5: Un sujeto extraño.

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Dedicado a: leskar0511.

Trepó el mismo lugar por el que bajó horas antes, maldiciendo entre dientes la fragilidad que aquella estructura parecía tener.

Cruzó su ventana abierta y luego se tiró en su cama, ignorando las sábanas desacomodadas que le provocaban una mala postura.

Suspiró viendo al techo, a aquellas estrellas con una tenue luz verde-amarilla.

El hombre del circo, él se veía tan tranquilo. Cómo si aquel circo se sintiera cómo su hogar. No. Cómo si ese circo fuera su hogar.

Y por eso no podía olvidarlo. No podía dejar de ver sus ojos divertidos o su sonrisa emocionada, tampoco sus manos bailarinas que no dudaban en cortar y lastimar, por muy manchadas que estuviesen.

Simplemente estaba ahí. Presente con el cuerpo pero no con la mente, porque Leah no dudaba que internamente estaría en lo que él llamaría su propio paraíso.

Y ella no podía dejar de recordarlo. Envidiando de gran manera la forma en la que aquel sujeto se veía tan completo.

No necesitaba seguir viendo, porque descubrió que no sentía desprecio o asco por la sangre, así que no había necesidad de seguir negándolo, cubriéndolo con incredulidad.

Ahora necesitaba actuar, tocar y sentir. No le importaba cómo, o con quién, tampoco le importaba si ella misma era la víctima, pero necesitaba saber qué se sentía ese nivel de plenitud.

Pero ¿sería capaz?

Siempre había huido de sus impulsos violentos, lo más que podía al menos, y ahora estaba sucumbiendo ante ellos. ¿Porqué? Sólo por un estúpido circo, enmedio del bosque, y lleno de locos.

No se veía capaz de matar a alguien, no se podía imaginar haciéndolo, porque sabía que la culpa la carcomería por completo hasta hacerla caer en la locura.

Sin importar a quién usara para su experimento de descubrimiento personal, sería malo. Porque todo el mundo le había dicho que así era.

El daño autoimpuesto, el daño hacia otras personas, el daño accidental, todo eso estaba mal, porque los demás se lo habían dicho.

Pero a ella no le importaría hacer algo mal porque no sentía que estuviera mal, aunque ver a un cuerpo sin vida gracias a ella, de una u otra forma le daría un enorme sentimiento de culpa y arrepentimiento.

O al menos así lo creía.

Simplemente se acostó bien en su cama, sacándose únicamente los zapatos con tierra húmeda. Y lo siguiente que hizo fue acurrucarse con su propio cuerpo, hecha una bolita.

Necesitaba saber, necesitaba experimentar, y necesitaba sentirse bien.

Y ella sentía, de una forma muy retorcida, que en aquel circo rojo bañado en sangre humana lo lograría.

Junto a aquel pelinegro que parecía el más loco de todos, o junto a aquella mimo que se veía alegre y extrovertida.

Cerró sus ojos, dejando su imaginación volar, y esta vez no se forzó a olvidar aquel sueño que inundó su mente al dormir.

La puerta de su casa rodante se aporreó con fuerza, haciéndolo gruñir entre dientes y patear las sábanas de su cama con fuerza, saliendo de su sueño finalmente y yendo hasta la entrada de su hogar.

—¿Qué carajos quieres? —cuestionó el pelinegro cuando vio a Ramón en la puerta.

—Hay un problema, Logan —respondió con tranquilidad.

—Yo no he hecho nada, y si apareció algún muerto por ahí, esta vez no fui yo —suspiró con molestia e intentó cerrar la puerta, pero el pie del presentador se lo impidió.

—No se trata de ti —habló, frunciendo el ceño.

—¿Entonces? —se extrañó, volviendo a abrir la puerta.

La mirada del mayor le hizo apretar la mandíbula, ¿los habían descubierto?

Llevaba casi toda su vida en ese circo, o al menos toda la parte importante, así que conocía perfectamente al castaño que tenía enfrente, desde la adolescencia.

Y todos los gestos y actitudes del hombre le decían que su pensamiento no estaba muy lejos de la realidad.

Alguien los había descubierto.

—¿Qué tan jodidos estamos? —se apretó el puente de la nariz, manteniendo su paciencia a raya.

—No lo sé, Logan —gruñó, malhumorado, empujando al pelinegro y entrando a la casa cómo si fuera la propia, dejándose caer en el sillón que había dentro—. Hoy en la mañana me informaron de que unas huellas humanas estaban detrás de las gradas.

—Unas huellas humanas —repitió—. Es una tontería, cualquier trabajador del circo pudo haber pasado por ahí.

—No tienen necesidad, y es el segundo día seguido que pasa. Logan, quizás ya llamó a la policía —se jaló sus cabellos—. He analizado todas las posibles explicaciones, pero la única que tiene sentido es que alguien encontró el circo, entró y se fue después de ver todo.

—A ver, si en serio hubiera sido alguien fuera del circo, entonces nosotros ya estaríamos con el culo en una celda, así que te agradecería que mantuvieras tu jodida mente en su jodido lugar.

—Sí, es cierto —se apoyó en sus rodillas.

—Quizás fue un expectador regular que no tenía dinero para la entrada y no se podía perder el espectáculo —le restó importancia.

—Bien, entiendo la indirecta, me largo —suspiró, más tranquilo.

Todos sabían que Logan no era amable, que su paciencia no era eterna y que su fuerte no eran las palabras. Pero cuando quería hacer otra cosa que estar escuchando los problemas de otras personas, entonces daba todo de sí para que se solucionaran rápido y lo dejaran en paz.

Era un ganar ganar, los problemas de los otros se solucionaban y él quedaba libre de toda molestia que tuviera con presencias ajenas.

Aunque no siempre estaba de un humor particularmente bueno y terminaba echando a cualquiera que se pusiera en su puerta con un “no me interesa, vete al diablo”.

Simplemente trataba de mantener todo en tranquilidad porque detestaba los alborotos, pero no siempre podía controlar sus impulsos y terminaba desatando una gran discusión que normalmente llegaba a golpes y sangre.

Pero aquello hacía de su día más divertido, algo que no ocurría a diario, pero que tampoco resultaba ser una sorpresa o algo que fuera un verdadero dolor en el culo.

Román se levantó caminando a la puerta, pero Logan tuvo una ligera pizca de curiosidad y decidió hacer una pregunta.

—¿Qué harás con la rata? —interrogó, refiriéndose a la persona que se escabullía al circo.

—Pondré a gente vigilando el exterior, me aseguraré de que no pueda entrar —informó, pero pronto añadió—. Y si lo hace, que no pueda salir.

—Bien —asintió Logan—. Nos vemos en la noche.

El presentador salió y Logan se quedó solo. Siempre había sido pesado con la seguridad del circo, pero nunca le habían hecho caso, y ahora corría el riesgo de que el pagara por las idioteces de los demás.

Si era un oficial de policía, entonces debería estar reuniendo información y evidencias para mandar al circo a la mierda.

Si era una persona común, probablemente estuviera haciendo lo mismo, quizás para reportarlo a la policía más tarde.

Y si era algún espectador frecuente, entonces debía estar haciendo lo de siempre; observar. Pero no pagaba lo que le correspondía y eso ya era un problema.

Sea quién sea, debía ser atrapado, porque si no se capturaba entonces podría ser el boleto de ida al carajo para el circo.

Apretó la mandíbula y su puño golpeó fuertemente la puerta, pasar el resto de su vida detras de unas putas rejas no estaba en sus planes. Y gracias a aquella rata ahora era una probabilidad.

Sintió algo untarse en sus piernas, bajó la vista y se encontró con Lady, su pequeña gata con pelaje dorado.

La tomó entre sus brazos, acariciando su cabeza y sintiendo los ronroneos del animal. Y volvió a su cuarto a seguir durmiendo.

Leah despertó, sintiendo su cuello adolorido provocando un quejido de dolor, probablemente por haber estado sentada tanto tiempo bajo esas gradas con una posición un tanto incómoda.

Aún medio dormida se cambió, se puso su pijama, un short corto de color gris y una blusa de tirantes blanca, no quería levantar sospechas.

Bajó al comedor, encontrándose al instante con sus padres sentados con la seriedad impregnando sus rostros.

Aunque su padre se notaba más molesto que su madre, quien se veía desepcionada.

Al instante supo qué pasó.

La habían descubierto, se maldijo internamente, debía de ser idiota, la primera vez que se escapaba y ya la había jodido.

Fingió no darse cuenta, caminando hacia la mesa con total tranquilidad, ya que lo principal para lidiar con esas situaciones era mostrarse complaciente, fingiendo culpabilidad por completo y haciendo promesas vacías.

Pero ellos debían sacar el tema primero.

Empezaron a comer, sus padres estaban en silencio, esperando a que ella hablara supo al instante. Pero no lo iba a hacer.

Comía lentamente, cómo siempre, sin ni un remordimiento de por medio, sin pensar, sólo estaba perdida, esperando a que alguna voz se escuchara por sobre el sonido de los cubiertos.

Y parpadeó cuándo finalmente escuchó un suspiro.

Al parecer, suspirar era una costumbre de la familia, lo hacían muy seguido. O quizás en realidad ella daba tanto dolor de cabeza que era imposible no sentirse sofocado.

Levantó la mirada para toparse con la de su padre, dura y fría cómo un iceberg. Y pese a notar a su madre decaída y desepcionada, no pudo sentir culpa ni arrepentimiento.

—¿Dónde estuviste anoche, Leah? —cuestionó su padre—. Porque sabemos perfectamente que no estuviste en tu cuarto cómo nos hiciste creer.

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