Espejos

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Maze in the mirror, TXT

Él

Amor. Es algo que todos conocemos.

Ya sea de parte de tus hermanos, tíos, primos, amigos, pareja o tus padres. En mi caso, solo conocía esta última.

Muchos jóvenes se autodenominan sobreprotegidos por no recibir permiso para unas cuantas cosas, pero comparados conmigo, eran los seres más libres, como parvada de pájaros volando por el cielo.

Sé que sonará exagerado, pero no son solo delirios de un adolescente melodramático.

Nacer con un corazón débil era patético, pasé la mayor parte de mi infancia conectado a máquinas que llevaban a cabo funciones que mi propio cuerpo debía hacer por sí mismo, a la espera de un corazón que acabara con lo ruin que era ser un niño enfermizo.

La mitad de mi familia esperaba que me curara y oraba por ello, y la otra mitad se mantenía a la espera de que falleciera para dejar de ser el centro de atención, y que mis padres volvieran a mantenerlos.

Como consecuencia de mi débil sistema inmunológico, mi mare me tenía terminantemente prohibido salir de casa si protección (tampoco podía salir sin ella, a menos de que quisiera contraer una infección y ser internado otra vez), hacer actividad física intensa, mojarme en la lluvia, gritar canciones a todo pulmón, si menciono unas cuantas cosas. No podía hacer nada que pusiera mi salud física en un mínimo mi salud física.

Al no poder salir de casa, nunca pude hacer amigos, o tener pareja, ir a una fiesta o escaparme de clases.

Si, esa era mi triste y desolada vida.

¿Autoestima? Pff, ¿con qué se come eso? Aparte ni podría comerlo por las dietas estrictas.

Así que ahí estaba yo, sentado en la mesa de mi habitación a un lado de la ventana cerrada, haciendo el ensayo sobre células que me había encargado mi profesora particular de biología, oyendo música a volumen bajo, con la vista en la hoja de tamaño carta medio llena, y la mente dando vueltas alrededor de la canción sobre dejar que un monstruo viva.

Le agradecía a mi excesivo tiempo libre por darme la oportunidad de aprender varios idiomas.

Tenía 17 años de mi vida en cuarentena, algo bueno tenía que saber hacer.

No fue hasta que la sed me atacó que decidí salir de mi cueva, y me llevé una buena sorpresa al encontrar a una desconocida sentada en la sala de estar.

Una desconocida que no conocía (esto es obvio), y que tal vez tenía algún virus o bacteria que mi cuerpo no toleraría y que me dejaría internado mucho tiempo. O muerto.

Subí nuevamente lo más rápido que pude, me rocié alcohol por todo el cuerpo, instalé el tanque portátil de oxígeno, me puse guantes de látex y mascarilla antes de la sala de estar.

—Buenas tardes —saludé sentándome en el sofá frente a ella y mi padre. Miedoso pero educado.

— ¿Ese es su hijo, señor Park? —Le preguntó ella a mi padre, quien asintió con la cabeza mirándome— Oh, es muy lindo.

Amiga, ¿Cuándo eras pequeña no te enseñaron que mentir es malo?

—Gracias —aún así agradecí.

—Atenea, él es Khadler. Khadler, te presento a Atenea, la hija de una muy buena amiga —mi padre nos presentó.

Cuando desperté ese día, no pasó por mi cabeza que conocería a mi compañera de crimen, pañuelo de lágrimas, luz de mi vida, o como la quieran llamar.

Pero primero tenía que pedirle que no me llamara por mi nombre completo.

Ella había empezado a ir a mi casa para recibir lecciones de piano por parte de mi padre, y teníamos que encontrarnos de alguna u otra manera.

Atenea era preciosa, de piel clara y ojos claros, su cabello caía en bucles rubios platinados, sus mejillas eran sonrosadas y sus labios tenían un bonito tono rojizo. Parecía una delicada muñeca de porcelana.

Y su personalidad era la más encantadora que conocía (uy si, como si yo conociera muchas personas), era extrovertida, comunicativa, explosiva.

No es por nada, pero ella fue lo mejor que me pasó.

Ella practicaba con mi padre todas las tardes mientras que yo me sentaba cerca de ellos a leer, escribir, dibujar, estudiar, o cualquier cosa con tal de estar cerca de ellos. Cuando ellos acababan, Atenea se sentaba conmigo a pasar tiempo conmigo a hablar, oír música, o simplemente nos mirábamos la cara sin nada más que hacer.

Después de tantos días de charlas incesantes, desarrollamos una bonita amistad, ella había sido la única capaz de sobrepasar los muros que mi madre había construido alrededor de nuestra casa, volviéndose parte de la familia.

Veíamos películas de vez en cuando, y compartíamos gustos musicales de vez en cuando.

—Ellas son mi dúo favorito —me contó mostrándome un par de chicas—, tienen unas voces muy preciosas, me encantan.

— ¿Son parejas? —le pregunté, ella rió.

—Ellas dicen que no, pero la forma en la que Izzy mira a Bella dice lo contrario, mira —entonces empezó a mostrarme imágenes, videos y un montón de cosas más.

Por último, me mostró sus canciones.

—Creo que mi favorita es Blue Daylight.

—Es la mejor canción del álbum, si.

Y no sé si era culpa de mi necesidad de afecto, pero poco a poco el sentimiento que había leído millares de veces en las historias antiguas empezó a instalarse en mí.

Lo cual no era horrible.

En un principio me pareció una desgracia, una maldición que me habían mandado los Dioses por interferir con su Diosa (o sea, Atenea).

Pero luego de dos semanas de quedarme dormido a media madrugada pensando, ella me dijo que le gustaba.

La forma en la que sus ojos brillaban cuando me lo dijo era tan pura, el color rojizo en sus mejillas, y sus dedos jugueteando entre sí causaban en mí tanta felicidad, un sentimiento externo que no había conocido jamás.

Hacía que mi corazón latiera con fuerza (lo cual era un poco peligroso, pero no interesa), y me sentía más vivo que nunca.

Unos días después de que ella y yo nos dijimos lo que sentíamos, ella llegó a casa con los ánimos por el subsuelo, y me di cuenta de ello porque su rostro estaba enrojecido y sus labios estaban temblorosos.

Ella se abstenía de llorar frente a mí, porque solía decir que yo tenía muchas cosas en que preocuparme para darle atención.

—Vida, ¿Qué ocurrió? —le pregunté acunando su rostro entre mis manos, ella desvió la mirada, misma que busqué con insistencia.

—No es nada —contestó, su voz dulce tembló, y fue cuando tomé su mano para llevarla a mi habitación.

No hablaba, se mantenía en silencio, lo cual era raro porque Atenea hablaba hasta por los codos.

—Tengo hombros delicados —le dije sentándome en la cama, haciéndole señas para que se sentara a mi lado, y eso hizo—, a veces no puedo enderezarlos y cubrirlos se me hace difícil —comenté—. Pero, aunque sean delicados, puedo prestártelos para que descanses en ellos.

Suspiró, escondió su cabeza en mi cuello y poco a poco sentí como sus lágrimas descendían, la rodeé con mi brazo izquierdo y besé su frente repetidas veces, dejándola llorar y desahogarse, porque era lo que necesitaba.

Sollozaba bajo, su cuerpo temblaba tanto que me preocupaba que algo malo le hubiese pasado.

Afortunadamente, luego de varios minutos sus sollozos disminuyeron hasta terminarse, aún así se quedó abrazada a mí.

—Mírame —le pedí acariciando su brazo, ella negó con la cabeza.

—No me gusta que me vean después de llorar —contestó—, no es porque no confíe en ti, es solo que no me gusta. De niña muchas personas se burlaban de mí cuando lloraban porque mi rostro se enrojecía a tal punto de hincharse mucho, parecía un globo. Así que es algo que no permito que pase otra vez.

—Aquellas personas que se burlaron de ti son unos imbéciles. Nadie queda precioso después de llorar, aunque yo creo que siempre luces como una reina.

—Te quiero un montón —murmuró empujándonos, quedamos acostados en la cama, con ella apoyada en mi pecho sin dejar que vea su cara.

—Te quiero también, dulzura —hablé en un murmullo, besando su cabeza.

-

Cicatrices que se marcan en mi delgado y pálido abdomen, junto a las pecas casi inexistentes que lucen doradas y lo marcadas que están las venas en mi cuerpo me hacían recordar que tal vez no merezca nada bueno en este mundo.

No me gustaba mirarme al espejo, porque todo por lo que mi cuerpo había pasado se reflejaba ahí. Y era un laberinto sin salida, cada una de las marcas que no desaparecerían.

Si nací con un defecto mortal, ¿por qué tanto empeño en que siguiera con vida? Podía llamarse amor, pero también egoísmo.

¿Valor? ¿Valentía? ¿Capricho? Supongo que no lo entenderé jamás.

Jamás entenderé por qué no simplemente me dejaron ir en todas las oportunidades que tuvieron.

¿Dónde estaba el final? ¿Cuándo acabaría ese calvario de no saber si despertaré al día siguiente?

¿Cuántas veces más tendría que intentar correr? ¿A cuantas deidades debía rogarle para poder curarme o morir?

Y era tan cobarde para acabar conmigo mismo.

Era tan imbécil, que en medio de un dolor incesante de pecho, en vez de llamar a mi madre o a mi médico de cabecera, la llamé a ella.

El dolor era punzante, ni siquiera podía completar las oraciones sin chillar, y no sabía se trataba de algo con relación a mi corazón, o se trataba de un ataque de pánico.

—Diddie, ¿qué ocurre? —su voz sonaba somnolienta a través de la línea telefónica, mi respiración era errante, y aunque estaba a punto de perder la consciencia, logré susurrarle algo, que si no fuera porque me lo dijo después, no recordaría.

Por favor, no te rindas conmigo.

Ella

Lo primero que sentí fue sorpresa, y luego miedo al no poder seguir oyendo su voz, la llamada no se había colgado pues aún oía el sonido de la serie que estaba reproduciéndose en la TV.

Grité despertando a mi madre, mis hermanos entraron alterados a mi habitación, y la preocupación se multiplicó cuando ni siquiera podía hablar, aunque mamá se dio cuenta de que me refería a Khad cuando le mostré el celular con la llamada telefónica.

Luego de eso todo se sentía irreal, sus palabras daban vueltas en mi cabeza una y otra vez, sin parar, las lágrimas cubrían mi vista, pero no importaba.

Por favor, no te rindas conmigo.

Por favor, no te rindas conmigo.

Por favor, no te rindas conmigo.

No me rendiría contigo nunca, cielo, porque eres lo mejor que tuve, y lo mejor que tendré.

Recuerdo a mi madre pidiendo que me vistiera, a mi hermano mayor encendiendo el auto y mi hermano menor abrazándose a mí intentando calmarme.

Mi noción de la realidad volvió cuando llegamos a la clínica, mamá parafraseó con los guardias para que nos dejaran entrar fuera de la hora de visitas, aunque solo nos dejaron pasar a ella y a mí. En la sala de espera estaba su madre caminando por el pasillo, y el señor JiSeung se mantenía sentado en los incómodos asientos.

— ¿Qué han sabido de Khad? ¿Él está bien? —las palabras de mi madre salieron atropelladas, colmadas de preocupación.

—Dijeron que tal vez no sea algo muy grave, pero que hay que estar seguros, y le están haciendo un chequeo completo —contestó el señor JiSeung, asentí con la cabeza algo aliviada.

Había una gran probabilidad de que estuviera bien.

El aire que tenía contenido salió de mi sistema en un suspiro, la preocupación dejando mi cuerpo poco a poco, mis oraciones silenciosas se cumplieron.

— ¡Todo es culpa tuya, mocosa! ¡Khadler estaba bien sin ti y su tonto romance sin gracia! No puede tener emociones fuertes y tú lo sabes bien —me acusó la madre de Khad— Estás con él solo por ilusionarlo, porque todos sabemos que no sientes nada por él. No quiero que pases ni un minuto más cerca de mi hijo, porque a él no le hace falta tu lástima, ni tus falsas palabras. Quien sabe con cuantos otros te acostarás, porque sé que con mi niño no has hecho nada. Zorra rastrera —entonces, fue ahí cuando el puño de mi madre impactó en la mandíbula de la mujer.

—Que no te vuelva a pasar por tu vacía cabeza referirte así de mi hija, Margaret Demsley. Si vuelvo oír palabras así de despectivas saliendo de tu boca hacia Atenea, te aseguro que voy a quitarte cada uno de tus teñidos cabellos uno por uno, con tus uñas mal hechas. Aquí la única rastrera eres tú, y los tres sabemos por qué. Y no te preocupes, que Atenea no vuelve a pisar esa casa mientras sea tuya, no vaya a ser que se termine encariñando con el dinero ajeno como tú.

Dicho esto, ella tomó mi mano y me haló hacia el auto otra vez, Hades y Zeus estaban ahí esperando por nosotras.

Entonces Hades encendió el auto y nos llevó a casa otra vez.

Miré mi habitación, la mesa de noche estaba llena de fotos nuestras enmarcadas, al lado de un par de guantes que me obsequió en navidad para que no pasara frío.

Por favor, no te rindas conmigo.

No sé si podré no rendirme, Khad.

Él

Al momento de despertar, lo primero que hice fue preguntar por ella.

— ¿Dónde está Atenea? —inquirí, la luz blanca era tan cegadora que no podía mantener mis ojos abiertos, y mi garganta se encontraba reseca.

—Khad, buenos días —mi médico de cabecera me saludó, ella era cirujana cardiólogo, morena de cabello lacio, fui su primer paciente cuando fue residente, y 16 años después seguimos aquí— ¿La niña rubia de ojitos claros? Estuvo aquí hace un hora, creo que con su madre, pero luego se fueron. ¿Quieres que les diga a tus padres que despertaste?

—No, aún no, yo... ¿Tienes mi celular? —Ella negó con la cabeza, bufé— Vale, diles que sigo vivo, por favor —bromeé.

Luego de revisarme salió a avisarles a mis papás que mi corazón seguía latiendo, y que mi crisis había sido por un ataque de pánico que, mezclado a mi defectuoso corazón, me hizo colapsar.

Pero relajado, como quien dice.

—Ma, ¿Atenea estuvo aquí? —le pregunté, su semblante cambió en seguida.

Sospechoso.

—Vino con su madre, pero la señora es una altanera. Me gritó un montón de cosas que ni al caso. Me reclamó por decirle a su hija que por favor se cuidara y me lanzó una gran cantidad de insultos, ¡hasta me golpeó! Es una irrespetuosa, de verdad. Ni ella ni sus hijos me dan buena espina, son unos malcriados todos —se quejó, arrugué mi entrecejo.

No quise decir nada, porque me pareció extraño que la señora Delynah actuase así, ya que la señora es realmente respetuosa. Aún así, encogí los hombros. Supuse que luego hablaríamos.

Pasé esa madrugada en la clínica, y luego volví a casa con más protección que nunca.

—Pa, ¿hoy no viene Atenea? —estaba acostado en el sofá viendo una película en el televisor, esperando por ella.

—No, hoy no, mañana tampoco. Creo que vendrá cuando la casa deje de ser de tu madre, o algo así —contestó él, revisando su celular.

Uy, quieto. ¿Qué pasó aquí?

Cabe recalcar que eran las dos de la tarde aproximadamente, y que a esa hora ella acababa de salir de clases los miércoles.

Si, me aprendí sus horarios, quería saber cuando podía hablar con ella sin molestarla, pero ese no es el punto.

—Momento, no entiendo nada —arrugué el entrecejo, él abrió los ojos de par en par al darse cuenta de lo que había dicho.

¿Por qué nunca me contaban nada? Cada que eso pasaba me hacía sentir como al niño al que no querían decirle que un día de estos amanecería tieso en su cama.

O en una clínica.

O en el piso.

O en un mueble.

O en el pecho de Atenea, si a estas vamos.

El punto es que mi papá me contó parte de lo que pasó en la clínica con Atenea, mi madre y la señora Delynah.

Joder, joder, joder.

— ¿Tú qué hiciste, papá? —hablé con la rabia colmándome, soltó un suspiro.

—Nada, Khad. No hice nada, y no sabes cuanto me arrepiento de no haber hecho nada, porque quien estuvo mal fue tu madre. Eres joven, hijo, tienes derecho a vivir tu vida, a ser feliz, a tropezarte, a reír, a llorar, a amar. Y sé que no puedes hacerlo plenamente por la sobreprotección que se te ha impuesto toda la vida, pero entiéndenos, ¿si? Eres nuestro único hijo, el único acierto. No queremos perderte nunca, aunque sabemos que en algún momento inesperado tu corazón dejará de latir, y no estamos listos para ello. Ni tu madre, ni yo, ni Delynah, y mucho menos Atenea, quien ha sido la razón de tus últimas sonrisas.

En ese momento yo ya estaba llorando a moco suelto, mi padre había dado en el clavo.

¿De verdad quería morir? Me daba miedo irme.

Temía no poder vivir esas experiencias que los adultos presumen de cuando eran jóvenes.

Quería viajar, conocer el mundo, probar el dulce sabor de los labios de alguien en el punto que te hace sentir el cielo.

Sentir, mierda, quería sentir muchas cosas.

Los brazos de mi padre rodearon mi cuerpo, mi respiración no estaba precisamente calmada, aún así, papá estuvo ahí.

—Ve con ella —susurró—. Tú sabes donde encontrarla.

— ¿Y mamá? —pregunté con un toque de emoción, aunque el miedo también tomaba parte de mí.

—Yo me encargo de ella. Ve, no querrás perderla.

Eso hice.

Tal vez el acto más estúpido considerando mi salud física.

O el más valiente considerando mi salud mental.

Todos tenemos distintas perspectivas, ¿no?

Entonces ahí estaba, sentado en un parque cerca de su casa, donde ella dijo que pasaba el tiempo cuando no estaba en mi casa.

¿Ella iría hasta allí?

Encuéntrame por favor, por favor, rogué.

La suerte jamás había estado de mi lado, pero ese día me sentía rodeado de tréboles de cuatro hojas.

Atenea estaba acercándose al parque, estaba usando un overol beige que la hacía ver más pequeña de lo que era.

Dulce.

Esa palabra la describía tan bien.

— ¡Atenea! —exclamé.

Ella volteó confundida, me miró extrañada y cuando logró entrar en si misma se acercó corriendo.

— ¿Khad? Imbécil, ¿¡Qué haces aquí!? Joder, no. Hay muchos niños aquí, muchas bacterias, tal vez virus. ¿Dónde está tu protector de rostro? ¿Cuánto llevas con esa mascarilla? ¿Qué tan gruesos son esos guantes? Khadler, maldita sea, tienes que cuidarte, saliste de la clínica hoy —habló tan rápido que cualquiera que no la conociera no la entendería.

Pero vamos, era mi única amiga, obviamente debía conocerla bien.

—Tú cálmate, está todo controlado, bonita. ¿Quieres sentarte? Estar parado es una condena —bufó, me miró mal y luego me haló del brazo, guiándome hacia unas bancas cercanas.

Gracias al cielo, no caminamos tanto.

—Khadler, hijo de... Tu madre, ¿estás consciente de que te puedes morir?

—De algo hay que morirse, ¿no?

—Sigue de chistosito, que no te va a matar tu corazón, lo voy a hacer yo.

— ¿A besos?

—A golpes.

—Agresiva mi niña hoy, eh. Cielo, papá me contó lo que ocurrió en la clínica.

—Oh, mierda. Joder, lo siento mucho. Mamá no tomó la mejor decisión al golpear a tu madre, hay otras formas, entiendo si estás molesto, de verdad lo siento.

— ¿Qué sientes? ¿Qué tu mamá sea mi nueva religión? No te disculpes por algo que no hiciste, ¿vale? Ahora, quiero que sepas que eres lo mejor que me pasó en la vida, Atenea Waylee. Eres quien me ha alentado a ir hacia el final del laberinto. Del otro lado del espejo, ese lado en el que puedo amarme, y amar cada célula de cuerpo, y eso es gracias a ti. ¿Entiendes a lo que me refiero? He estado pensando, y tal vez en un mes no esté en este plano terrenal sino en uno espiritual, o tal vez mi alma se extinga o yo que sé, no tengo una creencia fija, pero lo que quiero decirte, es que hay un montón de cosas que quiero hacer, y sería mejor si las hago contigo.

— ¿De qué cosas hablas, Khad? —en sus ojos brillaba la curiosidad y la emoción se veía a leguas.

—No lo sé, nunca he ido a un parque de diversiones, ¿vamos?

— ¿Qué piensa tu madre de esto, niño? —preguntó atándose el cabello.

—Nada bueno, pero el que tenga miedo a morir que no nazca —guiñé el ojo, ella rió abrazándome.

Y aunque ella fuera más pequeña que yo, me sentía resguardado en sus pequeños brazos.

Pero claro, no pensé eso en la montaña rusa.

—Subiremos, no te caigas —me avisó—. Sujétate bien.

—Si no puedo aferrarme a ti, ¿a qué me aferro?

—Al tubo que está ahí justamente para que no te caigas, Khaddie.

— ¿De dónde sacaste ese espejo, Atenea?

—No lo sé, tal vez te diga luego. Empezamos cuando llegue a 10, ¿si?

—Claro.

—Uno, dos, tres, cua... ¡Ahora!

Estaba yendo más rápido que estrellas fugaces, cohetes, autos de la fórmula uno, ¡más rápido que Atenea hablando molesta!

Aún así, la sensación era deleitable.

— ¡Me siento como uno de tus coreanos en un parque de diversiones, Atenea! —grité.

— ¡A ver, canta el comercial de la leche! —contestó ella riendo.

Bajamos, ella estaba enrojecida, y yo probablemente estaba más pálido que una hoja blanca.

Luego de lavarnos el rostro, fuimos a un lugar que ella denominaba de sus favoritos, y yo claramente la seguí.

—Está muy oscuro aquí —le dije tomando su mano, ella la acarició con suavidad— ¿Crees que estaría mejor si extiendo mi mano hacia la luz?

—Espera un poco —susurró, caminamos un poco más y cuando llegamos al dichoso lugar, arrugué el rostro.

— ¿Espejos?

—Anoche mencionaste algo sobre espejos, y sé que no te gustan. Tal vez está mal que te haya traído hasta aquí, pero cada espejo tiene una forma distinta, así que en ninguno vas a verte igual.

Una sonrisa triste se asomó en mi rostro, Atenea me alentó a mirarme en uno que te hacía ver pequeño.

—Me siento tan minúsculo y aún tan pequeño —le dije, ella rió.

— ¿Te refieres a tu reflejo en el espejo? ¿O a ti mismo? —preguntó.

Eso me gustaba de ella.

Puedes decir algo que te deja ver como alguien con una salud mental frágil como juego, y ella te responderá de igual forma, dándole ánimos una conversación que, en otro momento, podría terminar con ambos llorando en el suelo.

— ¿Vale decir ambas? —Ella dijo que sí, yo mordí mi labio— Una restricción llamada "protección" me ha encerrado toda mi vida, y no es lindo no poder ser alguien que todos califican como normal.
Ya no puedo quejarme aunque me haga daño, pues mi madre siempre dice que es por mi bien, y no es mentira, pero aún así. Este mundo, mundo que me ha escondido, no es tan malo como me lo han pintado toda mi vida. Pero me aterra, me aterra mucho —hablé, ella me rodeó por la cintura.

Juntos caminamos hacia un espejo que hacía la ilusión de estar roto, bufé.

¿Por qué los espejos parecen tener una obsesión conmigo? Los odio.

— ¿Crees que pueda empujarme a mí mismo en el espejo? Me siento igual que esa figura que está rota y dividida, Atenea —le dije, rindiéndome frente al espejo otra vez— Ni siquiera puedo encontrarme a mí mismo

—Entonces te ayudaré a armarla nuevamente. Vamos a encontrarnos, probemos cada una de las cosas que tiene el mundo. Dime, ¿qué quieres hacer?

—Volar, no lo sé, en aviones, sillas voladoras, como sea, antes de morir y ser comido por gusanos devora muertos.

— ¿Me creerías si te digo que no morirás? O por lo menos no para mí, te convertirás en una estrella. Y en algún momento te visitaré junto a Peter Pan, te lo prometo, volaremos por la eternidad. Estallaremos, y cada vez que pase, se sentirá como la primera vez.

Con ella aprendí a no querer encajar en grandes marcos, pues de que sirven.

Aprendí a vivir cada día como si fuera el último, y lo hice, aún después de recibir un corazón que según las personas salvaría mi vida.

Pero cuán equivocados estaban.

Atenea Waylee fue quien salvó mi vida.

-


Odio los relatos largos, y este me dio 4047 palabras, dios. 

Pero este de verdad es mi favorito de todos los tiempos, les juro, esta canción me llena el alma, la escribieron mis niños basándose en su época de trainees y sólo quiero decir que merece más reconocimiento. 

Bueno, les agradezco que le den el reconocimiento que merece a este relato porque duré aproximadamente una semana haciendo esto, gracias:) Mencionen a amigos suyos que lean en wattpad o qué se yo porque este relato es arte puro, thanks. 

En fin, stream SUPERBLOOM. 

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