━ 𝐗𝐗𝐗𝐕: Una funesta noticia

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───── CAPÍTULO XXXV ─────

UNA FUNESTA NOTICIA

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── 「 𝐀 𝐍𝐀𝐈𝐆𝐇𝐄𝐀𝐂𝐇𝐃𝐀𝐍 𝐅𝐈𝐑𝐈𝐍𝐍𝐄𝐀𝐂𝐇 」 ──

( NO OLVIDES VOTAR Y COMENTAR )

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        AQUELLA MAÑANA, POCO ANTES DEL ALBA, Neisha despertó agitada y con una desagradable sensación arraigándose a su pecho. A su lado, el descanso de Sirianne también se vio interrumpido al sentirla moverse con intranquilidad bajo las gruesas mantas que las cubrían. La pitonisa se llevó una mano al vientre, abrumada. No había tenido una pesadilla, ni tampoco una visión como la que la abordó minutos antes de que la Bruja Blanca hiciera su aparición en el Campamento Rojo, solicitando una audiencia con Aslan. No había ocurrido nada fuera de lo normal y, aun así, su corazón latía desbocado bajo sus costillas, como si su propio cuerpo la estuviese previniendo de algo.

Syrin no demoró en preguntarle si se sentía bien, aún con las últimas brumas del sueño aferrándose a ella. Pero Niss no pronunció ni una sola palabra, tratando de encontrarle alguna explicación a la creciente angustia que se había abierto paso en su interior.

No fue hasta unos instantes después que ambas jóvenes repararon en que su madre no se hallaba en su respectivo lecho, sino acomodada en una de las cuatro sillas que había dispuestas en torno a la mesa circular en la que solían llevar a cabo las comidas del día. La noche anterior Hildreth no había regresado a la tienda que compartía con sus hijas hasta que estas ya estaban acostadas, recuperándose de un largo día de entrenamientos.

Tanto Sirianne como Neisha la observaron con una ceja arqueada, reparando en que ni siquiera llevaba puesto el camisón que solía emplear para dormir. En su lugar, Hildreth lucía exactamente el mismo vestido que el día anterior, lo que solo podía significar una cosa: que no había pegado ojo en toda la noche.

—¿Màthair? —la había llamado la menor con voz trémula.

La única respuesta que recibió por parte de la susodicha fue una mirada cargada de pesar que hizo que todas sus alarmas se activaran. Las pulsaciones de Niss se dispararon cuando Hildreth esbozó una sonrisa desvaída, como si entendiera a qué se debía aquel repentino desasosiego que se había apoderado de ella. Como si estuviese al corriente de algo que ellas desconocían.

—¿Qué sucede? —Syrin no vaciló a la hora de romper el nuevo silencio que se había instaurado entre ellas.

Pero Hildreth se mantuvo en el más absoluto mutismo, con aquel brillo apagado rielando en el fondo de sus iris azules. Poco después se empezaron a escuchar voces que provenían del exterior, al igual que pasos apresurados. El asentamiento entero pareció despertar de un momento a otro, ocasionando que el nerviosismo de Neisha fuera a más.

La arquera fue la primera en tomar la iniciativa: apartó las pieles que la tapaban de cintura para abajo y se puso en pie. El fino camisón que ataviaba su cuerpo —y que era muy similar al que usaban las otras dos— no le impidió avanzar hacia la entrada de la carpa y apartar el trozo de lona que hacía la función de puerta para poder asomarse al exterior. A través del hueco que había abierto para descubrir qué diantres estaba ocurriendo, Niss pudo ver cómo varios narnianos pasaban por delante de la tienda con una turbación palpable.

Al cabo de unos segundos la voz de su hermana mayor se coló en sus oídos, seguida de otra que sonó algo más amortiguada debido a la distancia. La pitonisa contempló a su progenitora por el rabillo del ojo, en un vano intento por comprender aquella situación tan confusa, y fue ahí que Hildreth articuló una frase que hizo que el vello de la cerviz se le erizara.

—Lo sientes, ¿verdad? —inquirió la experimentada mujer, quien no se había movido ni un ápice de su sitio—. Sientes la inquietud, la incertidumbre... Y esa sensación de asfixia que provoca que todos tus sentidos estén alerta. —El corazón de Neisha aumentó considerablemente el ritmo de sus latidos al escuchar las palabras de su madre, aquella acertada observación sobre cómo se sentía desde que había despertado abruptamente de su sueño—. Es la diosa Talamh poniéndote sobre aviso.

Lo que sucedió después le heló la sangre.

Sirianne giró sobre sus talones, dejando que la lona emitiera un suave silbido al regresar a su lugar de origen. Había palidecido de repente, con sus facciones contraídas en una mueca conmocionada. Tardó unos instantes en apartar la vista del suelo, como si en las ribeteadas alfombras que había bajo sus pies descalzos pudiera encontrar la respuesta a todas sus preguntas. Aquellas que recientemente se habían implantado dentro de su cabeza.

Miró primero a Hildreth, y luego a Neisha. Las expresiones de ambas eran diametralmente contrarias: mientras la primera lucía dolorosamente tranquila, la segunda era un manojo de nervios. Entonces los labios de la cazadora se movieron y su voz se impuso a todo lo demás, incluso a las desbocadas pulsaciones de la menor de las tres, cuyo eco retumbaba en sus oídos como un tambor de guerra.

—Aslan... Aslan ha muerto.

—¿Y ahora qué vamos a hacer? —cuestionó Lynae sin poder disimular un timbre nervioso en la voz—. Según los últimos informes de nuestros espías, Jadis ya ha movilizado a sus tropas. Estarán aquí antes de que acabe el día.

Tras confirmar la impactante noticia de que Aslan había sido sacrificado en la Mesa de Piedra, varios de los miembros más selectos del asentamiento se habían reunido de urgencia para poder debatir lo que hacer a continuación. Apenas había transcurrido una hora desde que habían ido a comprobar la carpa del Gran León, encontrándola vacía y sin rastro alguno del felino, pero no había tiempo que perder. Aquel inesperado contratiempo había descolocado enormemente a los miembros del Campamento Rojo, desbaratando por completo sus planes, de ahí que ahora se encontrasen más perdidos que nunca.

El silencio cayó sobre ellos como una losa de piedra.

Neisha se abrazó a sí misma, con aquel desagradable malestar mordisqueándole las entrañas. Luego de que Sirianne les comunicara lo que había escuchado de boca de uno de los tantos narnianos que habían pasado por delante de su tienda, Hildreth las había instado a que se vistieran para reunirse con los demás en el exterior. Las dos pelirrojas así lo habían hecho, con un sinfín de preguntas revoloteando en el interior de sus mentes.

Cuando finalmente se asearon y se enfundaron en una muda limpia, las tres abandonaron la carpa para poder dirigirse hacia el corazón del asentamiento. Fue a mitad de trayecto que se toparon con Peter y Edmund, quienes las recibieron con la preocupación grabada a fuego en sus semblantes. Ellos también habían sido puestos al corriente de la terrible noticia, pero no por parte de los miembros del Campamento Rojo, sino de una dríade enviada por Susan y Lucy. Y es que, por lo visto, las dos hermanas Pevensie habían acompañado a Aslan en sus últimos momentos de vida, siendo testigos de su funesto destino a manos de la Bruja Blanca. Poco más se sabía de las humanas, más allá de que se habían quedado junto al cuerpo exánime del Gran León.

—Tú lo sabías. —La atronadora voz de Oreius hizo que Niss emergiera de sus turbulentas cavilaciones. La pitonisa desvió su atención hacia el centauro, que señalaba con un dedo acusador a una inexpresiva Hildreth—. Sabías lo que iba a pasar y, aun así, no dijiste nada. No hiciste nada para evitarlo.

Todas las miradas recayeron sobre la mujer de rojo, que permanecía de pie junto a la enorme mesa sobre la que habían desplegado un mapa de la región. El rostro de Hildreth no transmitía nada, ni la más mínima emoción. Su cuerpo estaba relajado, con las manos entrelazadas sobre su vientre plano.

—Fue el precio que tuvo que pagar a cambio de salvar a Edmund —manifestó la pelirroja, provocando que el mencionado contuviera el aliento—. Si Jadis renunció a la sangre del Hijo de Adán fue porque Aslan se ofreció a ocupar su lugar en la Mesa de Piedra. Él mismo me lo contó, y él mismo me pidió que no se lo dijera a nadie.

Oreius chasqueó la lengua y apartó la mirada, con los puños apretados y pegados a ambos costados de su cuerpo. Peter, por otro lado, posó una mano en el hombro de Edmund y se lo estrechó con suavidad, queriendo ofrecerle algo de consuelo. Era evidente que aquel giro de los acontecimientos le había afectado sobremanera, que le resultaba imposible no sentirse culpable. Neisha podía percibirlo a través de su mirada triste y apagada.

—No es momento de buscar culpables, sino soluciones. El sacrificio de Aslan no puede ser en vano —se inmiscuyó Kalen, a cuya derecha se hallaban Declan y Lynae.

Niss volvió a contemplar a sus compañeros, fijándose en sus expresiones tensas y en la rigidez de sus cuerpos. ¿Realmente tenían alguna posibilidad ahora que el Gran León había muerto? ¿Y si la profecía no era más que un cuento para dormir, un falso rayo de esperanza? ¿Y si estaban destinados a la derrota incluso antes de que la batalla final tuviese lugar?

—Pero ya no tenemos a nadie que nos dirija —contrapuso Lynae.

—Sí lo tenemos —declaró Kalen con convicción.

Los ojos turquesa de la arcana fueron a parar a Peter, que tragó saliva al ser consciente de que el guerrero se estaba refiriendo a él. El corazón de Neisha se encogió dentro de su pecho al ver cómo el rubio cambiaba su peso de una pierna a otra, desazonado. No había que ser muy inteligente para saber que estaba asustado, que no se sentía preparado para tomar el control de la situación.

—Yo no... No puedo... —musitó Peter con voz estrangulada.

La pitonisa miró por el rabillo del ojo a Sirianne, que permanecía de pie a su lado. Por su expresión y el brillo que se había adueñado de sus iris esmeralda, su hermana había llegado a la misma conclusión que ella: se sentía demasiado identificada con el mayor de los Pevensie, con sus dudas e inseguridades respecto a si era capaz de cumplir con lo que se esperaba de él. Niss sabía que se estaba viendo reflejada en él, en ese pánico visceral a no estar a la altura de las circunstancias.

—Sí puedes. Y Aslan lo sabía. —Le sorprendió que fuera la propia Syrin quien pronunciara aquellas palabras cargadas de resolución. La arquera dio un paso al frente, acaparando la atención de todos los presentes, en especial la del humano—. Estas últimas semanas te has estado preparando para esto, Peter. Para cuando llegase este momento —le recordó.

El susodicho se apresuró a negar con la cabeza.

—Pero no pensaba que fuera a tener que hacerlo solo —confesó en tanto se encogía de hombros. Tenía las cejas alzadas y los ojos muy abiertos, como si no terminara de creerse que las cosas se hubiesen torcido de esa manera—. Yo nunca... Nunca me he visto en una situación así. No sé dirigir un ejército.

—No estáis solo, alteza —volvió a hablar Kalen, ocasionando que la mirada de Peter se encontrase con la suya. Estaba aterrado, y con razón—. Estaremos con vos en todo momento, hasta el final —añadió en tono solmene.

El rubio volvió a sacudir la cabeza de lado a lado. Él no era Aslan, ni Oreius, ni Kalen... Tan solo era un niño al que el papel de líder le venía demasiado grande.

—Sé que impone, que da miedo —concedió Sirianne. Su voz era inusualmente suave, al igual que su expresión—. Resulta aterrador que, de un día para otro, el peso de tantas responsabilidades recaiga sobre tu persona. Lo sé bien, créeme. —El corazón de Neisha dio un nuevo vuelco al escuchar hablar a su hermana—. Pero Kalen tiene razón: no estamos solos. No estás solo —remarcó, desviando la mirada hacia su tío—. Los líderes no nacen, se hacen. Se apoyan y buscan consejo en aquellos en los que confían. No tienes por qué cargar con todo esto tú solo, porque no lo estás.

Kalen hinchió el pecho de orgullo, sabedor de que aquel discurso no solo estaba destinado a levantarle el ánimo e insuflarle la confianza necesaria a Peter, sino que también era una declaración de intenciones. Con aquel emotivo y apasionado soliloquio Syrin le estaba demostrando que sus consejos no habían caído en saco roto. Que ella también se estaba esforzando por dar lo mejor de sí, por ser una líder mejor para su pueblo. Que por fin se había dado cuenta de que la unión hace la fuerza... Y que ella tampoco había estado sola nunca.

Cuando Sirianne volvió la vista a Peter, este no pudo hacer otra cosa que bajar la cabeza. Estaba tan nervioso que los dedos de su mano derecha no dejaban de juguetear con el pomo de su espada, aquella que todavía no tenía nombre.

—Peter, hay un ejército esperando. Listo para seguirte —le urgió Edmund, en cuyo pecoso semblante podía apreciarse algún que otro corte y hematoma. Aquella maldita hechicera no había tenido piedad con él—. Yo sé que puedes hacerlo. Y estoy convencido de que Susan y Lucy también lo creen.

El aludido lo contempló con un intenso fulgor destellando en sus orbes celestes. Los demás miembros del concilio permanecían en silencio, presenciando la escena con el corazón en un puño. Entonces Peter respiró hondo y exhaló despacio, para finalmente avanzar hacia la gran mesa que se erguía en el centro de aquella carpa que se había convertido en su principal sede de reuniones. Su mirada se clavó en el mapa que había extendido sobre la lisa superficie, en las diversas figuritas —unas rojas y otras azules— que representaban a los dos ejércitos.

—¿Cuento con vosotros, entonces? —inquirió el humano al tiempo que intercambiaba una rápida mirada con cada uno de sus compañeros. Se detuvo más de la cuenta en Neisha, cuyas pulsaciones volvieron a dispararse y a tronar en sus oídos. El cómo había terminado su última conversación pesaba más que nunca sobre su conciencia.

Kalen se aproximó a la mesa, al igual que Edmund y Sirianne. A ellos se les unieron Oreius, Lynae y Declan. Hildreth fue la siguiente en acercarse, siendo Niss —con la culpa retorciéndose en su interior— la última en hacerlo. Entre todos formaron un círculo perfecto alrededor de la superficie de madera, creando un símbolo de unión y hermandad.

—Siempre, alteza —le aseguró Kalen.

—Siempre —corearon los demás al unísono.

Neisha se mordió el interior del carrillo con intranquilidad.

Luego de varias horas encerrados en aquella tienda que solo empleaban para llevar a cabo reuniones importantes, hablando de estrategias y tácticas bélicas, por fin habían podido salir y despejarse con la suave brisa primaveral que corría en el exterior. El tiempo se les acababa, eran conscientes de ello, de ahí que se hubiera dado la orden de comenzar a prepararse para la inminente batalla. Esta tendría lugar cerca de los Vados de Beruna, puesto que habían acordado ir al encuentro de la Bruja Blanca y sus secuaces para así poder luchar en un terreno al que pudieran sacarle provecho. Aunque para ello debían darse prisa y partir cuanto antes.

Ahora el radiante sol de mediodía se alzaba imperioso en un cielo completamente despejado, donde la ausencia de nubes auguraba una meteorología perfecta para aquel combate que decidiría el destino de toda Narnia. Esa misma mañana, cuando la noticia de la muerte de Aslan había empezado a correrse de boca en boca, una sincronía de tonalidades grises había cubierto el cielo encapotado, reflejando a la perfección el desánimo de todos aquellos que, con semblantes funestos, trataban de digerir el hecho de que su amado líder había sido sacrificado en la Mesa de Piedra. Pero ahora las nubes se habían desvanecido sin dejar rastro, como si la toma de posesión de Peter Pevensie fuera el último rayo de esperanza para todos ellos.

Sin embargo y a pesar del ambiente bullicioso que se había apoderado del asentamiento, Niss permanecía inmóvil junto a la entrada de la carpa que ella misma había abandonado hacía escasos minutos. La bola de nervios que se había apiñado en su estómago continuaba ahí, mordisqueándole las entrañas, pero estaba haciendo todo lo posible para dejar su mente en blanco y no dejarse llevar por aquel cúmulo de emociones que no había hecho más que aumentar en las últimas horas.

Les había dicho a su progenitora y a su hermana mayor que enseguida las alcanzaría, y ahí estaba ahora: a la espera de que cierto rubio cruzara el umbral de lona. Quería hablar con él y tratar de arreglar las cosas, hacerle saber que lo que había ocurrido el día anterior ya no tenía ninguna importancia para ella. Que comprendía sus motivos para querer marcharse y poner a sus hermanos a salvo, y que no le culpaba en absoluto.

Suspiró con amargura, sintiéndose tremendamente mal consigo misma. Era normal que Peter estuviera asustado y que solo quisiese lo mejor para sus hermanos. Puede que la tarde anterior no hubiese sido capaz de entenderlo —o más bien de aceptarlo—, pero ahora que lo había pensado en frío se daba cuenta de lo dura e injusta que había sido con él. Porque, pese a que Susan y Lucy se encontraban solas y desamparadas en un bosque que no conocían, el mayor de los Pevensie había aceptado ocupar el lugar de Aslan a la hora de dirigir el ejército. Y sí, puede que un reducido grupo de narnianos se estuviera preparando en aquel preciso instante para ir en busca de las humanas y traerlas de vuelta al campamento, pero aquello no quitaba que Peter no estuviese preocupado por ellas.

La pitonisa se estrujó las manos, sintiendo un molesto nudo en la garganta. El día anterior, en un momento de desánimo y frustración, Peter le había comentado su idea de hacer regresar a sus hermanos a su verdadero mundo. Pero ahora... Ahora todo había cambiado y el rubio, a pesar de su miedo inicial, había accedido a comandarles. Por eso quería hablar con él de forma tan urgente, porque sentía que se lo debía. Merecía escuchar lo que tenía que decirle.

La lona de la tienda se movió, haciéndose a un lado. El aire se le quedó atascado en mitad de la garganta al vislumbrar aquella cabellera rubia que tanto la fascinaba, la cual no tardó en brillar a la luz del sol como oro fundido. Entonces Peter reparó en su presencia a su derecha y todo pareció congelarse a su alrededor, como si solo estuvieran ellos dos en aquel sector del asentamiento.

—¿Neisha? ¿Qué haces aún aquí? —preguntó el humano con extrañeza.

—Quería... Necesito hablar contigo —respondió la mencionada con las mejillas arreboladas. Sus manos no dejaban de juguetear entre sí en un mohín inquieto. Sabía que Oreius y Kalen se encontraban todavía en el interior de la carpa, terminando de pulir los últimos detalles de su plan, de ahí que le provocase apuro la posibilidad de que estos pudieran salir en cualquier momento. O incluso escuchar su conversación—. Si no lo he hecho antes es porque quería que estuviéramos a solas —puntualizó, aún con las mejillas encendidas—. Será... Será solo un momento.

Un tenue suspiro se escabulló de los labios de Peter.

—Lo cierto es que... yo también quería hablar contigo —confesó mientras se rascaba la nuca con nerviosismo. Estaba pálido y ojeroso, pero Niss sabía que se estaba esforzando para dar la talla—. Sobre lo de ayer.

El corazón de la pelirroja dio un vuelco al oírlo. Todavía podía sentir aquel lacerante dolor aguijoneando su pecho, el mismo que había sido provocado por la determinación de Peter a la hora de confiarle su intención de abandonar la causa e instar a sus hermanos menores a que regresaran a su mundo. Pero aquel insufrible martilleo se había visto repentinamente aplacado por las palabras del mayor de los Pevensie, quien también parecía estar dispuesto a hablar de lo sucedido.

—Sé que te he decepcionado —comenzó a decir Peter una vez que hubo reunido el valor suficiente para restablecer el contacto visual con la aludida—. Y que estás enfadada conmigo por lo que dije ayer, por mis intenciones de enviar a mis hermanos de vuelta a nuestro mundo. —Realizó una breve pausa para poder aspirar una trémula bocanada de aire—. Yo... Tan solo quiero protegerlos y evitar que les hagan daño. Todo por lo que ha tenido que pasar Edmund... —Calló antes de concluir aquella frase, incapaz de verbalizar el trato inhumano que había sufrido el moreno a manos de esa sucia arpía con ínfulas de grandeza.

Movida por un impulso que no pudo —ni quiso— contener, Neisha acortó la distancia que los separaba y tomó las manos de Peter entre las suyas. Antaño habían sido suaves y bonitas, elegantes... Ahora contaban con algún que otro callo originado por el uso constante de la espada y el escudo. Aunque aquello no le disgustaba, ni mucho menos, dado que era un recordatorio agridulce de lo mucho que había trabajado en esas últimas semanas. De lo mucho que se había esforzado para poder luchar por lo que creía justo y correcto.

Peter clavó la vista en sus manos entrelazadas, sorprendido por la reacción de la más joven. En sus iris reapareció aquel brillo que hacía que su mirada pareciera el más bello de los firmamentos, y Neisha no pudo evitar sonrojarse ante la intensidad con la que la observaba.

—No estoy enfadada contigo, Peter —consiguió articular la arcana. Estaba convencida de que lucía tan roja como su cabello—. Es... Es normal que tuvieras dudas. Eres el mayor de los cuatro y eso, en cierta forma, los convierte en tu responsabilidad. —Agachó la cabeza y se mordió el interior del carrillo, soliviantada—. Fui una hipócrita. Lo lamento tanto... Siento todo lo que te dije —se disculpó finalmente.

No se atrevió a alzar la mirada, temerosa de lo que pudiera encontrarse en los ojos de Peter si lo hacía. Había sido una tonta y una egoísta. Lo primero por dejarse llevar por sus emociones con tanta facilidad y lo segundo por creerse la única con derecho a tener una familia de la que preocuparse. Hasta Syrin —con lo impulsiva y visceral que era— había sido más comprensiva que ella, admitiendo que no podía culpar al rubio porque, de estar en su lugar, probablemente se encontraría en la misma encrucijada.

Aún con la cabeza gacha, apartó sus manos de las de Peter. Ella no era así, no podía enfadarse ni perder la paciencia de esa manera... Pero lo había hecho. Lo había hecho porque la sola idea de que Peter se marchara y no pudiese volver a verlo nunca más le ponía el vello de punta.

—¿Me... Me perdonas? —murmuró, cohibida.

Pudo percibir cómo el humano contenía el aliento, justo antes de que unos dedos cálidos y gentiles rozaran el dorso de su mano izquierda. Los orbes celestes de Neisha no demoraron en posarse en la mano de Peter, quien no había titubeado a la hora de volver a tener ese contacto físico con ella. Ambos sabían que no estaban solos, que cualquiera de los narnianos que pululaban a su alrededor podría reparar en su cercanía, en aquel momento tan especial que estaban compartiendo. Aunque a ninguno de los dos parecía importarle lo más mínimo.

—No hay nada que perdonar, Niss. —La voz del rubio, suave como el cantar de un pájaro, animó a la pitonisa a volver a mirarle a los ojos—. Es imposible que pueda estar molesto contigo —apostilló en un tono más bajo y con un ligero rubor en las mejillas.

Neisha lo miró con el corazón desbocado y un agradable hormigueo en el estómago. Peter le sonrió con cierta timidez, para posteriormente aventurarse a dejar una fugaz caricia en el dorso de su mano. Entonces ambos se perdieron en la mirada del otro, en el tacto dulce y reconfortante de sus pieles. Y, por un momento, sintieron que podían estar así hasta el fin de los tiempos. Que no había nada que importara más que ellos dos.

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N. de la A.:

¡Hola, mis amados lectores!

Ay, con este capítulo volvemos a ponernos en la piel de la beba Niss </3 No os voy a mentir: adoro escribir sobre ella porque es un ser de luz. En caps. anteriores la vimos perder un poquito el control ante la posibilidad de que los hermanos Pevensie regresaran a su mundo, pero en este ya se ha recompuesto y ha arreglado las cosas con Peter =') Es que son tan lindos, tan tiernos e inocentes. Me encanta escribir sus escenas por lo dulces que son :'3

Como habéis podido comprobar, Aslan ya ha sido sacrificado en la Mesa de Piedra, Susan y Lucy andan perdidas en el bosque y el Campamento Rojo se está preparando para la guerra. Sobra decir que se avecinan capítulos muy, pero que muy intensos. Vamos a tener drama y acción a tutiplén. Así que idos preparando, querubines míos, porque vamos a sufrir xP

Y eso es todo por el momento. Espero que os haya gustado el cap. y que hayáis disfrutado la lectura. Si es así, por favor, no olvidéis votar y comentar, que eso me anima muchísimo a seguir escribiendo =)

Besos ^3^

P.D.: lo orgullosa que me siento de Syrin y su tremenda evolución como personaje :'3

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