Cap. 7

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17/08/2010

Han pasado dos días maravillosos desde que llegamos a esta casa. Gertrude es una estupenda anfitriona. Le sonrío mientras tomo el desayuno. Tortitas con frutas y zumo. Son mejores de las que recordaba en mis sueños. He dormido y he comido como hacía años no lo hacía. Me he mirado al espejo esta mañana y parezco otra, incluso parece que he recuperado el color de mis mejillas.

He hablado con muchas de las chicas de aquí. Casi todas tienen deudas adquiridas con la mafia de algún modo. Tenemos en común, que todo es contra nuestra voluntad. Estoy con Claudette y dos chicas más. Leslie y Ekaterina. Vemos la televisión cuando llaman al timbre.

La rigidez en mi cuerpo es inmediata. No quiero tener que tomar esta decisión porque volver al que ha sido mi hogar estos últimos años es la única opción si quiero mantener con vida a mis padres. Pero no quiero volver. Sé lo que me espera. Y no es agradable. Klaüs pagará conmigo lo que ha pasado. Y acabaré destrozada si no acaba con mi vida.

— Hola chicas —la mujer rubia del otro día llega a nuestro salón. Mira unos papeles y me señala. La sigo hasta un despacho y entramos cerrando la puerta a mis espaldas.

Es una mujer extremadamente guapa. Perfectamente maquillada y arreglada. Tiene una clase que ninguna de nosotras llegaremos a tener nunca. Es como una reina. Me recuerda a Oana, pero esta, tiene mucha más clase.

— Siéntate —la mujer se sienta en la silla frente a la mía—, eres Petra Kowalczyk ¿Cierto?

— No

— ¿No? —la mujer me mira retirando la vista de los papeles— Me llamo Bianca Kuznetsova.

— Ese es el nombre de tu hermana —me mira con una ceja alzada.

La puerta se abre y entra el hombre que me tendió el agua el otro día. El de los ojos llamativos. Se queda tras ella, que me insta a seguir hablando.

— Petra murió cuando me compraron.

— Bien, pero tu marido te llama Petra Kowalczyk.

Asiento con la cabeza y la agacho con vergüenza.

— Si quieres puedes llamarte Bianca a partir de ahora, si tu decisión es quedarte —niego con la cabeza—. ¿Estás segura?

— Sí, necesito volver junto a mi marido.

— Bianca —la mujer se levanta y se apoya en la mesa frente a mí. Con sus finos dedos me levanta el mentón para que la mire—. No puedo obligarte a quedarte aquí, así no es como funciono. Respetaré lo que tu decidas, pero no creo que fueses feliz con un hombre que te mantenía, casi todo el tiempo, atada en una mazmorra de su enorme casa, mientras las mujeres que paseaban por su habitación, día sí y día también, se llevaban sus favores.

— Me importaban muy poco las mujeres que dormían con él.

— Cuéntame qué necesitas para quedarte conmigo.

— Yo... debo mantener con vida a mis padres.

— Bien —mira al hombre que saca una libreta y apunta algo—, los mantendremos con vida. Podemos hacer eso.

— ¿Podéis hacer eso?

— Claro. Antes de traerte aquí hemos investigado, quien eres, tus circunstancias y los contratos que has firmado —la miro con interés—. Sé de tu hermana y de tus padres. Les protegeremos. A tus padres, tu hermana es un caso algo diferente.

— ¿Sabéis qué ha sido de ella?

Ambos se miran.

— ¿Podéis decirme que le ha pasado a mi hermana? —me pongo de pie nerviosa.

— Tu hermana fue vendida a un prostíbulo con uno de los peores dueños que existen. No he podido sacar a ninguna chica de allí, nunca. Es complicado.

Un nudo enorme se instala en mi garganta. Me arde y comienzo a llorar. Mi pobre hermana.

— ¿Sigue en rusia? —pregunto mientras me muerdo una uña.

— Sí, sigue en Rusia. Ejerce la prostitución en el Madame Bovary.

He oído hablar de ese sitio infinidad de veces en las noticias. Está en Moscú y es un antro donde aparecen mujeres muertas cada dos por tres.

— No pienses que la puedes sacar de allí —me dice la mujer de nuevo—, es un sitio que parece un antro, pero su dueño es extremadamente poderoso. Y muy cuidadoso con no dejar entrar a nadie que pueda joderle el negocio. Conoce mucha gente y se gasta una pasta en seguridad. Créeme que es demasiado peligroso. Pero quizá si me das tiempo, podamos hacer algo por ella.

— ¿Usted cree?

La mujer me mira con su dos enormes ojos casi blancos. Son hipnóticos, no parece mentir, parece ser sincera, pero, ya no sé en quien confiar. Confié en Oana y me vendió.

— No prometo aquello que no pueda cumplir, pero ya te he dicho que en un futuro se puede intentar.

Asiento con la cabeza. Necesito pensar. Pensar mucho. Volver con mi marido es una jugada que me puede salir mal. Seguramente cuando me encuentre me matará. Le he visto hacerlo por mucho menos con otra gente. Seguro que piensa que yo lo tenía planeado y que es mi huida.

— Si me prometes que mis padres seguirán con vida y estarán a salvo, me quedaré aquí —le digo.

Necesito establecerme. Si realmente me dan la libertad, volver a Rumanía con Klaüs es una opción. Pero volveré fuerte, armada y dispuesta a terminar con este infierno. Después recuperaré a mi hermana y volveré a mi casa.

— Me alegro de que tomes esa decisión. Este es Gabriel, él se encarga de la seguridad. Recoge lo que necesites del cuarto y reúnete con él en la puerta.

Salgo del despacho sin tener claro si he tomado la decisión correcta. Puede que acabe de matar a mis padres. Nada ni nadie me asegura que puedo confiar en ella. Nadie me asegura que pueda confiar en nadie. Me dirijo a mi cuarto.

"Recoge lo que necesites"

¿Qué puedo recoger? Aquí no hay nada mío. Cojo las dos camisetas que me han dejado y lo vaqueros. Así cómo las mudas limpias y nada. No hay nada más. Esto es todo cuanto tengo. Ni dinero, ni ninguna posesión, nada.

Me dirijo a la puerta de salida donde aún no hay nadie. ¿Es que soy la única que va a irse con ellos? ¿Y si es una mala decisión? De repente salen dos chicas de un pasillo. Las he visto antes por el comedor, pero no he llegado a hablar con ellas.

— Hola —les digo y me sonríen tímidamente.

El hombre que estaba en el despacho con Sila llega hasta nosotras y nos mira. Sus ojos son tan intensos, que me embeleso en ellos. Son brillantes y a la vez fríos. Cómo si con su mirada intentase mantener lejos a todo el mundo. Pero conmigo consigue justo lo contrario.

— Bien —carraspea y retiro mis ojos de él—, si eso es todo, entrad a la furgoneta.

Entramos las tres y nos sentamos. Miro a las chicas, siempre van cogidas de la mano. Es algo peculiar. No se sueltan nunca. Me gustaría saber cuál es su historia.

— ¿Cómo os llamáis? —pregunto al cabo de un rato, viendo que no entra nadie más y el hombre se ha ido.

— Yo soy Laura y esta es mi hermana, Gimena —la chica asiente con la cabeza— ¿Y tú?

— Yo soy... Bianca.

— ¿Eres de Rusia? —asiento con la cabeza.

— Nosotras somos españolas.

Frunzo el ceño. ¿Españolas?

— Nuestro abuelo es Ruso —dice tímidamente Gimena—, y sabemos el idioma desde que éramos pequeñas. Cuando cumplimos la mayoría de edad fuimos a Rusia a reencontrarnos con algunos familiares.

Agacha la cabeza y solloza.

— ¿Os secuestraron? —pregunto.

Ambas asienten. Me recuerdan tanto a mi hermana y a mí. Un recuerdo de cuando mi hermana y yo íbamos a la escuela me inunda la cabeza. Siempre entre risas, con Vladimir pisándonos los talones. Éramos felices. No le pedíamos nada más a la vida. Apenas recuerdo cómo era mi vida cuando era adolescente. Es complejo recordar cuando la realidad es tan dura. Hace daño pensar que un día fuiste feliz y te arrebataron todo por dinero.

Dos chicas más entran a la camioneta. Una de ella es Ekaterina, que al verme sonríe y se sienta a mi lado.

— Preciosa, me alegro que te hayas quedado —su mano se coloca sobre la mía y me la aprieta.

— Yo también me alegro que tú vengas —le respondo al apretón.

— Soy Ekaterina —mi reciente amiga saluda a las otras dos chicas y comienza un diálogo repetitivo sobre quienes son ellas.

Al final llenamos la camioneta. Somos al menos doce, las chicas que decidimos continuar con Sila y sus hombres. Puede que nos hayan engañado y por vez primera seamos nosotras quienes hemos decidido morir. Pero, puede que esta vez, salga bien. Y algún día tengamos la libertad que se nos ha prometido.

En cuestión de pocas horas paramos. Se oye jaleo fuera y las puertas se abren. Al salir las innumerables luces me ciegan.

— ¿Dónde estamos? —pregunto a uno de los hombres que nos ayudan a bajar.

— Nueva York —me contesta secamente y continua con su labor.

Estamos muy lejos de nuestros hogares, de nuestras vidas pasadas y de todo. Es otro continente, uno que jamás soñé con pisar.

¡Nueva York!

Nos empujan hacia un local cuya fachada no llego a ver con claridad. Entramos a un salón enorme con luces de neón y varias personas que no están armadas que nos miran con interés. Cómo si fuésemos habitantes de otro mundo que acaban de llegar en una nave espacial.

— Esta es la nueva remesa.

Una mujer bastante guapa se acerca a nosotras y nos rodea.

— ¿Y Sila? —la mujer se dirige al hombre de los ojos bonitos.

— Llegará en cualquier momento. Se quedarán aquí hasta que las reubiquemos.

— Tengo varios pisos cerca de aquí —la mujer se contonea alrededor del hombre y le coquetea. El hombre parece no enterarse del coqueteo y sigue a lo suyo mirando unos papeles.

— Esta es la información. Mañana comenzaremos a moverlas.

— Genial, las llevaré al ala este.

El hombre asiente y sale del salón.

— Bueno, mi nombre es Kiara —la mujer se dirige a nosotras en un ruso perfecto, a pesar de no parecerlo—. Soy la gerente del Blood White, os dejaremos dormir en las habitaciones del hotel hasta que os encontremos un mejor alojamiento. Mañana Sila hablará con vosotras. Mis chicos os llevarán a las habitaciones.

Durante un rato nos enseñan una estancia donde dicen que podremos pasar el rato leyendo o escuchando música y los baños. Son comunes, pero a mí personalmente no me resulta incómodo. Las habitaciones también debemos compartirlas, a pesar de haber solo una cama de matrimonio. Ekaterina se acomoda conmigo y con otra chica que dice llamarse Marlenne. Es demasiado charlatana, pero no me cae mal.

La habitación es pequeña, con cortinas de terciopelo rojo, la colcha de la cama es de seda negra y las sábanas son blancas de algodón. Un contraste demasiado evidente.

— ¿Creéis que son las camas de un burdel? —Marlenne se tira sobre la cama.

— Está muy claro —dice Ekaterina.

— ¿Entonces esto es un burdel?

— Marlenne pareces una niña —Ekaterina se tira a su lado y le hace cosquillas. Las dos se ríen.

Hace años que yo no me río como lo hacen ellas. Apenas tienen dieciocho años y las han rescatado de una red de trata de blancas, llevando apenas unos meses allí. Han sufrido, no digo que no. Pero aquí son casi unas privilegiadas. No han sufrido malos tratos ni vejaciones. Solo las obligaron a prostituirse. Y aunque suene cruel, yo me pondría en su lugar sin pensarlo. 

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