━ 𝐗𝐕: Reencuentros inesperados

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──── CAPÍTULO XV ─────

REENCUENTROS INESPERADOS

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── 「 𝐂𝐇𝐑𝐔𝐈𝐍𝐍𝐄𝐀𝐂𝐇 𝐑𝐎𝐁𝐇 𝐃𝐔̀𝐈𝐋 」 ──

( NO OLVIDES VOTAR Y COMENTAR )

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        —¿SIRIANNE?

Una tercera voz inundó el lugar, tan familiar para la susodicha que esta no pudo evitar pensar que, en realidad, estaba muerta y que su alma había llegado al Nèamh para reencontrarse con los fantasmas de su pasado, aquellos que no habían dejado de atormentarla desde que Jadis y sus secuaces habían arrasado las Cinco Aldeas y Fasgadh.

No podía estar más equivocada.

Con la frente perlada en sudor y el corazón a punto de salírsele del pecho, Sirianne forzó a sus piernas a moverse. Luego de intercambiar una fugaz mirada con el arcano de ojos grises, que no se había movido de su sitio, giró sobre sus talones, quedando cara a cara con la persona que la había llamado por su nombre.

Al ver de quién se trataba, un sollozo brotó de sus labios. Reconocería esos iris turquesa y esa melena azabache en cualquier parte.

—Por todos los dioses... —musitó Syrin, atónita—. ¿Lynae?

La mencionada esbozó una bonita sonrisa, justo antes de acortar la distancia que la separaba de la pelirroja y envolverla en un efusivo abrazo. Sirianne tardó en corresponder al gesto, ya que todo aquello le había pillado por sorpresa, sin embargo, en cuanto fue plenamente consciente de lo que estaba ocurriendo y lo que eso implicaba, se aferró al cuello de Lynae y dejó que un par de lágrimas descendieran por sus mejillas.

—Yo... pensaba que habías muerto... Que todos habíais muerto —volvió a hablar Syrin, una vez que se hubieron separado. Se secó la cara con la manga de su camisa y se sorbió la nariz, tratando de recobrar la compostura.

La morena estrechó sus manos con fuerza. Parecía querer asegurarse de que todo era real, que efectivamente su mejor amiga estaba ahí, delante de ella.

—Muchos perecieron durante el asalto a Fasgadh —acreditó, retornando a una expresión neutral, aunque el brillo en su mirada evidenciaba que aquel tema le afectaba bastante—. Los esbirros de la bruja lo destruyeron todo... Pero algunos logramos escapar y guarecernos en las profundidades del Bosque Negro.

Ante sus palabras, una dolorosa punzada atravesó el pecho de Sirianne, cortándole la respiración. Aún podía escuchar los gritos, los llantos y el choque del acero contra el acero como si fuera ayer.

—Nosotros también pensamos que habíais muerto —intervino el muchacho, a lo que la pelirroja se volteó hacia él—. Organizamos varias partidas de búsqueda, pero no encontramos ni rastro de vosotras. Habíais desaparecido.

—Tuvimos que escondernos de Jadis. Nos refugiamos en el Bosque del Oeste y utilizamos cenizas de roble blanco para pasar desapercibidas —solventó Sirianne sin querer entrar en más detalles.

El arcano asintió, cruzándose de brazos.

—Y no lo supimos hasta que Derwyddon llegó al Campamento de Aslan y nos lo contó.

De nuevo, el rostro de Syrin se iluminó.

—Entonces, ¿habéis visto a mi madre? —Volvió a centrar toda su atención en Lynae, que lucía una casaca de color verde oscuro, unos pantalones negros y unas botas de caña alta.

—Llegó ayer —respondió la morena—. Tranquila, está bien.

Sirianne suspiró, aliviada. Desde que Hildreth había abandonado la cueva, dejando a los Pevensie a su cargo, la preocupación y el desasosiego la habían acompañado a cada momento. De modo que ahora que Lynae le había confirmado su llegada al Campamento Rojo, se sentía como si le hubieran quitado un gran peso de encima.

—¿Estás herida? —inquirió Lynae al reparar en que el brazo de su compañera estaba sangrando—. ¿Has sido tú? —Observó con una ceja arqueada al joven de cabellos castaños, cuya arma permanecía asegurada a un tahalí de espalda.

—A mí no me mires, yo no he tenido nada que ver —contestó el aludido al tiempo que alzaba las manos en un gesto conciliador—. Iba encapuchada. No sabía quién era, así que nos hemos peleado. Pero no he llegado a herirla —añadió.

Al escucharlo, la morena arrugó el entrecejo, aunque no tardó en suavizar la expresión de su semblante. Era normal que su camarada no la hubiese reconocido. El aroma de Sirianne no era como el suyo, sino que estaba mezclado con el olor característico de los humanos y el de los... ¿castores?

—Es cierto —corroboró Syrin, que compuso una mueca de dolor cuando su mano derecha se posó en el mordisco. El esfuerzo del combate la había debilitado bastante—. Tuvimos un encontronazo con la Policía Secreta.

Lynae inspiró por la nariz.

—Tenemos sanadores en el campamento. Ellos te atenderán —indicó—. Por cierto, ¿dónde están Sùilean y los futuros reyes? Hildreth nos comentó que ambas habíais ido a su encuentro.

Sirianne se mordisqueó el labio inferior, consciente de la sorpresa que se iban a llevar cuando se enterasen de que el futuro de Narnia estaba en manos de unos simples críos.

—Acampamos junto a un pequeño arroyo. Yo me adelanté para descubrir quién andaba merodeando por la zona. —Fulminó con la mirada al chico que, con paso firme y decidido, se había posicionado a su lado. En apariencia sería cuatro o cinco años mayor que ella, seis a lo sumo—. Tu amigo no es que sea muy sigiloso, que digamos.

El aludido esbozó una sonrisa torcida.

—Bueno, he sido lo suficientemente sigiloso como para pillarte desprevenida. ¿No crees? —puntualizó sin apartar sus orbes grises de los verdes de la pelirroja, que no pudo hacer otra cosa que fruncir los labios en una mueca desdeñosa—. Soy Declan. Un placer, supongo. —Inclinó la cabeza en señal de respeto.

Syrin bufó, hastiada.

—Lo tenía todo controlado —rebatió, irguiendo el mentón con soberbia.

—No desde mi punto de vista. —Declan carcajeó.

Las mejillas de la muchacha se tornaron del mismo color que las amapolas, pero no de vergüenza, sino de rabia. De no haber sido por la interrupción del propio chico, ahora mismo estaría tirado en el suelo sobre un enorme charco de sangre.

—Eh, ¿por qué no vamos a por Neisha y los humanos y luego ya discutís todo lo que queráis? —articuló Lynae, con los brazos en jarras y la frente poblada de arrugas. Parecía una madre reprendiendo a sus hijos.

Sirianne masculló algo ininteligible, justo antes de echar a andar y pasar airosamente al lado de Declan, con quien no cruzó ni una sola mirada. Este rio por lo bajo ante el mal carácter que se gastaba, para finalmente ir tras ella.

La incertidumbre y el desasosiego eran palpables en el rostro de Neisha, que no dejaba de caminar de un lado a otro mientras se maldecía en su fuero interno por no haber acompañado a su hermana a asegurar el perímetro.

¿Y si le pasaba algo? ¿Y si se topaba con algún lacayo de la Bruja Blanca? ¿Y si...? Aquel sinfín de posibilidades hizo que un escalofrío le recorriera todo el cuerpo, erizándole el vello de la nuca y acrecentando aún más su ansiedad.

A pocos metros de ella, los Pevensie permanecían sentados junto a los restos de la hoguera que habían encendido la noche anterior. A ellos también les preocupaba la seguridad de la mayor de las arcanas. Desde que se conocían esta no había hecho más que protegerles, de manera que no podían evitar sentirse en deuda con ella, al igual que con Neisha.

—Seguro que está bien —pronunció el Señor Castor en un vano intento por apaciguar la intranquilidad que atenazaba a la pelirroja—. Por lo que he podido ver, Sirianne sabe cuidar de sí misma. —A su lado, su esposa asintió, corroborando sus palabras.

Niss giró sobre sus talones, quedando frente a los humanos y los castores.

—Pero está débil y herida —contradijo. Tragó saliva, a fin de deshacer el molesto nudo que se había aglutinado en su garganta, y aspiró una temblorosa bocanada de aire cuando las lágrimas amenazaron con agolparse en sus ojos—. Debí ir con ella.

Peter, que no le había quitado la vista de encima desde que había comenzado a hablar, sintió cómo el estómago se le encogía, dejando un gran vacío en su interior. Él mejor que nadie sabía por lo que estaba pasando: Edmund continuaba secuestrado, sufriendo lo indecible a manos de esa mujer avariciosa y carente de escrúpulos, y él no podía hacer nada para evitarlo. Además de miedo y preocupación, lo que sentía era impotencia. Impotencia por tener que depender de otros para recuperar a su hermano.

Al ver que Neisha chasqueaba la lengua y les daba la espalda, el rubio se puso en pie y se aproximó a ella. Una vez situado a su lado, se tomó unos instantes para poder observarla con mayor detenimiento. Tenía los brazos cruzados sobre su pecho, con las manos, de apariencia frágil y delicada, aferrando con fuerza la tela de su camisa.

Era evidente que se estaba conteniendo.

—Sé que mis palabras no van a servir de mucho... —manifestó Peter, a lo que Niss viró la cabeza hacia él, expectante—. Pero volverá, estoy seguro.

La pelirroja se sorbió la nariz.

—¿Cómo lo sabes? —consultó con un hilo de voz.

—Sirianne es valiente y astuta. Sabe arreglárselas sola. —Peter se encogió de hombros, sonriendo de forma afable.

De nuevo, Neisha se perdió en su magnética mirada. Quiso asentir, decirle que estaba en lo cierto, que, a pesar de las adversidades, su hermana era una de las personas más fuertes que conocía. Pero no tuvo la oportunidad de hacerlo. 

A sus oídos llegó el sonido de unas pisadas, lo que hizo que se pusiera en guardia. Al principio creyó que podría tratarse de Sirianne, pero enseguida desechó esa idea cuando se percató de que eran varios los individuos que se acercaban a su posición.

—¿Qué ocurre? —quiso saber Peter, a quien no le había pasado desapercibida la extremada palidez que se había adueñado del semblante de su interlocutora.

Los iris de Neisha se movían erráticos de un lugar a otro, en un intento desesperado por dar con la dirección de la que provenían aquellos pasos. Estaba tan nerviosa, tan aturullada, que no podía pensar con claridad.

—Alguien se acerca.

Aquel comentario alarmó a Susan, Lucy y los castores, cuyas fisonomías se contrajeron en una mueca de pavor. El mayor de los Pevensie, por el contrario, hizo todo lo posible para no dejarse dominar por el miedo.

—Quizá sea Sirianne —bisbiseó Peter.

La pitonisa negó con la cabeza.

—Son por lo menos tres sujetos —remarcó.

Al ver que Niss desenvainaba su espada, Peter hizo lo mismo con la suya, con la única diferencia de que él no tenía ni la menor idea de hacia dónde apuntar.

—¿Quién anda ahí? —habló el joven, haciendo uso de toda la entereza que fue capaz de reunir. Aún no se sentía del todo cómodo manejando un arma, pero ahora que Sirianne no estaba, debía ser él quien protegiera a sus hermanas.

Tras unos segundos que se les hicieron eternos, de la espesura surgió Syrin, cuya camisa, antes blanca, estaba manchada de sangre y barro. Al reparar en que tanto Peter como Neisha habían desenfundado sus espadas, la mayor de las arcanas ancló los pies en el suelo.

—Tranquilos, soy yo.

Niss emitió un grácil suspiro.

—Gracias a los dioses que estás bien. —Bajó su arma y se secó el sudor de la frente con el dorso de la mano—. ¿Te vuelve a sangrar? —consultó mientras se acercaba a ella y la agarraba suavemente del brazo para poder examinarlo.

—No es nada. —Sirianne chasqueó la lengua ante lo melodramática que se ponía a veces su hermana. Esta, lejos de dejarlo estar, profirió un sonido ahogado; la herida volvía a estar inflamada—. Digamos que... he tenido un pequeño percance —comentó, anticipándose a la pregunta no formulada de la menor.

—¿Percance? —Neisha frunció el ceño—. ¿Es que acaso te has topado con algún enemigo? —Aquello tenía sentido, de ahí el estado de su ropa, su cabello revuelto y la hemorragia de su brazo.

Sirianne tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para no sonreír. Les lanzó una mirada de soslayo a los Pevensie y a los castores, que no habían perdido detalle de la conversación, y volvió a centrar toda su atención en la pitonisa, cuyo rostro era la viva imagen del desconcierto.

—No exactamente. —La arquera se hizo a un lado y, con un suave cabeceo, le indicó que mirara al frente.

De entre los matorrales emergieron Declan y Lynae, que no pudieron hacer otra cosa que sorprenderse al ver que los futuros reyes, aquellos que lucharían junto a Aslan para liberarlos de la tiranía de Jadis, eran tan solo unos niños.

Confusión, asombro, incredulidad... Esos eran los sentimientos que, junto a otros tantos, empezaban a arremolinarse en el interior de Neisha. Esta se llevó una mano a la boca, sin dar crédito a lo que veían sus ojos.

—¿Ly... Lynae? —logró articular tras varios quiebres de voz.

—¡Niss! —La mujer de cabello azabache se aproximó a ella y la estrechó entre sus brazos. Al contrario que su hermana, la pitonisa se quedó rígida, sin saber muy bien qué decir o cómo actuar. Su cerebro aún estaba procesándolo todo—. ¡Cuánto has crecido! Pero si ya eres toda una mujer —canturreó, separándose de ella y mirándola de arriba abajo.

—Yo... eh... no... —Neisha tomó aire y cerró los ojos para calmarse y aclarar un poco sus ideas—. Creíamos que éramos las únicas supervivientes. —Nada más terminar de pronunciar esas palabras, clavó la vista en Declan, que le dedicó una sonrisa condescendiente.

Sirianne sintió una leve punzada en el pecho. Ella, al contrario que Neisha, sabía que en el Campamento de Aslan se reencontrarían con más de los suyos, dado que el zorro se lo comentó la noche que conocieron a los Pevensie. Sin embargo, había preferido no decírselo a su hermana hasta asegurarse de que era cierto. No porque no confiase en el raposo, quien había demostrado con creces que estaba de su parte, sino porque quería ahorrarle el mayor sufrimiento posible a Niss. Aunque ahora, viéndola así, tan confundida y agitada, se sentía culpable por no habérselo contado antes.

—Es una larga historia, pero prometo que os lo explicaré todo cuando lleguemos al Campamento de Aslan. —Lynae pasó los dedos por su sonrosada mejilla en un gesto maternal—. Te presento a Declan, de la Aldea Oeste. —El mencionado volvió a sonreírle a Neisha, inclinando la cabeza en su dirección a modo de saludo—. E imagino que vosotros sois los Grandes Reyes. —La morena avanzó unos metros, situándose delante de los humanos—. Lo cierto es que os imaginaba más... —Se volteó hacia Sirianne, que se encogió de hombros, divertida—. Adultos —completó, procurando no sonar descortés.

Susan quiso replicar, puesto que estaba harta de que todos allí los infravalorasen por su edad y/o apariencia, pero la intervención de Declan se lo impidió:

—Falta uno —señaló el hombre, dándose cuenta de aquello que se le había pasado por alto a su compañera—. ¿Dónde está el cuarto? —les preguntó a las pelirrojas, a cuyo lado se posicionaron los castores.

Syrin suspiró.

—Por eso queremos hablar con Aslan —terció Peter, acaparando la atención de los recién llegados—. Necesitamos su ayuda para rescatar a nuestro hermano. —Antes de que ninguno de los dos pudiera preguntar, el chico se les adelantó—: Está con Jadis.

Tanto las facciones de Declan como las de Lynae se crisparon en un gesto adusto. Aquello eran muy malas noticias.

—¿Vosotros también sois arcanos? —inquirió Lucy, dando un paso al frente.

La expresión intranquila de Lynae mudó a una enternecida cuando sus iris turquesa se posaron en la chiquilla, que apenas le llegaba por la cintura. La menor de los Pevensie no dejaba de mirarles con curiosidad y admiración, lo que hizo que la mujer esbozase una amplia sonrisa.

—Así es, alteza. —Arqueó la espalda y apoyó las manos en sus rodillas para así tenerla a su misma altura. La niña quedó fascinada ante el extravagante e inusual color de sus ojos.

—Entonces, ¿venís del Campamento Rojo? —Esta vez fue el Señor Castor quien habló.

—Sí, allí Aslan os aguarda —respondió Declan, haciendo que el matrimonio se observara entre sí, emocionado. Por fin, tras tantas penurias, iban a llegar a su destino—. Acompañadnos, os enseñaremos el camino.

Dicho esto y luego de recoger todas sus pertenencias, los siete se pusieron nuevamente en marcha. Ya iba siendo hora de tener una audiencia con el Gran León.

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N. de la A.:

I'm back, babies!

Bueno, oficialmente termino mañana (si no me toca ir a ninguna recuperación), pero yo ya doy por hecho que no x'D El caso es que ya he vuelto, y con las pilas bien cargadas. Tengo muchas ganas de darle caña a esta historia, así que intentaré actualizarla lo máximo posible ahora que estoy a punto de empezar las vacaciones de verano.

Ay, que ya sabemos la identidad de los dos arcanos *o* Decidme, ¿qué os han parecido? ¿Cuáles han sido vuestras primeras impresiones? Quiero saberlo todo, jajaja. Como bien dijisteis algunos en el capítulo anterior, el maromo contra el que luchó Syrin es Declan *inserte sonrisa sensualona*. Tengo muchas cosas pensadas para este hombre, ya veréis xP Me hizo mucha gracia que nadie pensara que el otro arcano podría ser Lynae; todos os fuisteis a Kalen, Einar e incluso a Hildreth. Me alegra haberos sorprendido con eso, jajaja.

Pues con este capítulo hemos terminado el primer acto de Canción de Invierno. Me gustaría conocer vuestras opiniones al respecto. ¿Os está gustando la historia hasta el momento? ¿Qué es lo que más os agrada? ¿Y lo que menos? Agradecería que respondierais a estas preguntillas, ya que así me ayudaréis a mejorar =)

En el próximo capítulo nuestros protagonistas llegarán al Campamento de Aslan, así que ya os podéis preparar, porque el salseo va a ser intensito xD

Y eso es todo por el momento. Espero que os haya gustado el cap. Si es así, no olvidéis votar y comentar, que eso me anima muchísimo a seguir escribiendo =)

¡Besos!

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