PEQUEÑAS REVANCHAS

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Bastó solo eso  para que la mente de Nathan se perdiera, sus ojos se volvieran azabaches impenetrables y su pecho se vaciara.

La confesión de Bastian había sido demasiado para resistir.
En cuestión de segundos, el estupor se convirtió en ira y sus manos en afiladas garras.

Su piel en vías de teñirse ceniza mudó a un pardo negruzco.
El proceso de conversión solo duró unos minutos. Debía calmarse, aún no era momento de irse.

Demasiado había hecho ya fulminando de un golpe a esa criatura que le estaba jugando una broma demasiado escabrosa. Pero, ¿cuánto de ello tenía de trampa? ¿Cuánto de verdad?

Su madre jamás le había mencionado qué había ocurrido con su padre y ahora pasaba ésto.

No podía con todo: la desesperación por el alejamiento e indiferencia de Anya, permanecer en otro cuerpo, cumplir una misión descabellada y... esta ironía.

Anya había caído nuevamente en las redes de manipulación y destrucción de Roman. Ella sabía perfectamente que el tipo la manejaba como una marioneta a su antojo y aún así lo seguía como si fuese su sombra, su mascota.

El cuerpo que habitaba su espíritu era incómodo e incorrupto. Había sido de alguien que tuvo una vida tranquila y feliz, sin carencias ni necesidades, algo a lo que él jamás había aspirado; como si el karma le hubiese puesto un grillete a uno de sus pies y cada desgracia o desacierto fueran los eslabones de una enorme, larga y pesada cadena que lo ataba al infortunio.

Estar en aquella estructura lo consideraba como su peor castigo.

La misión a la que se había arrojado con la esperanza de retornar al mundo vivo era cada vez menos plausible y aquellas manchas grises –ahora más oscuras que antes– se lo confirmaban. Sabía de sobra que en lo que se había embarcado era más que imposible: eran inexistente; asimismo, las ansias de tener una oportunidad de corregir su existencia lo empujaba a continuar con la utopía.

Sin embargo, esto último era la gota que derramaba el cántaro de sus creencias e impotencias ¿Bastian su padre? ¿Tan desgraciado podía ser de decirle algo así?
¿Tanto anhelaba hundirlo en el purgatorio?

Nathan había decidido no creer en las falacias que le había dicho el regens. Era claro que el ángel gris quería a toda costa enmendar el tremendo error que cometió dándole esa oportunidad estúpida.

Quizás su superior lo castigaría por semejante atrevimiento pero, ¿qué condena podría ser peor que la de ser un ente sobrenatural atrapado en un espacio intermedio sin tiempo?

Sin embargo, Nate había visto  las expresiones de aquel que no le dejaban la mente en paz: la mirada atribulada; la boca vuelta en un gesto contrariado y de dolor, como si algo lo estuviera carcomiendo por dentro, devorándolo sin piedad y eternamente.

Estuvo toda la noche del día cinco dando vueltas en su habitación, tratando de buscar una explicación a la reacción de Bastian; más lo único que le aseguraba una respuesta (o respuestas) a sus interrogantes era enfrentarlo.

Decidió, entonces, llamarlo para hablar con él y así despejar todas las dudas que lo estaban enloqueciendo.

Aferró en una de sus manos el dije en forma de runa que pendía del colgante que Bastian le había otorgado para que pudiera llamarlo cuando precisase. Cerró los ojos y recitó la oración  de presencia del  Nkrí:

"Veni ad angelum meum griseum
veni ad procuratorem meum purgatorii"

Del interior del espejo que pendía de la pared, el purgatus se materializó frente al chico.

—¿Me llamaste?—preguntó con voz profunda el ángel.

—Así es—respondió firmemente Nathan.

—¿Qué quieres?—refutó el regens—¿Acaso entendiste que no podrás con esta misión y me pedirás que te conduzca al purgatorio?—rió entre dientes mientras lo miraba con regodeo.

Bastian pensó que su hijo había desistido de aquel imposible intento de volver a la vida... pero se equivocaba. La sonrisa se le borró cuando oyó a Nate decir:

—Si de verdad eres mi padre, ¿por qué no me salvas?–finalizó desafiante el muchacho.

El regens, montando en cólera, agarró del cuello a Nate y elevándolo por el aire, lo estampó contra el piso.

—¡Niño estúpido! ¡Imbécil! ¿Crees que esto es un juego?—aulló el ángel gris.

Nathan, entre aturdido y dolorido, comenzó a reírse de manera histérica.

—¿De qué te mofas criatura tonta?—explotó indignado Bastian.

—¿Yo "criatura tonta"? ¿Yo? ¡Que no tengo nada que ver con tus inmundos fracasos! ¡Ni yo ni mi madre! ¡Esa pobre mujer que abandonaste a su suerte y la mataste en vida! ¡Y yo soy el estúpido e imbécil!—gritaba Nathan entre ahogos y carraspeos.

El regente del purgatorio dejó de presionar la garganta del muchacho y se sentó a su lado. Su semblante se mostraba abatido y aún más cenizo que de costumbre.

—Siempre fuí una escoria, Nate. Pero tu madre supo cómo sacarme de en medio de aquel lodazal  y logró darme una pequeña existencia con algo de normalidad—dijo entre susurros quedos el ángel.

—Soy culpable de haber desperdiciado aquella hermosa oportunidad que me regalaba Erin. Fui cobarde y la dejé cuando me confesó que tú venías en camino y lo primero que hice fue huir; porque temía aspirar a ser feliz y echarlo a perder en tan solo segundos—explicó.

—Al tercer día de haberme ido del lado de tu madre, reflexioné lo infame que había sido y estaba decidido a volver en ese mismo instante... sin embargo, jamás lo hice porque de repente me encontré en un lugar brumoso y grisáceo.

—Ya no sentía mi organismo actuar y mis manchas grises habían cubierto la piel totalmente. Sentí mi pecho abrirse en un hueco hondo y fue ahí donde caí en cuenta de que nunca más volvería a los brazos de mi pequeña de ojos esmeralda y que a tí no te conocería ni te vería crecer—finalizó Bastian.

El silencio de Nathan era desesperante para el purus. La ansiedad por una palabra del chico le estaba quemando la cabeza, pero no podía obligarlo a hablar.

Nate, luego de un momento, suspiró pesadamente, y sin mirar a "su padre", comenzó a hablar.

—Tuve una vida horrible, ¿sabes? Todo gracias a tí y a mamá que, por algún motivo, decidieron sus destinos y el mío de manera errada—sollozaba el chico.

—Yo jamas fui el culpable de sus pecados. Asimismo, siento que soy quien paga por sus faltas y arrastra consigo eternidades tan pesadas como cadenas ¿Acaso soy el esclavo que carga con los castigos tanto de ustedes como los míos?— dijo el muchacho quebrándose en un llanto desgarrador.

El purus solo lo miró, sintiendo en su pecho una incipiente llama de humanidad que creía extinguida, pero que se contuvo de expresar. Su objetivo era arrastrar al alma de Nathan a lo profundo del purgatorio y así poder él librarse de aquella eternidad monótona.

—Solo se Nathan que todos cargamos con culpas tanto o más pesadas que la vida misma. Yo también purgo mis faltas en ese espacio intermedio y, créeme, que busqué la manera de volver a tí y a tu madre... pero me lo impidieron— argumentó Bastian.

Nate, secándose el rostro, alzó su mirada hacia el horizonte. Sonrió desganado y se levantó para irse de allí.

—¿Dónde vas?— preguntó el ángel tratando de detener al chico.

—Eso no es asunto tuyo pero, algún rédito debo sacar de esto— balbuceó Nathan son mirar a su supuesto padre— Así que te diré dónde voy: a cumplir con el reto de permanecer aquí enamorando a Anya— culminó el chico dirigiéndole una mueca sarcástica parecida a una sonrisa, esta vez, mirando al gris.

—Quizás tu castigo no es reconocerte mi padre... tal vez, tu tormento sea verme ganar, quedarme y tú asfixiarte en ese espacio del que jamás debiste salir— susurró Nathan en el oído de un Bastian completamente  atónito.

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