Capítulo 5

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"The smile that you gave me
Even when you felt like dying"
—I love you; Billie Eilish


Justo antes de volver con el resto, un paracaídas plateado aterrizó despacio en medio de ambos. Nos miramos, miramos el paquete de nuevo y volvimos la mirada.

—¿Qué hacemos? — le pregunté a Finnick.

—¿Deberíamos llevárselo al resto?

—Supongo — dije a la vez que subía los hombros —.Los del doce no se fían de nosotros.

—Lo sé.

Entramos a la pequeña caseta, yo llevaba el paquete. Todas las miradas se posaron en nosotros.

—Ábrelo tú, que casi mueres — ofreció Finnick mirando a Peeta.

Se lo entregué y Katniss me miró extrañada. No tenía fuerzas para sonreír, así que simplemente la ignoré.

Peeta desató el cordón y abrió el círculo de seda. En el paracaídas había un pequeño objeto metálico.

—¿Qué es? —preguntó la castaña.

El objeto pasó por manos de todos y cuando llegó a las mías y lo pude ver bien, me di cuenta de lo que era. Agarré el brazo de Finnick y lo miré.

—Es una espita — le dije, conteniendo mi entusiasmo.

Él en seguida abrió los ojos, recordando nuestra conversación de hacía unas horas. Salí corriendo hacia el bosque, buscando un árbol apropiado para encajarla.

—¿Necesitas un agujero, no? — escuché una voz femenina a mis espaldas y asentí

Mags apareció por mi lado izquierdo y me ofreció su punzón. Sonreí y lo introduje en un tronco cercano. Entre el chico del doce y yo abrimos un agujero para que cupiera la espita. Una vez fue lo suficientemente grande, la introduje en este.

Tardaron un poco en salir, pero finalmente cayeron unas pequeñas gotas. Me acerqué de nuevo para ajustarla y conseguí que saliera un chorro de agua.

Nos turnamos para beber de este hasta que a Mags se le ocurrió usar uno de los cuencos que habíamos hecho. Lo rellenamos y bebimos más cómodamente de este.

Una vez hidratados, era hora de descansar. Todos estábamos agotados y apenas era el primer día. Quité la espita del tronco y la amarré a mi cinturón con ayuda de una hoja.

Finnick se ofreció a hacer el primer turno. Ni Peeta ni Mags estaban en condiciones de hacerlo, por lo que Katniss acepta. Yo decidí hacerle compañía pese a que se negó. No iba a poder dormir de todas formas, prefería asegurarme de que estaba bien. Nos quedamos por fuera de la pequeña caseta que habíamos montado en silencio durante la primera hora.

Como estos trajes no estaban hechos a prueba de frío, mi cuerpo comenzó a notar que era de noche. Ahí decidí acercarme a Finnick y entrelazar mi brazo con el suyo.

—Vete a descansar — me repitió.

—Se tirar cuchillos desde lejos, puedo descansar mientras te hago compañía — repliqué.

El rio y acarició mi mano con sus dedos, trazando pequeños círculos en ella.

—Y bien, ¿Qué secreto tienes para mí? — murmuró.

—Buen intento — sonreí siguiendo los movimientos de sus dedos.

—Oh, perdón, había entendido que querías pasar la noche conmigo — me vaciló mientras sonreía pícaramente.

Reprimí una carcajada para no despertar a los demás, pero la sonrisa no se borró de mi rostro. Tras unos segundo observando las figura que estaba trazando en mi piel, respondí:

—Quiero un perro.

—¿Ese es tu gran secreto? —se burló.

—¡No te rías! Eres la primera persona a la que se lo digo porque sé que es una tontería —bajé aún más el tono de voz.

—¿Qué raza? — preguntó tras unos segundos de silencio.

—Un labrador.

—Como no — rio bajando la mirada.

—¡Pero tiene un por qué!

—Bien, ¿Por qué un labrador?

Sentí una pequeña punzada al recordar el por qué. Más bien, la época de la historia que estaba a punto de contar.

—Cuando volví al distrito diez tras los juegos estaba sola, mi madre había desaparecido, ya lo sabes — el asintió, prestando atención —.Conocía a gente del distrito, claro, pero no podía hablar con ellos. Un día salí de noche y me encontré un perro abandonado. Era un labrador — sonreí al recordarlo — y me hizo compañía. Nunca más volví a verlo, pero me ayudó a no sentirme sola durante unas horas.

Al girar la cabeza para ver a Finnick, vi pena en sus ojos. Fruncí el ceño. No quería que me tuviera pena. Era una historia bonita, no triste.

El chico acercó sus labios a mi oreja y susurró, para que las cámaras no lo captaran:

—Cuando volvamos a casa, si aún quieres un labrador, tendrás un labrador — me prometió.

Su respiración contra mi piel me provocó un cosquilleo, y sonreí como una niña pequeña.

—¿Y tú secreto? — pregunté tras unos minutos.

—Eso no funciona así — negó divertido.

—Oh, perdona, pensé que querías pasar la noche conmigo — le imité.

—¿Qué quieres saber? — se rindió finalmente.

Lo pensé, no había nada que quisiera saber. Nada, excepto:

—¿Quién es la mentora?

Entonces, comenzamos a escuchar campanadas, parecidas a las que tocan en el Edificio de Justicia en Año Nuevo. De la caseta salió Katniss, a quién le habrían despertado estas.

—Conté doce — informó Finnick.

—¿Cómo los distritos? — supuso la castaña.

El rubio subió los hombros. Después un gran rayo cayó sobre el árbol de la Cornucopia.

—Vayan a dormir, me toca vigilar a mí — nos dijo ella.

Aceptamos y nos acostamos a la entrada. No había soltado el brazo del chico, y no pensaba hacerlo.

Siempre tardaba mucho en reconciliar el sueño, así que pensaba antes de dormir. Lo que me molestaba en ese momento eran las campanas. Intenté buscarle significado.

Campanas. Doce. Campanadas. Doce. Doce campanadas. Año nuevo.

—Son las doce — murmuré.

—¿Qué? — Finnick se giró para mirarme, adormilado.

—Las doce campanas suenan antes de las doce en año nuevo. Son las doce — comenté.

Estaba muy cansado, así que se limito a sonreírme y a posar un pequeño beso en mi frente antes de seguir durmiendo. Yo lo imité, y por suerte, conseguí dormir un par horas.

—¡Corran! — me desperté de golpe por los chilidos de Katniss — ¡Corran!

Aún estaba dormida cuando me puse de pie y agarré mi sable. El hacerlo tan rápido me mareó y me nubló la vista, así que me quedé quieta unos segundos y parpadeé varias veces. Cuando me recuperé, salí corriendo y vi una niebla acercándose a nosotros. Finnick ya se había cargado a Mags a la espalda, pero Peeta no reaccionaba. No podía irme y dejarlo ahí. Simplemente no podía.

—¡Peeta! ¡Arriba! — le grité mientras le agitaba.

—¿Qué pasa? ¿Qué pasa? —preguntó, desconcertado.

—¡Habla menos y corre más! — exclamé y le agarré del brazo derecho para ayudarle a incorporarse y salir corriendo del lugar.

—¡Peeta! — chilló la castaña al vernos.

—¡Solaline! — escuché un grito masculino algo más lejos que dónde estábamos.

Una vez vi que el rubio estaba a salvo con su compañera, corrí en la dirección de dónde provenía la voz.

—¿Qué ocurre? ¿Están bien? — interrogué al llegar, con la respiración acelerada por la carrera.

—Sí, pero quedaste detrás — comentó.

—Estaba ayudando a Peeta — ambos del distrito cuatro asintieron.

—¿Dónde están? — preguntó Finnick, ansioso.

—Ahora vuelvo.

—¡Solaline! ¡No! — escuché como chillaba él, pero yo ya había echado a correr en dirección contraria.

Me di cuenta de que todo se estaba empezando a venir abajo cuando llegué y vi que las piernas de Peeta se movían de forma espasmódica. Me acerqué a ellos, quienes estaban a poco más de un metro, y tiré del chico. Katniss metió el hombro debajo del brazo de Peeta e intentó seguir mi ritmo. Nos alejamos unos diez metros de la horrible niebla, pero no era suficiente, nos alcanzaría en seguida.

—Alguien tiene que llevarlo — informé.

Ambas nos miramos. Aunque estuviéramos en buenas condiciones físicas, ninguna de las dos era tan fuerte como el panadero, nos superaba en peso.

—Aguanten, ustedes solo aguanten — murmuré con la garganta seca,

Me reencontré con mis amigos y les conté la situación. Finnick regresó a por Peeta, mientras yo cargaba a Mags como Finnick había hecho anteriormente.

Empecé a correr de nuevo y nos dirigí hacia la playa, donde estaba el agua. Conseguí mantener el ritmo durante unos metros, pero cada vez la niebla avanzaba más y más rápido. Sentí como iba perdiendo control de mis piernas y brazos. Tan solo picaba, no había motivo lógico por el cual que me estuviera debilitando. Por culpa de ello tropecé y caí, apoyando una rodilla en el piso. Apreté los dientes al hacer el esfuerzo de levantarme de nuevo. Nunca me había costado tanto. No obstante, mientras lo intentaba, noté como un peso se había liberado de mi espalda. Mags se había bajado.

—No, Mags, puedo llevarte. Puedo llevarte — repetí con la voz hecha un hilo.

Ella sonrió y me acarició la mejilla. Posó un maternal beso en mi cabello y otro en los labios de Finnick y, acto seguido, se dirigió con seguridad hacia la niebla, donde la vimos desaparecer.

Y de nuevo, había silencio en el exterior y ruido en mi mente. Muchísimo ruido. Ni siquiera reaccioné,me quedé parada mirando a la nada. Desperté del trance cuando Finnick me tiró del brazo.

Entonces reanudé el camino. No había tiempo que perder, el sacrificio de Mags no iba a ser en vano. Corrí hasta llegar casi hasta la playa, ahí volví a tropezar. Después, tres cuerpos cayeron encima mía. Sentí ganas de reír, porque era patético. Quizás eran ganas de llorar. O de gritar. No lo sabía, nunca lo sabía.

Katniss balbuceó algo, pero no pude entenderla.

—Se ha parado —dijo.

Peeta, Finnick y yo miramos hacia la niebla, esta empezó a elevarse hasta que no quedó nada.

Los chicos finalmente se rodaron de encima mía. Nos quedamos tumbados observando al cielo, con el pulso acelerado y todo el cuerpo debilitado.

—Monos — murmuró Peeta, señalando vagamente hacia arriba.

Enfoqué la mirada en los árboles y, efectivamente, vi u grupo de monos naranjas observándonos. Nos miramos durante unos minutos, hasta que el chico del distrito doce comenzó a arrastrarse hacia la orilla. Todos hicimos lo mismo, buscando refrescarnos.

En el segundo en el que mi dolorida piel tocó el agua salada, juré que me habían pasado una llama por ella. El dolor era insoportable, jamás había sentido algo así. Mordí mi labio con intensidad para ahogar un grito. Lo mordí tanto que llegué a degustar el sabor de la sangre. Cerré los ojos y, poco a poco, el dolor comenzó a desaparecer, junto con las ampollas de mi rostro y manos. Estaba muy cansada para desabrocharme el mono y limpiar el resto de mi piel, así que me quedé flotando durante unos minutos.

Cuando pasaron unos minutos desabroché la cremallera del traje y comencé a quitármelo. Reí internamente al darme cuenta que estaba desnudándome delante de toda Panem de nuevo. El alivio fue instantáneo una vez el agua terminó de sanar mis heridas.

Me puse de nuevo la ropa y me acerqué a Finnick, quien estaba tumbado en la seca arena. Le arrastré de los tobillos, no puso resistencia, y lo metí lentamente al agua. Ahí si reaccionó y gimió por el dolor. Hice caso omiso de eso y lo mantuve ahí. Después le comencé a bajar el uniforme. Me miró confundido con las pocas fuerzas que le quedaban y yo le devolví la mirada con las cejas levantadas. Asintió y volvió a cerrar los ojos. Le desintoxiqué poco a poco mientras él ahogaba gritos de dolor. Una vez terminé con el cuerpo, solo quedaba la cabeza. Sabía que era la peor parte, así que se la metí de una vez en el agua. Una vez le permití sacarla, tomó una gran bocanada de aire y se agarró a mi brazo. Le retiré con suavidad el agua del rostro que no le permitía ver.

Cuando terminé con él, me acerqué a la orilla y me senté en esta, observando a mis tres aliados. A los pocos minutos el chico del distrito doce se me acercó, pero no me di cuenta hasta que habló.

—¿Me dejas la espita? Voy a por agua — me pidió, haciendo que me cuerpo diera un pequeño brinco.

Llevé mis manos al cinturón y saqué el pequeño objeto. Por suerte, había sobrevivido el trayecto. Se lo tendí al chico. Me agradeció y se adentró un poco en la jungla.

Dirigí mi mirada al agua de nuevo, donde vi como Finnick estaba nadando. Se sumergía y subía a la superficie echando agua por la boca; rodó varias veces en espiral. Después pasó un largo tiempo bajo el agua, y acto seguido saltó delante de Katniss, dándole un susto. Sonreí levemente ante la escena, pero con una sensación amarga en la garganta.

Mucha gente pensaba que no podía hablar porque se me quedaban bloqueadas las cuerdas vocales, o algo parecido, pero no era así. Podía hablar perfectamente, no le pasaba nada a mis cuerdas vocales. Venía de la cabeza. Me bloqueaba y se me formaba un nudo en el corazón. Hacía que me costara hablar, me provocaba incomodidad. El pecho me golpeaba y mi lengua se trababa, sin querer articular. Era difícil de explicar, y mucho más de entender, incluso para mí.

Katniss y Finnick regresaron a la arena después de una breve conversación. El chico se sentó al lado mío, pero no dijo nada.

Noté como alguien me tocaba el brazo. Estaba en modo automático así que, como una reacción, saqué mi cuchillo y lo levanté antes de darme la vuelta. Me encontré con la mirada perpleja de Katniss. Solté un suspiro y guardé el arma. Después, Finnick y yo seguimos la mirada de la chica. Nos encontramos con decenas de monos subidos a las ramas de los árboles. Los monos que vimos al llegar no eran ni un cuarto de ellos. Y, por como estaban reunidos, diría que no habían venido a trazar lazos amistosos.

La castaña cargó su arco, Finnick agarró bien su tridente y yo desenterré el sable del hueco en la arena que había hecho. Todo esto sucedió a cámara lenta.

—Peeta —dijo Katniss con voz serena. —. Necesito que me ayudes con una cosa.

—Vale, un minuto, creo que ya casi lo tengo —respondió, aún terminando de hacerle un hueco al árbol—. Sí, ya está.

—Hemos descubierto algo que será mejor que veas —continuó, en tono relajado—. Acércate a nosotros muy despacio, para que no los asustes.

El chico hizo lo que le pidió, aún jadeando por el trabajo con el árbol. Por la expresión de su rostro era fácil descifrar que sabía que algo iba mal.

Se movían a gran velocidad y se deslizaban por las ramas como si les resbalaran. Saltaban a grandes alturas de un árbol a otro con los colmillos y uñas afuera, y con los plumas del cuello levantadas. Sin duda esto no eran monos corrientes. Katniss y yo nos miramos con los ojos bien abiertos.

—¡Mutos! — chilló ella.

La castaña comenzó a disparar flechas a la vez que yo lanzaba mis cuchillos a aquellos que estaban más lejos. Mientras, Peeta y Finnick se encargaban de aquellos que se acercaban a donde estábamos. Me quedé sin cuchillos, por lo que no me quedó otra que usar el sable. Nos colocamos formando un cuadrado. Pronto el hedor a sangre y mono empezó a hacerse más fuerte.

—¡Peeta! —le chilló Katniss—. ¡Tus flechas!

Peeta se giró y empezó a descolgarse el carcaj del hombro. De la nada, un mono saltó de un árbol y aterrizó en su pecho. Finnick estaba rodeado, Katniss sin flechas. Vi como la chica empezaba a correr hacia su prometido. De repente, apareció dando vueltas, delante de Peeta, ensangrentada y con las pupilas dilatadas dando un chillido. La tributo del Distrito 6 se abalanzó sobre el mono.

—¡No! —grité, acercándome a ella con el objetivo de matar a la criatura antes de que la atacara. No obstante llegué tarde, ya que el animal le clavó los colmillos en el pecho.

Igualmente le atravesé con el sable y la mutación consiguió herirme la pierna. Fue un dolor instantáneo que mareó, pero lo ignoré para seguir peleando hasta que soltó a la mujer. Miré a Katniss y ella asintió, entendiendo y aprobando lo que iba a hacer.

—Te cubrimos.

Cargué con la tributo del distrito seis hasta la playa, usando todas mis fuerzas. Ya no habían monos en el camino, solo algunos cadáveres de estos. Aunque la mujer no era pesada, se me complicó cargarla debido a mi pierna herida, que ya comenzaba a doler. La dejé en la arena y me senté contra un árbol, presa del dolor. Katniss y Peeta se quedaron con la mujer mientras Finnick vigilaba los árboles. Un tiempo después regresó y dejó mis cuchillos, ensangrentados, a mi lado.

Le miré confusa, con la vista algo borrosa.

—Pensé que los querrías de vuelta — explicó.

Su voz sonaba lejana, pero sabía que estaba a mi lado. Eché la cabeza hacia detrás y cerré los ojos. Cada vez que parpadeaba sentía que pasaban cinco minutos.

—¿Sole? — escuché su voz, sonreí por el apodo.

—No pienso llamarte Finn, es bastante feo — bromeé, pero no tenía fuerzas para tratar de hacerme la graciosa.

—¡Solaline! ¡Por Dios! —escuché su tono preocupado, por lo que intenté espabilarme —Tu pierna sigue sangrando.

—Creo que sabría si eso pasara, Odair — reí débilmente con ironía.

Pero cuando abrí los ojos y vi la mirada preocupada de Finnick junto sus manos llenas de sangre, me di cuenta de que decía la verdad. Mi estómago se hizo un nudo y sentí ganas de vomitar.

Escuché al chico del cuatro llamar al resto. Quise quedarme atenta para ver que sucedía, pero mis ojos se cerraban. Me llevé las manos a la cara. Empecé a ver todo negro. Me froté los ojos, parpadeé, me concentré...nada servía. Me rendí y cerré los ojos. Escuchaba voces al fondo y algunos toqueteos en la pierna, pero no parecía algo que me estuviera pasando a mí. Parecía un sueño. Bastante lúcido. Pero estaba bastante segura de que no era un sueño.


Sé que después de este final me van a querer matar, y como les tengo miedo y aprecio mi vida, les dejo saber que la próxima semana actualizaré dos veces (el miércoles y el domingo), lo que nos acercaría al final del acto uno. Nos vemos! <3

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