Cap. 24

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06/12/2010

Me miro al espejo y sonrío. Apenas me reconozco. Llevo unas mallas negras ajustadas, un top y unas playeras. Kaleb llegará de un momento a otro al piso donde he vuelto con las chicas.

— ¡Vaya! ¡Vaya! ¿Hoy empiezas el entrenamiento? —Ekaterina aún no se ha acostado desde que llegó del trabajo. Se duchó y ha estado dando vueltas por la casa.

— Pensé que te habrías acostado ya.

— ¿Y perderme estas pintas? —me señala de arriba abajo y se ríe.

Yo vuelvo a mirarme en el espejo y me rehago la coleta, para evitar que el pelo me moleste.

— Deberías ponerte una sudadera —rebusca en el armario y me tira un forro polar ligero, de color negro— o pillarás una pulmonía. Vale que seamos de Rusia, pero eso no nos hace inmunes al frío de Nueva York.

La sonrío y me lanzo a sus brazos antes de ponerme la prenda.

— Gracias —le digo.

— Estás muy ñoña ¿eh? —su risa me contagia y me refugio en este momento tan necesario para mí.

Suena el timbre y me dirijo a la puerta a abrir. Cuando lo hago me quedo blanca. Michael, mi antiguo tutor de las clases preparatorias y con el que llevo sin hablar varios días aparece ante mí.

— Vaya, parece que es cierto que has vuelto de Rusia.

Su voz suena a reproche.

— Yo... apenas llegué... hace un par de días —le digo atropelladamente.

— ¿Y no pensabas decírmelo? —sus ojos me repasan una y otra vez y me siento avergonzada.

— Yo... no sé que decirte Michael.

— Nada, no hace falta que digas nada. ¿Volverás a las clases? —su cara es seria, no me mira cómo lo hacía antes. Parece realmente enfadado.

— De momento seguiré las clases on-line —le digo sin saber bien cómo reaccionar ante su presencia.

— Vale, me alegra saberlo, ahora... creo que... —le veo acomodarse el pelo— debería irme.

Cuando se gira para irse, le tomo del brazo. Se ha portado muy bien conmigo, nunca le he podido reprochar nada. Y antes de lo que pasó, llegué a plantearme acercarme más... íntimamente a él. Ahora que Gabriel me ha decepcionado y que estoy sola, creo que es el momento de volver a replantearme mi relación con él.

— Espera, Michael —él me mira esperando mis palabras—. Me gustaría comer o cenar contigo algún día. Yo he empezado un entrenamiento nuevo y estaré ocupada por las mañanas, pero... podemos... no sé —dudo.

— Claro, dime cuando te viene bien —le observo sorprendida por sus palabras—. Lina, tú me gustas, me gustas de verdad —su mano acuna mi mejilla y yo le dejo hacer. Su tono ha cambiado a uno más cordial. Su contacto es suave y cálido—. Estaré esperando tu aviso.

Cuando abro los ojos Michael ha desaparecido, solo quedan los ecos de sus pisadas bajando los escalones. Estoy loca de remate por hacerle esto. No se merece que intente olvidarme de Gabriel con él, pero ahora mismo, es la única idea que se me ocurre para acallar las ganas que tengo de escabullirme en el club y acostarme con Gabriel. Sila es mi única puerta a la libertad y no la voy a apuñalar por la espalda. No se lo merece. Y se nota que siente por Gabriel algo, algo que va más allá del cariño.

— Hola pequeña —Kaleb aparece ante mí como una aparición. ¿Cuándo ha llegado a la puerta? — Me alegra que ya estés lista. Iremos a entrenar con los chicos.

Vamos en un coche normal, nada de coches del club, ni chóferes. Kaleb me hace sentarme a su lado, en el asiento del copiloto. Algo que se me hace extraño a la par que cómodo.

Llegamos a un gimnasio en medio de una galería comercial. En la puerta reza un letrero de que solo los socios pueden acceder. Miro a Kaleb que me abre la puerta y me hace un gesto para que entre. El gimnasio es grande. Hay muchos hombres golpeando sacos, pegándose entre ellos, haciendo pesas... pero, cuando aparezco ante ellos, todos paran sus actividades para mirarme. Algunos de ellos, me suenan de haberles visto antes por el club. A otros no les he visto en mi vida. Lo extraño es que no hay ni una sola mujer.

Puedes pensar, que el hecho de que un gimnasio lleno de hombres semi desnudos y sudorosos me mire, debería excitarme, pero, la verdad es que me da miedo. Esa es la cruda verdad.

— ¡Chicos! —la voz de Kaleb resuena con fuerza en la estancia, que ahora está en completo silencio— Esta es Bianca, y a partir de hoy, va a entrenar con nosotros.

Nadie se ríe, nadie habla, simplemente hay un silencio abrumador que me oprime. Me estoy empezando a arrepentir de mi decisión.

— Hola —susurro levantando ligeramente la mano a modo de saludo.

Los chicos asienten y cada cuál sigue a lo suyo, como si la cosa no fuese con ellos.

— No les hagas mucho caso —me susurra Kaleb—, les intimidas un poco. Eres la primera mujer que pisa este gimnasio. Se acostumbrarán.

— ¿Y Sila? ¿Nunca viene por aquí?

— No, ella no suele entrenar aquí. Gabriel se encarga de ella y suelen hacerlo en una nave del puerto. Sabrías donde es, si hubieses dejado que Gabriel te entrenase, pero, ha sido tu decisión.

Asiento sin replicar, fingiendo que lo último me da igual. Me dirijo con él a un rincón donde hay dos chicos con pinta de novatos cómo yo.

— Dimitri, Caín —Kaleb se dirige a ellos mientras apoya su mano en mi hombro—. Esta es Bianca y entrenará con vosotros dos. Necesito hacer algo en la oficina, enseñadle los vestuarios y las instalaciones. Nos vemos en diez minutos en la zona de máquinas.

Kaleb se va y me deja entre los dos chicos, que se miran sonrientes. Uno de ellos se adelanta y pone su brazo sobre mi hombro como si me conociese de toda la vida, algo que hace que me tense incómoda.

— Bueno florecilla, soy Caín, acabo de llegar como personal del Blood White y este es mi primo Dimitri. ¿Así que te llamas Bianca?

— Sí —le digo mientras me giro para soltarme de su sujeción, lo que hace que el tal Dimitri se ría—. Soy Bianca y me acabo de incorporar.

— ¿También eres personal de seguridad? —ambos chicos se ríen con burla.

— Digamos que sí —le digo con toda la entereza que puedo— ¿Vais a enseñarme esto o tengo que verlo yo sola? —les espeto.

— Claro florec...

— No vuelvas a llamarme florecilla —le digo con enfado—, o te juro que lo lamentarás.

Es una amenaza vacía. Caín es alto, corpulento, lleno de tatuajes y cara de mal genio. Si tuviese que enfrentarme a él, caería en el primer asalto antes de que llegase a rozarme. Y no creo que un golpe mío le hiciese apenas nada. Dimitri es algo más bajo, aunque a mi lado, es un tipo enorme. Rubio y con cara de buenazo. No lleva tatuajes, algo extraño, por lo que veo en este gimnasio. También es corpulento pero menos y no parece un luchador.

Ambos chicos me llevan por los vestuarios, que solo son masculinos, lo que me hará tener que esperar y salir la última. Hay una sauna, una piscina para nadar, una sala de boxeo con al menos cuatro rings y luego la sala principal, dónde hemos estado antes.

Kaleb regresa con nosotros justo cuando llegamos donde nos dijo.

— Chicos, ya sabéis qué hacer —los chicos, se dan la vuelta y cada uno se sube a una cinta de correr—. Bianca, lo primero que haremos será algo de cardio, quiero que cojas resistencia, Gabriel me ha dicho que te sofocas mucho cuando corres, así que...

— ¿Es que Gabriel os lo cuenta todo de mí? —le digo resoplando a Kaleb.

Los dos chicos me miran sorprendidos por lo que acabo de decir. Aunque no sabría decir por qué se sorprenden.

— Bueno, digamos que Gabriel habla mucho de ti, sí —Kaleb me mira con esa dulce sonrisa que siempre me dedica—. Creo que deberías perdonar lo que quiera que te haya hecho ese zoquete. Te aprecia mucho, lo sé, le conozco.

— Ya claro —resoplo de nuevo y me coloco en una de las cintas de correr.

— Bianca —Kaleb me toma de la mano y me mira fijamente a los ojos antes de encender la máquina—, créeme cuando te digo que para Gabriel eres más importante de lo que él mismo reconocería. Pero, debo advertirte de que su vida ahora mismo es demasiado complicada. Ya lo era antes de que llegases aquí, pero tu llegada, lo ha complicado aún más.

— ¿Qué? —le miro sin comprender— ¿Por qué mi llegada lo ha complicado?

— Porque Gabriel, el Gabriel que sigue dentro de él, el que se intenta esconder en lo más profundo para defenderse y protegerse del mundo. Ese Gabriel te ha visto, se ha fijado en ti. Y eso, para el tipo que todos conocemos aquí, el temible jefe de seguridad de Sila, es peligroso. Has despertado una lucha interna en él.

— ¿Yo? —miro al suelo analizando sus palabras.

— Bianca —levanto la vista—. Debes tener paciencia. Ahora céntrate en el entrenamiento. Luego tendrás tiempo de pensar en como solucionarás, lo que quiera que te pasa con mi chico.

Asiento y Kaleb enciende la máquina.

Cuando la cinta comienza a moverse, muevo mis piernas empezando a correr. Apenas es un trote suave, pero al cabo de unos pocos minutos, ya noto como el sudor perla todo mi cuerpo y mi corazón late desbocado. Miro a mi alrededor buscando a Kaleb, pero no le veo. Observo fijamente la pantalla frente a mí, debería ser sencillo parar esta cosa, pero, no veo el botón que indique que presionándolo, lo haga. Así que sigo corriendo, según la pantalla llevo doce minutos cuando ella sola disminuye el ritmo hasta parar.

Apenas puedo respirar, Kaleb se para frente a mí y se ríe, me tiende una toalla que uso para secarme el sudor.

— ¿De qué te ríes? -le digo a duras penas.

— Bueno, solo han sido doce minutos y parece que hubieses corrido una maratón.

— Han sido unos minutos muy largos —le digo entrecortadamente.

— Lo veo —Kaleb pone su cálida mano sobre mi hombro y me empuja para dirigirnos a otra zona.

— Quiero que ahora hagamos algunas máquinas que te ayudarán a fortalecer tus músculos. Así luego será más fácil que aguantes las rutinas de la lucha.

Asiento con la poca energía que me queda y me dirijo a cada una de las máquinas que Kaleb me indica. Me va explicando que haré en cada una de ellas y para que sirve. Cuando me he subido en casi todas ellas nos dirigimos a una zona donde hay sacos de boxeo y varios ring de lucha. Hay varias personas allí haciendo diversos ejercicios.

— Este es Velkam —un apuesto y enorme tipo aparece frente a mí-, él será el encargado de entrenarte en lucha.

— Un placer —el hombre me hace una reverencia y me tiende la mano a modo de saludo.

— Lo mismo digo —le tomo la mano y le sonrío.

Es grande, alto, corpulento, ojos negros, pelo rubio casi blanco y unos hoyuelos en las mejillas al sonreír que me transmiten confianza.

— Debes saber —comienza a decir el hombre—, que ya nos conocíamos.

Mis ojos se quedan fijos en su mirada. ¿Lo conozco? Mi mente trabaja a marchas forzadas pero no logro recordar su rostro. Miro a Kaleb que también le observa con detenimiento sin comprender.

— Hace como un año, trabajaba para Klaüs.

Doy dos pasos hacia atrás, sigo sin poder reconocerle, pero solo el hecho de que trabajase para mi marido, me dice que esto no puede ser buena idea. Niego con la cabeza en repetidas ocasiones y siento como poco a poco pierdo la fuerza de las piernas hasta que no puedo más y me caigo al suelo, al tiempo que mis ojos se inundan de lágrimas. 

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