Capítulo 1

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"But I'm so scared of losin' all control

Don't you tell me it's better to let go

When the weight of the world feels so close

It's only me, me, me

Hard to sleep, could it be

Only me, only me?"

-Hard to sleep;  Gracie Abrams



Me encontraba en la casa de uno de mis viejos mentores, Greir, junto con mi otro antiguo mentor, Pearce. Estábamos sentados frente a la televisión esperando a que Snow saliera a anunciar cuál sería la novedad en estos juegos, ya que era el tercer vasallaje de los veinticinco. 

No estaba segura en que momento había empezado esta pequeña "tradición" de reunirnos en casa de uno de nosotros y ver los anuncios obligatorios juntos, al fin y al cabo éramos vecinos, pero como cada uno tenía su propia vida, no pasábamos demasiado tiempo juntos. 

Era algo tranquilizador tener a alguien cerca, nunca se sabía que podría anunciar Snow. En mis peores pesadillas, nos mandaba de vuelta en la arena. Al despertarme podía pasarme horas convenciéndome de que no era real. 

—¡Greir, correr! ¡Ya empieza! — le chillé al dueño de la casa, quien había salido a buscar cigarros. 

Tenía un horrible vicio. Me ofreció, pero lo rechacé con una mueca de asco que le hizo rodar los ojos. Sabía que si los probaba y me tranquilizaban tanto como aseguraban, me iba a ser muy difícil parar. Si había sobrevivido los juegos no iba a morir por algo que encima costaba dinero.

Snow saludó y dio un pequeño discurso, en el que básicamente nos recordaba como los distritos éramos esclavos del Capitolio. 

Tras regocijarse en lo que me pareció una eternidad, finalmente elevó a la altura de sus ojos la papeleta que anunciaría la atrocidad de esta arena. Incliné mi tronco levemente hacia delante, interesada en lo que iba a decir, sin querer perderme ni un detalle. 

"Para recordar que ni siquiera los más fuertes son rivales para el capitolio, para el tercer vasallaje de los veinticinco, los tributos masculinos y femeninos deberán ser elegidos de entre los vencedores de cada distrito".

Sabía que habían sonidos saliendo de la televisión, pero para mí la habitación estaba en completo silencio. Me queda petrificada, con la mirada clavada en la televisión, en donde veía al responsable de todo el dolor que sufrí y estaba sufriendo. 

Me seguía repitiendo a mi misma que esto no era real,  no podía serlo. Había sido elegida, había ganado, me tocaba descansar. Y mi descanso no había sido un descanso digno, que digamos.

Comencé a trenzar mechones de cabello de forma involuntaria mientras sentía que mi corazón se iba a salir de mi pecho y lo iba a terminar vomitando. Por mucho que esperé no me desperté de ninguna horrible pesadilla, esta era la realidad. Debía volver a la arena.

Y entonces, me vino a la mente. Finnick. Él era el único ganador masculino masculino de su distrito. Iba a tener que ir sí o sí, tampoco había otra opción para él. 

Miré a mis antiguos mentores con lágrimas en los ojos. No sabía que reflejaba mi rostro, pero debía ser parecido a la expresión de puto terror de ellos dos. Sin pensarlo más, salí corriendo de la casa hacia la estación de tren. No me molesté en dar explicaciones. Lo más probable es que pensaran que salí corriendo por la angustia. Al fin y al cabo, yo era la única tributo femenina del distrito diez. No iban mal encaminados, pero el motivo por que avanzaba a tal velocidad no era por mí, sino por Finnick. Solo salía un tren a esta hora, si corría lo suficiente, podría alcanzarlo.

Pequeñas lágrimas se derramaban por mi rostro mientras avanzaba. Pensé en Mags, muy mayor como para poder sobrevivir a las torturas del juego. Y en Annie, mi querida Annie, demasiado afectada por estos como para lograrlo.

Cuando llegué a la estación vi como mi tren se alejaba, ya se encontraba lejos, no podía ni saltar sobre este. 

—Mierda, mierda, mierda — mascullé para mi misma mientras notaba como más lágrimas amenazaban por salir. 

Volví a mi casa sin prisa. Observé mi distrito mientras lo hacía, sabiendo que era la última vez que iba poder hacerlo. Porque yo no iba a sobrevivir esa arena. Noté cientos de ojos sobre mí. Todos observan a la última ganadora del distrito diez, cuya historia se repetiría. Algunos se compadecerían por mí, otro simplemente me observarían debido a lo poco común que era por las calles y otros simplemente querrían ver mi reacción a la noticia. Pues ahí la tenían. Una chica de veintidós años vagando por los callejones con lágrimas secas en el rostro. 

Al estar caminando distraída, terminé chocándome con alguien. Me disculpé y al levantar la cabeza para ver quien era me encontré con un rostro ya no tan familiar. Me quedé congelada mirándola. 

—¿Solaline? — abrió sus grandes ojos de par en par.

Estaba muy cambiada, estaba mucho aún más guapa que antes, y eso era difícil. No obstante, aún podía ver en ella a la que fue mi mejor amiga tantos años atrás.

—Ajá — contesté, queriendo terminar lo antes posible con esta indeseada interacción mientras notaba como me empezaba a faltar el aire.

 —No te veo desde hace...—empezó a decir, dubitativa

—Seis años — finalicé la frase por ella.

La castaña asintió, sabía que quería decir algo pero no se atrevía.

—¿Estás bien? — interrogó con preocupación en sus ojos. 

No pude evitar soltar una carcajada.

—¿Quieres despedirte o algo? — pregunté retóricamente.

La chica apretó los labios y frunció el seño. Me di cuenta de que le había dolido el comentario, pero en vez de disculparme como quería hacer, comencé a caminar de nuevo. Era lo mejor. 

Sentí como alguien me agarraba del brazo. Me giré de nuevo, quizás de una forma un tanto brusca, y le agarré la mano con mi brazo libre.

—Aléjate, Keira, lo digo en serio.

—¡Ten más cuidado! — exclamó con una cara de horror mientras se libraba de mi agarre,

Quizás había sido un poco más agresiva de lo que estaba acostumbrada, pero no me pareció que fuese para tanto. Entonces noté como llevaba sus manos a su barriga. Pestañeé varias veces, ¿Cómo no lo había visto antes? Estaba embarazada de unos...¿Ocho, nueve meses?

—Ocho meses — comentó como si me hubiese leído la mente. Asentí.

—Felicidades, supongo — fue su turno de asentir.

Me puse en marcha de nuevo, esta vez no me tiró del brazo, pero si escuché como gritaba mi nombre. Me giré en mi sitio. 

—Se va a llamar Lily — me informó.

La miré fijamente y me remojé los labios, la boca se me había quedado seca. No volví a habalr y seguí andando antes de que tuviese la oportunidad de echarme a llorar. Seis años, seis años y lo iba a cumplir.

Pues claro que lo iba a cumplir, es Keira.

Tras quince minutos llegué a la villa de vencedores, pero no quería entrar ahí. No quería pasar mis últimos minutos en una casa tan triste, vacía y con  tan malos recuerdos. Decidí caminar más hasta llegar a la destrozada casa de mi infancia. La que al contrario que mi lujoso hogar, si contenía buenos recuerdos. Llevaba cinco años sin pisar esta casa. Tras mis primeros juegos fui algunas veces para llevarme algunas cosas, y sobre todo, para sentirme más conectada a mi madre, quien llevaba seis años sin ver, y esperaba que estuviera a salvo. Había aprendido a estar sin ella, pero era imposible no recordarla. 

Al entrar por la puerta y ver que nada había cambiado, la realidad me abofeteó en el rostro. Caí de rodillas al darme cuenta que este año iría a esa arena sin una conversación de mi madre, sin un último abrazo. Nuestro último abrazo había sido al salir elegida. ¿Estaría ella pensando en lo mismo? ¿Habría visto las noticias? No me había dado cuenta de lo mucho que la necesitaba como ahora. 

Apoyé mis manos en el piso, delante de mis rodillas y lloré. Lloré todas las lágrimas que me había contenido. Ahora y en los años pasados. Por los tributos que asesiné, los que perdí, y lo muchísimo que me habían jodido la vida los juegos. 

Revisé mi casa, encontrando recuerdos, que para mí eran pequeños tesoros. Al pasar a a habitación de mi madre y abrir el armario, vi un paquete que tenía un papel encima. Se notaba que era viejo por su tacto y aroma. Lo levanté y leí lo que decía. 

"Para los 21 de mi Sole"

Y solo eso, solo ver el apodo, hizo que volviera a derramar lágrimas. Pegué el papel a pecho y lo apreté con ambas manos. Lo había arrugado, pero si lo soltaba, me derrumbaría del todo. Liberé una de mis manos y la utilicé para abrir la caja. Saqué el contenido y vi un precioso vestido verde. Debía haberle costado muchísimo. Los ahorros de dos meses por lo menos. Todo por darme un bonito regalo de 21 años. 

Y entonces me di cuenta. Partí hacia los juegos con dieciséis. Por la cantidad de polvo y la textura del papel era fácil averiguar que llevaba ahí todo ese tiempo. Lo que significaba que ella creía en mí, y sabía que lo lograría. Un sollozo se escapó de mi garganta.

 Pensaba que antes había llorado hasta quedarme seca, pero estaba demasiado equivocada. Las lágrimas contenidas durante seis años no iban a detenerse tan pronto. Agotada de tantas emociones y tantos sentimientos, me acosté agarrando aún el trozo de papel y me dormí pensando en todos los buenos recuerdos

Me desperté de golpe cuando escuché un ligero movimiento. Otra consecuencia de los juegos. Era incapaz de dormir profundamente, hasta una brisa era capaz de despertarme de la peor manera posible. 

Había empezado a salir a correr para descargar tensiones. Con el tiempo terminé comprando un sable, una de las pocas armas legales en mi distrito, y comencé a practicar con él. Si había algo que había detestado más que sentirme culpable estos últimos años era sentirme débil. Me prometí a mi misma que no volvería a sentir así.

Me giré a ver que había producido el ruido y al ver de que se trataba, mi corazón dio un vuelco. 

—¡Finnick! — exclamé, levantándome torpemente de la cama y yendo directamente a abrazarle. 

Me atrapó ya que casi tropiezo y me atrajo hacia él. Apoyé mi cabeza sobre su pecho y le rodeé el torso con mis brazos, como una niña asustada. Como la niña asustada que era, mejor dicho.

—Fui a la estación para ir a verles, pero justo cuando llegué el tren se había ido y después viene aquí...— comencé a explicar a toda velocidad. 

El rubio me acalló y se despegó de mi, manteniendo sus manos en mi cintura. Observó mi rostro y puso una mueca de estupefacción. 

—¿Estuviste llorando? — interrogó.

Yo sabía que no pregunata por qué estuviera fuera de lugar teniendo en cuenta la situación en la que nos encontrábamos . Era por el hecho de que no me había visto llorar en cinco años. Pero para ser justos, yo a él tampoco. 

—No — giré mi cabeza, algo avergonzada. 

No sirvió de nada, ya que me agarró con sutiliza de la barbilla y me obligó a mirarle.

—Puede — admití —.Pero no es por lo que crees. Encontré un regalo de mi madre y...es una tontería en verdad — traté de justificarme, como si tuviera que hacerlo.

Me penetró con la mirada aún con la mano sujetándome la barbilla, hasta que tras unos segundos la bajó. 

—Nunca hablas de tu madre — observó. 

—Nunca hay nada que hablar. Me gusta pensar que está bien — subí los hombros, restándole importancia. 

Vi como sus ojos apuntaban hacia mi mano, donde sin darme cuenta, aún agarraba la nota de mi madre. Me la arrebató de las manos con sutiliza, yo no me resistí. 

—Para los veintiuno de mi Sole —leyó, después una pequeña sonrisa se formó en sus labios — ¿Sole?

—Así me llamaba ella — aclaré, acercándome a la cama y sentándome en esta. 

—Me gusta, igual se lo copio. 

Ese comentario me hizo sonreír débilmente tras lo que me habían parecido años. 

—¿Qué haces aquí? — pregunté. 

—¿Por qué fuiste tú hacia la estación? — preguntó de vuelta. 

Asentí, indicándole que entendía lo que quería decir. Que yo me preocupaba por él, pero él también por mí. 

Me levanté de la cama y me acerqué a él de nuevo. Le volví a abrazar. Quería aprovechar cada segundo que nos quedaba juntos, aunque el rubio tardó un poco en reaccionar. 

—Volvería ahí dentro aunque no tuviera que hacerlo, nunca les dejaría solos. 

—¿Matarías a una serpiente cascabel por mí? — preguntó, vacilón, mientras me miraba.

—Mataría a todas las serpientes cascabel del mundo por ti — aseguré. Y sabía que nunca había dicho algo tan cierto como aquello. 

Finnick se quedó un par de horas en mi casa. Se la enseñé, aunque el recorrido fue bastante corto. Le hablé de las memorias que guardaba en cada uno de sus rincones y me escuchó con esa paciencia y sonrisa tan propias de él. 

—Finnick, ¿Cómo sabrías que estaría aquí?  — interrogué antes de que se marchara. 

—A veces siento que dudas de mis habilidades, y de lo mucho que te conozco — contestó, antes de besar mi frente e irse por el mismo camino que había recorrido para llegar. 

Yo sin embargo, dormí por última vez en mi casa. Y por primera vez en meses, no tuve problema para pasar toda la noche sin despertarme. 

Al día siguiente tuve la primera mañana de cosecha más tranquila en diez años. Ya sabía que iba a pasar, esa incertidumbre ya no jugaba con mi cabeza. Y aparte, ya había llorado lo suficiente ayer por mis miedos. No desayuné, no había comida en la casa. Además, sabía que en el tren iba a tener de sobra. 

Me duché con agua helada y planché el vestido que me había regalado mi madre. Quería llevar algo que me recordara a ella, para que supiera que lo hacía, que me acordaba de ella. 

Salí de la casa antes de tiempo y di algunas vueltas al rededor de esta. Mi distrito, a pesar de todo lo malo, tenía cierto encanto, aún estando vacío ya que era día de cosecha. Vi unas pequeñas flores que habían crecido al lado de los cultivos. Me llamaron la atención ya que era un color poco común en las flores, especialmente las que crecían aquí. Me recordaron a los ojos de Finnick y sonreí.

Me dirigí hacia la plaza principal, y aunque quedaban algunos minutos, me subí al escenario donde ya estaba Amanda. Había decidido quedarse en nuestro distrito porque la otra opción era ir al nueve, y por lo visto, esa idea le desagradaba más que quedarse. 

Al verme me miró con cierta pena. Nunca sabía bien que pasaba por la cabeza de esa mujer. Al fin y al cabo, había nacido y se había criado en el capitolio. Tenía sentimientos, claro estaba, lo que no sabía hasta que punto serían iguales a los míos. 

Cuando la plaza se llenó, nuestro alcalde dio el mismo discurso que todos los años. No lo había escuchado en seis años, pero seguía siendo igual de aburrido. Después de todas las formalidades, era el turno de Amanda de anunciar los tributos.

—Como siempre, empecemos por las damas — habló la del cabello rosado por el micrófono.

—Me presento como tributo — anuncié dando un paso a delante. 

Más de uno pensaría que había perdido la cabeza, pero me negaba a ver como sacaba la papeleta lentamente cuando estaba claro que yo iba a ser la elegida. 

—Muy bien— dijo Amanda, incómoda —.Y ahora, el tributo masculino de este año es...—sacó uno de los dos papeles —Greir Rollo.

Greir era el mayor de los tres. Había ganado los 35º juegos del hambre. No me imaginaba el miedo que debía de sentir al tener que entrar de nuevo después de tantos años después. 

Esta vez no hubo tiempo para despedidas, nos llevaron directamente al tren. A mí no me importaba, no tenía de quien despedirme, pero me sentí mal por Greir, quien tenía una familia. Esta decisión se había tomado, probablemente, por todas las protestas que habían desde que los chicos del distrito doce ganaron. Como todo lo que los habitantes de los distritos hacíamos, se había tomado como un acto de rebeldía. Y ahí empezó la verdadera rebeldía. 

El hecho de que yo no había hablado durante mi gira de la victoria también había causado algún que otro revuelvo. No obstante, yo nunca me pronuncié sobre estos y en seguida fueron silenciados. De vez en cuando me encontraba a mi misma imaginando que podría haber pasado si hubiese hablado o actuado de otra forma.

Con el tren en marcha, Pearce y yo comenzamos a comer. Seguramente él tampoco había desayunado. Greir, por otro lado, comenzó a beber en otro vagón. No iba a estar sobrio para la ceremonia de presentación, eso estaba claro. 

Amanda se sentó frente a nosotros, con cara de preocupación, como si estuviera alerta.

—Bien, no puedo hacer mucho por ti,y menos por Greir que ni va a intentarlo, pero de ninguna manera me dejas sola con Pearce en los siguientes juegos — bromeó para quitar un poco de tensión. 

Reí levemente, no sabía si porque de verdad me había hecho gracia, por pena o por los nervios. Pearce hizo lo mismo.

—No sé mucho, sólo lo que saben todos los que trabajamos en el Capitolio. El Capitolio ha invertido mucho dinero en estos juegos. Hay una nueva residencia y una nuevo gimnasio, por que lo que todo será nuevo para ti — explicó —.Ese no es el mayor problema, es que juegas contra los favoritos del capitolio. 

Enarqué una ceja y la miré confundida, diría que hasta ofendida.

—Yo soy una favorita del capitolio, ¿te acuerdas?

—Sí, querida, sí. Eras una de los favoritos del Capitolio pero...han pasado seis años. Nadie ha sabido nada de ti y...— empezó a decir, pero se pausó.

—¿Y qué? — me incliné hacia ella.

—Y...eso. Ya no eres la niñita que eras hasta hace seis años. Ya no tienes esa estrategia. 

—Perdón por estar traumada por las atrocidades que he vivido desde que entré en esa arena — resoplé tirándome hacia al respalda de mi asiento. 

—Lo que quiere decir Amanda es, ¿Qué piensas hacer cuando te presentes nuevamente al público? — tomó el turno de palabra mi mentor. 

Lo pensé unos segundos. Tenían razón, ya no sería creíble esa actuación. Porque antes no actuaba, claro está. Ahora me saldría muy forzoso. 

—Puedo intentarlo, si no, ya se me ocurrirá algo — dije para tranquilizarles. 

—Necesitarás aliados. Cuento con que ya los tienes, ¿verdad? — intervino Amanda. 

—Sí. Los del cuatro — contesté, pero antes de poder terminar, mi escolta me interrumpió. 

—Entiendo que hayas elegido a Finnick, pero, ¿Mags? 

Fruncí los labios y me controlé. Entendía que lo que quería, por alguna extraña razón, era protegerme, y con Mags, quien se había ofrecido por Annie, eso se iba a dificultar. Sin embargo, yo me sacrificaría por esa maravillosa mujer una y mil veces.

—Los dos — reafirmé con voz firme, provocando que Amanda asintiera —.Y la chica del siete.

Johanna Mason. Nos habíamos convertido en amigas. No éramos las mejores amigas ya que solo nos veíamos durante los juegos, pero le había cogido cierto cariño. Además, era de las pocas personas con las que podía tener una conversación con cara de hija de puta sin que se molestara. Ella era igual en ese sentido. También había sufrido mucho.

—¿Nadie más? — indagó la de pelo blanco.

—No conozco a nadie más — dije subiendo los hombros. 

—Muy bien, buenas elecciones — concluyó la conversación mi mentor —.Me voy a descansar, deberían hacer lo mismo. 

Ambas asentimos y él abandonó la habitación. Amanda también se iba a ir, pero la llamé. Se giró de nuevo, mirándome. 

—¿Por qué te interesas tanto este año? Nunca antes te había visto involucrándote — pregunté, ya que me había parecido raro que ella hubiese empezado la conversación. 

Mi escolta sonrió con los labios y me dedicó una mirada cariñosa y familiar. 

—Me recuerdas un poco a mi hermana — confesó.

—¿Tiene mi edad? — indagué, sin terminar de entenderlo. 

—La tenía, sí — sonrió melancólicamente —.Buenas noches, chica del sol. 

Y abandonó la habitación, dejándome perpleja. Jamás podría haber imaginado que ella había perdido una hermana tan joven. Quizás me equivocaba sobre ella, y tenía muchos más sentimientos de los que yo veía. 


Bueeeno, ¿Qué opinamos del primer capítulo del acto uno?

Les pido perdón si hay algún fallo o algo un poco raro, pero era un capítulo que necesitaba mucha corrección y me ocurrió algo a medias que hizo que no lo pueda revisar bien. Aún así, espero que lo hayan disfrutado <3

Pd. ¿Les gusta que ponga frases/poemas/letras al inicio de cada capítulo o me lo ahorro? 

Nos vemos la semana que viene!

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