Después del toque de la campana roja del templo siempre venía la duda.
Una campanada era la llamada a la adoración de los dioses. Dos significaban el adiós a un buen amigo. Tres estaban reservadas al desafortunado encuentro con un habitante de la Fosa de Huesos. Cuatro precedían a una invasión de monstruos. Cinco anunciaban la muerte misma arrastrada por las carcajadas de los cazadores de almas. Seis acompañaban el fuego descendiendo del cielo y siete presagiaban la guerra final.
Aquella mañana, la pequeña ciudad de Vinral amaneció bajo el halo espectral de una nevada, y el azar la despertó con tres toques del badajo que serían solo el presagio de algo más.
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