Capítulo 25: Se pueda o no, voy a pasar.

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           Paseo por el motel en busca de mi lugar. He sido sacado a la fuerza de la recepción, ignorado en el pasillo y hecho esperar frente a la puerta. Estoy empezando a impacientarme.

Toc, toc.

Aporreo la puerta con fuerza, con urgencia e impaciencia. No pienso preguntar un lamentable ¿se puede?, porque se pueda o no, voy a pasar. Reúno fuerza para aporrear la puerta una vez más cuando oigo música para mis oídos.

Clic.

El resbalón de la cerradura se desliza y me abre paso al interior de la habitación. Está todo ordenado, impoluto. La mesita en su lugar, la lampara intacta sobre ella, la cama hecha.

Inspiro hondo, impregnándome de los olores de la estancia. Cómo echo de menos el olor de aquel día, olía a sangre, sudor y lágrimas, además de a desesperación, libertad y agonía. La cara del primer muchacho la inmortalicé en el lugar más recóndito de mi mente, donde sólo yo tendría acceso. Su último latido me lo llevé yo, junto a su último aliento, parpadear y sentir.

Su miedo fue mi miedo, era inexperto y primerizo, además de chapucero. Después fue más fácil, toda esa inseguridad y terror, se transformó en valentía, objetivo vital. Los demás cuerpos, los demás hombres, fueron pan comido, coser y cantar. Un mero trámite más para cumplir mi promesa.

Frente a mí una cara más que conocida me devuelve la mirada. Me acerco a él, lo estrecho entre mis brazos durante unos segundos. Observo cada parte que conforma su cara y expresión. Sonrío satisfecho.

—Tranquilo —me mira aterrado—, te prometí que siempre te protegería, y aquí estoy.

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