EXTRA; EL PRÍNCIPE CANALLA

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EL PRÍNCIPE CANALLA

108 d. C, dos años después de la desaparición de Cerys Targaryen

Daemon recordaba con claridad la primera vez que se sintió completo, cuando por fin estuvo cerca de obtener lo que tanto deseaba. Aunque claro, no podía negar que estar tan cerca lo hacía sentir aún más dolido porque eso solo servía de recordatorio de la poca fe que su hermano le tenía, de lo poco que confiaba en él. Sin embargo, había cosas que calmaban su corazón herido y le brindaban una sensación de hogar que era tan importante para él. No dejaría que nadie lo notase, por eso guardaba aquellos detalles en lo más profundo de su corazón dónde estarían a salvo para el resto de su vida.

La sonrisa de Cerys al verlo después de un largo periodo de tiempo era una de esas cosas, también lo era despertar con ella entre sus brazos, la forma en la que pronunciaba su nombre cuando estaba molesta o le suplicaba para que la dejase caer al precipicio del placer. Eran tantas cosas, pero la que más importaba era verla sonriendo mientras cargaba a su hijo recién nacido. Viserys había sido una sorpresa para los dos, no se suponía que iban a llegar a ese punto, pero ahí estaba su hijo. Su pequeño dragón al que nunca llamaría un error porque no lo era. Por el contrario, Viserys era su bendición, una señal de que todo estaría bien con ellos.

Desde que nació Viserys no dejaba de cargarlo en cada oportunidad que tenía, siempre susurrando una canción valyria en su oído mientras lo sostenía con todo el cuidado del mundo. Quizás era una imagen algo descabellada para aquellos que solo lo conocían por ser un hombre cruel, pero para él tenía mucho sentido. ¿De qué otra forma iba a sostener a su hijo si no era con cariño? Sus padres habían sido cariñosos y atentos con él y su hermano hasta sus muertes, ¿por qué debía ser diferente? Sobre todo cuando amaba a ese pequeño niño que lo miraba con sus ojos brillantes y reía cuando Caraxes lo olfateaba.

Aiyana había llegado un verano después, su pequeña princesa, otra sorpresa para ellos. Igual que con Viserys, intentó no perderse los momentos más importantes de su hija, a pesar de estar en medio de una guerra. Solía sentarse con Caraxes y sus hijos a ver el atardecer, cantando en valyrio para ellos, Viserys sentado entre sus piernas y Aiyana en sus brazos. Sus hijos lo eran todo para él, ellos y su madre, claro. Regresar a casa y verlos a los tres se sentía como volar en dragón, inexplicable. Cerys siempre se aseguraba de recibirlo con ambos niños en la puerta, una sonrisa en su rostro y un te extrañamos.

Estuvo presente en la primera palabra de ambos niños y en ambas ocasiones fue el causante de tal evento. Tanto Viserys como Aiyana habían gritado en medio de lágrimas un papá tan claro que sintió su corazón a punto de estallar. Y en ambas ocasiones retrasó su regreso a la guerra para pasar más tiempo con ellos. La tercera palabra de Viserys había sido Caraxes, Axes, un apodo al que el dragón respondía después de tanto escucharlo. Aiyana, por su parte, solo señalaba los dragones y hacía sonidos de gruñidos que resultaban demasiado adorables y causaban las risas de su hermano mayor.

—¿En qué piensas?—la voz de Cerys lo sacó de sus pensamientos.

Estaban sentados en el suelo con los niños en medio de ellos, los dos moviendo piezas de madera por todos lados. Podía escuchar a Haizea afuera alimentando el ganado, ocupándose mientras ellos tenían algo de privacidad.

—Pensaba que deberíamos tener otro—bromeó, o quizás no.

Si quería tener más hijos con ella, tantos como pudiera, pero primero quería acabar la guerra y casarse con ella. Lo segundo era lo que más deseaba.

—Voy a prohibirte regresar si sigues pensando eso.

110 d. C, año del regreso de Cerys Targaryen

Habían pasado demasiadas cosas, el final de la guerra, su regreso a King's Landing, la boda de Rhaenyra y Laenor, el caos que hubo en la misma, entre otras cosas que no quería recordar. Pero sin duda alguna lo más importante fue que por fin pudo casarse con su amada y madre de sus hijos, a pesar de haberlo hecho a espaldas de su hermano, no se arrepintió. ¿Cómo podría arrepentirse si ese mismo año nació su tercera hija? La otra luz de sus ojos. Rhaella, al igual que sus hermanos, fue tratada con cariño desde el segundo que estuvo en brazos de sus padres. La niña cabía de forma perfectamente en sus brazos, tenía el cabello ligeramente rizado y blanco como sus hermanos, los ojos violetas un poco más claros que ellos con pequeños todos verdes que solo notabas si te acercabas demasiado.

La llegada de un tercer hijo y su decisión de vivir en Dragonstone chocaron como dos dragones en el aire, tenían que ajustarse a una nueva rutina, buscar un balance en su vida, pero aún así siempre buscaban la oportunidad de estar con sus hijos. Daemon tenía más tiempo libre que su esposa, por eso siempre trataba de estar con sus hijos, sobre todo con Rhaella que demandaba más atención que sus hermanos mayores. Viserys ya tenía tres veranos y había comenzado sus clases con el maester, y Aiyana con dos no era tan difícil de entretener. Suponía que quizás agradecía a los dioses por la presencia de Haizea que no dudaba en ayudar con los niños que la querían y demandaban su atención por igual.

Apenas estaban acostumbrándose a la rutina de Dragonstone cuando, sin pensarlo, él mismo incluyó otro integrante a su familia. Su hermano había tenido un hijo que era apenas unas lunas mayor que Rhaella, un niño con el que Cerys había convivido en King's Landing, el más tranquilo de los tres tal parece. Lo habían llevado a Dragonstone porque estaba enfermo y no se calmaba con nada que no fuese su hermana mayor, solo cuando tuvieron al niño con ellos se dio cuenta de la falta de huevo en su cuna. Aquel descubrimiento no lo dejó tranquilo, lo persiguió el resto del día y parte de la noche, fue tanto que se tuvo que escapar de la cama para hacer algo al respecto.

Lo culpó en su instinto paternal por el nacimiento de Rhaella, pero en el fondo sabía que era otra cosa. Se sentía conectado con ese mocoso silencioso que solo miraba todo a su alrededor con ojos curiosos. Aemond se llamaba, un claro homenaje a él de parte de su hermano, y según Cerys era un niño demasiado dulce aunque lo único que hacía era observar todo. Escoger el huevo no había sido problema, de hecho escogió dos, sus elecciones habían sido perfectas, lo sabía. Cuando fue a ponerlos en su cuna Aemond estaba despierto y él no pudo contenerse, lo agarró con cuidado y lo meció hasta que se quedó dormido. Desde ese día las cosas con su sobrino cambiaron.

Aemond pasó de ser su sobrino a su hijo, al menos a sus ojos, y nadie lo negaría. Que sus hijos se llevaran bien con su hermano adoptivo solo hacía las cosas diez mejor y elimina cualquier problema de su camino, si sus hijos lo aceptaban ¿qué podía hacer él? Nada, solo podía aceptarlo.

Sabía que todos habían notado su interés en Aemond, pero nadie le dijo nada. ¿Qué iban a decirle? Él era un buen padre, amaba a sus hijos más que nadie en el mundo, aparte de su esposa, no tenían excusa para quejarse de su cercanía con Aemond.

—Papá—Viserys llamó tirando de su pantalón.

—¿Otra vez tropezaste?—no hubo respuesta así que se vio forzado a bajar la mirada—¿Dónde te caíste? ¿En medio del mar?

Viserys arrugó la nariz y negó con la cabeza, pero esa no era la respuesta que Daemon esperaba ante su hijo empapado de pies a cabeza.

—Intenté bañar a Sunflare—claro, esa era la respuesta que esperaba.

111 d. C, un año después del regreso de Cerys Targaryen

La vida con cuatro hijos era buena, o eso pensaba Daemon. Sus brazos nunca se cansaban de tener un niño en ellos y su cabeza no quería estallar ante el caos que causaban. Por el contrario, su corazón quería estallar de amor al verlos o escucharlos. Sus cuatro dragones eran el centro de su vida, él giraba a su alrededor para asegurarse que nada malo fuese a pasarles. Todo estaba bien, sus niños estaban creciendo para ser todo lo que un príncipe y una princesa debían ser. Él mismo se encargaba de los entrenamientos recién iniciados de Viserys que lo miraba con admiración llenando sus ojos cada vez que lo veía sostener Dark Sister.

Después de Rhaella pensó en darle descanso a su esposa antes de sugerir tener otro hijo, además sus hijos aún seguían muy pequeños como para seguir teniendo más y el riesgo era demasiado alto. Su familia tenía una historia muy peculiar con las muertes en la cama de parto y no podía negar que eso le aterraba cada vez que su esposa entraba en labor de parto. Por eso cuando se enteraron de su embarazo hablaron y decidieron que ese sería el último al menos por un tiempo. El embarazo había comenzado bien, pero a medida que pasaba el tiempo comenzó a complicarse, el maester decía que solo debía descansar y Daemon perdía la razón cada vez que le decían eso.

Sin duda alguna lo le causó más terror que nada fue el viaje a King's Landing y lo débil que se veía su esposa. Había tenido miedo, pero sus hijos estaban con él y no podía verse derrotado frente a ellos, debía mantenerse fuerte. El parto fue difícil, Cerys casi pierde la consciencia más de una vez, pero según ella todo había valido la pena cuando sus hijos nacieron. Dos, gemelos, un niño y una niña. Jaehaerys y Haelyn. No podía creerlo cuando nacieron, pero sentirlos a los dos en sus brazos fue algo increíble.

Ambos nacieron más pequeños de lo que sus hijos mayores fueron, pero según el maester estaban sanos y fuertes así que no pensó mucho en lo frágiles que eran. Sus hijos mayores adoraron a sus hermanos apenas los vieron, incluso Rhaella y Aemond de apenas un verano. Ambos niños tenían el pelo blanco y los ojos violetas del mismo tono, dos gotas de agua si solo se veía sus cabezas. Pasar de cuatro hijos a seis de un día para otro era un reto, uno que Daemon estaba dispuesto a enfrentar porque amaba a sus niños.

A Jaehaerys le gustaba balbucear, su niño le recordaba demasiado a Viserys cuando apenas era un bebé que podía cargar a todos lados sin problema alguno. Era su tercer hijo varón, su pequeño guerrero. Haelyn era más tranquila que su hermano, su niña era delicada incluso con solo un par de meses de vida. Su tercera hija, su pequeña princesa guerrera. A pesar de que el maester le aseguró que todo estaba bien con ellos no dejó de preocuparse de más cuando se enfermaban porque eran tan pequeños que sentía morir cuando tenían la más mínima fiebre, aunque sus niños no se enfermaban tanto. Cerys le decía que era un poco exagerado con la seguridad de sus hijos, pero ella misma exageraba algunas veces así que solo la callaba con un beso.

—Papá, no quiero—Aiyana pisoteó el suelo y se cruzó de brazos.

Daemon juraba que podía sentir una vena a punto de estallar en su frente.

—Tienes que darte un baño, cariño—se agachó frente a su hija que estaba al borde de la lágrimas—. ¿Por qué no quieres darte un baño?

—Viserys dijo que el monstruo del agua podía comerme—murmuró.

Tuvo que hacer una pausa para no reírse porque ¿Viserys se había bañado esa mañana? Ahora que lo pensaba, no lo revisaron.

—¿Dónde está tu hermano?

Aiyana se encogió de hombros.

114 d. C, cuatro años después del regreso de Cerys Targaryen

Por coincidencia de la vida, quizás por elección de los dioses, otra vez el Rey y su hermano le dieron la bienvenida a un hijo en el mismo año, el único cambio fue que Rhaenyra también tuvo un hijo. Daeron, Alyssa y Jacaerys, tres niños destinados a ser un dragón de tres cabezas, el futuro de su casa. Se suponía que debían ser el mejor trío de su familia, ser unidos, pero las diferencias los separaron y Daemon no iba a dejar que su hija se viera envuelta en tal caos innecesario. Puede que disfrutara pelear con los Hightower, ver como perdían la cabeza con uno que otro comentario de él, pero nunca dejaría que su hija pasara por eso.

Alyssa era dulce, aunque le parecía un poco enigmática, sentía que había algo diferente con su hija, que era especial de alguna forma diferente a sus hermanos. Nunca le comentó aquello a su esposa, era un pequeño secreto que guardo con su hija. Alyssa lo miraba confundida cuando él le hablaba de eso, era una bebé, no entendía esas cosas, pero él se las contaba de todos modos. Su niña se reía cuando él se frustraba y le apretaba la nariz con cariño.

Solía llamar pequeña bruja de cariño porque ella siempre parecía saber cuando no estaba de humor y se dejaba cargar como un muñeco por todos lados, besando las mejillas de su padre y riendo para hacerlo sonreír. Era su pequeña bendición, su niña preciada. Amaba a todos sus hijos por igual, pero estaban creciendo muy rápido y tener un bebé en brazos calmaba su corazón herido de padre. Su niña creció también, eventualmente, y descubrió que el apodo no era solo un apodo, eso no le impidió amarla como nunca.

—Papá, creo que se me escapó un animal venenoso—Alyssa lo miró con seriedad.

Daemon pasó una mano por su rostro y suspiró escuchando el gritó de sus hijos en el fondo.

120 d. C, diez años después del regreso de Cerys Targaryen

Resulta que Daemon se había equivocado en cuanto a Daeron, Jacaerys y Alyssa porque los tres se volvieron inseparables sin importar las circunstancias. Daeron se mudo con ellos a Dragonstone como copero de Cerys, el niño era calmado y le costó integrarse al caos que eran sus sobrinos, pero lo logró. De hecho lo hizo tan bien que Daemon acabó adoptándolo. No había sido su intención, pero ¿qué se supone que iba a hacer con un niño que claramente no había recibido cariño de sus padres? La única respuesta para él era adoptarlo y darle cariño así que eso fue exactamente lo que hizo.

Daeron se convirtió en otro de sus niños, correteando por el castillo, entrenando con ellos, llamándolo papá. El niño había reclamado a Tessarion, una dragona que nació en Dragonstone, un buen augurio había pensado Daemon, sobre todo después de la pérdida por la que habían pasado el día que pelearon para tener a Daeron. Era casi como si hubieran hecho alguna clase de cambio, su hijo por el hijo de la Reina. ¿Podía Daemon molestarse con los dioses por eso? Si, pero ver el rostro iluminado de Daeron todos los días cambiaba ese pensamiento.

Con la llegada de Daeron llegó la separación de Aemond, separación que le costó al príncipe. Aemond había perdido un ojo a manos de sus sobrinos y en consecuencia fue alejado de sus padres, por eso tanto Daemon como Cerys se alejaron de la corona para refugiarse en sus hijos y pasar ese dolor. Daeron logró llenar un poco aquel vacío, el niño siempre tomaba la mano de su padre y le sonreía cuando lo veía pensativo. Siempre se aseguraba de decirle estoy aquí, papá con sus ojos brillantes como las estrellas.

—Tengo sueño—se quejó Daeron.

Eso fue suficiente para que Daemon lo cargara, no le molestaba dormir a su hijo como si fuera un bebé.

122 d. C, doce años después del regreso de Cerys Targaryen

Después de Daeron y lo que sucedió con Aemond no pensó en tener más hijos, estaba feliz con los que tenía, se sentía completo con su familia. Pero no iba a negar que sonrió como un demente cuando le dieron la noticia del embarazo de su esposa. Sentía que estaba caminando sobre las nubes, después de tantos años tendría otro hijo, otra bendición de los dioses. Sus hijos, claro, estaban felices de tener otro hermano, sobre todo Alyssa que deseaba dejar de ser la menor del grupo.

Cuando pudo sostener a su hijo en brazos se sintió bendecido, Aerys Targaryen lo llamaron. Cabello blanco y ojos de un violeta claro que lo encantaron desde el segundo que los vio. Su niño era encantador y efusivo como Viserys lo había sido de bebé, todo un príncipe bien portado con una actitud traviesa oculta en lo más profundo de su ser. Sus hijos mayores adoraron a su hermano menor, siempre bañándolo en cariño y asegurándose de verlo al menos una vez al día. Verlos así le daba satisfacción porque había hecho un buen trabajo al criarlos, fue un buen padre para cada uno de ellos.

—Papá—Aerys balbuceo gateando hacía él.

—Comió arena—soltó Rhaella de repente—, fue culpa de Viserys.

—Ni siquiera estaba ahí—se defendió el mayor ofendido.

Daemon puso los ojos en blanco y cargó al menor de sus hijos que reía al ver como sus hermanos mayores discutían. De verdad que agradece no haberlos comprometido como todos pensaron porque esos dos serían su muerte.

—Papá—repitió Aerys.

—Si, mejor vamos a volar—se dio la vuelta para dejar a sus hijos atrás, después lidiaría con ellos.

129 d. C, La Danza de Los Dragones

Daemon sentía que su alma estaba en llamas, su corazón estaba destrozado y no tenía arreglo, toda su vida había perdido sentido. Siempre pensó que era un buen padre, ¿pero que padre deja que asesinen a su hijo? ¿Qué clase de padre cuando permitió que su propio hijo asesinara a su hermano? El dolor era insoportable, le quitaba la respiración y lo dejaba lleno de desesperanza. Las lágrimas de su esposa y sus hijos empeoraba todo, no había podido protegerlos de ese dolor, se supone que debió protegerlos.

Jaehaerys.

Su niño no estaba, nunca más lo vería, no escucharía su risa, su voz.

En su dolor había destrozado la habitación que compartía con su esposa. No era justo. No era justo que sus hijos estuvieran pasando por eso, su pobre Rhaella estaría destrozada con la noticia, Aemma crecería sin su padre y Cerys no pudo despedirse de su hijo. Era injusto y maldijo a los dioses por eso.

La guerra había llegado a su hogar y se había llevado a uno de sus niños, quería venganza, quería sangre. El dolor de la pérdida pronto se convirtió en ira, en sed de venganza, pero se negaba a dejar que ese sentimiento fuera dirigido a sus hijos. Aemond apareció en Dragonstone luciendo muerto en vida, luciendo como el niño indefenso del que se habían separado en Driftmark todos estos años atrás. Se negaba a perder otro hijo, no quería pasar por ese dolor otra vez, ya habían tenido que enviar a Daeron lejos, Jaehaerys no estaba, no quería perder a otro.

Los horrores de la guerra habían sido algo que siempre quiso mantener alejados de sus hijos, pero los dioses eran crueles. Helaena perdió a uno de sus hijos, uno de sus nietos, ni siquiera pudo conocerlo. Jaehaera era la viva imagen de el padre que nunca iba a conocer y eso le dio algo de paz en medio de todo su dolor. Sin embargo la paz le duró poco. Perdió a Daeron poco antes de retomar King's Landing, otra vez le falló a uno de sus hijos, otra vez dejó que su familia pasara por ese dolor. Lo único que le brindó algo de paz fue que Otto Hightower murió de la peor forma posible y que pudo darle a su hijo el funeral que merecía.

Las cosas estaban colgando de un hilo, perdió dos hijos y dos más luchaban por sobrevivir. Aiyana y Aemond estaban inconscientes, ambos por heridas que no se podían ver en el exterior. Pero al final los dos despertaron por alguna misericordia de los dioses sus hijos despertaron y vivieron para contar lo que había sucedido.

—Lo siento—Aemond susurró refugiándose en sus brazos—, papá.

—Shh, está bien, hijo—besó la cabeza de su hijo con dolor.

Aemond los dejó también, la culpa le impidió sanar como debía y su cuerpo no resistió por mucho tiempo después del final de la guerra. Le dieron un funeral Targaryen, lo que se merecía como su hijo. Después de la muerte de Aemond el Príncipe Consorte se volvió retraído, solamente abriéndose con sus hijos y su esposa, las pérdidas cambiaron su forma de ser drásticamente. Tanto que hasta sus hijos se preocuparon.

Daemon vivió con el dolor de perder a sus hijos hasta el momento que tomó su último respiro, y en ese momento juraba haber escuchado las voces de sus tres niños, voces que no escuchaba en años. Cerró sus ojos deseando verlos otra vez y murió con una sonrisa en los labios porque se sentía completo. Tal como se sentía al ver a su familia.

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NOTA:

Odie este extra porque me hizo llorar...

Hace tiempo quería escribir un extra, pensé hacerlo de Cerys y Jaehaerys, pero a último momento me dieron ganas de escribir un pov de Daemon.

Este extra es parte de una serie de actualizaciones que estoy haciendo por mi cumpleaños así que espero lo hayan disfrutado.

Gracias por leer, lu.

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