padre: pelo revuelto negro y ojos grises. Todos mis hijos son increíblemente bellos. Estoy muy orgullosa de vosotros.

—Algunas si se arreglaran más podrían recibir ese halago, madre.

Yvette dejó, malhumorada, la revista sobre sus piernas y miró a Winnie. ¡Era malvada! Iba a contestar y ponerle las cosas en su sitio a esa maleducada, pero su madre la tomó de la mano cariñosamente.

—Estoy segura de que Yvette conseguirá marido esta temporada —afirmó con resolución—. Esta noche algún caballero te sacará a bailar, lo conocerás y os enamoraréis.

—No hace ninguna falta de verdad, mamá —balbuceó ella.

—¿Qué leías antes que te tenía tan fascinada? —inquirió su madre, obviando la respuesta de su hija. Yvette bailaría con alguien, seguro. Tomó la revista—. Bittersough. ¡Qué nombre más...insulso! ¡Oh, por dios! —comenzó a leer las primeras líneas con ahínco.

—Sí, leía las críticas a mis hermanas, a Daphne y a todas las jovencitas debutantes —Rio la joven Whitmore. Le entregó a su madre también la otra revista—. Además por partida doble. Dos ladys con una pluma ágil y...

—Dadme eso —chilló, histérica, Winnie. Le dio varios golpes a sus criadas que la rodeaban para hacer los ajustes del vestido—. Tiene que haber más ejemplares. Dádmelos y dejad mi vestido. ¿Qué dice de mí, madre?

Vivian se sentó al lado de Yvette, temerosa de ver qué habían escrito sobre ella, pero esperó pacientemente a que su madre finalizara su lectura. Yvette le pasó el número de Whistledown inmediatamente después.

—Ha halagado tu gentileza y saber estar, hermanita —susurró Yvette a la más pequeña.

—¿Cómo que no van a encontrar el amor? —Lady Whitmore había alzado la voz, muy cabreada con las palabras que leía en Bittersough—. ¡Qué descarada!

—¡Ha dicho que no voy a rozar la perfección! —exclamó Winnie, enfurecida—. Se ha reído de mis plumas. Cree que no podría ser una buena condesa.

—El título lo heredará Zane —respondió Yvette—. Puedes estar tranquila...

—Me da igual, solo ha dicho cosas malas de mí.

—No leas a Lady Whistledown entonces, si no sabes llevar las críticas correctamente —se burló Yvette. Le dio un beso en la mejilla a Vivian y otro a su madre—. Me voy con Xavier a la casa Bridgerton.

—No tardéis mucho —le advirtió su madre en tono severo—. El baile que ofrece Lady Danbury no admite a rezagados. Además, me ha insinuado que hay alguna sorpresa.

Winnie tiró por los aires la revista de Whistledown, olvidando por un momento su contenido y comenzó a avasallar a su madre con preguntas sobre qué era la misteriosa sorpresa. Como Yvette no tenía especial interés en descubrir algo que ya vería con sus propios ojos en unas horas, se dirigió hacia las escaleras tras salir de la habitación de Vivian. Esperaría en el salón a Xavier.

Bajó con lentitud por las grandes escaleras y se permitió el lujo de fijarse en los nuevos cuadros que había adquirido su padre. En su mayoría eran paisajes o algún retrato familiar. Le gustó uno en especial: un campo de tonos verdes y amarillos en el que discurría el agua de un río de manera serena a la luz de un sol de mediodía. Un sueño vivir en un sitio así.

Continúo su trayecto hasta el salón, pensativa. Algún día se escaparía, sola, y se iría a una pequeña casita en el campo. Viviría sin ataduras ni obligaciones. No tendría que sonreír a todo el mundo, ni ir constantemente a estúpidos bailes, ni llevar corsés que cortaban la sangre ni mucho menos tener que compartir el resto de su vida con un hombre, casados por imposición social o por el interés de sus familias.

—Veo que está lista. —La voz de Julian la hizo volver a la realidad. Estaba en la puerta del salón con una amplia sonrisa—. Muy guapa, si me permite el cumplido.

—Si tú lo dices —sonrió de vuelta ella—. ¿Hiciste la tarea que te encomendé, querido Julian?

—¿Entregar el papel? Pues claro.

Yvette miró hacia los lados, temerosa de que alguien hubiese escuchado a su amigo. No había ni un alma en el pasillo, los demás criados estaban ocupados y su padre hacía cuentas de la casa con Zane. Le dio un golpecito en el brazo.

—No. Lo del gato —murmuró. Se acercó a su oído, tarea complicada pues Julian era bastante alto—. No hables tan campantemente de nuestro secreto. Aunque, ahora que lo dices, ¿hubo algún problema?

—En absoluto, todo salió según planeamos y lamento haber sido tan indiscreto —respondió, azorado—. En cuanto a Oli, sí, ¿o se está haciendo la desentendida y no ha visto la herida de guerra?

En su mejilla sonrosada por la cercanía de la señorita Whitmore había un fuerte arañazo. El último que el animal daría en mucho tiempo, no volvería a dejar esas zarpas con uñas tan largas. Yvette se maldijo y tocó con delicadeza la herida de Julian.

—Lo siento muchísimo, no sé por qué últimamente está más arisco que de costumbre.

—Seguirá el ejemplo de su dueña —se atrevió a decir Julian.

—Es posible —admitió sin dejar de acariciar la mejilla del hombre—. No he estado del mejor humor, todo lo de la nueva temporada y lo de mis hermanas me pone de los nervios. Mamá quiere que encuentre marido y yo no me veo preparada. Todos esperan cosas de mí que no deseo.

—Lo sé, Yvette. Pero al final encontrará a alguien por el que no le importará lo más mínimo tener que estar casada. Se enamorará. —Ella bufó ante la respuesta de su amigo y apartó la mano. Él sonrió tímidamente—. Sí, enfádese, pero ocurrirá tarde o temprano. Alguien le robará ese duro y tierno corazón que tiene.

—Nadie me aguanta y no estoy dispuesta a aguantar a nadie más de lo necesario —contestó ella. Se alejó un poco al ver que bajaba por la escalera su hermano Xavier—. Soy insoportable, lo siento —terminó sin ningún arrepentimiento real.

—Yo la aguanto —dijo Julian en voz baja y con una media sonrisa.

Xavier alcanzó en pocos pasos la puerta del salón y se quedó mirando a ambos. Se habían alejado con su llegada, eso le mosqueó. ¿Ocultaban algo? ¿Su hermana estaría enamorada del criado? Sacudió la cabeza, alejando esos pensamientos. Era ridículo...Pero esas miradas divertidas entre ambos, esa complicidad...

—¿Preparada para ir a ver a los Bridgerton? —inquirió a Yvette sin volver a ver a Julian. Este regresó a su expresión seria y permaneció quieto—. ¿Vestido nuevo, hermanita? ¿Alguien a quien quieras conquistar?

Igual había sido demasiado directo. Yvette arrugó el ceño, extrañada. Parecía mentira que Xavier fuera el hermano que más la conocía. ¿A qué venían esas tonterías?

—Estoy preparada, sí —respondió con tono tranquilo—. El vestido es la nueva obligación de mamá. Quiere verme con vestidos que me hacen lucir como un fantasma. Según ella y Madame Delacrouix es la nueva moda.

—Bueno, a mí me parece que te queda muy bien.

—Deja los falsos cumplidos, hermano, y vayamos al carruaje —resopló ella—. Después de esta insufrible mañana necesito uno de esos pastelitos de fresa de la cocinera de los Bridgerton.

—Sí, vamos. Benedict estará impaciente con nuestra llegada. —Yvette le dirigió una dura mirada—. Bueno, y Eloise y Daphne.

De pronto, a la cabeza de Yvette vino un recuerdo y frenó en seco cuando se dirigían a la gran puerta de salida. Dejó a Xavier atrás y regresó sobre sus pasos haciendo resonar sus tacones en el suelo marmoleado.

—Julian, ¿sabe dónde está Gwen?

Le había dejado a su dama un pequeño encargo: dejar reluciente el pañuelo del señor Bridgerton para poder entregárselo ahora. Casi se le olvidaba. No quería nada en su casa que fuese propiedad de Benedict, eso solo le recordaría que le había hecho un favor y ella le debía uno. No le gustaba tener esa obligación.

Tal y como había sucedido en la mañana anterior con Julian, la mujerona de cabellos rizados apareció bajando las escaleras con rapidez. Tanta que estuvo a punto de irse al suelo en el último escalón. Se aproximó a Yvette con una gran sonrisa y le extendió el pañuelo azulado, perfectamente doblado y planchado.

—Aquí lo tiene. —Yvette lo tomó y guardó en su pequeño bolso con perlas—. Justo a tiempo. No ha tardado nada en secarse.

—Muchísimas gracias, Gwendoline. Si me disculpa debo irme con mi hermano, tenga una buena tarde.

—¡Disfrute con la señorita Eloise! —le deseó, sincera, su dama.

Julian vio cómo salía corriendo Yvette. Por suerte llevaba su largo cabello suelto y un vestido ancho como para poder moverse con mayor libertad o hubiese salido volando y su peinado se hubiese ido al traste. Agarró el brazo de su hermano, juntos salieron riéndose por la impetuosidad de la joven. Sonrió ante la escena, aunque hubiese estado más contento si ella le hubiera deseado una buena tarde como a Gwen.

La dama de compañía rodó los ojos, viendo el rostro absorto de Julian aun cuando la puerta se había cerrado. Chasqueó los dedos un par de veces y el criado volvió en sí mismo. Sus fantasías de una vida con Yvette le iban a dejar mal de la cabeza, porque del corazón ya lo estaba.

—¿No tenía tareas que hacer? —cuestionó Gwen señalando con la cabeza al piso de arriba—. Si no es así yo se las doy. Tiene para elegir ordenar la habitación de las niñas o salir fuera a limpiar las alfombras.

—¡Julian!

Winnie lo requería con su voz chillona para algo. Tenía que haber sido rápido y haber huido a sacudir alfombras. Suspiró, nunca tenía suerte para nada. Subió con rapidez las escaleras mientras Gwen regresaba a las cocinas para pedirles a las cocineras más pastas para las mellizas.

La casa Bridgerton no quedaba muy lejos de la de los Whitmore, al menos no en carruaje y con el señor Larry manejando a los caballos. Nunca llegarían tarde a ningún sitio con él, conocía todos los atajos y calles de Londres y sabía cómo tener controlados a los pura raza. En menos de quince minutos tocaban suelo de los hermosos jardines de los Bridgerton.

A Yvette le encantaba una zona que tenían con columpios atados a un antiguo roble. Había tenido largas charlas con Eloise allí sobre temas importantes: derechos, libertad, huidas, todo disfrutando del calor de verano a la sombra del árbol. Los asuntos de cotilleos a veces también se colaban, pero solo para criticar a algunas madres cabezas huecas.

—¡Bienvenidos! —Benedict bajó con holgura las escaleras y se encaminó hacia donde estaban los dos hermanos Whitmore—. Pensé que nunca llegarían.

—¿Tantas ganas tienes de que te vuelva a aplastar en el bridge, amigo? —bramó con alegría Xavier. Se dieron un enérgico abrazo—. Bueno, pues por mí encantado.

—Al contrario, Xavier. El que va a perder vas a ser tú: tu pareja de cartas es mi querida Daphne y ya sabes lo bien que se le dan los juegos. —Rio él. Xavier puso un gesto contrariado—. Señorita Whitmore, un placer verla.

Ella hizo una pequeña reverencia y logró sacar una media sonrisa. Anthony comenzó a llamar desde la puerta a Xavier, él subió las escaleras de dos en dos como si fuera un niño pequeño. Menos mal que ya no había casi ningún pudor entre las familias y los modales podían flexibilizarse. Esto dejó solos a Yvette y a Benedict, quien le ofreció con amabilidad su brazo para subir juntos hasta su casa.

Yvette aprovechó la oportunidad. Abrió su pequeño bolso, tomó el pañuelo con el bordado "BB" y se lo dio a su dueño. El objeto ya no olía a lavanda por los lavados, sino a vainilla. Benedict apenas lo notó pues la propia Whitmore siempre olía así, un olor muy dulzón. No pegaba con su dura personalidad.

—Recién planchado y lavado —comentó ella en voz baja. No había por qué susurrar pero lo hizo de todas maneras y sin mirarle—. Ya puede recogerlo y guardarlo, señor Bridgerton.

El pañuelo continuaba en las manos de Yvette y ella quería deshacerse de una vez por todas de él. Benedict la observaba, dividido entre la curiosidad y la diversión por el comportamiento de la mayor de las Whitmore. Se negaba a subir su mirada y tenía las mejillas algo sonrojadas.

—Puede quedárselo, señorita Whitmore. No hay ningún problema y siempre le puede ser necesario.

—Puedo disponer de mis propios pañuelos, no se preocupe —rumió con rabia.

—Pero este es especial...

—Es suyo, señor Bridgerton —le señaló Yvette—. Tiene sus iniciales. No quiero nada con sus iniciales.

Benedict agarró suavemente el mentón de la joven y la obligó a mirarle. Estaba molesto. No entendía qué había hecho mal para recibir ese trato descortés. Hubo unos años en los que ambos se llevaban a las maravillas. ¿Era su culpa? ¿O ella había cambiado demasiado?

—¿Algo que pueda hacer para que deje de mirarme con desdén o directamente ni lo haga? —le increpó. Intentó sonar calmado—. ¿Hice algo que la molestó?

La respuesta se quedó en la mente de Yvette, iba a verbalizarla de manera bastante amarga, pero habían llegado a la entrada y allí les esperaban riendo Anthony y Xavier. Se deshizo de la mano del señor Bridgerton y caminó hasta su hermano. Para su gran fortuna apareció también Eloise, con su conversación lograría alejar los nervios tras ese contacto con Benedict.

Él se acababa de dar cuenta de que, en un movimiento rápido y discreto, la joven había dejado el pañuelo en uno de sus bolsillos externos. ¡Qué cabezota era!

—¡Eloise! —exclamó, feliz, Yvette—. ¿Sacaste libros de la biblioteca o tenía que haberlos traído yo? ¿Está Penelope ya?

—Nuestra amiga tiene que quedarse en casa. Tienen una muy importante invitada a la que atender. —La Bridgerton agarró el brazo de Yvette y la arrastró hasta el salón del té—. Una tal Marina Thompson, su prima lejana creo.

—¿Se presentará en sociedad? —inquirió Yvette con curiosidad.

—Ni idea. Lo más probable es que sí, Lady Featheringhton se muere por casar a alguna de sus hijas así que con esta supuesta prima sucederá lo mismo —contestó—. El duro destino de las mujeres.

—¡Estúpida sociedad! Bien haríamos en marcharnos de aquí.

Eso lo dijo en un susurro, pues acababan de entrar sus respectivos hermanos en el salón además de una resplandeciente Daphne. Se colocó al lado de ambas con una sonrisilla y se sentó con su elegancia característica.

—Encantada de que pase la tarde con nosotros, señorita Yvette —dijo Daphne.

—No me perdería por nada su partida con mi hermano, creo que tienen muchas posibilidades de ganar. —Xavier elevó los ojos al cielo—. ¿Quién es la otra pareja?

—Benedict y tú —respondió Xavier evitando echarse a reír al ver la mueca descompuesta de Yvette—. Anthony y Eloise entrarán en la competición cuando pierda una de las parejas tras tres rondas.

—Esto va a ser divertido —soltó Eloise.

Anthony se sentó con pesadez en el asiento que dejó libre Daphne al irse con Xavier a la mesa grande. La señorita Whitmore resopló, enfadada, pero se encaminó hasta quedar frente a la pareja y, sí, al lado del señor Bridgerton.

La primera ronda dio comienzo. Benedict repartió las cartas de una manera chistosa, para animar el ambiente aunque pronto todas las risas se acabaron. Se sustituyeron por silencio en algunos momentos y conversaciones en susurros entre los compañeros de equipo.

Yvette odiaba el cosquilleo del aliento de Benedict en su oído, la hacía sentir extraña pero no podía hacer nada. Quería ganar a su hermano, que le miraba burlonamente y parecía disfrutar con el espectáculo.

Era probable que todo fuese una artimaña suya para lograr un acercamiento. Y, en efecto, lo era. Porque Xavier no soportaba que su mejor amigo y su hermana preferida se llevaran a disgusto. Tenían que volver a hacerse amigos, de alguna manera.

Mientras se acercaba la inminente primera derrota de Daphne y Xavier entraron los sirvientes con diferentes pastelitos y el té caliente. Yvette puso el ojo inmediatamente en los de fresa y se aproximó, cartas en mano, para tomar uno de ellos.

—¿Podría acercarme uno?

La joven Whitmore observó a Benedict. Regresaba a la mesa, tenía sus cartas en una mano y en la otra la mitad del pastelito. El resto se encontraba en su boca. Masticó y saboreó el dulce para poder comerse el resto y alcanzar uno para el señor Bridgerton.

Tras el pequeño parón para beber un poco de té Xavier y Daphne perdieron la primera partida de manera estrepitosa. Y después se produjo la segunda y a la media hora, la tercera derrota. Estaban eliminados.

No era solo que la señorita Daphne odiaba jugar a ese juego y únicamente se ofreció porque iban a ser impares, sino que, por raro que pareciese, Yvette y Benedict hacían buen equipo. No hablaban mucho, lo necesario para hacer estrategias y alguna seña. Pero ambos ansiaban derrotar a Xavier. 

—Con nosotros no lo tendréis tan fácil —afirmó Anthony. Eloise tomó el asiento de Daphne con decisión—. Reparte tú, hermanita. Tenemos que bajarles los humos a estos dos.

Xavier se tumbó directamente en el sofá de muy mal humor mientras que Daphne prefirió subir a su cuarto para empezar a prepararse. La señorita Whitmore se quedó sorprendida, ella si acaso tendría media hora para arreglarse e ir directamente al baile.

Obvió sus preocupaciones sobre si tendría que hacer lo mismo. Daphne era el diamante de la temporada y una de las predilectas, junto con sus hermanas, de la mismísima Reina. No le hacía ninguna falta estar dos horas antes lista, nadie la sacaría a bailar ni la cortejaría por lo que se pondría lo mínimo para no decepcionar a su madre.

—Van de farol —murmuró Benedict sonriendo a Yvette—. Vamos a ganar, lo presiento.

Última ronda. Ambas parejas iban empate a dos rondas ganadas. Ella no creía que Eloise y Anthony fueran de farol siendo el momento tan decisivo y no estaba dispuesta a perder en la última.

—No van de farol, Benedict Bridgerton —siseó a su oído—. ¿No ha visto los gestos que se han hecho y la seguridad con la que afirmaba ir a por todo Anthony?

—Mi hermano miente más que habla.

—Eso no lo deja en muy buen lugar.

—Me refiero a los juegos, cuando hay competencia se vuelve un bellaco —respondió—. Mira, haremos una cosa. Tenemos buenísimas cartas, mejores que las de ellos. Es hora de cerrar la partida.

—Opino que están diciendo la verdad y que tienen mejores números que nosotros. Hágame caso, no estoy para seguir sus ridículos instintos sin ninguna base razonable.

El señor Bridgerton se alejó ligeramente para ver los ojos brillantes de Yvette. Una pequeña sonrisa se deslizó por su rostro, se dio cuenta que cuando ella se enfadaba le temblaba el labio inferior y, en un intento de reprimir ese tic, Yvette se lo mordía con fuerza.

—¿Nos apostamos algo, señorita Whitmore? —inquirió Benedict con gran descaro—. Está bien. Si tiene usted razón haré lo que desee, pero si tengo razón esta noche me concederá su primer baile.

El señor Bridgerton extendió su mano para cerrar el trato. ¡Iba a saber más ella de sus hermanos que él! Já. Normalmente era más diplomático, más tranquilo, pero había algo en las maneras de la señorita Whitmore que le hacían sacar su vena más orgullosa.

—Trato hecho —gruñó ella, apretando ligeramente la mano que le ofrecía y confiada en su razón—. Haremos lo que dice, para que vea que estaba muy equivocado. Me pensaré con gusto mientras tanto lo que quiero por mi victoria.

—¿Dejamos de ser un equipo y ahora si perdemos gana? —se burló él—. Piense más bien a todos los caballeros que rechazará porque su primer baile será conmigo.

Yvette y Benedict mostraron las cartas a sus hermanos. Las dejaron ordenadamente y cuando Benedict llegó a la última los rostros de Anthony y Eloise se contrajeron en una mueca de sorpresa. No esperaban ese As de corazones, acababan de perder el juego. Por una condenada carta.

—¡Maldita sea!

Eso mismo decía Yvette.

Anthony tiró las cartas a la mesa con desdén y bebió de su copa de vino. Su hermana Eloise, por otro lado, se echó a reír. Para haber ganado, su amiga Yvette parecía estar a punto de echarse a llorar o de pegarle una bofetada a su querido hermano Benedict. Cualquiera de las dos opciones era igual de probable. 

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