Tres

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— ¿Quién eres y qué haces en mi habitación? — Preguntó el chico frente a sus narices, la chica se sobresaltó por segunda vez y escaneó rápidamente el lugar con la esperanza de encontrar algo que la ayudara con la creación de una excusa válida y creíble. Sin embargo, no lo logró.

— Necesito eso. — Respondió mientras señalaba a la silla de ruedas junto a la cama. Tras decir esto, la chica se dio una cachetada mentalmente mientras que el chico bufaba sin quitar su expresión de dolor.

La escaneó rápidamente y por su vestimenta notó que no era una enfermera, mucho menos un médico y que al igual que él, era un paciente.

— Deja de mentir, ¿para qué necesitarías una silla de ruedas si puedes trasladarte perfectamente con ambas piernas? — El chico bufó nuevamente. La chica, al tener los nervios de punta pronunció lo primero que se le vino a la mente para luego arrepentirse de su pésima elección de palabras.

— Tampoco es cómo que tú la necesites tanto. 

Esa pequeña frase hizo que la sangre del chico hirviera a más no poder, ¿Quién se creía que era para entrar a su habitación y decir tales cosas? Sólo era una paciente loca que había interrumpido su sueño. Ella no tenía derecho alguno de aparecer así cómo así y opinar sobre cosas que no son de su incumbencia.

— ¡¿Qué tan imbécil debes de ser cómo para no darte cuenta de mi estado?! — Pronunció con tanta agresividad que incluso logró sorprenderlo a él mismo. Sin embargo, el rostro de la chica no demostraba emoción alguna. 

Estaba tan acostumbrada a ese tipo de trato que simplemente ya no causaba efecto alguno en ella. 

Pero el dolor en su mirada se hizo presente de una forma muy notoria. El chico al notar dicho gesto, reaccionó a su pregunta y se dio cuenta de lo innecesaria que había sido, a su mente llegaban miles de excusas, pero ninguna era válida para su corazón. Estaba seguro que tan sólo unos meses atrás él nunca hubiese tratado a nadie de tal manera, rápidamente la culpa se hizo presente en su alma. El sólo pensar en su situación y el lugar en el que se encontraba lo hacía sentir sumamente molesto y melancólico, pero esa no era excusa alguna para minimizar lo dicho y tratar a los demás de mala manera.

— Realmente lo siento mucho, no quise incomodarte. — Respondió la chica al hacer una reverencia, haciendo que el chico se sintiera cada vez peor. — No tengo una excusa válida para estar aquí. Perdóname por molestarte con mi mala elección de palabras. — A pesar de haber terminado de hablar, continuó con su reverencia esperando a que el chico le ordenase levantar su cabeza.

— Quien debe pedir disculpas soy yo. — Al igual que ella, inclinó su cabeza a modo de reverencia. — No debí hablarte así, mucho menos si desconoces mi historia. — El arrepintiendo en su voz era más que notorio. — Perdóname por mi mala actitud.

Pasaron los segundos y ninguno se atrevía a deshacer la reverencia, ambos se sentían sumamente apenados y les era imposible hacer tal acción. No fue hasta que el chico levantó su mirada al recordar el principal motivo de su molestia.

— ¿Podrías mover tu mano de ahí? Por favor... — Señaló en dirección del brazo de la chica mientras que a su vez la expresión de dolor retomaba su lugar en su rostro.

La chica dirigió su mirada hacia su mano e inmediatamente sintió cómo su alma se escapaba de su cuerpo. La retiró con rapidez para luego hacer repetidas reverencias y pedir perdón, todo ese tiempo su mano estuvo descansando sobre la pierna colgante del chico.

El chico estaba por pedirle que se detuviera cuando ambos fueron interrumpidos por unos toques en la puerta, la inquietud de la chica se hizo nuevamente presente y el chico no tardó nada en notarlo. Sin saber la razón, le hizo señas para que corriera al baño antes de que la puerta fuese abierta.

La puerta fue abierta dejando ver la cabeza de la doctora Choi asomándose a través de esta, la chica se escondía detrás de la cortina del baño, guardando silencio con la esperanza de no ser descubierta. 

— Escuché voces y creí que estabas con alguien más. — Mencionó Choi desconcertada mientras escaneaba la habitación en busca de alguna persona. El chico buscó el reloj en la pared, divisó la hora y vio que quedaban pocos minutos para su revisión.

— Estaba cantando un poco. 

— Vaya, para tener una voz grave cantas muy agudo. 

— Estaba probando una nueva técnica. — Respondió para luego cambiar el tono de su voz a uno más fino. — Cosas de cantantes, no lo entenderías. 

— Entonces hazme entender y canta un poco para mí. — Choi se sentó en el sofá a la espera de que sus oídos fuesen bendecidos.

Cualquiera podría malinterpretar dichos actos cómo algún tipo de coqueteo cuando sus acciones no tenían ni una pizca de eso. La doctora Choi era bien conocida por el buen trato que les daba a sus pacientes, intentando que se sintieran en un ambiente menos triste y más familiar.

El chico se sonrojo y no supo cómo contestar a eso, hace meses había dejado de cantar y no sabía hasta cuando lo haría o si volvería a hacerlo. 

Le agradeció al universo cuando la doctora Choi habló antes de que él pudiese inventar una excusa.

— ¡¿Qué le ha pasado a tu pierna?! — Preguntó exaltada al ver algunas gotas de sangre correr por esta. 

— Eso estaba a punto de decirle. — Suspiró con dolor mientras formulaba una mentira en su mente. — Me quedé dormido e hice un mal movimiento.

— Paciente Kim, la próxima vez que sienta sueño durante el día llame a alguien para ayudarle a bajar su pierna. — Sugirió para empezar con la revisión.

A simple vista no notaba algo fuera de lugar en su pierna derecha, pero tendría que hacer algunos exámenes para confirmar que todo estuviera bien. En el caso de su pierna izquierda, a pesar del tratamiento esta seguía sin demostrar mejoría alguna, cosa que empezaba a preocupar a la doctora.

— No creo que alguno de los clavos se haya movido de lugar. — Dijo mientras anotaba algo en su libreta. — Pero tendremos que hacerte una radiografía para asegurarnos de que sea correcto. 

El chico asintió débilmente, sólo esperaba que todo estuviera bien y que la retiración de los clavos no se retrasara.

— Te daré algunos medicamentos para el dolor, en el botiquín del baño aún quedaban algunos. — Tanto el chico cómo la chica sintieron cómo se les escapaba el alma del cuerpo. 

— ¡No! — Gritó el chico fuertemente causando que la doctora se sobresaltará y se quedara a mitad de camino.

— ¿Qué pasa? ¿Por qué no? — Preguntó Choi desorientada.

El chico nuevamente no supo qué decir y se excusó con lo primero que se le vino a la mente.

— ¿Recuerda a mi amigo Jungkook? 

 — ¿Cómo podría olvidarlo? —  Contestó asustada.

— Hace unas horas vino a verme y otra vez tenía indigestión. 

La mujer sintió un escalofrío recorrer por completo su cuerpo. La última vez que eso pasó ella fue la desgraciada de entrar al baño después del amigo de su paciente y dicha imagen no era algo lindo de recordar. Inmediatamente sintió el olor llegar a sus fosas nasales, aun cuando ni siquiera se encontraba tan cerca del baño. 

— Está bien, mandaré a alguien para que arregle el problema. — La doctora se sintió mal por la nariz de la persona a la que tocara eliminar el hedor, se acercó al cajón de la mesa y verificó si se encontraban los medicamentos necesarios, al comprobarlo los tomó y le extendió dos paquetes al chico frente a ella. — Tómate dos de estas y dale estas a tu amigo, por favor, dile que cuide un poco más de su alimentación.

El chico asintió e inmediatamente se sintió mal por mentir con el nombre de su amigo cuando este ni siquiera había estado en el hospital en la última semana, no sabía con qué cara lo miraría la doctora la próxima vez que este viniese.

— Ya puedes salir. — Le informó a la chica cuando la doctora ya no se encontraba presente.

Pasados unos segundos, la cabeza de la chica se asomó por la puerta del baño para luego dejar salir su cuerpo completo. Se posicionó frente al chico y por milésima vez hizo una reverencia para nuevamente disculparse.  

— ¡Lamento mucho haberle causado daño a tu pierna! 

— No pasa nada. — Respondió restándole importancia. — ¿Ahora me dirás qué haces aquí? Deberías estar en tu habitación.

La chica no sabía si su visita seguía en el hospital, por lo que se encaminó hacia la ventana para buscar el auto de estos. Al estar en un área del hospital desconocida para ella le era más complicado realizar su misión.  — Por el momento no puedo decirte, paciente Kim. 

El chico se asustó, ¿cómo es que esa chica conocía su apellido? ¿Acaso se trataba de una acosadora?

La chica al ver su rostro de espanto de Kim, volvió a hablar. — Por ese apellido te llamó la doctora. 

Kim se tranquilizó y soltó el aire que había retenido, observó a la chica mientras ella seguía pendiente de lo que pasaba a las afueras del hospital. Esta suspiró libremente al divisar al auto de sus tíos abandonar el estacionamiento de la instalación y dedicó a mirar el cielo mientras pensaba en cómo regresaría a su habitación sin ser descubierta y el regaño que le darían al volver a esta.

En la habitación ya no existía ruido alguno además del aire acondicionado, pero en lugar de ser un silencio incómodo era uno agradable. Minutos después uno de ellos decidió romper dicho silencio. 

— No es justo que tú sepas mi nombre pero que yo desconozca el tuyo. — La chica dirigió su mirada al otro al escucharlo quejarse. — Si vas a estar aquí por lo menos deberíamos presentarnos.

 — Park. — Respondió ella para volver su vista al exterior. 

Kim, volvió a quejarse al estar inconforme de su respuesta.

— ¡Ese es tu apellido! — Exclamó descontento. 

— Yo también desconozco tu nombre. 

— Está bien, pero por lo menos ofréceme un sobrenombre por el que pueda llamarte. 

El nerviosismo retomó su lugar en el cuerpo de Park, el chico ya sabía su apellido y si le decía su nombre real existía la posibilidad de que este la expusiera ante los que la buscaban.

Nuevamente dirigió su vista al cielo en busca de algo que pudiera identificarla aparte de este mismo. El tono cálido de este la hacía sentir llena de paz y serenidad, algo que siempre había anhelado más nunca había poseído, el azul del cielo le hacía sentir felicidad. Pero un poco más allá divisó que el cielo empezaba a tornarse algo oscuro, dejando que el color cálido pasara a ser uno frío. El nuevo tono le hacía sentir aflicción y melancolía, obligándola a recordar a la tristeza y todos los malos momentos de su vida que con desespero intenta borrar de su memoria para que su dolor se detuviese de una vez por todas.

Cuando obtuvo la respuesta no dudó ni un segundo en dársela al chico que ansiosamente la esperaba.

— Puedes llamarme Blue. 

— Blue... — Repitió él. — Es lindo, me gusta. — Le sonrió a pesar de saber que su mirada no estaba en él.

Después de unos segundos la chica desvió su mirada de la ventana para ahora dirigirla al chico, por dicha acción este cayó en cuenta de que él todavía no le daba un nombre con el que ella pudiese identificarlo.

Recorrió la habitación con la mirada a la espera de encontrar algo que lo ayudase a describirse. Al estar esta un tanto vacía hacía de su misión un poco difícil, lo que lo llevó a posar sus ojos a las aburridas paredes que los rodeaban. El insípido color gris de estas lo hacía sentir indeciso e inseguro, recordándole al tono del cielo el día en el que lo perdió todo y tuvo que resignarse a abandonar sus sueños para intentar llevar una vida en la que ya había perdido la esperanza.

Si ella escogió un color, ¿qué le impedía a él hacerlo?

— Llámame Grey. 

La chica finalmente se apartó de la ventana para posarse al lado de la cama, le tendió su mano al chico dejando a este poco desconcertado. De igual manera la tomó.

— Mucho gusto, me llamo Park Blue.  

Las palabras de la chica hicieron que el chico riera débilmente, tal acción provocó que Blue ladeara su cabeza mientras se preguntaba a sí misma qué era lo que le había causado gracia al chico frente a ella. Grey no pudo evitar que las comisuras de sus labios se elevaran por lo lindo que le había parecido tal gesto. 

— Es un placer conocerte, Park Blue. — Respondió mientras agitaba sus manos suavemente. — Mi nombre es Kim Grey.

Grey completó su sonrisa convirtiéndola en un hermoso cuadrado. Blue, al darse cuenta de la peculiar forma de la sonrisa del chico, le fue inevitable no sonreír también. 


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