69º juegos del hambre

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

(Esta capítulo es un breve resumen de los juegos de Solaline. No tienen por qué leerlo si no quieren, tan solo si les interesa, ya que se harán varias menciones a estos a lo largo del fan fic)

Desperté con una sensación puntiaguda en el pecho. A nadie le resultaría extraño, teniendo en cuenta que hoy era el día de la cosecha, menos a mí. Yo solía estar omnipresente, vivía las cosas como si fuese otra persona. Hoy no, hoy tenía una molesta presión en el pecho. Apenas pude desayunar con esa sensación, lo que me molestaba, ya que era el mejor desayuno que había tenido en meses.

Mi madre había salido a alimentar a los animales, ya que de eso vivíamos. Aunque también de la agricultura, ya que aquí, quien tenía suficiente tierra para criar animales, iba a sacarle el máximo provecho. Nuestra casa no estaba muy bien posicionada, y al vivir de nuestros cultivos y animales, pasábamos varias temporadas de hambre. Pero, siendo el distrito 10, no era ninguna novedad.

Me duché rápidamente y me vestí con un hermoso vestido verde oscuro que combinaba a la perfección con mis ojos. Di un paseo matutino como cada año con Keira mientras esperaba el regreso de mi madre. Amabas nos hacíamos compañía e intentábamos olvidar la evidente preocupación que nos atormentaba cada año desde, hacía ya, cuatro.

Una vez mi madre regresó, me acompañó hasta la plaza central y me abrazó antes de que nuestros caminos se separaran. Me coloqué en fila con el resto de chicas de entre doce y dieciocho años y, tras que me pincharan el dedo y registraran, me puse en la sección que me correspondía.

Una mujer vestida de forma extravagante se acercó al micrófono. En los cuatro años que había tenido que asistir, siempre anunciaba ella a los tributos, ya que nadie de nuestro distrito había ganado las ediciones anteriores.

No presté demasiada atención, nunca lo hacía. Tan solo el primer año, pero después me di cuenta de que siempre repetía lo mismo, y no estaba interesada en lo que quisiera decir.

Volví a sentir una punzada en el pecho una vez vi que metía la mano en la urna con los nombres de las chicas. Y aunque no escuché nada de su discurso, hubo algo que escuché claramente, "Solaline Grant".

Yo era Solaline Grant.

Tragué saliva, respiré, y salí de entre la multitud.

No podía decir que lucía segura, porque estaba segura de que no lo hacía. Sin embargo, logré disimular que estaba temblando y que en cualquier momento perdería el equilibrio y caería al suelo.

Al chico elegido no lo conocía, sin embargo, no dimos las manos y las levantamos, tal y como procedía.





Nos dejaron despedirnos de nuestros familiares, en mi caso, mi madre; y acto seguido nos metieron en un lujoso tren junto con nuestra escolta, la mujer de trajes extravagantes, y nuestros mentores. Eran dos hombres, uno más joven que el otro.

Pronto descubrí que el nombre del otro tributo era Tomás Sloan, y al saberlo y verlo como un humano, no solo como "el otro tributo", no pude evitar sentir pena con él, como si mi suerte fuese diferente a la suya.

El nombre de la mujer de los peinados extraños era Amanda Lynch, y los de nuestros mentores Pearce Brannock y Greir Rollo.

Yo hablaba mucho, quizás incluso demasiado. Mi compañero no dijo ni una palabra. Intenté mantenerme positiva por ambos, pero lo dejé al descubrir que mis sonrisas y palabras de ánimo le molestaban.

En los entrenos no me fue muy bien. Practiqué con el cuchillo, ya que más o menos lo sabía utilizar debido a mi profesión en casa. En las pruebas de evaluación, me fue aún peor.

Solo hablé y hablé mientras les explicaba la manera más efectiva de matar a un animal con el menor dolor posible.

Mi puntuación fue de dos. Ni a mi escolta ni a mis entrenadores les hizo gracia, aunque tampoco estaban muy sorprendidos. Por otro lado, yo me preguntaba si era mejor así, si de esa forma me dejarían en paz.

Mi compañero obtuvo un diez, bastante sorprendente. Aún así, no se mostró alegre.

El día de la entrevista con Caesar me tuvieron todo el día de aquí a allá. Depilándome, limpiándome, maquillándome y por último, vistiéndome.

Mi estilista eligió una camiseta con volanges y una falda verde larga. Por encima llevaba un corsé, en mi opinión, muy apretado. Cuando terminé de vestirme y me miré en el espejo, no me gustó lo que vi. Estaba preciosa, sí. Tenía el pelo perfectamente planchado, al igual que mis ropas. Pero, como sospechaba, el corsé era demasiado pequeño y apretado, y mostraba la mitad de mis pechos. Eso me ponía incómoda y mucho más nerviosa de lo que ya estaba, pero decidí callarme y sonreír, sabiendo que no arreglaría nada quejándome.

Al ser del distrito número diez, tuve que esperar bastante en la fila. Eso se me hizo cansino, especialmente llevando tacones. Sentí ganas de sentarme en el piso, pero al ver que nadie lo hacía, supuse que no era apropiado y me retuve.

Cuando tocó mi turno ignoré el cansancio y entré saludando y sonriendo. Casi olvidé por qué estaba ahí con tanta luz y vítores.

—Solaline Grant, del distrito diez, bienvenida — me saludó alegremente Caesar.

—Hola, Caesar, muchas gracias — respondí con la misma energía.

—Vaya, vaya, tus estilistas se lucieron con tus vestimentas, ¿no crees? — comentó observando mi ropa, específicamente, la parte alta del corsé.

Esa acción me provocó nauseas, pero sabía que la entrevista era mi única oportunidad de ganarme al público. En otras palabras: si la cagaba ahora, podía darme por muerta.

—¿Verdad que sí? ¿Has visto que mangas más bonitas? — pregunté sonriente, tratando de apartar su mirada de mis pechos de manera disimulada.

—¡Y que lo digas! Dinos, ¿Cómo se relaciona con tu distrito?

—Diría que es un traje de lechera moderno. No lo entiendo mucho porque yo no soy lechera, pero es muy bonito. Pensé que me iban a vestir con granos para gallinas o algo así — admití, bajando un poco el volumen, pensando que había dicho algo fuera de lugar.

Para mi sorpresa, Caesar soltó una gran carcajada. Esta me provocó tanta calma que se me escapó una pequeña sonrisa.

El resto de la entrevista fue fenomenal. Caesar estaba encantado conmigo y no hizo más que reírse y elogiarme, lo cuál me dio la suficiente confianza para preguntar lo que llevaba rondando por mi cabeza desde que entré en el Capitolio.

—Perdón por interrumpirte, Caesar — me disculpé con antelación, algo avergonzada —, pero he visto que la mayoría de tributos tienen apodos y...quería saber si tenía alguno que, preferiblemente, no fuese la chica maíz, o algo parecido.

Mi último comentario hizo que tanto el presentador como el público rieran, quizás pensando que bromeaba, a pesar de que no lo hubiese preguntado con ese fin.

—Pues teniendo en cuenta que tu nombre es "Solaline"...¿Qué te parece "la chica del sol"? — propuso, provocando que todo el mundo gritase entusiasmado, dando su aprobación.

—Si a ellos les gusta, a mi también — sonreí ampliamente, más que satisfecha.

Mi entrevista terminó y pude escuchar como todos vitoreaban "chica del sol". Eran tantas las voces que, justo antes de salir, me acerqué un poco al público y me llevé un dedo a los labios, pidiendo silencio en broma mientras sonreía. Después de esto, a las voces se le unieron aplausos.

Al menos no la había cagado.





Una vez nos despedimos de nuestros mentores y escoltas y nos pusieron el dispositivo de seguimiento, un autodeslizador nos dejó en la arena. Y cuando digo arena, me refiero, literalmente, a arena. Era un desierto. Un desierto arenoso y rocoso. En el minuto que concedían antes de tener que salir, vi que en la Cornucopia había comida y algunas armas. Probablemente la única comida que había alrededor.  No obstante, cuando llegó la hora de salir de nuestros puestos, salí corriendo en dirección contraria mientras todos iban al medio. No era tonta, sabía que no era tan rápida, no tenía ninguna posibilidad de salir de ahí con vida. Confié en que podría sobrevivir sin agua y comida al menos dos días, al fin y al cabo, no sería la primera vez que escaseaba de alimentos básicos. Una vez necesitara alimentarme e hidratarme para poder seguir, estaba segura de que me las ingeniaría.

Corrí lo más que pude, procurando alejarme lo máximo posible del resto. Me paré una vez a mi al rededor solo se podía ver arena...y cactus.

Corrí hasta que encontré una roca lo suficientemente afilada para provocar un corte. Al encontrarla, corrí de vuelta hacia el lugar que había abandonado. Corté los extremos de los tallos y empecé a dar pequeños saltos de emoción al ver como caían lentamente gotas de estos.

—Vamos, distrito diez— animé para mis adentros, agradecida de haber prestado atención a las aburridas asignaturas de clase sobre las plantas.

Estaba la posibilidad de que su agua me provocara diarrea, ceguera o incluso la muerte, pero en esos momentos, ¿realmente importaba? Aunque sin duda prefería las dos últimas antes que tener diarrea delante de toda Panem.

Recogí las gotas con la palma de mi mano y bebí el agua. Era refrescante, no tan limpia como la del capitolio, pero estaba bastante segura de que no me iba a pasar nada.

La hidratación ya no iba a ser un problema.

La primera noche me alejé un poco más de donde me encontraba al distrito y dormí aferrándome a la roca. Proyectaron los ocho fallecidos de ese día en la pantalla, pero ninguno era mi compañero de distrito. Me pregunté si él habría descubierto los cactus.

Sabía que me había alejado lo suficiente del resto, pero realmente ¿podía alejarse uno lo suficiente en los juegos del hambre? Seguramente no, pero si no descansaba los primeros días, no iba a poder hacerlo nunca. Con mucha dificultad, tras unas horas, conseguí dormirme.





Me mantuve alejada de todos los tributos por dos días, pero cada vez se me hacía más difícil ya que solo quedábamos once. Además, estaba hambrienta. El tercer día recibí un regalo de los patrocinadores. Me resultó extraño teniendo en cuenta lo mucho que costaba cada uno de estos, no pensé que fuese tan popular. Murmuré un pequeño "gracias" con ilusión y lo abrí. Era comida. La comí poco a poco, ya que tenía un papel que mantener, porque si fuese por mí, no hubiera durado ni tres segundos en mis manos.

Esa misma noche mi compañero falleció. Lloré, silenciosamente, y me sentí más débil que jamás lo había hecho en dieciséis años. Además, un pensamiento que no cruzaba por mi mente desde que tenía unos siete atravesó mi mente, y era que quería a mi mamá. Sabía lo patético que era, pero era cierto. Quería despertarme y que me acariciara el pelo, mientras me tranquilizaba diciéndome que todo había sido una pesadilla.





Era el quinto día, y a base de esquivar a todos y huir al segundo en el que escuchaba el mínimo ruido, me posicioné entre los tres últimos finalistas. No pude disfrutar de ese pequeño triunfo, si se le puede llamar así, pues por el calor del desierto y el no comer en casi tres días estaba desfallecida. Sí, tenía agua, pero no la suficiente como para refrescarme. Sudaba tanto que llegué a jurar que ese sería el motivo de mi muerte.

—A la mierda— murmuré.

Suspiré, bajé la cremallera de la parte superior del mono y la amarré a la cintura. No llevaba camiseta debajo, por lo que quedé en sujetador. Había estado cinco días aguantando ese calor con manga larga, por lo que eso era lo que menos me importaba.

Unos minutos después, me llegó mi segundo regalo. Al ver que era una botella de agua, no lo pensé dos veces y me la tiré por encima. El recipiente lo utilicé para recolectar las gotas de los cactus.

Estaba claro que no lo había pensado bien, porque una hora después, me llegó otro regalo. Ahí fue cuando me di cuenta del porqué una chica del distrito diez había recibido tres regalos. Me entró la misma sensación de asco que en la entrevista con Caesar.

No obstante, acepté el regalo, debido a que no me encontraba en condiciones de desperdiciarlo por muy incómoda que estuviese. Lo abrí y me encontré que, en su interior, había un cuchillo. Tragué saliva al darme cuenta de lo que significaba, y era que a estas alturas del juego iba a tener que matar si quería sobrevivir. Había tenido mucha suerte huyendo, pero ya solo quedábamos tres.

Por la noche volví a subirme el mono y guardé la botella en uno de los bolsillos del pantalón. Avancé sin prisas cuando escuché el sonido de una rama tras unas rocas. Mi pulsación comenzó a acelerarse, ya que era bien sabido que en los desiertos no habían árboles. Por lo tanto, el sonido de una rama solo podía significar una cosa. Un tributo.

Lo siguiente que ocurrió lo recuerdo a cámara rápida. Un chico salió corriendo de su escondite hacia mí, y como reflejo, posicioné el cuchillo a la altura de su estómago. El chico debió de no verlo, por lo que se lo clavó él mismo debido a la velocidad a la que estaba corriendo hacia mí.

Las lágrimas se acumularon en mis mejillas y la culpa en mi pecho. Aún con el cuchillo en él, lo dejé poco a poco en el suelo.

—Lo siento, lo siento mucho — sollocé, apretando su herida con mis manos tratando que doliera lo mínimo posible.

Minutos después se escuchó un cañón. Las lágrimas, de culpabilidad y terror al ver morir a alguien, que amenazaban con salir finalmente lo hicieron.

Ya no volví a dormir, no siendo finalista.

Pensé tener una alucinación al ver una serpiente cascabel, igual a la que había comido una vez al visitar a una amiga de mi madre. Sabía que era comestible, y yo llevaba tres días sin comer. Me acerqué y le clavé el cuchillo. Cogí los palos que habían delatado al tributo que había asesinado y formé un fuego. Le corté la cabeza a la serpiente, pasé su cuerpo por el fuego y me la comí.

Sé que hubo una última batalla con el tributo del distrito uno, pero lo único que puedo recordar a partir de ahí es el:

"¡Señoras y señores, la ganadora de los 69º juegos del hambre!"






No dije nada en la gira de victoria, lo tuvo que hacer Amanda.

No dije nada en el tren.

Mi madre había desaparecido, con Keira sabía que era mejor no hablar, así que no dije nada al regresar a mi distrito.

No dije nada ya que la tristeza es difícil de conllevar, no obstante, ahí tienes el pequeño consuelo de que ese dolor ha sido provocado por un tercero, la mayoría de veces no depende de nosotros. Pero, ¿la culpa? Cuesta mucho más lidiar con la culpa, porque ahí sabes que tú eres el responsable, tú eres ese "tercero". Eres el responsable de la tristeza ajena, y por consiguiente, de la tuya. Ese dolor no te abandona fácilmente, sino que se queda en tu mente, y te machaca una y otra vez. Sin descanso.

Como han visto, el prólogo es un pequeño resumen de los primeros juegos en los que participó Solaline para que vean un poco de como era antes, durante y, a lo largo del libro, después de los juegos.

Mi idea era subir el prólogo en unos días, pero he estado bastante ocupada así que lo más probable es que lo publique dentro de una semana. No obstante intentaré sacarlo lo más rápido que pueda.

Gracias por darle una oportunidad a la historia, espero que les guste tanto como a mí <3

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro