Capítulo 43: Amanda

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La vida de casada no fue impedimento para que Amanda pudiera continuar ayudando en la iglesia. Pablo resultó ser mejor esposo de lo que cualquiera hubiese imaginado. Era apasionado, atento y divertido. No era celoso o, tal vez, sabía enmascarar sus sentimientos de una manera asombrosa. La joven sospechaba que el criollo se consideraba tan virtuoso que no veía al padre Facundo como una posible amenaza. Pero no eran más que suposiciones y ansiaba saber qué era lo que pasaba por la mente de su marido.

—¿No te molesta que vaya a la iglesia casi todos los días? —preguntó, mientras recorría con un dedo el torso desnudo de Pablo, quien se encontraba junto a ella en la cama.

—¿Debería molestarme? —cuestionó y se estremeció apenas cuando Amanda interrumpió su caricia justo debajo de su ombligo en donde las sábanas comenzaban a cubrir su piel.

—Cualquier otro hombre sentiría celos al saber que su esposa se encuentra cada tarde con alguien por el que solía sentir algo —comentó sin dejar de acariciar el vientre del joven de forma sugerente.

—Lo que me cautiva de ti es que eres una mujer libre y valiente. No voy a ser yo quien te limite y se interponga con tus sueños —explicó y empujó con suavidad la nariz de Amanda con la suya.

—No me quejo, pero eres todo un enigma, Pablo Ferreira —confesó.

—No es verdad. Es simple, me gusta estar contigo, pero jamás te retendría a mi lado si quisieras irte... —comenzó a decir, pero Amanda lo detuvo con un beso.

—También me gusta estar contigo —agregó y sintió el calor subiendo a sus mejillas.

Pablo comenzó a besar su cuello y ella enredó los dedos en su cabello. Si bien hablar de sus sentimientos resultaba difícil algunas veces para la joven esposa, él le había enseñado a la perfección a hablar el lenguaje de la pasión. Las caricias de su esposo la hacían temblar de placer y despertaban en ella sensaciones únicas. Mientras que el Padre Facundo representaba la bondad, la amabilidad y la cautela; Pablo era completa locura, pasión y rebeldía.

Cuando Amanda se despertó a la mañana siguiente, Pablo aún dormía abrazándola por la espalda. Evitó moverse puesto que no quería despertarlo. Le gustaba sentir sus brazos alrededor suyo y escuchar el sonido de su respiración tranquila. Aunque él insistía en que era ella quien controlaba la decisión de que estuvieran juntos, en el fondo, temía que fuera Pablo quien se cansara de sus besos. Amaba la relación que estaban construyendo, pero ¿qué pasaría si él decidía regresar a los brazos de Magdalena o de cualquier otra mujer? ¿Acaso era egoísta esperar que el corazón de Pablo le perteneciera por completo cuando el suyo parecía dividido en dos?

Por la tarde, Amanda dictó clases de alfabetización en la iglesia. Se había llevado a Génesis con ella y Pablo se despidió con la promesa de que la pasaría a buscar más tarde para ir a cabalgar. Cuando sus alumnos se marcharon, la joven aceptó tomar algunos mates con el padre Facundo mientras esperaba a su marido.

El cura se mostraba un poco más cómodo desde que Amanda se había casado. Ahora que era una señora y ya no vivía con él, conversar a solas no suponía ninguna amenaza para su reputación. Sin embargo, no pudo evitar sonreír divertida al comprobar que cuando se acercó a él para cebarle un mate, las mejillas del cura adquirieron un adorable color rosado. El padre desvió sus ojos de los de Amanda, carraspeó y dijo:

—Esperaba tener la oportunidad de hablar contigo a solas. Quizás no sea importante, pero creo que es mejor que lo sepas —dijo Facundo y tomó un poco de mate.

—¿Sí? —preguntó ella sentándose a su lado.

—Escuché a la señorita Magdalena conversando con la hija de Juan Bustamante. Mencionaron a Sebastián... —comenzó a decir evitando establecer contacto visual con ella.

El corazón de Amanda pareció encogerse. Hasta donde sabía el plan de Isabel había resultado convincente. Poco después de que lo apresaran, el sospechoso falleció a causa de la peste y junto con su alma desapareció el interés del pueblo en el asesinato.

—¿Qué es lo que sabe, padre? —preguntó con un hilo de voz.

—Parece que un cochero afirma que ese hombre, Estanislao, llegó al pueblo mucho después de la muerte de Juan Bustamante. Además, la señorita Magdalena escuchó a Sebastián decir algo que no debió haber dicho. Si el joven Mariano se enterara... Sé que no debería intervenir, pero Sebastián fue una de las pocas personas que siempre te apoyaron. Incluso yo terminé dándote la espalda, lo lamento. Si hubiera sabido que amabas a Pablo Ferreira, no hubiese temido de mi propia debilidad. Siento mucho haber sido tan mal amigo —confesó el padre.

Amanda colocó una mano en la mejilla del cura y clavó sus ojos verdes en la dulce miel de su mirada.

—Padre, se equivoca. Si no fuera porque no me permitió quedarme con usted, tal vez nunca hubiera mirado a Pablo con otros ojos... Usted no hizo mal en elegir lo que consideraba correcto. Dejar que me quedara aquí y que viviéramos solos los dos no hubiese sido más que un error. Un muy dulce error —dijo y retiró su mano con suavidad de la mejilla del cura.

—Si tan solo hubieras llegado a mi vida antes de que Dios me llamara para estar entre sus filas, todo podría haber sido diferente —agregó y bajó la mirada.

Amanda sintió que se le encogía el corazón. Tal vez en otra vida podrían haber estado juntos, pero como bien había dicho el padre Facundo, había llegado demasiado tarde.

—Con su permiso, padre, debo ir a salvar la vida de mi primo. Espero esta vez no llegar tarde —se despidió y besó la frente del cura con ternura antes de salir de la pequeña cocina.

Los ojos le escocían, pero ya había derramado demasiadas lágrimas por el modo en el que la afectaban las decisiones tomadas por los demás. Había perdido ante un Dios omnipotente y todopoderoso en su guerra para obtener el amor del cura. No existía deshonra en aquella derrota. No, si tenía en cuenta la magnitud de su oponente.

Mientras cabalgaba pensó fugazmente en Pablo y la promesa que le había hecho de pasarla a buscar. Se convenció a sí misma de que el criollo no se molestaría. Estaba casi segura de que comprendería por qué no había podido esperarlo en la iglesia.

Surcó los campos inclinada sobre Génesis que la llevó hasta La Rosa a la velocidad del viento. Al llegar golpeó la puerta y la recibió Sofía.

—¡Llama a Sebastián! —ordenó sin saludar. No tenía tiempo para formalidades.

Sofía frunció el ceño, pero la obedeció sin replicar.

—¡Prima! —saludó Sebastián y su sonrisa se esfumó al ver la expresión de Amanda.

Ella se acercó y le contó al oído todo lo que el padre Facundo sabía sobre las sospechas de Magdalena de Toledo y Rojas. Cuando se separaron se dio cuenta de que le temblaban las manos. No podría soportar que colgaran a Sebastián o que lo encerraran en una celda en el Cabildo para vivir en condiciones deplorables. Era el único miembro de su familia que siempre le daba su apoyo incondicional.

—Entiendo —se limitó a decir él.

—Tiene que haber alguna forma —insistió Amanda desesperada.

La joven notó que Diego, su madre y sus tíos acababan de entrar a la sala y los observaban preocupados. Incluso Alister III escondido detrás de Sofía parecía intuir que algo no estaba bien.

—¿Qué sucede? ¿El criollo te lastimó? —aventuró su madre con nerviosismo.

Amanda se apresuró a negar con la cabeza, pero no respondió. Sentía que si comenzaba a hablar no podría evitar llorar. Seguía enfadada con todos por haberla desterrado de la familia sin piedad alguna, pero la consolaba saber que por lo menos ahora su madre se interesaba por su bienestar.

—Mamá, papá... Tengo algo que decirles —dijo Sebastián y su expresión le recordó a Amanda cuando no era más que un niño con el que jugaba en los campos de España.

Amanda le rogó a Dios en silencio para que le diera otra oportunidad a Sebastián. Si bien el muchacho pudo haber cometido un terrible error, no era una mala persona. Desde lo más profundo de su alma pidió perdón y prometió que si su primo se salvaba de un fatídico destino, renunciaría para siempre al amor del padre Facundo. Se alejaría del cura y no permitiría que se apartara de su camino. Si bien él ya había elegido, ahora ella también aceptaría su decisión.



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