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  Anäis despertó dos horas más tarde esa noche. La alarma en su celular vibrando para recordarle tomar sus pastillas contra la alergia.

Su mano quedó suspendida antes de agarrar el bote de medicamentos.

—¿Neeson?— preguntó inútilmente al espacio vacío a su lado.— Ay, Dios.

Hizo las sábanas a un lado, se atusó como pudo el cabello y lo buscó por los alrededores. No era normal en él levantarse a media noche, solo pudo encontrar a Treena calándose un cigarro en el capó del auto.

— ¿Has visto a Neeson?

— No, ¿Quieres?— le extendió la cajetilla.

— No, ahora no.— Empezaba a sentirse nerviosa.— ¿Me acompañas a buscarlo?

— Está bien, déjame coger la chaqueta.— la rubia aprovechó para escribir una nota rápida sobre un papel arrugado por si Greg o Abraham despertaban. Entonces se dió cuenta de lo que estaba pasando.— Anäis, los chicos tampoco están.

(...)

— “Dicen que Matthias Collighan fué maldito por no cumplir el pacto, por eso la oscuridad de la casa lo absorbió hasta congelar su alma. Quienes entran desde entonces no salen con vida."— Había dicho el marinero a los jóvenes aquella mañana.— " Es, y siempre será una casa maldita, a menos que alguien realmente pueda cumplir con el pacto"

Salir o no de la 1028 fué lo último que les preocupaba a Greg y Abraham, aunque no sabían que su amigo Neeson ya se había aventurado en las ruinas, entraron para satisfacer su curiosidad y ambición.

" Aquel que cumpla con el espíritu, poseerá riqueza de un valor infinito "— Fué lo último que les contó antes de subirse a su barco anclado en el viejo puerto, el señor se despidió zarpando a iniciar su rutina de pesca.

Ambos se encontraron con una puerta cerrada, trataron de forzarla pero en vano. Por después notaron el vaivén de las ventanas. Intercambiaron miradas y las saltaron.

Allí hacía tanta corriente como para que empezaran a temblar de inmediato. Cada objeto degradado, cada rincón frío y oscuro.

— ¿Tienes fuego?— Preguntó Greg a lo que Abrahan le mostró un encendedor.— Bien.

Trató de poner madera en la chimenea, pero las tablas podridas se deshacían en sus manos. Era muy extraño, casi de inmediato una leve capa de hielo comenzó a cubrir las superficies del salón.

— Esto es ridículo Greg, ¿Por qué hace tanto frío?— la boca del pelirrojo castañeó.

La madera seguía resistiéndose a encender, y la temperatura descendía por segundos.

La atención de Abraham cayó sobre el retrato, lo único que no estaba desgastado. Frunció el ceño arrojándolo a la chimenea y encendiendo el mechero sobre este.

— Creo, que ya sé de qué va el pacto.

Greg no era el único que lo estaba escuchando.

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