17. ETHAN. Traición.

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«Una sola traición basta para empezar a desconfiar hasta de los más leales».

Fred Rogers

(1928-2003).

Ethan se sentía muy inquieto. Madison no se hallaba en casa y cada segundo la añoraba más. Sin su presencia la vida era vacía. Menos mal que habían acordado continuar una vez vencido el plazo del contrato, de lo contrario nada tendría sentido.

     Estuvo pensando, incluso, en comprarle un anillo de compromiso para que asumiese que sus intenciones eran serias, pero pensó que ella lo consideraría demasiado precipitado. Sentía ganas de hacerle caso a esa voz interior que le susurraba que se atara a Madison antes de que se la robasen y le costaba contenerse. ¿Sería, quizá, el primate que llevaba dentro y que acababa de descubrir?

     No estaba preparado de ningún modo para que ella traspasase la puerta principal, furiosa, y que lo empezase a acusar:

—¡Ethan, confiaba en ti! ¡¿Cómo has podido traicionarme de esta manera?! Te amaba y lo que me has hecho me ha dolido mucho más que la infidelidad de Joel. ¿Ha sido por dinero? ¡Si me lo hubieses pedido te hubiera dado todo lo que tengo! —Se quedó anonadado, pues no tenía idea de qué le hablaba.

     Pero la joven, no conforme con las reclamaciones previas, continuó atacándolo:

—¡Sabes la vergüenza que he sentido al estar en todos los medios! —Le tiró una revista amarillista que llevaba entre las manos y casi entra en shock al apreciar en la portada las distintas fotografías en las que se iban desnudando hasta hacer el amor: el rostro de él se hallaba pixelado, pero el de Madison resultaba perfectamente reconocible—. ¡Soy noticia en los canales televisivos, en Internet, en todos lados! Nunca he provocado ningún escándalo y ahora mi sexualidad es el tema de conversación y nadie habla de mis libros. —Empezó a llorar en tanto caminaba hacia la sala y luego se arrojaba sobre el sofá—. Las imágenes de la página web son más explícitas todavía, han colgado un vídeo de nosotros teniendo sexo. —Ethan notó que ya no hablaba de «hacer el amor» y que esta circunstancia de la que él no era responsable rebajaba automáticamente en la mente de Madison lo que ambos habían compartido.

     No obstante entender su desesperación, entró en cólera y bramó:

—Madison, ¿cómo puedes pensar que te haría algo de esta magnitud? —Asqueado, arrojó la publicación al suelo—. Te confesé mi amor, algo que jamás hice con nadie. ¡¿Por qué no puedes tener un poco de fe en mí?!

—Porque, te repito, nunca he pasado por algo similar y la única diferencia que hay en mi vida eres tú. —Maddie lo señaló, dolida, e inundando el salón con las lágrimas.

—Pero debes entender que no he sido yo. Lo que tengo que analizar ahora es quién pudo haber hecho esto. —Se cruzó de brazos y la observó decepcionado: ¡y pensar que minutos antes consideraba cómo comprometerse más con ella!

     Estaba claro como el agua que no lo consideraba suficiente y que este sería el futuro de la relación: siempre que algo sucediese, por mínimo que fuera, le echaría a él la culpa.

     Siguiendo el hilo de los pensamientos se indignó:

—Es por mi trabajo de escort, Madison, ¿verdad? Crees que como me pagan por acompañar y por acostarme con mujeres no tengo moral y que estoy dispuesto a hacer lo que sea para conseguir más dinero. Seguramente piensas que el millón de euros que me has pagado me ha parecido poco y que he visto que puedo obtener mucho más de ti. ¡Es eso! ¡Consideras que soy capaz de todo!

     Constató cómo ahora era ella la que se ponía a la defensiva en tanto negaba:

—¡Claro que no! Pero tienes que reconocer, Ethan, que solo tú vives conmigo aquí y que, por tanto, es lógico que concluya que tú eres el único que pudo haber puesto una cámara en mi dormitorio.

—El único no, Madison, Joel también tenía la llave de tu casa. ¿No deberías haber pensado primero en él? Lo pillamos entrando aquí y su intención era colarse en tu habitación. ¿No era posible que al hacer que lo detuvieran hubiese intentado vengarse de este modo? Esta es la interpretación lógica de los acontecimientos, Madison, culparme es la absurda. Deberías haber sido capaz de hablar conmigo en calma, analizando entre ambos, en lugar de llegar convertida en un basilisco y acusarme de todo. Es una pena porque has roto la magia que hemos disfrutado hasta ahora. No solo me has decepcionado, sino que también me has hecho ser consciente de que esto es una relación unilateral. Yo sí te amo, pero tú no compartes lo mismo ni estás a la altura de mis sentimientos.

     Con el corazón en un puño se giró y subió la escalera hasta entrar en su alcoba. Cogió las maletas y empezó a tirar la ropa dentro, sin preocuparse en doblarlas como era habitual.

—¡¿Qué haces?! —preguntó Madison con voz desesperada.

     La miró: estaba en la entrada y se llevaba la mano a la garganta, como si intentase devolver dentro las palabras vertidas en un momento de desconfianza.

—Irme —le informó, reanudando la tarea—. No te preocupes, te transferiré el dinero. Volveré a Ámsterdam y haré que Patrick se encargue de todo. Ni siquiera es necesario que mantengamos el contacto.

—La decisión es bastante precipitada, Ethan. Por favor, déjame pensar.

—Ese es el problema, Madison, ahora no hay que pensar, solo sentir. Y por lo visto aquí soy el único que siente.

—Hace muy poco pasé por una situación similar, Ethan, deberías tenerlo en cuenta. Desconfiaba de Joel y el detective lo encontró en medio de una orgía.

—Si a estas alturas no te has dado cuenta de que Joel y yo no tenemos ni una sola cosa en común, no hay nada que pueda explicarte. ¿Acaso no te he demostrado millones de veces cuánto te quiero y cuán importante eres para mí? Me duele que me pongas en el mismo nivel que ese pervertido.

—Sé que te encargaste de él y que siempre me has cuidado, Ethan, no deseo que me consideres una desagradecida.

—Pero no se te pasó por la cabeza que Joel podía haber colocado la cámara. —Se detuvo de improviso y la analizó, fastidiado—. No deberíamos tener esta conversación aquí. Si hay una en tu dormitorio también puede haber una en el mío. Llama ahora mismo al detective.

—¿A Charlie? —lo interrogó, desconcertada.

—Sí, a Charlie o a quien sea —y luego le prometió—: Me quedaré hasta que él venga.

     Pero también permaneció, un par de horas después, mientras el detective y dos ayudantes rastreaban la vivienda. No se sorprendió cuando hallaron diminutas cámaras en la habitación de Madison, en su baño y varios micrófonos en la sala.

—Eso es todo —les informó Charlie al finalizar el rastreo—. Deberías hacer la denuncia, Madison.

—Sí, hay que hacerla. —Ethan cogió el teléfono y llamó al novecientos once, demostrándole que nada ocultaba.

     Madison parecía una niña cogida en falta. Lo miraba con los ojos dulces, enormes, sin atreverse a pronunciar palabra. «¿Se habrá dado cuenta de que es imposible que sea yo o todavía duda?», pensó. «Pero será mejor que no le dé otra oportunidad. Si el amor significa este dolor prefiero seguir soltero. Al menos siempre me queda mi trabajo de escort».

     No demoraron mucho los agentes en llegar. Y él siguió esperando para dar su versión. Necesitaba irse, pero su conciencia lo impelía a permanecer allí.

—Volvemos a encontrarnos —los saludó el mismo policía de la vez anterior, salvo que en esta ocasión ambos estaban vestidos—. Parece que últimamente usted es una persona demasiado solicitada, señorita Newhouse.

—Muy a mi pesar. —Madison se hallaba calmada, las lágrimas habían desaparecido—. Quiero saber quién ha colocado esto en mi casa. —Charlie les entregó las cámaras y los micrófonos.

—Joel Walton sigue preso y lo estará por un largo tiempo —reflexionó el agente—. Pero podría haber colocado esto antes de la detención. Aprovecharemos para interrogarlo en la cárcel. ¿Se le ocurre alguna persona que pudiera tener interés en usted? Un ex amante frustrado que pretenda vengarse, un acosador, alguien que hubiese estado de visita.

     Imaginó que Madison lo incluiría en la lista de sospechosos porque poco antes lo había acusado, pero ella solo dijo:

—No se me ocurre nadie más aparte de Joel.

     Sin embargo, Ethan sí recordó a otra persona que se cruzó con ellos de forma inesperada.

—Tuvimos una visita: mi amigo Alexander Wilson —pronunció con énfasis y a medida que hablaba la inquietud se convertía en certeza—. Siempre ha estado celoso de mí y se hizo el encontradizo con nosotros. Estuvo en esta sala y pidió para ir al baño. No lo acompañamos hasta la segunda planta, pudo colocar los micrófonos y las cámaras. —Madison puso cara de dolor, tal vez al recordar los besos y las muestras de cariño tan lejanas.

—Pero no se ensañó con usted, su imagen aparece pixelada —indicó con acierto el agente, frotándose el mentón—. La rabia parece estar dirigida contra la señorita Newhouse.

—Puede ser porque yo rechacé sus avances. —Lo miró con culpabilidad y luego enfocó la vista en el policía—. Tuvo el atrevimiento de ofrecerse para hacer un trío con nosotros, y, por supuesto, me negué... ¿Piensa que es posible que haya sido Alexander el que vendió la noticia?

—No descartamos nada, investigaremos todas las opciones —y a continuación les advirtió—: Mientras tanto es aconsejable que solo dejéis entrar a personas de vuestra confianza... ¿Cambió las cerraduras después del allanamiento de la otra vez?

—Sí, las cambié de inmediato —replicó Madison con voz de niña aplicada.

—¡Perfecto!

     Mientras los demás se hallaban entretenidos, él se encaminó hasta la sala contigua y llamó a su jefe:

Buenas tardes, Ethan, ¿ocurre algo? —este lo interrogó enseguida.

—Buenas tardes, Patrick. No sé si se ha enterado de que alguien le entregó a los medios un vídeo de Madison y yo haciendo el amor. Lo llamo porque creo que es posible que la filtración venga desde dentro de What Women Want Company.

Hemos sufrido un hackeo que hemos denunciado a las autoridades. —Percibió la rabia en el tono del hombre—. Sé que usted no ha sido, Ethan. ¿Sospecha de alguien?

—Sí, de Alexander. Se encontró con nosotros en Nueva York, justo en la puerta de la casa de Madison. ¿Cómo podía saber su dirección? Dijo que tuvo un servicio en la zona con una mujer llamada Mildred. ¿Es cierto?

Déjame corroborar. —Escuchó cómo las manos del jefe pulsaban las teclas con rapidez y con mucha energía—. Estabas en lo cierto, Alexander tuvo un servicio en Los Ángeles, pero ninguno en Nueva York.

—Entonces es muy probable que haya sido él. —No le hizo ninguna gracia que sus sospechas fuesen verdad, pues con ello la empresa quedaría en entredicho—. La policía todavía está aquí recabando información. ¿Cómo procedo?

Diciendo la verdad, por supuesto. Yo también daré su nombre a las autoridades por lo del hackeo, es evidente extrajo de nuestros ordenadores la información. Y que Madison denuncie, también, a los medios que hicieron públicos hechos tan íntimos.

—¿Y qué pasará con Alexander?

Su contrato, al igual que el de todos, tiene una cláusula de privacidad. Si existe algún nexo entre él y el hackeo o entre él y los otros delitos será despedido. Mientras tanto será apartado del cargo hasta que finalicen las investigaciones.

     Como si estuviera flotando entre las nubes Ethan continuó conversando y al terminar les explicó a los agentes el contenido de la charla con Patrick Gilmore. Mientras escuchaba sus palabras Madison parecía hacerse cada vez más pequeña.

     Suspiró, pensando qué haría a continuación: ¿la perdonaría o se marcharía dando un portazo? La seguía amando, de esto no tenía duda, pero ¿podría volver a confiar en ella?


https://youtu.be/SavG0AyiTiQ



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