Cap.31

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11/01/2011

Jadeo mientras con su lengua lame mis pliegues. Con mi mano derecha tiro de su pelo y luego lo aprieto contra mi sexo para que lo haga más profundo.

— Más —gimo.

Una de sus manos amasa uno de mis pechos y con la otra se aferra a mi cadera y muslos.

Me corro en su cara con una enorme satisfacción. Ha sido genial. Le veo levantarse y dirigirse al baño. Escucho el agua de la ducha correr y sé que quiero darle las gracias por todo.

Entro desnuda en su diminuto baño. Está de espaldas, así que le rodeo con mis brazos en su cintura y dejo delicados besos en sus hombros.

— Te has levantado con mucho ánimo esta mañana.

Su sonrisa me da la tranquilidad que necesito para afrontar el día.

— Eso parece. Y no solo con ánimo —me coloco delante de él y me meto dentro de la ducha indicándole con el dedo que quiero que entre.

— ¿Ah, no?

— No, además —me arrodillo frente a él cuando entra bajo el grifo—, tengo un hambre voraz esta mañana.

Su risa me hace hacérselo despacio y sin prisa. Una mamada de manual. Consigo que se corra y después nos enjabonamos entre caricias y besos lentos. Sé que no es Gabriel, no son sus labios, no son sus manos ásperas, no son sus ojos los que veo cuando me corro. Pero esto es lo único que me alivia la rabia que siento al verle todos los días junto a ella.

Debo pasar página y Michael es mi mejor pasaje. Siempre lo ha sido, desde que le conozco.

Llevo más de una semana quedando con él a escondidas, por las noches, cojo mi portátil y huyo de todo para refugiarme en los brazos de quien se ha convertido en mi mayor apoyo en estos momentos. No he querido contarle a nadie con quien me veo o lo que hago con él. Por la mañana voy a la biblioteca con él, por la tarde trabajo con Sila en su despacho y por la noche follo con Michael para redimirme y coger fuerzas para afrontar un nuevo día.

— Hoy no iré a la biblioteca —sus finos dedos, se cuelan bajo mi camiseta mientras estoy en la cocina, y masajea mis pechos dejando un beso en mi cuello.

— ¿Y eso? —le digo mientras miro el correo del club en el portátil que tengo sobre la encimera.

Sila necesita que me ponga al día con los negocios. Con todos y para ello, hago como si fuese su secretaria. Leo correos, catalogo la importancia y los clasifico. Luego me reúno con ella y hablamos de cómo afrontaremos los siguientes negocios que nos surgen.

— Tengo una entrevista de trabajo. No es esta mañana, es a medio día, pero quiero prepararme para ella enfocándome en la documentación que me han mandado.

— ¿Y de qué es el trabajo? —dejo el portátil a un lado, tomo un poco de huevos y le doy un sorbo al café.

— Por lo visto es un CEO importante que necesita secretario. Parece interesante —me tiende un folleto de la empresa. No me suena de nada—. Acaban de abrir una sede aquí y necesitan mucho personal, puede que incluso te consiga un trabajo a ti.

Casi me atraganto con el café. Obviamente no le he dicho a qué me dedico por las tardes. Puede que si supiese que trabajo en una especie de burdel de lujo donde se cierran los negocios más ilegales de la ciudad, dejase de hablarme.

— Ya, claro —le sonrío falsamente—. Ya me dirás como te va.

Evito continuar con el tema y me dirijo al cuarto para vestirme e irme a la biblioteca.

— ¿Sabes llegar sola? —me pregunta desde el marco de la puerta con burla.

— Pues... no es difícil, me bajo en... esta parada... ¿Cómo se llama? —me burlo de él.

— Te voy a pedir un taxi mejor —dice entre risas.

Recuerdo las palabras de Kaleb, Sila y Gabriel. No debo exponerme y no debo tomar taxis. Nunca. Es una regla estúpida, porque, qué puede pasarme ¿no? Todos estos días he ido con él en transporte público y no ha pasado nada.

Estoy tentada de decirle que no, que mejor llamo a Kaleb. Pero le asiento, no quiero que Kaleb sepa que estoy aquí.

Bajo a la calle después de despedirme de Michael con un tórrido beso en su puerta.

Veo el taxi a unos veinte metros esperándome. Me cierro el abrigo, tomo mi portátil y me dirijo hacia allí. Cuando voy a abrir la puerta, una mano se interpone en mi camino evitando que pueda abrirla. Solo por su olor, sé que es Gabriel. Voy a responderlo cuando le veo hablar con el taxista y que este arranca y se va.

— ¿Se puede saber qué haces? —sus ojos escupen fuego de la rabia, me toma del brazo violentamente y me lleva a la acera de enfrente donde tiene su coche aparcado.

Cando entro de mala gana, él entra detrás y veo a Kaleb en el volante. Me cruzo de brazos como niña chica y resoplo.

— Vale que te dejo que vengas todas las noches a follar con ese gilipollas. Por que lo entiendo. Yo estoy con Sila y no quieres nada conmigo. Vale —no me deja hablar cuando quiero protestar—, que te he dejado ir en el puto metro dándote el lote como si fueseis dos putos adolescentes. Pero no vas a tomar un puto taxi sola. No pienso pasar por eso.

— ¿No piensas pasar tú?

— Sí, yo. ¿Crees que Sila sabe algo de esto?

— Dímelo tú —me cruzo de brazos y me giro hacia la ventanilla.

— Pues no, no le hemos dicho una mierda.

De repente me giro de nuevo para mirarle fijamente.

— ¿No?

— Te puedo asegurar que si Sila lo supiese, te habría metido en un cuarto bajo llave. ¿No entiendes que sigues en peligro? ¿Qué queremos protegerte? Y eso incluye a Sila.

Quiero llorar. Miro sus preciosos ojos verdes, cristalinos, vivos. Ahora me doy cuenta de que lo que Kaleb me decía era cierto. Gabriel es extremadamente fiel a sus principios. Y si decide serte leal, lo es.

Aún no tengo claro si su silencio frente a lo que tengo con Michael es por lealtad. Pero estoy casi segura de que así es. Lealtad hacia mí.

— ¿Va a la biblioteca, pequeña? —Kaleb rompe el silencio en el que nos hemos inmerso con un tono suave y conciliador.

— Sí, por favor —le respondo aguantando mis ganas de llorar y patalear.

Kaleb me asiente y comenzamos el viaje. Gabriel mira por la ventana sin siquiera acercarse a mí.

— ¿Estás enfadado? —le digo. No soporto verle así en un lugar tan pequeño como este. Necesito espacio para darle la espalda.

— Mucho, no sabes cuanto. ¿Crees que tener algo con ese sopla gaitas va a hacer que tus sueños de tener una vida normal se cumplan? —no le respondo y agacho la mirada al suelo avergonzada— Pues no lo va a hacer. Debes meterte en esa cabecita tuya, que si quieres una vida normal con él solo puedes dejar el club y a Sila para empezar una vida real lejos de todo esto.

— Pero no puedo hacer eso Gabriel —le digo con tono melancólico y a la vez manteniéndome fuerte—. No tengo recursos, no conozco a nadie fuera de este mundo... yo...

— Le conoces a él. Este mundo solo va a corroer tu alma pura, Bianca. Este mundo solo puede destrozarte como lo hizo con Sila, con migo y sobre todo con... —un silencio se instala, a Gabriel le cuesta seguir hablando.

— ¿Irina? —le pregunto tomando su mano entre las mías.

— Ella era el amor más puro y grande que había sentido. Ella era todo para mí. Desapareció absorbida por este aciago mundo.

— Sila dijo que ella murió.

Gabriel me mira y veo tanto dolor en sus ojos que un dolor real se instala en mí.

— Ella simplemente desapareció. Dejo de ser ella, pasó a ser... otra persona. Una que no le llega ni a la suela de los zapatos.

— ¿Entonces ella sigue viva?

— Sí.

— ¿Por qué Sila me dijo que ella estaba muerta? ¿Por qué no la corregiste?

— Es una historia muy compleja —se gira y besa los nudillos de mis manos—. Tú me recuerdas tanto a ella, que me da miedo que también acabes desapareciendo. Sé que admiras a Sila, pero no quiero que seas como ella. Ella es todo lo que odio de este mundo.

— Pero... —le miro sin entender— pero... No entiendo que te cases con ella. Si es lo que odias... —bajo el tono de voz, más para escucharme yo que para hablar con él.

— Porque a la vez es lo que he amado toda mi vida. Sé que es complicado, pero debes confiar en mí. Ahora solo debes decidir qué hacer. Optar por una vida normal o seguir al lado de Sila e intentar no corromperte.

— Yo... no sé...

— Niña —la voz de Kaleb me corta—, hemos llegado.

Miro una última vez a Gabriel y salgo del coche. Debo pensar largo y tendido.

La biblioteca hoy está diferente. O quizá soy yo y mis pensamientos que son realmente distintos.

Gabriel me ha dado dos opciones. Si me separo de Sila puedo tener una relación normal con Michael, pero, dejaría de ver a Gabriel, a Kaleb, Velkam o a las chicas. Porque está claro que no seguiría viviendo en el pisito.

Por otro lado, perdería los recursos que necesito para buscar a mis padres, a mi hermana y todo lo que necesitaría para enfrentar a Klaüs e intentar recuperar a mi hijo. Podrían pasar años, hasta lograr algo y sin saber a qué precio.

¿Y si le cuento toda mi verdad a Michael?

No, no puedo meterle en mis movidas. Quiero protegerle de mi mundo. Necesito que siga siendo un chico de sentimientos puros.

Pero... quizá pueda apoyarme y ayudarme. No sé el poder económico que tiene. En realidad no sé mucho más. Estudia en la universidad, económicas. Vive en un piso céntrico pero muy barato. Sé poca cosa de su familia o hermanos.

Aunque, si compartiéramos algo más... puede que...

— Hola —una voz de mujer me saca de mis pensamientos.

— Hola —le digo mirándola.

— Perdona que te moleste, pero veo que tienes el último ejemplar de Macro economía, ¿Lo estás usando?

Miro el libro abierto frente a mí y al que no estoy haciendo ningún caso.

— No, quédatelo —le respondo y me pongo en pie—. En realidad, ya me iba.

Recojo mis cosas y salgo del antiguo edificio. Miro arriba y abajo y siento el frío rascar mis mejillas.

— ¿Nos vamos? —Miro al frente y Kaleb, con su tierna sonrisa de siempre está frente a mí.

Asiento y entro en el coche. No hablamos en todo el camino, simplemente me entretengo contando los edificios de ladrillo rojo que veo en el paisaje. Son edificios parecidos a los de mi ciudad natal. Me recuerdan a mi infancia.

Llegamos al club y bajo sola. Kaleb me dice que debe hacer otros recados y subo hasta los despachos de Sila. La puerta está entreabierta y me asomo.

Sila y Gabriel se besan apasionadamente. Me retiro de golpe y me apoyo en la pared con la respiración acelerada y ganas de llorar. Pero no debo hacerlo, soy una mujer fuerte.

Un hombre no puede ser mi debilidad. No debo despistarme más. Debo centrarme en mi misión. ¿Cuántas veces me he repetido esto mismo en los últimos meses?

Respiro profundamente un par de veces y me concentro en un punto en la pared.

Segundos después me pongo frente a la puerta que sigue entre abierta y veo que siguen besándose. Trago saliva, me envalentono y doy con los nudillos en la puerta.

Gabriel se aparta de Sila y al verme palidece.

— ¡Vaya! —Sila se mira su reloj de pulsera— Hoy has venido antes de lo normal. Por favor pasa. Tengo noticias.

— Gracias —le digo.

Gabriel se ha dado la vuelta y mira a través de la venta. Si no le conociera, diría que siente vergüenza.

— Cierra la puerta, por favor —me dice Sila que ya está sirviéndome una copa y otra para ella.

Me siento en la silla frente a su escritorio y observo como se sienta frente a mí y comienza a hablar.

— Hemos encontrado a tu hermana.

Y mi mundo se acaba de dar la vuelta. Otra vez.

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