Caos cotidiano: Armarios y desastres.

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¡Y he aquí lo que iban a hacer! 

Una vez había venido Chimi y por tanto habían hecho la incursión de los churros, la Perra Fulana decidió raptarlo. Pero también raptó a Cuatro, la cual debía ser suya... y así terminaron Chimi y Cuatro metidos en el armario de Fulanilla —también llamada Fula o Nilla—, y ellos dos se pusieron a discutir —cómo no—.

Así que estaban la chavala y el chaval encerrados en el armario y armando una discusión cotidiana que podía surgir por cualquier cosa que es mejor no decir. Y en aquel momento entraron Lexuga y otras dos o tres personas en la maravillosa habitación. Pues aquello era casi como una pequeña mansión, en la que la habitación privada de Nilla era la mayor fantasía: era gigante en comparación al tamaño habitual de cualquier cuarto, tenía una inmensa y lujosa cama sacada de cualquier sueño, las paredes forradas de estanterías llenas de libros, muchos libros, y un gran escritorio muchas cosas: libretas y papeles y papeles, con ideas y cosas que es mejor no imaginar, un portátil mágico, muchos bolis bic y post-its, y botellas de agua y regalices. Lo último era considerado una droga.
Y en una pared estaba el amplio armario, que en aquel momento contenía cierto ruido y movimiento...

—¿Qué le pasa al armario?

—He metido ahí a Cuatro y a Chimi —respondió la dueña de él como si nada, echándose el pelo para atrás con un gesto de diva que le quedaba divino.

Asimilaron la información, analizaron de nuevo la situación... y terminaron en el suelo, riéndose por quién sabe qué...

—¡Aaayy! ¡Cuatro y Chimi en el armario!

Y algunas hacián convulsiones como así: AJHAKSJNABJHVBHAJSASJ

—¡Van a romper el armario! —y seguían riéndose, y el armario seguía moviéndose.

Y justo entonces, se rompió. Literalmente las puertas se salieron de cuajo, y los que estaban encerrados en su interior pudieron asomar la cabeza —hay que decir que estaban caóticos—. 

—¡Eh, mi armario! —se indignó Nilla. Pero lo cierto es que al final le pudo más la risa y las ganas de ver el mundo arder que la indignación. 

—¿Pero qué os pasa? —preguntó Chimi al verlas así.

—Te mentiría si dijera que no me he imaginado la escena de Chimi dándole por atrás a Cuatro dentro del armario...

Esto lo dijo una de las chicas, llamada Elisa la del Cojín.

—¡¡BURRAAAA!! —se escandalizó el chaval, Chimi.

—¡POR DIOS! —dijo la chica, Cuatro, poniendo cara de trauma severo. Y al final se rió de lo disparatadas que eran. 

Olvidando el tema del armario, terminaron por charlar respecto a qué podían hacer. Unos votos decían que dormir, retozar y comer, y otros optaban por armar caos, jarana y cualquier locura. 

—¡Esta noche vamos a los barrios chungos! —recordaron Nilla y Cuatro. 

—Sí, cierto... 

Y en aquel preciso instante, apareció una chica nueva. Llevaba el pelo en dos trenzas, de colores morado, celeste y plateado, y vestía una linda camisa de cuadritos. Pero lo mejor de todo era el arco que la acompañaba, tal si fuera sacado de un libro de fantasía, dorado y negro.

—¡YULS! —gritaron todos.

—Ya la habéis liado parda... —comentó ella—. ¡PUES ABAJO HAY OTRO DESASTRE!

—¿Desastre?

—¿Dónde?

—¿Cuándo?

—¡Yo no he sido!

—¿Quién?

Y entonces se precipitaron todos, Cuatro, Chimi, Nilla, Lexuga, la Elli y Yuls, saliendo en tropel... terminaron en un patio, enfrentándose a un... ¡completo desastre!

No era solo que hubiese tierra y barro por todas partes, las plantas destrozadas, macetas rotas o todos los adornos de las paredes tirados, sino que además la piscina —pequeña y de plástico—, había sido rota, rajada, mordida y destrozada, y había más agua fuera que dentro. ¡Y eso aún no era todo! De los armarios de la limpieza, nadie sabía cómo, habían terminado mil cosas esparcidas. Con lo que había pintura azul, amarilla, marrón, verde y roja por el suelo, por las cosas e incluso en las paredes, y unos productos químicos se habían mezclado, formando una reacción desastrosa. Incluso había cosas quemadas. Y lo peor de todo era que las galletas y la gaseosa se habían echado a perder, pues estaba todo roto y en el suelo; una verdadera pena. Todo eso sin contar los huevos, pues parecía que hubiesen llovido, rompiéndose por doquier; alguien tuvo la mala suerte de pringarse las manos y las zapatillas. 

El pequeño grupo lo observó todo...

—Por la virgencita santísima de la elevada papaya y nuestro señor jesucristo y la gloria del altísimo...

—Anda la puta.

—Uy, JAJAJAJAJA —inserte risa histérica que sale en cualquier momento y sin razones.

—Bueno, a tomar por culo —concluyó Nilla.

TILIIIIIIN, TILIIIIIIIIIIIIN, sonó en aquel momento una campanilla, sonido que se repitió una, y otra, y otra vez por toda la casa. Aquel timbre era imposible no oírlo, aunque estuvieses en el quinto sueño. 

—¡COO, LLAMAN!

Y con eso corrieron todos otra vez en tropel, olvidando el desastre, hacia la puerta.

Entraron dos chavales que ya hemos conocido antes: uno era el del pelo negro y rizado de arbusto, llamado Tomillo —perdón—, y el otro era Perejil, dos centímetros más alto que el primero, con el pelo también algo rizado pero marrón y cara de gitano, dulce apasionado. 

—¡TOMI, PEREJIL! —gritaron las dos perras locas, Dos Dos —Dos y Dos, Cuatro— y Nilla.

—¡Holu, niñas!

—¿Dónde estabas? —inquirió la primera, plantándose delante del chico Perejil. A pesar de que éste era 24 centímetros más alto que ella —y se dedicaba día y noche a decirle canija, pero ella era una pulga empoderada que jamás se dejaría vencer—.

—¡Huyendo de los colombianos! —dijo él, que ya se conocía la historia —historia que ha de ser contada más adelante—.

—¡Hace media hora te llamé para algo importante! ¡Ahora ni me acuerdo de qué era! ¿Te parece bonito? —despotricó la canija.

Él puso su típica cara amargada, que recordaba a la de un perro al que regañas y se enfurruña. —como esto: :[—.

—¡Que estaba huyendo de los putos colombianos! —volvió a decir él. Así que la chica lo dejó pasar, como siempre, obviamente.

Mientras tanto, los otros —unos seis—, se habían quedado al margen observando la escena. No sé cómo, pero hasta tenían palomitas, para ocasiones como esta.

Finalizada la escena, volvieron a lo que estaban —en realidad ninguno sabía en qué estaban—, pero entonces volvió a sonar el timbre: TILIIIIIIIN, TILIIIIIIIIIN. Y antes de que terminase de sonar, Nilla ya había abierto la puerta tan bruscamente que casi la arranca. Los que entraron esta vez no eran dos, sino tres: la chica bajita, con gafas, como un minion —y que podía parecer modosita, pero no te metas con ella que saca las navajas—, y la otra chica con planes de que los patos dominarían el mundo, con complejo de abuela de las galletas, a la que todos llamaban Yaya. Y el tercero era un chico con mirada de psicópata, que tan pronto se estaba parado tan tranquilo como una planta o hacía un ritual satánico. Los ojos de éste, de un color verdoso, a veces con un punto avellana pero casi siempre verdes, habían sostenido encarnizadas guerras de miradas con la chica de pelo y ojos castaños llamada Dos Dos o Cuatro. 

—¡EEEEEH, MIRA QUIÉN LLEGÓ! 

—¿No viene Marsi?

—No, sigue por ahí.

Y antes de que pudieran seguir la conversación, volvió a sonar el timbre: TILIIIIIIN, TILIIIIIIIIIN. Esta vez abrió Chimi, antes de que alguien arrancara la puerta de los goznes. Los que estaban al otro lado no eran dos, ni tres, sino cuatro...

Alex, con una chaqueta de cuero que llevaba siempre, el pelo corto cayéndole en la frente y un gorro negro de lana modo aesthetic, junto a Vianney, quien iba con el pelo largo y teñido de morado y los ojos color verde fosforito —muy de serpiente venenosa—. Las otras dos eran Valsa, otra loca más del grupo, y Cris, compañera inseparable de Elisa —las cuales se montaban un trío con el cojín—. Hubo más gritos y algarabía, y todos se mezclaron con todos.

Total, que el grupo ahí reunido —DosDos-Cuatro, Fula-Nilla, Chimi-Churri, Perejil, Tomi-llo, Yuls, Lexuga, Mini-On, Yaya Ixe, Com psicópata, Elisa, Cris, Alex, Vianney y Valsa—, salieron a la calle.

¿Se preocuparon de aquel desastre que quedaba en la casa? ¡Por supuesto que no! Tenían otras cosas que hacer.


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