5: Mentirosa.

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A nadie le gusta un payaso a medianoche.

•Stephen King•



Calíope.

Sentía como mi mundo se removía fuertemente, los gritos de la persona al lado mío, pidiendo a gritos que volviera en si eran fuertes y agobiantes. Pero había paz ahí y no deseaba volver, tal vez si me quedaba ahí en el piso, frio como un mismo ladrillo podría volverme uno con el e irme hundiendo lentamente. 

—¡Despierta! —Mis ojos se abrieron de forma abrupta, el grito que había dado aquella persona pudo activar todos mis sentidos. Al tratar de doblarme sentí un fuerte dolor en el pecho.—Maldita seas, Calíope, me has dado un buen susto. 

Me fije en la persona que estaba frente a mi, era Selene.

—Maldita tú y toda tú gente. —Dije de mala gana, me levanté reprimiendo el dolor.

—Por eso, maldita.

No me había percatado de que mi padre estaba de al comienzo de la escalera, seguía en la misma posición de cuando yo...

Mis pasos fueron rápidos, subí las escaleras empujando su silla hasta su habitación, pude sentir la burla, escuché como hacia ruidos extraños con su boca, se estaba riendo, se burlaba de mi. Y, al hacerlo yo me enojaba mucho más, tenía ganas de hacerlo sufrir ahí mismo.

—Calíope —El llamado de Selene hizo que lo dejase en su habitación y saliera de ella, al hacerlo fui directo hasta la mía.  Todo seguía de la misma manera, pero mis pastillas no estaban en la mesa de noche.

—Selene, ¿hace cuento tiempo estás aquí? —Le di una mirada, ella se encogió de hombros sentándose en mi cama.  

—Poco tiempo, pero el tiempo que transcurrió al intentar despertarte fue...—Ella miro el reloj en su muñeca y luego a mi con una sonrisa nerviosa.—Una hora. 

—Me he tomado una pastilla, tal vez...

—No, no importa que clase de pastilla Calíope, te estuve golpeando, te llamaba, te movía, pero no hiciste nada. —Mis ojos seguían busca del frasco de pastillas, pero no las podía encontrar.

—Joder, ¿Dónde carajos están? —Dije molesta o más bien, pregunté a la nada a donde había puesto mis pastillas. 

—¿Acaso me estas prestando atención? —Mis ojos fueron hacia ella, hice una mueca y esa fue la respuesta a lo que había preguntado. —¿Sabes qué? Me voy.

Vi como ella se perdía al atravesar la puerta de mi casa, supongo que nos veremos en la fiesta. Fui una estúpida, pero no estaba atenta a ella, mi cabeza y todos mis sentidos estaban distraídos en otra cosa. Caminé hasta la puerta de mi habitación cerrándola, seguido de ello fui hasta mi armario sacando un vestido escotado, corto y mortal; y rojo. 

Si eso quería Jaxon, yo se lo daría. 

Mis pies se movieron mientras mis manos quitaban las ropas que tapaba mi piel, mientras lo hacía pensaba. ¿Dónde estará Jaxon ahora? ¿Dónde carajos están mis pastillas para dormir?

Pasaron alrededor de veinte minutos en los que mi cuerpo se mojaba con el agua en la tina, en los que abría y cerraba los ojos asegurándome de que no había nada ni nadie cerca de mi. Me di cuenta tarde de que si pasaba más tiempo en la ducha no me daría tiempo a hacer nada de lo que quería, por ende, me levanté dejando escurrir el agua en mi cuerpo.

Salí del baño tomando una toalla del estante, llegando al espacio de mi habitación sequé mi cuerpo; me sobresalté al ver una figura de pie y tras ella una puerta cerrada. Estábamos los dos en mi habitación, solos, él me miraba embelesado mientras yo estaba desnuda.

—¿Qué haces aquí? —Mi pregunta salió de mis labios. Ignorando la mirada que había encima de mi fui hasta una de las gavetas buscando mi ropa interior. —¿No responderás?

—Yo... Calíope —Mis ojos fueron hasta él, ¿Acaso me estaba suplicando cercanía?

—¿Me estás deseando acaso? —Fui hasta donde estaba él, ganando mucho más de su deseo por tocarme.

"—Sí, a esta Calíope creé, a esta Calíope que no le importa nada —" La voz en mi cabeza era un impulso para mí, caminé mucho más cerca de él, tomando sus manos poniéndolas sobre mi cuerpo desnudo. Tomé sus manos poniéndolas en mis senos, tomé sus manos poniéndolas en mi zona, lo insiste a qué me diera lo que deseaba, lo que él estaba deseando.

—¿Quieres pecar conmigo Ángel?

Jaxon.

Mis pasos eran firmes. Mi lentitud parecía ser abrumadora a la vista de cualquiera que tuviese miedo en una noche oscura.

Mi mano derecha fue al pomo de la puerta principal de su casa, este giró dándome paso a entrar; era la segunda vez en la noche que me encontraba ahí. Tras ella, tras Calíope, me sentía un perro faldero.

Subiendo las escaleras vi las fotos enganchadas a la pared, los cuatro estaban en una foto; como una familia perfecta. Agnes, el señor Urriaga y la señora Urriaga junto a Calíope. Una sonrisa resplandeciente adornaba su rostro, su pelo rojo caía por su espalda; su hermana de igual manera, pero más corto, su madre lo llevaba más corto mientras que su padre tenía el pelo castaño.

La voz de ella llenó mis oídos, aceleré mis pasos y escuché como mis botas sonaban más fuerte, alertando que había alguien nuevo en la casa a quién estaba inundando en el silencio.

Estando al frente de su puerta abrí la misma y la vi, la vi desnuda besándose con Ángel, él, el novio de Selene su amiga.

Ella dijo que no le gustaba, me dijo que solo eran mejores amigos, ella dijo... No volverá a tenerme; mintió, era una mentirosa.

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