nineteen.

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"Mi alma se fue, todo lo que queda es un fantasma que no reconozco

Reemplazado por el mismo diablo.

Tomó mi corazón en su mano y lo apretó,

Mi cuerpo se convirtió en su arma,

Mi mente su prisionera.

Ahora todo lo oigo es el sonido de gritos inocentes

Y ya no puedo distinguir la diferencia entre ellos y yo."

—Era él —Steve mira fijamente sus gruesas esposas de metal, hablando con voz entrecortada—. Me ha mirado y era como... si no me conociera.

Natasha mira fijamente al espacio, sabiendo bien el sentimiento.

—Eso es casi imposible —Sam habla desde al lado de la mujer—, han pasado setenta años.

Los ojos de Natasha se levantan para mirar al frente mientras el auto se sacude y se balancea. Ella ya sabe la respuesta. Incluso en la Habitación Roja, sabía cómo contenían al Soldado de Invierno; sólo tenía sentido si lo ponían en criocongelación. Luce relativamente igual que cuando Natasha lo conocía. Es así como ha podido reinar durante las últimas cinco décadas, asesinando y matando a quien sus superiores le hayan ordenado. No, no, lleva más; casi siete. Una extraña satisfacción se asienta en su pecho, incluso en medio del dolor de su hombro. Sabe su nombre. Finalmente, conoce el nombre completo de su soldado más allá de 'James' o 'Activo'.

James Buchanan Barnes.

Bucky.

Y él conocía a Steve. Naturalmente, ha investigado lo suficiente como para saber todo sobre su amigo de la infancia. Oh, haber pasado por lo que James. Fue humano una vez. Un soldado de los buenos. Fue devoto. Leal. Patriótico. Voluntarioso. Esa parte la hace sonreír un poco. Ahora es terco, aparentemente por sus días como Soldado de Invierno. ¡Dios, la enfurece tanto! Se llevaron su bondad. A veces podía verla, cuando todavía estaban rodeados por las pesadillas de la Habitación Roja. Él la protegió cuando lo necesitaba y ella hizo lo mismo. Pero aún así mató, rompió cuellos y torció huesos dentro de sus casas de piel y músculo; seguía siendo un asesino. Ella también.

Svetlana no se merecía a ninguno. Svet merecía gente mejor. Ser criado por Bucky y Natasha. Ni El soldado de Invierno. Ni la Viuda Negra. Svetlana merecía un hombre que fuera bueno, amable y amoroso. Merecía una mujer que fuera gentil, cálida y suave. Sin embargo, ¿qué obtuvo su dulce niña? Un padre que no podía recordar su nombre y una madre que pensaba que estaba muerta.

—Zola —la voz de disgusto de Steve la separa de su ensueño, dándose cuenta lentamente de por qué su amigo estaba frente a ellos hace unos momentos—. Bucky y toda su unidad fueron capturados. Zola experimentó con él. Por eso Bucky sobrevivió a la cabeza —su cabeza se inclina lentamente, cada vez más por el horror—. Luego debieron de encontrarle y...

La mujer mira hacia la nada, asimilando sus palabras.

—Eso no es culpa tuya, Steve —Natasha cierra los ojos y se obliga a tragarse el nudo en la garganta.

El supersoldado la mira y la ve con una luz completamente nueva. Ella no es solo una aliada, o incluso simplemente una amiga ahora; Natasha es la madre de la hija de su mejor amigo. Svetlana es la hija de Bucky. Y esos ojos.

Svetlana Barnes.

Deja escapar una bocanada de aire áspero, irritado consigo mismo por no haberlo visto antes. Esa pequeña pelirroja con preguntas interminables y ojos inocentes, tenía que ser claramente la hija del idiota. Steve debería haberla vigilado más cuidadosamente. No debería haberla dejado fuera de su vista. Si Bucky seguía siendo Bucky, si hubiera recordado a Steve, habría querido que su mejor amigo cuidara a su chica y a su hija.

Ahora siente que le ha fallado a Bucky Barnes dos veces. Primero, cuando no lo atrapó al caerse del tren hace casi setenta años; y, segundo, cuando no le impidió llevarse a Svetlana. No va a dejar que vuelva a suceder. Cuidará a Natasha lo mejor que pueda hasta que Svet esté en casa y Bucky vuelva a ser él mismo y asuma el papel una vez más. Natasha es más que una amiga de Steve. Es parte de la familia.

Steve mira a un lado, asintiendo y diciendo en voz baja:

—Incluso cuando no tenía nada, tenía a Bucky.

El dolor continúa latiendo en el hombro de Natasha desde donde James, o, bueno, Bucky, le disparó. Hace una mueca en silencio mientras empuja la parte posterior de su cabeza hacia el costado del camión. Después de que Bucky y Svet desaparecieran, Rumlow y su equipo de STRIKE los arrestaron. Quién sabe a dónde los llevan ahora. Honestamente, probablemente terminarán frente a un pelotón de fusilamiento. Que encantador.

Sam se da cuenta del nuevo comportamiento de Natasha y observa con preocupación su herida de bala.

—Necesitamos un médico —le habla a los guardias que usan visera—. ¡Si no presionamos la herida, se va a desangrar aquí mismo!

Un guardia se mueve amenazadoramente hacia adelante, empujando un bastón en la dirección del hombre. La punta estalla con electricidad y Sam retrocede con disgusto. El guardia de repente cambia de dirección, apuñalando al bastón en el cuello del siguiente. El otro guardia tiembla y es golpeado, y los tres prisioneros se quedan en shock. Un cuerpo inconsciente cae a los pies de Steve, el guardia se quita el casco para revelar a Maria Hill con su cabello oscuro recogido en un moño despeinado.

—Ah, tenía el cerebro a punto de reventar —se burla la agente, los demás la observan con asombro.

Sam, naturalmente, tiene también una pequeña confusión.

Ella mira a Steve.

—¿Quién es este?

Ni media hora después, un grupo de cuatro combatientes camina por un túnel con poca luz. Sostienen a Natasha mientras ella se aferra a su hombro aún sangrante. Un médico corre por el túnel hacia ellos, listo para salvar a Natasha antes de que sea demasiado tarde.

—Herida de bala —habla Maria, volviendo a su papel habitual de tono bajo y expresión seria—. Ha perdido medio litro. Incluso uno.

El médico se apresura a alcanzar a la mujer,.

—Yo me ocuparé.

—Pero antes que le vea.

¿Le vea?

Natasha mira a Maria con los ojos ligeramente entrecerrados y confundidos. No es hasta que ve al propio Nick Fury acostado en una cama frente a ella que todo tiene sentido. Fingió su muerte. La engañó. Y ella lloró por él. Todo el dolor que sufrió a raíz de su pérdida no tenía sentido. Nick Fury nunca estuvo muerto. O, al menos, no por mucho tiempo. Él está aquí. Está vivo. Le mintió. Todos siempre le mienten.

—Mira quien aparece —observa al grupo que lo mira con otro ataque de sorpresa en sus caras.

La pelirroja cambia la vista a la pantalla de una computadora en su pequeño rincón de la base subterránea. Después de hablar con Fury y el resto del equipo, se separó. No está realmente segura de cómo debería sentirse, en todo caso. James era una mentira. Svetlana estando muerta era una mentira. S.H.I.E.L.D. siendo justo y bueno era una mentira. Que Nick fuera asesinado era una mentira. Incluso ella misma lo era.

Pensó que era Natasha Romanoff; pensó que podría ser madre. Sin embargo, ha perdido a su pequeña una y otra vez por personas que la golpearon y la obligaron a hacer cosas terribles. ¡¿Qué clase de madre deja que esto le pase a su hijo?! Y, oh Dios, duele más esta vez. Svet ha sido más que un sueño, más que un deseo cuando Natasha la "enterró". Svet es un ser humano, de carne y hueso, confundido y perdido. Mamulya. Así la llamó Svetlana. Mamulya. Fue su madre durante cinco segundos.

Aún así, esa dulce niña se ha ido, y la brutal verdad es que nunca podría volver a verla. Resulta que no puede ser nada. No es una asesina. No es una agente. No es una madre. No es un ser humano.

Un cuerpo vestido de negro se acerca lentamente a ella, haciendo una mueca con cada paso.

Natasha no mira a Nick cuando se detiene a su lado.

—No pensé que fuera capaz de subir las escaleras.

—No fue agradable —reconoce él, gruñendo mientras se sienta en una silla cercana.

El director supuestamente muerto le tiende una pequeña caja negra. El velo, destinado a ocultar su identidad por una vez más; su papel en la batalla final de derribar todo lo que la crió. Hay una ironía enferma en eso, está segura. Mantiene su rostro en blanco mientras se lo quita, tocando los bordes de la caja con una expresión distante y lejana. Una gasa blanca queda atrapada sobre su hombro y le duele la herida cuando se sienta en el borde de la mesa, estudiando la cara cortada del hombre.

Él rompe el silencio con palabras que parecen doler aún más.

—Siento lo de tu chica.

Los ojos de Natasha se llenan de lágrimas a pesar de sus protestas. Es ridículo. Es ridículo sentirse así. Siempre ha sabido qué tipo de vida lleva; esperar algo diferente es, honestamente, una estupidez. Parpadea con fuerza sobre las lágrimas antes de soltar una respiración fuerte y espesa y mirar hacia el suelo. No puede hablar de eso. Aún no. Tal vez nunca. No hasta que Svetlana vuelva a sus brazos sana y salva.

—Pensé que estabas muerto, Nick —le dice finalmente, volviendo a mirar al hombre que siempre ha considerado en silencio un padre.

—Tenía que mantener el grupo pequeño —el director deja escapar un suspiro mientras mira hacia abajo—. Tú hubieras hecho lo mismo.

—Lo sé —asiente lentamente—. Ese es el problema.

♛♛♛

Es un anochecer azul profundo cuando Svetlana se queda cerca de la pared de la sala de tonos amarillos, tiritando. Han tomado su chaqueta y sus zapatos como una forma de castigo y, con sus frágiles brazos envueltos alrededor de sí misma, se esfuerza por evitar castañear. Mantiene sus ojos abiertos y punzantes en su padre, que mira oscuramente a la nada. Su pecho se mueve lentamente hacia arriba y hacia abajo, pero no parece notar que ella está a solo unos metros de distancia.

Su cabello cuelga de su frente mientras los científicos arreglan su brazo de metal dañado. Incluso con Svetlana temblando, parece sentirte templado aún teniendo su pecho desnudo. Mantiene las manos apretadas, descansando a ambos lados de su trono de metal. Sus ojos oceánicos son distantes y nublados al mirar cerca de Svetlana, quien solo quiere que él la mire. Solo quiere que la vea.

—Sargento Barnes.

Un hombre aparece ante él en un bosque alto y brumoso. El hombre es muy familiar y aterrador mientras luce una sonrisa enferma.

El soldado se adelanta y su cabeza se gira a medida que más imágenes inundan su cabeza desordenada.

Una mujer se ríe, sacudiéndose el pelo rojo del hombro mientras sonríe con satisfacción en su dirección. Hay un tren que patina a lo largo de un ferrocarril helado en medio de montañas cubiertas de nieve. El hombre del puente está allí, tratando de alcanzarlo desesperadamente, parado en la entrada abierta.

—¡Bucky! —así lo vuelve a llamar el rubio.

Bucky.

—¡No!

Todo lo que ve después es el acantilado blanco, el suelo, y el acantilado nuevamente, y sus oídos resuenan con sus propios gritos. Aparece la espalda de un soldado uniformado y hay un cielo azul pálido que combina con el mismo color de los ojos de alguien que parece recordar. Más soldados aparecen y luego ve su extremidad cortada sangrando en la nieve sobre la que es arrastrado.

—El procedimiento ha dado comienzo.

Una niña está acurrucada contra su pecho y parece estar chupando su pulgar mientras sus grandes ojos azules lo miran. La escena muestra a doctores y científicos enmascarados que van a él desde todas las direcciones. Parecen estar perforando su carne y él puede escuchar el horrible sonido del metal cavando en su piel y huesos.

De vuelta al presente, el cuerpo del soldado se estremece de horror ante la vista.

—Usted va a ser el 'Nuevo Puño de HYDRA'.

Dos brazos se alzan ante sus ojos; uno de carne y otro de metal. Más doctores crueles se acercan, a uno lo agarra del cuello y lo aprieta tan fuerte como puede. Pinchan una jeringa grande en el cuerpo del soldado y, a medida que su visión se desvanece, aparece ese hombre aterrador de nuevo.

—Mételo en hielo.

Su mano vuela hacia una ventana sumida por la escarcha y sus ojos oceánicos se ensanchan al ver a la misma niña parada al otro lado del cristal.

El frío le quema el pecho y luego el cuello, sacándolo de la realidad.

Svetlana sigue cerrando los ojos por el dolor de tener que ver a su padre desgarrar las imágenes que pasan por su cabeza. La rodilla de la niña rebota y su garganta se siente apretada mientras lucha por aspirar aire a través de su cánula. La cara del soldado se contorsiona bruscamente y golpea su brazo de metal sobre el científico más cercano. El hombre sale volando, chocando con todo a su paso. Otro científico se apresura a ayudar al caído, los guardias que rodean el trono levantan sus armas. Los brazos del soldado están apretados y listos para pelear, respira pesadamente a la vez que los recuerdos se desvanecen.

Svet se mueve rápidamente, sin querer nada más para estar allí para él. Sin embargo, antes de que pueda alcanzarlo, un guardia la agarra con dureza por la nuca y empuja el cañón de una pistola en su cráneo. Apretando los dientes, hace una mueca y su cabeza se retira por la fuerza del agarre.

Los zapatos pulidos hacen clic contra el piso de baldosas, un hombre trajeado se mueve a través de las filas y filas de puertas. Hombres de negro siguen al Superior, todos ellos en una misión. Los pasos del Superior son seguros y medidos a medida que pasa por el lugar de tonos amarillos, donde se encuentran su soldado y su pequeño proyecto. Los cajeros del banco se acercan a él, sabiendo que deben advertir al secretario de defensa de la situación que se produce dentro de la sala circular.

—Señor —el cajero extiende sus manos—. Ella está contenida, pero él está inestable. Errático.

El Superior no le hace caso y entra en la bóveda, donde se encuentran una pequeña pelirroja y un hombre encorvado en una máquina de metal. Arrancando los ojos de su padre, Svetlana mira al hombre que levanta las manos para indicar a los guardias que bajen sus armas. Un dolor se hincha en su estómago y sus dedos comienzan a temblar. Ahora no está enfocado en la chica, está enfocado en su activo más importante.

—Informe completo —el Superior se detiene a unos metros del soldado, él sigue mirando fijamente al espacio—. Informe de misión.

El Superior se acerca y luego se agacha un poco, apoyando las palmas sobre las rodillas. Svetlana siente que todo su cuerpo se pone rígido por miedo a que este hombre esté tan cerca de su papá. No le gusta cuando llega el Superior. Quizás se está dando cuenta ahora. Quizás siempre lo supo. Ya no sabe qué pensar.

De repente, él levanta una mano y golpea al soldado con dureza. El Superior gruñe por el dolor y la cabeza del soldado se mueve hacia un lado, su cabello oscuro cae aún más en sus ojos. Svetlana grita en shock antes de comenzar a tirar de la mano que le rodea la nuca. El soldado no reacciona, ni siquiera al sonido del pánico de su pequeña. Aturdidamente, vuelve la cabeza y parpadeando un poco.

—El hombre del puente —las cejas del soldado se fruncen y su voz se convierte en un susurro áspero—. ¿Quién era?

—Es un amigo —dice una pequeña voz. Svetlana mantiene sus ojos enfocados únicamente en su papá.

Todos miran a la niña con sorpresa en sus rostros oscuros. La niña casi nunca habla, especialmente cuando el Superior está cerca. Sabe que a él no le gusta y, por lo tanto, a ella tampoco. Pensarían que la pequeña mocosa ya se ha metido en suficientes problemas sin pensar demasiado, pero, claramente, ella no lo cree así. Los ojos del soldado la recorren lentamente mientras ella se estremece bajo el fuerte agarre de su cuello.

—Steve, papa —Svetlana se apresura a decir, tratando de dar un paso hacia él solo para ser retirada nuevamente—. Se llama Steve y la mujer Natasha...

El Superior apenas mira en su dirección.

—Callad a la cría.

—Cuidaron de mí y... —su voz se corta con una mano que la golpea en los ojos.

Ella grita un poco y tropieza, levantando las manos hacia su cara punzante. Se estremece, luchando por abrir sus ojos azules actualmente llorosos. ¡Le duelen mucho! A través del agua que corre por sus mejillas, puede ver el nuevo comportamiento del soldado. Sus hombros se tensan de inmediato, igual que todos sus músculos, y mira al hombre con el ceño fruncido.

Sin embargo, no hará nada.

No puede.

El Superior chasquea el pulgar y el índice frente a la cara del soldado, obligándolo a mirarlo. La cara del hombre se vacía del resto de emociones cuando la confusión se instala nuevamente. Svetlana muerde con fuerza su lengua, tratando de evitar que sus otras palabras se derramen. No quiere meterse en más problemas, porque sabe que llegará al punto en que le harán tanto daño que su padre tendrá que intervenir. Y luego él se meterá en problemas. No quiere eso. Así que se queda en silencio.

—Le viste a principios de semana en otra misión.

Los ojos del soldado caen de la cara del Superior, mirando al espacio con una expresión retorcida. Hay un pequeño latido silencioso donde todo lo que Svetlana puede sentir es su corazón golpeando contra el interior de su caja torácica. Los ojos del soldado se giran lentamente hacia Svet, como para convencerla de que lo ayude a comprender. Rápidamente, ella se limpia los ojos aún llorosos y asiente con la cabeza a su padre, que parece tan perdido, tan confundido.

Ásperamente, le dice a su hija:

—Yo le conocía.

La niña recupera el aliento en estado de shock. ¿Su padre conocía a Steve? ¿De dónde? ¿Cómo? El Superior se recuesta lentamente en un taburete frente a su padre, lamiéndose el labio inferior mientras prepara un discurso dentro de su retorcido y enfermo cerebro. Los ojos del soldado miran una vez más al espacio. Su cabeza baja a medida que se acumulan más recuerdos dentro de él. Sus ojos solo miran sombríamente su frente cuando el Superior comienza a hablar.

—Tu labor ha sido un gran regalo para la humanidad —mantiene sus ojos azules en el Soldado mientras Svetlana se pone rígida, de alguna manera no creyendo que eso sea verdad—. Eres un hito de este siglo. Y necesito que continues forjando el futuro.

El soldado respira hondo y frunce los labios pensando.

—La sociedad vive un punto de inflexión entre el orden y el caos.

Igual que las vidas del Soldado de Invierno y la Bailarina Sangrienta.

—Y mañana por la mañana, vamos a darle un empujón —los ojos de la niña se abren por miedo a lo que eso podría significar para sus nuevos amigos y su padre—. Pero, si tú no haces tu parte, yo no puedo hacer la mía —el Soldado traga y baja la vista del hombre—. Entonces HYDRA no le dará al mundo la libertad que merece.

El soldado parpadea un par de veces y luego se estremece un poco, lanzando su cabeza hacia un lado para recordar.

Pero le conocía.

El Superior retrocede y suelta una respiración profunda, entrecerrando los ojos para pensar.

Su irritación es clara cuando se pone de pie y avanza hacia los científicos.

—Prepárenle.

Las cejas del soldado se doblan dolorosamente un poco más y sus ojos brillan con lo que parecen lágrimas ante las palabras del hombre.

—Lleva mucho tiempo fuera de la criocongelación —argumenta un científico.

—Pues bórrenlo y recomiencen.

La agonía que se ve en la cara de su padre es suficiente para romper a Svetlana Barnes.

—¡No! ¡Papa, no, no dejes que te borren! ¡Papa, por favor! ¡Recuerda! —la niña grita hasta que su desesperación se ve truncada por una mano que le tapa la boca y una pistola que vuelve a enterrarse en su cabello.

El Soldado la mira, sus ojos llenos de pesar y consternación. La va a olvidar de nuevo. Se va a olvidar de la niña que lo mantuvo humano en las formas más pequeñas. Ella le dio algo por lo que vivir. Y, cuando la vuelva a ver, no significará absolutamente nada. Lo más aterrador es que, esta vez, el hombre que tanto desea para ella no volverá nunca.

—¡Por favor, tienes que recordar! —sus palabras son apagadas y distantes, pero el soldado todavía puede escucharla—. ¡No te olvides de ellos! —su voz se vuelve más alta y tensa por el pánico—. ¡No te olvides de mí!

Svetlana llora en la mano de su rehén, luchando desesperadamente por ser liberada. La ira arde dentro del cerebro del soldado cuando es empujado en su trono, amortiguando el sonido de los gritos de su hija y preparándose para el suyo. Ignora las lágrimas que aún le queman los ojos, mirando a Svet, sin querer nada más que ella se vaya. No quiero que vea esto. No necesita verlo.

Abre la boca y empujan el protector bucal que muerde con fuerza. Su cuerpo retrocede cuando las pesadas abrazaderas de metal envuelven tanto su brazo de carne como su brazo de metal, manteniéndolo en su lugar mientras el trono de metal cobra vida. Los gritos de Svetlana se hacen más fuertes y tiembla dentro del agarre del guardia. La mano de carne de su padre parece temblar nada más empuja sus dedos en un puño.

La máquina comienza a zumbar a medida que se acerca y el pecho desnudo del Soldado se mueve más rápidamente, incapaz de ocultar el terror que siente cada vez que lo borran. Aprieta los ojos y luego los abre apresuradamente, liberando respiraciones profundas.

Y, justo antes de que todo salga mal, Svetlana puede ver la boca de su padre suplicar.

—No.

Cuando la máquina se enciende con electricidad, deja escapar un gemido rápido. Su rostro tiembla de miedo mientras la máquina hace contacto con los lados de su rostro y luego grita.

Oh, Dios, sí que grita.

Aunque ella no puede escucharlo, se lleva las manos temblorosas a las orejas. Su cara está arrugada y su boca abierta en un grito silencioso. O tal vez no. Tal vez nadie pueda escucharlo por el sonido de su padre. Ella puede sentirlo. Puede sentir su agonía y lágrimas corriendo por sus mejillas mientras él continúa gritando por los recuerdos que le arrancan del cerebro. Ella no cierra los ojos. Tiene que mirar. Tiene que ver la última mirada de su padre antes de que él se vaya. ¡Tiene que estar allí para él! ¡Tiene que verlo!

Y el Superior le da la espalda a sus dos activos, alejándose descuidadamente mientras el padre y la hija pierden la cabeza.

♛♛♛

—Este hombre declinó el Premio Nobel de la Paz —Nick en una silla silla, refiriéndose al superior de Bucky y Svetlana, Alexander Pierce—. Adujo que la paz nunca podría ser un logro, sino una responsabilidad. Verán, cosas de este estilo me hacen ser desconfiado.

Natasha mira a los demás miembros de su equipo de fugitivos.

—Hay que detener el lanzamiento.

—Mucho me temo que el Consejo no aceptará ni una llamada mía —Nick abre un maletín de color oscuro.

Sam frunce el ceño ante los tres chips de su interior.

—¿Qué es eso?

—Al alcanzar los tres mil pies, los helicarriers triangularán con los satélites de Insight, convirtiéndose en auténticas armas —informa Maria al grupo, hablando con determinación, ya que todos saben lo que tienen que hacer.

Nick agrega:

—Hay que acceder a esos transportes y cambiar sus placas selectoras de blanco por las nuestras.

—Y necesariamente hay que enlazar los tres transportes para que esto funcione, porque si una sola de esas naves continúa siendo operativa, será una auténtica masacre.

—Damos por hecho que todos los que estén a bordo pertenecen a HYDRA. Tenemos que superarlos, insertar estas placas. Y tal vez, solo tal vez, podamos salvar lo que queda de...

—No vamos a salvar nada —Steve interrumpe al ex director con una expresión firme surcando su rostro—. No solo vamos a acabar con los transportes, sino con S.H.I.E.L.D.

—S.H.I.E.L.D. no ha tenido nada que ver con esto.

—Usted me encomendó esta misión, y así termina —los ojos de Steve son duros y su tono es igual de implacable—. S.H.I.E.L.D. se ha visto comprometida. Usted lo dijo. HYDRA creció bajo sus narices y nadie se dio cuenta.

—¿Por qué cree que estamos reunidos aquí? Yo me di cuenta.

—¿Y cuántos han pagado antes de que lo hiciera?

—Escuche —le dice Nick—, yo no sabía lo de Barnes y su chica.

Natasha se pone rígida, su mano se curva en un puño sobre la mesa.

—De haberlo sabido, ¿me lo habría dicho? ¿O también lo habría compartimentado? —hay un tono amargo en su voz—. S.H.I.E.L.D., HYDRA, todo se acaba. Es lo que le prometí a Svet —la cara de Natasha se contorsiona ante la mención de su hija, sus ojos parpadeando lentamente—. No voy a romper esa promesa.

Maria asiente solemnemente y le habla a su mentor.

—Tiene razón.

Fury mira a los demás. Natasha solo lo observa fijamente, dando un asentimiento casi inexistente. Está con Steve. Son familia ahora. Lo sabe tan bien como él.

Cuando el ex director mira a Sam, el hombre se encoge de hombros.

—A mí no me mire. Yo hago lo mismo que él —asiente con la cabeza a Steve—, pero más lento.

—Bien —Nick se detiene, mirando al supersoldado—. Parece que ahora usted da las órdenes, Capitán.

♛♛♛

La niña se estremece, sintiéndose entumecida a su alrededor mientras el dolor dentro de su pecho se apodera de ella. Él la dejó. De nuevo. Ni siquiera la miró cuando se fue. Trató de hacerlo recordar. Ella seguía llorando cuando la máquina se apartó de su rostro y él se retorció como reacción. El guardia había apartado la mano de su boca en ese momento, sabiendo que podía hablar todo lo que quisiera ahora. No haría ninguna diferencia. Sin embargo, Svetlana no se lo creía. Lo intentó e intentó, pero todo lo que encontró fue una mirada y silencio. Su padre la dejó en más de un sentido.

Había corrido tras él cuando comenzó a irse. Trató de ir con él. No quería que ninguno de los dos estuviera solo. Quería que la recordara y, lentamente, creía que lo haría. Tenía que creer eso. Tenía que creer que él volvería. Toda esa dulce e inocente esperanza se desvaneció cuando él se dio la vuelta y la empujó. Y luego se fue. Ya no dejarán que lo siga. Dijeron que es una responsabilidad. Que destruirá el destino de HYDRA. Que es una traidora.

Una traidora.

Como la Viuda Negra.

—Él es tu amigo, Plan B...

Svet, él no es tu amigo. Si lo fuera, sería bueno contigo. No os pegaría ni a ti ni a tu padre. Los amigos se cuidan entre ellos.

Svetlana respira vacilante. Sus ojos se giran para mirar a los ojos crueles del guardia, arrojando mentiras sobre el hombre que la ha gobernado desde que puede recordar. El Superior siempre ha tenido el control. Decidió su vida desde el principio. Se considera a sí mismo su padre en vez del activo. Después de todo, ¿qué ha hecho el activo? Estuvo allí para la concepción, sin duda, pero todo lo que ocurrió después estuvo fuera de su control, al igual que lo estuvo la mujer.

Los padres del Plan B la hicieron, pero no les pertenece. Es de HYDRA. La niña fue criado bajo las órdenes de Alexander Pierce. Él decidía cuándo se le permitía comer, dormir, cuándo iba a ser castigada y cuál sería el castigo particular; el Superior había determinado su vida.

Incluso cuando el activo recibió a la niña, no tuvo voz en lo sucedido. No podía salvarla de los guardias que la torturaban cuando era demasiado pequeña y no tenía entrenamiento para ir a las misiones. No podía evitar que se burlaran de ella con palabras viciosas o que le quitaran la cánula para que pudieran verla entrar en pánico. Ni siquiera podía salvarla de sí misma.

Pero el Superior tiene la capacidad de mantenerla a salvo.

Puede asegurarse de que esté alimentada, vestida, e incluso puede decidir si permanece ilesa.

El Superior era el único amigo de la niña en el mundo.

Pero ya no.

—No —susurra Svetlana, un ceño se apodera de sus rasgos jóvenes.

El guardia endereza los hombros e inclina la cabeza hacia atrás.

—No —repite, sacudiendo la cabeza mientras su voz se fortalece lentamente—. No lo es. No es mi amigo. Intentó que me mataran. Y me hizo daño. Y me dejó morir de hambre. ¡Yo tengo amigos! ¡Tres amigos! ¡Tengo un padre! ¡Y el Superior no lo es! ¡Él es un cobarde! ¡Todos lo sois! Cobardes llorones que torturan a niños, mujeres y hombres porque sois débiles y asquerosos y... —un grito irrumpe sus palabras cuando el guardia la golpea con dureza en la cara.

Su cabeza cae hacia un lado; el negro nada en su visión. Le pica la nariz y le cae un pequeño chorro de sangre por el labio superior hasta que gotea constantemente sobre su pie descalzo. Todo lo que se puede escuchar alrededor de la sala circular del Frente son los suaves gemidos y gritos sofocados de la niña.

Le resulta mucho más difícil dejar de llorar ahora. Todo duele. No es solo su cara la que tiene una huella roja marcada. Sus dedos y sus uñas le pican por el abuso repetido. Le duelen las cicatrices y los pulmones y siente que le están sacando el corazón del pecho. Ella solo quiere estar "bien", solo quiere irse a casa.

Pero, Dios, ¿qué es eso? Nunca ha tenido un hogar real, ¿verdad? No es que se lo merezca. Todos los pecados que ha cometido y todas las personas que ha matado... oh, se ríen y le gritan por soñar con la redención. Se esconden dentro de las sombras de la habitación, sonriendo malvadamente tras ella. Los hombres que apuñaló. Las mujeres que destripó. Los niños que mató. Quieren que sufra. Tal vez una parte de ella lo quiere también. Quiere pagar por ello. Quiere terminar con eso. Se merece lo que le pasa. Merece la tortura. Merece la miseria de perder a su padre, de perder a Natasha, a Steve y a Sam. Ella no es nada. Sin valor. Inútil. Se repugna. Nadie como ella tiene un hogar.

Y luego piensa en lo que decía su pequeño diario. Ese de hace tanto tiempo. El que le robó a una de sus víctimas infantiles. Sus palabras sugirieron que, tal vez, el hogar es a veces una persona. ¿Su casa podría ser papá? ¡Podría serlo! Su padre la quiere. O solía hacerlo antes de que se lo llevaran. A ella le quitaron su moralidad, su capacidad de tener hijos, a su padre recordándola, a su mamulya, a sus amigos... está tan sola. Es solo una niña en un gran mundo de monstruos, sombras y hombres. Ha estado sola y ha sido muy mala.

Pero quiere ser buena.

Reza para ser buena.

Ser amable.

Ser pura.

Pero no lo es.

Ya no quiere matar. ¡Está cansada de la muerte! Está cansada de la sangre, las lágrimas, las armas, el dolor y la mendicidad. Solo quiere que se detenga. Oh, Dios mío, la niña suplica desesperadamente a los cielos, ¡haz que se detenga!

—He acabado. No más —finalmente exhala a través de sus lágrimas, forzando su mirada para mirar al guardia de Pierce elevándose—. No, no más.

—¿No más qué? —señala con un dedo a su oreja, actuando como si no pudiera escucharla, como si no entendiera.

Ella se ahoga y sus palabras salen de sus temblorosos labios.

—N-No. Ya no mataré. N-No más —sacude su cabeza roja, respirando profundamente—. No más.

Ella espera ira. Espera furia y fuego infernal. En cambio, el guardia simplemente sonríe. Y ahí es cuando se establece el terror. Hubiera preferido que él gritara y la golpeara. Habría elegido cualquier cosa en vez de la sonrisa torcida en sus labios y el brillo oscuro en sus ojos.

Él le agarra la barbilla y le clava los dedos, obliga a la niña a mirarlo.

—¿Cómo te llamas a ti misma? Svetlana, ¿no?

Ella lucha contra el puchero en su labio inferior, pero no puede manejarlo mientras lo mira con miedo.

Su voz se convierte en un silbido burlón, respirando contra su cara asustada.

—Se ha ido. ¿Entiendes, cerdita? Ella se ha ido. Eres el Plan B. Eso es todo —las lágrimas se mezclan con su sangre, surcando por su cara sucia—. Es todo lo que has sido. Un plan de contingencia. Una cosa. Un medio vicioso para un final que lo es aún más. No una humana. Y lo vas a recordar.

Él la levanta bruscamente y la lleva hacia el trono de metal que solo pertenece a su padre. El pánico enciende un fuego dentro de los ojos de la niña, que comienza a luchar contra el guardia a medida que avanza para contener su cuerpo en movimiento. Es como al principio. Los chillidos escapan de la boca del Plan B cuando los hombres la agarran. Acercan su cuerpo retorciéndose hacia el artilugio de metal y sus gritos pueden ser escuchados por todos, menos por ella misma. Ahora es mayor y más fuerte. Así que lucha tanto como puede, golpeando a algunos mientras tiran de su cabello, sus brazos y sus piernas. Sin embargo, al final ganan.

HYDRA siempre gana.

Arrojan a Svetlana al trono y las abrazaderas metálicas le envuelven los brazos y las muñecas antes de que pueda saltar de nuevo. Chilla de ira, luchando lucha contra el metal que la sujeta. En un ataque de furia, golpea su columna contra el respaldo de la silla y su cabello rojo cae sobre su rostro húmedo. Dirige sus ojos odiosos a los hombres que se paran frente a ella, dispuestos a que todos mueran ahí mismo. Los científicos se apresuran a poner en marcha la máquina, presionando botones y observando cómo la pantalla a su derecha controla los signos vitales de su cuerpo.

—¡No lo haré más! —grita furiosamente, tirando bruscamente de sus ataduras en demostración y cortándose en el proceso.

El guardia levanta las cejas y responde con una frase simple:

—Está en tu naturaleza.

La niña se resiste a que su cuerpo salte mientras los brazos que sostienen las pinzas giran hacia ella. Los hombres la empujan más hacia el trono. Ella mira hacia el techo con los ojos muy abiertos, las pinzas se acercan más y más a su carne. Su pecho se mueve irregularmente y su respiración sigue saliendo furiosamente de su boca.

¡No quiere esto!

¡No quiere esto!

Jadea y sus ojos se agrandan cuando las piezas de metal se presionan contra su rostro. A medida que la máquina cobra vida a ambos lados de su cabeza roja, un grito espeluznante escapa de sus labios. Una palabra flota en el aire, rebota contra las paredes, chilla por encima del sonido de la electricidad que atraviesa el cerebro de la pequeña.

—¡Papa!

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