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El tiempo dentro del edificio había sido nulo para Frenkie, quien, fatigado de ése día, y los demás en desvelo por tanto trabajo llegó a caer en el descanso que el cuerpo le pedía, consumiendo las tantas horas que transcurrieron hasta llegar a los confienes del sol para traer la noche. Todo estaba oscuro, al igual que en completo silencio, de otro modo, la vida habría tenido consideración con regalarle más horas de sueño para el rubio, si tan solo los golpes de la puerta de entrada no hubiesen resonado por todo el interior para despertarlo.

De golpe la subconsciencia le ordenó que abriera los ojos que, pesadamente lo sacaron del trance hasta caer en cuenta de lo que ocurría alrededor. La oscuridad le obstruía el campo de visión, incluso si la ventana sin vista de la periferia por el otro edificio vecino le daba la suficiente luz de los departamentos superiores para divisar las siluetas de los objetos cerca que veía para no tropezar. Se apeó tan pronto como pudo, sobre tanteos para apoyarse de algo hasta llegar a la puerta, importándole una miseria el decadente aspecto que podía llegar a mostrarle al visitante.

—Señor Tijerina, ¿se encuentra ahí? —la picajosa voz del arrendador evocó que la mano de Frenkie no girase del pomo hasta respirar hondo.

«Mierda» dijo para él, antes de estar cara a cara con aquel hombre que gustoso llegaba cada día de pago a cobrarle personalmente, solo a él. «Se supone que éste hijo puta llegaría hasta el viernes. ¿Qué más da? Ya no tengo porqué soportarte».

—Buenas noches, señor Herrera —saludó Frenkie, como pudo, en un español de acento castellano, aunque no lo manejaba de la manera correcta—. Es raro verlo por aquí antes de tiempo.

En el instante que los ovalados ojos oscuros del pestilente obeso sudoroso, vestido en un uniforme de empleado de fábrica vislumbraron a Frenkie, una sonrisa cordial que camufló arrogancia se dibujó en sus labios.
—Es mejor tarde que nunca, ¿no lo creés, joven? —carraspeó—. Siempre hay una primera vez para todo.

—¿Qué se le ofrece? —Frenkie fué directo, sin rodeos.

—Lo que cada mes me tiene en el cuarto más descuidado que tengo, joven Tijerina —el hombre mayor chistó de manera burlesca—. Toca pagar el alquiler de la habitación que era el basurero del conserje.

Como era costumbre, las jocosas manías de Herrera para pedirle las cosas le eran repudiables. Sin duda no las soportaba, pese a los treinta y seis meses que pronto se cumplirían como para tomarse esas supuestas palabras remarcadas en superioridad a juego. ¿La razón? El tripudo señor de segunda edad despreciaba al chico por ser hijo del hombre que incontables veces lo humilló.

—Faltan unos días para la fecha límite —escupió el rubio, sin ganas— vuelva dentro de unos días. —Intentó cerrar la puerta que rápidamente fue interceptada por el pie del hombre.

—Ocurrieron algunos imprevistos —asomó la  cabeza al interior del cuarto con el espacio sobrante de la puerta entreabierta—. Entre ellos estuvo el incremento de impuestos. Ya sabes, comida, luz, agua.

—Ajá, lo que yo mismo pago, además de la renta —el chico lo miró, inquisitivo—. ¿Y eso en qué me afecta, señor Herrera?

—Por desgracia, en todo. Cuando todo sube, también la renta lo hace. Muchas cosas han cambiado, entre esos cambios está el pago de la renta, joven Tijerina —el hombre sonrió entusiasmado—. De ahora en adelante, el pago subirá un diez porciento, y se tendrá que dar el dieciséis de agosto.

—Es muy repentino —reclamó Frenkie, molesto—. El dinero lo junto un día antes del que el tiempo el plazo termine, usted lo sabe.

—Lo siento, pero ese no es problema mío —extendió las palmas a la espera de recibir algo— son tres mil trescientos pílares, joven Tijerina.

—No los tengo, además, es mucho dinero para lo que me ofrece.

—Si no le gusta, la puerta está dispuesta a dejarlo salir cuando quiera, a usted —la mirada de Herrera se volvió maliciosa, como si tuviera algo entre manos— y a su amada esposa.

Obviamente, el rubio notó dichas actitudes que eran comunes en el resentido hombre que se aferraba al pasado, queriendo desquitar ese coraje acumulado en el hijo del hombre que le quitó la vida a toda su primera familia.
Frenkie esperó a que el pulso se estabilizara para decir algo coherente, con el objetivo de no agravar el asunto.

—Señor Herrera —habló con la mejor sutileza que disponía— desde que llegué a instalarme en el peor cuarto de su edificio, pese a tener muchas más habitaciones disponibles, le he pagado cada día, sin falta, como si tuviera una de los mejores cuartos. Eso sin mencionar que las reparaciones, y el mantenimiento de lo poco que sirve ha salido de mi bolsillo. Hasta la fecha no me había quejado. Dígame: ¿por qué ese afán de hacerme la vida imposible? ¿qué gana con escupirne en la cara cada vez que puede?

El hombre había cambiado de semblante en cuanto las directas reclamaciones de su inquilino le dijo todo lo que hace mucho quería. Con una expresión poco amigable se preparó para contraatacar.
—Cuando tu padre y yo teníamos tu edad, el hijo de la gran puta y yo nos llevábamos bien en nuestros inicios como merodeadores de la capital. Nos gustaba ganar la vida entre asaltos, estafas y apuestas, las cosas iban muy bien, incluso cuando llamamos la atención de personas muy importantes en esa época, personas cuyo cargo era igual al de tu padre hoy día. Ambos éramos socios, y todo hubiera sido así de no ser por la avaricia que lo condena a perder lazos con personas que lo apoyaron cuando no tenía nada. —Suspiró— sabes, meses antes de que el ascendiera de puesto, luego de haber asaltado uno de los bancos en la zona norte de la capital, yo estaba comprometido. Quien iba a ser mi primera esposa, terminó cayendo en las redes del maldito tuerto ese.

Frenkie prefirió guardar silencio para que el hombre continuase con su historia, puesto que esa mirada adolorida reflejada en los ojos de Herrera era la misma con la que él cargaba.

—No sé cómo, ni cuando sucedió, pero al pasar tres días de haber conseguido más de tres millones de pílares, ella canceló el compromiso para ir a embriagarse con el mal nacido de Humberto hasta despertar con espasmos de tanta mierda que se metieron. Hasta la fecha ella lo sigue recurriendo como una de sus tantas putas que cada cierta noche lo acompaña a escondidas de su esposa, tu madre. —El hombre mayor esperó un instante para que pudiera volver a respirar con normalidad de lo agitado que se encontraba de hablar tanto —. Me preguntaste de por qué soy mierda contigo. Pues, culpa a tu padre por haberte engendrado y no hacerse responsable de ti, de paso por tener la misma mirada que él, con esa sed de poder.

—¿Dice que su repudio sobre mi se debe a un resentimiento que lleva guardando desde que tenía mi edad? —rió sutilmente, irónico.

Frenkie se preguntó si los años de tolerancia habían valido la pena. Crisis, presión, humillaciones y rachas de inestabilidad —tanto económica como sentimental— que derrumbaba las esperanzas que tenía de algún día prosperar para su bienestar, como el de Cherry. Cavilando en el escaso sentido común que tenía, ya no tenía por qué soportar tantas humillaciones. Total, las personas que lo retenían a tanto fracaso le habían dado la espalda, su esposa y padre compartiendo cama a sus espaldas.

—Tu padre me arrebató una vida con la madre del hijo que crié por mi cuenta, quien hace unos meses murió por culpa de tu padre. A cambio de perder a mi muchacho, Humberto dijo que me daría a uno de sus hijos como ofrenda.

El rubio contuvo las risas que le ocasionó los motivos de Herrera. Además de burla, las risotadas iban cargadas de odio.
Frenkie carraspeó un poco antes de cambiar la sonrisa por un semblante que desbordaba indiferencia sobre el hombre mayor que, tras escupir en el suelo dentro de la habitación de Frenkie, se propinó responder a lo que él consideraba una amenaza con la fija mirada del joven.

—Si lo que busca es venganza, lo está haciendo mal. —Los largos dedos del hombre menor formaron un puño que ocultó a sus espaldas, con el fin de descargar todo lo que sentía en el obeso—. Humberto me desprecia a más no poder. De hecho le hace un favor con tratarme como mierda.

—Con saber que tengo la oportunidad de humillar a uno de los hijos de Humberto me es suficiente —dijo Herrera, muy conformista.

—¿Y eso le traerá a su mujer de vuelta? —el muchacho acercó la cabeza hacia la de Herrera, aunque el pútrido aliento del arrendador le daba de lleno—. Debes aceptar que la mujer a la que amaste se volvió una de las tantas putas de mi padre.

—¡¿Qué dijiste, rata asquerosa?¡ —con mucha fuerza, el hombre grasiento empujó la puerta, abriéndola de un solo azote que hizo retroceder al chico. Entró para tomar a Frenkie de la camisa—. Reconoce tu lugar. Aprende a respetarme, porque soy capaz de dejarte a ti y a la ramera de tu esposa en la calle.

Era inevitable que la ira hiciera que Frenkie no pudiese tolerar más cosas en contra, al igual que el duro cabezazo asestado en la nariz del gordo, bajo la los instintos asesinos que dejó de contener sobre Herrera. El crujido escuchado en el impacto confirmó que la nariz del mayor estaba rota.
Aprovechó lo desconcertado que estaba Herrera para meterlo a la habitación y cerrar la puerta con seguro, tirándole del uniforme.

«Prometí que no buscaría venganza» se dijo. «¡Si, claro!». Cual pitbull mordiendo del cuello a un perro de la calle, Frenkie arremetió contra Herrera cuando subió el interruptor para que una tenue luz anaranjada vislumbrase el cuarto.

—Claro que reconozco mi lugar. —Dio una patada a la barriga del mayor para que diese otros pasos atrás— y te aseguro que no es una vida soportando a un inepto que necesita hacer menos a otros para ocultar lo podrido que está por dentro.

Con un gruñido eufórico, el hombre todavía atolondrado se abalanzó sobre Frenkie para tomarlo mientras sentía los golpes del chico en la zona dañada de su cara, caminó un par de pasos mientras tiraba la montañas de libros en el suelo hasta azotarlo en la repisa.
Acertó un golpe en el mentón del rubio, seguido de repetir los duros empujes al lugar donde se encontraban los reconocimientos que resumían los días en los que era alguien de importancia, escuchando como se rompían los enmarcados de cristal.

Al cuarto golpe recibido en los labios y nariz que seguramente debería estar igual de rota y ensangrentada, Frenkie decidió jugar muy bajo con tirar una potente patada a los genitales del gordo que, con un grito casi chillón, se aparto para tratar de tocarse el par de escrotos. Utilizando ese momento, se volteó para cerciorarse de que nada se hubiese dañado, ademas de los cristales rotos, donde que tomó un pedazo sin dudarlo para hacer un corte en la mejilla de Herrera, tomarlo por las greñas que empezaban a ser canosas para enterrar la parte más puntiaguda del vidrio en el ojo del obeso que gritó de inmediato.

—¡Hijo de tu puta madre! —exclamó con el poco aire que absorbían sus pulmones—. Eres igual de rata que tú padre, ni en una pelea pueden jugar limpio.

En vez de responder, Frenkie siguió hundiendo el fragmento de cristal para dejarlo lo más profundo posible. Con la poca energía restante que concebía el pesado cuerpo de Herrera, golpeó otras veces al chico, haciendo poco daño hasta sucumbir al dolor que le hizo perder las fuerzas.

Estaba agitado, con las grandes bocanadas de aire ingerida, después de haber sometido a la persona que durante muchas ocasiones quiso ponerle las manos encima, a quien dejó en el suelo, moribundo. Esos fogosos ojos azules miraban el deplorable estado en el que se encontraba el arrendador.

El aire le faltaba, lo sentía pesado, la garganta seca y el estómago contraído.

—No sabes lo mucho que me esforcé para que éste día no llegara —dijo Frenkie, esperando que pudiese ser escuchado—. Enserio que traté. Pero como alguien dijo una vez: a fuerzas tienes que ser una mierda para que los pendejos entiendan. —Comenzó a patear el costado del hombre que apenas y podía quejarse—. ¡Siempre tiene que ser a la mala! Ésta putiza era lo que te faltaba a ti, y también algo que mi papá necesita.

Las dudas se habían despojado. Frenkie no deseaba seguir siendo humillado, mucho menos un títere que está condenado a ser menos de lo que aspiraba. Aunque no fuese fácil, estaba enganchado a un cambio que, además de su vida, algo en él estaba siendo diferente.

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