INTRODUCCIÓN. Desengaño.

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«Ahora adulador, mañana traidor».

Refrán popular.

Madison nunca imaginó que, al igual que los cisnes y la pareja de hielo que acababa de contratar para su próxima boda, la bien organizada agenda y su vida soñada se derretirían formando un charco maloliente.

     Nada se lo anunció: el suelo no le tembló debajo de los pies ni recibió mensajes ni llamadas extrañas. O tal vez pecó de tonta y de confiada, pues debió mantenerse atenta a las señales del mismo modo que Beatrix Mars, Trixie para los cercanos. Por algo era directora de la mayor editorial neoyorkina: se conocía todos los cuentos.

—¡Mi amor, Maddie querida, cuántas ganas tengo de pasar la jornada contigo! —Joel la abrazó con delicadeza y le depositó un casto beso sobre los labios, provocando que el aroma mentolado del enjuague bucal le hiciese picar la nariz—. ¿Verdad que hoy está sumamente hermosa y radiante? —preguntó en dirección a la otra mujer, que miraba los arrumacos acomodada sobre uno de los sillones del escritorio y fruncía al mismo tiempo el entrecejo; él no esperó la respuesta y continuó diciendo—: Tienes al aristocrático clan de los Walton conquistado, a mí el primero y más fiel de ellos. Sin duda seré la envidia de todos mis familiares cuando nos casemos en un mes. —Y prosiguió besuqueándola con pequeños toques, que a Madison le recordaron al martilleo de las máquinas de escribir antiguas.

     Notó que Beatrix no conseguía disimular el gesto de desagrado que le producía su prometido, en especial al pasar olímpicamente de ella luego de pedirle la opinión. Sin embargo, siempre era discreta e intentaba no dar su apreciación personal, aunque no hacía falta que le dijese que le caía como una patada, resultaba evidente.

     Además, la presencia intempestiva y sin anunciar las interrumpía, pues se hallaban ocupadas preparando la próxima presentación de su última novela a nivel mundial, que empezaría por la ciudad de Ámsterdam, y que planeaban aprovecharla como luna de miel. Era obvio que los ademanes rebuscados de Joel Walton significaban una molestia para Beatrix y que acababan con su aguante. «También te está resultando insoportable, ¡confiésalo!», se dijo, aunque silenció el comentario inapropiado de la conciencia mediante un beso en la mejilla.

—¿Nos vemos esta noche? —inquirió, quitándole una pelusa de la corbata gris—. Paso por el japonés al salir de aquí y me aparezco en tu casa con sushi.

—¡Ay, vida mía, me encantaría! Dejémoslo mejor para mañana —se disculpó, acariciándole la mejilla con el índice—. Sé que es jueves, pero me he comprometido a jugar un partido de golf con Trevor y Ramsey. Aprovecharé, estando allí, a cerrar algunos contratos.

—Por supuesto, no hay inconvenientes. Nos vemos mañana. —E intentó disimular ante sí misma el alivio, soltándose para señalarle la puerta, pues debían continuar con el trabajo.

—¿Verdad que Madison es la novia más comprensiva de Nueva York? —interrogó, levantando la cabeza y mirando el techo como si ella se escondiese entre los recovecos de metal de la iluminación moderna—. ¿Sabes cuán orgulloso estoy de ti? ¡Serás la esposa perfecta, dulzura, una digna adquisición para los Walton!

—Me alegro porque tú eres el prometido ideal. —Le dio un pico sobre los labios en tanto lo empujaba hacia la salida.

—Nos hablamos, cielo —se despidió Joel, antes de cerrar.

     Madison caminó hasta el otro sillón que había al lado del escritorio y se excusó:

—Lo siento, Trixie, no contaba con esta interrupción.

     Cierto era que hubiese preferido que su novio se hubiera mantenido apartado de la oficina. Resultaba agotador cuando le recordaba el papel que debería cumplir como cónyuge de un miembro de la respetable y poderosa familia Walton.

—Tengo que decirlo porque de lo contrario me atoro —le soltó su amiga, mirándola fijamente con los ojos marrones profundo que parecían negros por el furor—. ¿Estás segura, Maddie, de que casarte con ese estirado sea una buena opción? Eres demasiado joven, solo tienes veintiún años. A esta edad deberías dedicarte a las aventuras de una noche. Además...

—¿Además? —insistió al constatar que la otra mujer se mordía la lengua.

—No le creo ni media palabra. Intenta aparentar que es perfecto y esto solo me sugiere que oculta un secreto importante. —Se notaba que la apreciaba porque el tono de la voz y la preocupación sonaban sinceros—. Nada me gusta en él ni siquiera el perfume que utiliza, tengo la impresión de que lo compra para aparentar, porque es el más caro y está de moda. Tampoco me agrada su traje impecable y las palabras halagadoras que emplea contigo, todo me parece muy falso. ¿Sabes qué opino? Que da la sensación de que repite frente a nosotras una lección aprendida, pura palabrería, nada le sale directo del corazón.

—¿Y si eres un poco injusta con Joel? —Efectuó un pálido intento de defensa mientras se mordía el labio inferior, pues una vocecilla dentro de sí le indicaba que Beatrix tenía razón—. Él es así, un tanto pomposo, pero siempre una persona seria y confiable, precisamente lo que yo necesito como acompañante para las presentaciones de libros y los eventos.

—¿Lo amas? —le preguntó Trixie, levantándose y cogiéndola de la mano para guiarla hasta el amplio sofá.

—Me siento cómoda con él —susurró, alisándose el pantalón en tono azul marino.

—Madison, no estamos hablando de un colchón que es cómodo, sino del prometido con el que se supone que te casarás en treinta días para compartir la vida al lado de él —y a continuación, pasándole la mano cariñosa por el pelo castaño, inquirió—: ¿Cuándo fue la última vez que hicieron el amor?

—Pues... hace un mes... Hemos estado bastante ocupados los dos. —No era que Joel fuese una máquina sexual, pero solían hacerlo dos veces a la semana.

     También en esto, como en lo demás, su prometido era organizado: disponía los martes y los jueves para las sesiones eróticas y algunos sábados esporádicos en los que no tenían ningún acto social. Como preludio de la noche que pasarían juntos le enviaba un ramo de rosas rojas y un primoroso bodie o un conjunto de ropa interior de las marcas más exclusivas. Aunque, para su decepción, luego solo hacían el amor en una única oportunidad porque Joel al llegar al clímax se quedaba dormido. Solo en el cincuenta por ciento de estas ocasiones ella conseguía llegar al orgasmo. En el resto, se limitaba a mirarlo mientras roncaba, pues la insatisfacción no le permitía descansar. Las palabras de Trixie la hicieron reflexionar que, quizá, no todo se hallaba en su sitio.

—¡¿Qué edad tiene Joel?! —Beatrix abrió la boca en un gesto de incredulidad—. ¡¿Más de setenta?!

—Veintinueve —le aclaró rápidamente con voz preocupada.

     Porque el cerebro continuó machacándola con la necesidad de saber si su compromiso era real o una ficción similar a las que creaba cuando se sentaba frente al ordenador a escribir las historias. Debía reconocer, asimismo, que el penetrante perfume de Joel, que aún permanecía en la estancia, le desagradaba profundamente. Se lo había repetido hasta el cansancio, pero él lo seguía utilizando. Tal vez (y solo tal vez, no lo estaba asegurando), su novio conformaba a una amante a la que sí le gustaba.

—¡No tengo la menor duda de que te está siendo infiel! —exclamó su amiga, dándole un fuerte abrazo para indicarle que no se hallaba sola en este trance—. ¡Mírate! Tienes un cabello hermoso, castaño con destellos caoba, que destaca tus ojos verde azulados. Y una figura de infarto que ya me gustaría para mí. ¡Lo lógico sería que estuviera encima de ti haciéndote el amor las veinticuatro horas del día! De ninguna manera es admisible que se pase por aquí a decir cuatro tonterías, poner una excusa y largarse. ¡Algo huele muy mal!

—Empiezo a pensar que estás en lo cierto. —Frunció el entrecejo, sintiéndose muy tonta—. Pero no entiendo: ¿para qué querría casarse conmigo?

—Resulta evidente, Madison. Eres guapa, joven, rica por derecho propio gracias a tus libros y a las series y a las películas que se han hecho con ellos. —Le acarició la mejilla, comprensiva—. También eres una luchadora, has construido una magnífica carrera después de que Wattpad te concedió la oportunidad de darte a conocer a nivel mundial. ¿Te das cuenta de todo lo que has conseguido en estos años siendo tan joven? Creo que Joel desea sentirse respaldado por el paraguas de tu fama.

—Pero Joel es rico, pertenece a los Walton, una de las principales familias, no necesita para nada mi dinero —Maddie suspiró, frotándose la barbilla.

—Créeme, tengo diez años más que tú y todas las señales que veo hacen que se me activen las alarmas. Joel tal vez necesita aparentar o simplemente le conviene mostrar que cuenta con una esposa que lo respalda mientras mantiene en secreto a una amante o a cientos de amantes. —Luego la tranquilizó—. No te preocupes, esto lo arreglamos hoy mismo. —Sacó el móvil del bolsillo, pulsó un número guardado en la agenda y enseguida alguien le contestó del otro lado. —Hola, Charlie, soy Trixie. Necesito que me hagas un trabajo para una amiga, es muy importante. —Efectuó una pausa mientras escuchaba a su interlocutor. —Ahora mismo. Es el novio de ella y está confiado, creo que algo se cuece esta noche —se detuvo a oír, mientras Maddie se mordía las uñas, y luego añadió—: Joel Walton, supuestamente está en el club de golf. Sí, al cortar te mando la foto, la ubicación exacta y otros datos —puso la mano sobre el micrófono y le preguntó—: Tienes una fotografía de Joel, ¿verdad?

—Sí, muchas, te busco una —respondió al momento.

—¡Perfecto! —y luego prosiguió diciéndole al detective—: Yo me quedo con mi amiga y esperamos tu llamada, sea la hora que sea. Cuando encuentres algo nos lo comunicas y nos reunimos contigo para pillarlo in fraganti. ¡Mi instinto me dice que será pronto! El hombre está muy confiado. —A Madison no le sorprendió la seguridad con la que hablaba porque llevaba media hora dándose cuenta de que era la única que había estado ciega a las numerosas señales.

     Cuando cortó Beatrix se disculpó:

—De verdad, Maddie, siento entrometerme así, pero no puedo permitir que arruines tu futuro. Y no porque sea tu editora, podrías seguir escribiendo aunque te cases con ese sinvergüenza. Es porque te considero mi mejor amiga y creo que tengo la obligación de impedir que se abusen de ti.

—Lo sé, lo único que no entiendo es cómo he podido ser tan torpe hasta ahora. —Y se mordió la parte interior del labio superior.

     Pasaron la tarde bebiendo café, una taza tras otra desde que le enviaron el whatsapp a Charlie. Así que, cuando él les telefoneó cuatro horas después, estaban que se trepaban por las paredes.

—¿Sí? —Trixie escuchaba atentamente—. ¡Lo has pillado, sabía que sería así! Vamos de inmediato para la casa de él y nos encontramos allí. —Se puso de pie.

—¿Hay algo? —Madison se tambaleó al pararse, pues los cimientos del edificio que había construido con Joel empezaban a resquebrajarse.

—Ponte el abrigo y nos vamos. —Beatrix la cogió por el brazo sin darle ninguna justificación.

     Así, la arrastró hacia la puerta, la cerró y la subió al ascensor. Imaginó que parecía un poco zombi y por eso su amiga tomaba las riendas de la situación. Siguió sin decirle nada y la arrastró hasta el borde de la avenida. Luego levantó el brazo cuando pasó un taxi con la luz encendida y este al momento se acercó al bordillo de la acera. Madison pensó, de forma incongruente, que el fácil acceso al transporte público era una de las ventajas de haber comprado la enorme oficina en pleno centro de Nueva York.

—Tú sigue así, Maddie, manteniendo la calma —le solicitó su amiga apretándole con fuerza el brazo, después de darle la dirección al chófer—. ¡Pronto este horror habrá terminado! Sé que no deberías ser testigo de la traición de Joel, pero es el único modo de convencerte.

     La escritora lanzó un gemido prolongado, temiéndose lo peor. Sospechaba que debía de ser muy grave para que Trixie no se sintiese capacitada de adelantarle algo.

     Minutos después se reunieron con el detective en una cafetería sita en la esquina de la casa de Joel.

—Perfecto, habéis venido con pantalones tal como le pedí a Trixie en la llamada. —Las aprobó Charlie al finalizar las presentaciones; luego les alcanzó dos sudaderas negras que había sobre una de las sillas—. Las compré aquí al lado, os harán falta. Por favor, ponéoslas y colocaros las capuchas.

     Siguieron las indicaciones, todavía de pie, y el detective pareció leerle a Maddie el pensamiento, pues le explicó:

—A continuación iremos a la casa de Joel Walton. Ha organizado una fiesta un tanto peculiar, he entrado hace un rato y he vuelto a salir para llamaros y traeros. —La observó con rostro compasivo, pero sin darle más detalles—. Os invitaría a un café si no fuese un momento inapropiado.

     Y ambos la cogieron de los brazos al salir de la cafetería, como si fuera una pequeña que se acabase de caer y lesionado las rodillas. Agradecía el gesto, porque deducía que pillaría a su novio en compañía de una chica despampanante, de esas que le bajaban la moral a cualquiera.

—Hay alguien en la puerta cuidando. El tío no realiza una comprobación exhaustiva. Además, le he dicho que volvería con dos amigos, así que simplemente mirad hacia abajo y pasad sin hablar. —Las instruyó, apretándole el brazo con más energía.

     Accedieron sin ningún contratiempo. Madison entró en el recibidor en el que había estado en tantas ocasiones. Le sorprendió que la mansión se hallase en penumbras, con excepción de una opaca luz que cada tanto lanzaba destellos rojos y acompañaba los susurros que provenían de la sala. El olor le picó la nariz y se la rascó, aunque no sabía muy bien qué era.

—Es marihuana —le aclaró Charlie en un murmullo, no había duda de que el hombre había elegido bien su profesión, pues estaba pendiente de todo—. Debes prepararte, princesa. No será agradable lo que verás, pero sí necesario para saber a qué atenerte y protegerte.

     Avanzaron hacia el gigantesco salón. Varias parejas de hombres se besaban tirados sobre los sofás en distintas gamas de grises, que tan distinguidos le habían parecido en la primera visita. Nadie advirtió la presencia de ellos. O simplemente no les llamó la atención porque eran tres entre tantos.

—Por aquí. —La guio el detective en dirección al dormitorio de Joel, donde habían hecho el amor con puntualidad suiza los martes y los jueves durante un año.

     Charlie abrió la puerta y lo vio. Joel se hallaba tirado sobre la cama con sus mejores amigos, Trevor y Ramsey. Los tres desnudos.

—¿Os unís a nosotros? —le preguntó su prometido, sonriendo y moviendo la mano a modo de invitación.

     Madison reflexionó que el disfraz (la sudadera negra) resultaba tan efectivo que su novio no la reconocía. O, lo más probable en vista de los acontecimientos, el interés de Joel por ella era tan escaso que daba igual cómo estuviese vestida o desvestida.

—No, creo que no —le contestó, retirándose la capucha de la cabeza—. Hemos terminado, Joel. —Él la miró horrorizado mientras el detective les hacía fotos desde todos los ángulos.

     Quizá más adelante, con el paso de los años, le encontraría el lado ameno, divertido incluso, y rocambolesco a esta experiencia y se la contaría riendo a los allegados para que supiesen cómo había sido el final de la relación. Por ejemplo, sería capaz de burlarse, cínica, de cómo descubrió a Joel jugando un torneo de golf a seis pelotas.

     Ahora no: tenía el corazón destrozado.


https://youtu.be/lWy5kl645Bw


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