1: ¿Me temes?

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Si no te callas, vendrá por nosotros.

•Cuentos para monstruos•



Caliope.

Mi mirada fue hasta el pizarrón, copiaba las clases que la maestra había puesta hacía unos quince minutos, mis ganas de estudiar cada minuto que pasaba disminuían.

—Pues ha quedado claro la clase de hoy, ¿cierto? —Mis ojos se fijaron en ella detallandola.

Aquella maestra era una de las sustitutas que había llegado para quedarse unos días y que al final de cuentas se había quedado para siempre. Era una mujer un tanto irritable, sus argumentos y cada cosa que decía era tan absurda como ella.

—¿Alguna pregunta? —Una vez más habló, yo por mi parte puse los ojos en blanco.

—Parece que hay alguien que no la soporta. —A mis oídos llegó una voz masculina, sabía que era él, sabía que era Logan, no podía ser nadie más que ese chico tan estúpido e insoportable.

—Mientras yo cumpla con mi trabajo de forma adecuada siempre habrá alguien que no me querrá tener cerca. —Yo bufé bajo, pocas miradas fueron hasta donde mi incluyendo la de la maestra.

—¿Hay algo que quiera comentar de la clase, señorita Urriaga? —Por mi parte la miré, no era la primera vez, ni la segunda, ni la última; es más, no llevaba la cuenta.

—¿Acaso hay algo que usted quiera que responda? —Me acomodé en la silla dejando sobre el cuaderno la pluma de tinta roja.

—Quiero que me diga que opina sobre lo que su compañero acaba de decir.

—No tengo nada que decir sobre lo que hable o deje de hablar Logan, usted debería hacer lo mismo maestra.—Ironía, enojo, rabia, aquello pude ver en sus ojos, por mi parte mantuve la misma posición.

—Creo que tiene mucho que decir.

—Usted preguntó. —Y era cierto, no mentía.

Volví a mi posición anterior terminando de escribir lo que había puesto, era literatura; mi materia favorita, lo que mas dolor provocaba en mi alma era la maestra la cual la impartía.

Luego de unos minutos sentí como un papel chocaba suavemente con mi cabeza, suspiré. No estaba preparada para eso, no hoy y por aquella razón lo ignoré.

—Vamos Calíope, toma el papel. No seas una cobarde. —Mi mirada fue hasta la parte trasera del salón, un Logan burlón tenía su vista fija en mi.

—Jódete, ¿quieres? —Dije, aquello había hecho que las miradas fueran nuevamente hacia mi. Giré mi rostro hasta la izquierda encontrándome con mi mejor amiga. Ella negó con la cabeza bajandola al instante.

—Señorita Urriaga le pido que se retire de mi clase. —Su voz, su jodida voz.

Mi mirada fue hasta ella, recogí mis pertenecías mirándola a ella, fijo, sin quitarle la mirada de encima.

Al terminar de hacerlo me levanté de mi asiento mirándola fijo, ella por su parte mantenía su postura profesional, pero yo sabía que no era la única que mantenía. Acercándome a ella la rete con la mirada, una de sus cejas se arqueó y una sonrisa ladeada se dibujó en sus labios.

—¿Quiere gritarme señorita Urriaga?—Su burla hizo que me enojara, acercándome a ella le sonrió de igual forma.

—No quiera desquitar sus frustraciones conmigo maestra, recuerde, no debe meterse con sus estudiantes. —Hice un puchero mirándola con un ápice de burla.

—Salga de mi clase —Soltó a la defensiva, sí, ella lo sabía. Se había dado cuenta de mi doble sentido. Su mirada se transformó al instante.

—¿Me temes? —Pero no me quedé. Voltee mirando a Logan y luego de hacerlo salí del salón, mis pasos fueron directo hasta la biblioteca donde un libro de fantasía inundó mi cabeza.

Pasaron unos minutos en los que pensé en abandonar la lectura, el timbre no había sonado y mis amigos por ende no habían salido.

El latir de mi corazón era lento, pero los pasos tras de mí hicieron que se aceleraran un poco, el saber quién era y porqué la cercanía, hicieron que cerrara el libro y me levantara encontrando frente a mi a Jaxon Lee.

Estaba muy cerca y a la vez tan lejos, sus ojos me escaneaban de arriba a abajo, como si fuese algo que debía mantener a salvo.

—¿Pasa algo? —Pregunté. El negó sonriéndome. Una jodida bella sonrisa.

—¿Lees romance? —Vio el libro en mis manos. Yo negué.

—Es fantasía para mi, el amor es una simple fantasía. —Sus ojos se fijaron nuevamente en el libro.

—El que dos personas tengan sexo y una de ellas esté comprometida con otra no quiere decir que todos tienen eso, tal vez... —Me miró, yo lo vi de igual forma. Habían sido pocas veces en las que él y yo pasábamos palabras. —Solo tienes mala suerte.

—¿Cómo estás tan seguro de ello? —Lo miré, ¿por qué? ¿por qué me miraba como si me conociera?

—Porque conozco tus mentiras y todos tus secretos.

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