Extra 1

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Louis era pésimo para empacar. 

No se le daba eso de doblar la ropa de forma estratégica para que cupiera en la valija, tampoco se fijaba en llevar únicamente lo necesario, la mayoría de las veces que viajaba, metía cosas inservibles a la maleta y terminaba lavando casi diario los únicos dos pantalones que había guardado por pura suerte. 

Las camisetas simplemente las aventaba sin ver y con el calzado pasaba lo mismo. Su desorden llegaba a tal grado, en que las suelas sucias de sus tenis terminaban manchando su ropa por no quererla acomodar.

Era un desastre para eso, le daba flojera en todo sentido, pero afortunadamente Harry era un experto en hacer maletas. 

Un día antes de su vuelo, se encontraban con una montaña de prendas revueltas sobre la cama, sudaderas de Louis por doquier y camisas estampadas de Harry regadas entre los pantalones.  

Ahí estaban, eligiendo lo que usarían las dos semanas que estuvieran fuera del país, mientras Kiara dormía tranquilamente en las almohadas de la cama.

—¿Cuántas de estas vas a llevar? —El rizado cuestionó, alzando una hoodie—. ¿Una? 

—Por supuesto que no —Louis levantó otra de sus sudaderas y la extendió—. Mínimo debo llevar cinco, esto es parte de mi estilo diario. 

—Son demasiadas, ¿no? Yo pienso que con dos es suficiente —sugirió—, además, en la casa de mis papás hay calefacción, solo la usarías si decidimos salir. 

—Precisamente por eso, cinco es el número adecuado —resolvió, con sencillez—. Así puedo usar una diaria, de lunes a viernes y repetir solo dos veces en todo el viaje. 

Harry arqueó una ceja, incrédulo. 

—Oye, allá también existe la lavadora —informó, con sarcasmo—. Lleva dos y lávalas cuando se ensucien, así ocupas menos espacio y aprovechas para llevar más cosas... 

El castaño lo miró, con las expresiones rígidas y sin representar ninguna emoción en el rostro. 

—Tres, tómalo o no voy. 

—¿Por qué siempre quieres negociar? 

—Porque de eso se trata esta vida —Tuvo que cruzarse de brazos—. ¿Y bien? 

Sin remedio, el menor rodó los ojos y asintió, haciendo que el otro sonriera victorioso.

—Elige y dámelas para doblarlas —indicó, tomando una de las playeras que usaba cotidianamente—. Yo empacaré solo tres pantalones, cinco camisas, un par de botines, tenis, mi chamarra y unas pantuflas. 

—¿Tienes ropa allá? —Le cuestionó, mientras seleccionaba cuidadosamente las sudaderas que llevaría—. Porque siento que estás llevando muy poco.

—Sí, debí dejar dos o tres pantalones, algún jogger y una pijama —dijo, después de hacer memoria—. Solo espero que todavía me queden, ¿no piensas que subí de peso? 

Louis volteó a mirarlo, con el ceño fruncido. 

—¿De nuevo con eso? —inquirió, al negar—. Te he dicho cientos de veces que estás perfecto. 

—¿No me mientes? 

—¿Me crees capaz de hacerlo? 

Harry dejó que su labio sobresaliera, meneando la cabeza de lado a lado. 

—¡Es que ya no me suben dos pantalones! —barboteó, escandalizado—. ¿Sabes el trauma que me generó ver que se me atoraban en las piernas? 

El día que eso ocurrió, prometió hacer una dieta urgente para bajar los kilos extras que seguramente había subido, pero en cuanto llegó a la universidad y Mel le ofreció un cupcake, mandó las limitaciones en comida al demonio. 

No tenía la mejor alimentación desde que empezó a estudiar, casi no le daba tiempo de prepararse algo sano y terminaba comprando comida rápida en sus breves ratos libres, porque naturalmente, su novio seguía siendo un asco en la cocina. 

Aunque tratara de aprender, siempre se distraía y terminaba quemando sus preparaciones, dejándolas olvidadas en la sartén o en el horno. 

Así que solamente lo ayudaba picándole fruta diario, levantándose antes que él y siempre le dejaba una buena ración de sandía, piña o melón lista en la barra de la cocina. 

Era su forma de aportar y a Harry se le hinchaba el corazón cuando se despertaba y veía su recipiente lleno de fruta. En ocasiones, hasta le salía el lado cursi a Louis y le dejaba notas con un mensaje lleno de cariño, deseándole un buen día con un "te amo" al final. 

Se acoplaron muy bien a sus ritmos de vida. 

—Por enésima vez... —El ojiazul suspiró—. No estás gordo. 

—¡Tú que sabes! —gruñó, lanzando un calcetín a la esquina de la habitación—. Tú lo dices porque me amas, me ves con ojos de amor y eres incapaz de ver mis defectos. 

—No es así, Ashton también te dijo que estabas paranoico...

—¡Él es mi mejor amigo, es claro que no me hará sentir triste con malos comentarios! 

Louis se frotó la frente, lidiar con su chico alterado era complicado y aunque estaba siendo completamente sincero con lo que le decía, no podía sacarlo de su errada idea. 

—A ver, ponte de perfil —solicitó, con un movimiento de dedo—. Voy a ser sincero con lo que vea. 

Harry afirmó, obedeciendo y se colocó de lado, inhalando profundo en tanto erguía la espalda. 

—Ponte derecho —Se acarició el mentón—, y no contengas la respiración. 

—¿Así está bien? —cuestionó, relajando el cuerpo. 

—Sí, perfecto —Chasqueó la lengua—. Súbete un poco la playera, déjame ver tu abdomen. 

Vio como se levantó la playera hasta el pecho, dejando al descubierto la mariposa tatuada en su vientre plano. 

Entonces, Louis se acercó a él, fingiendo escanear detenidamente cada milímetro de su bendecida fisonomía, observándolo de arriba hacia abajo en silencio. 

Y es que de verdad no entendía de dónde le había brotado la idea de que estaba ganando kilos, él lo veía completamente igual. La última vez que se pesaron en un chequeo clínico, lo escuchó celebrar cuando dijo que seguía manteniéndose en su peso usual. 

Pero así era, ya conocía la manera en que Harry se creaba películas en su cabeza cuando algo lo inquietaba y afortunadamente, también sabía como tratarlo. 

—A ver... Yo estoy seguro de que te mantienes en forma. 

—¡¿Qué hay de la talla que aumenté?! —contraatacó.

—¡Solo te creció el culo! —Soltó sin más, los filtros sobraban—. Y siempre has tenido unos muslos divinos, desde que te conocí eran una tentación que apretar. 

El menor lo miró, las mejillas se le comenzaron a calentar. 

—¿Por qué eso debería hacerme sentir mejor? 

—Porque eres malditamente sexy —aseveró, colocando la palma extendida sobre su nalga izquierda—. ¿No te das cuenta? 

—Louis... 

No consiguió poner un alto a tiempo, quiso detener el giro drástico de la situación, pero al sentir que su trasero era sujetado por esas manos que lo fundían con el mínimo toque, se dio por vencido.

Tambaleó un poco cuando fue agarrado con más fuerza y jadeó ante la cercanía con el cuerpo ajeno. Unos dedos se hundían en la tela de su pantalón de algodón, estrujándole el culo mientras los ojos índigos que tanto adoraba, lo escrutaban sin vacilación. 

—Te lo repito, eres la persona más sexy del universo —decretó el mayor—. No subiste de peso y no lo harás porque hacemos ejercicio casi diario. 

Entendió perfectamente la referencia.

Por ende, su rostro se encendió aún más. 

—No quiero que me mientas solo por hacerme sentir bien —advirtió, barriendo los dedos por sus hombros—. Estoy confiando en ti.

—Me ofende un poco que dudes de lo que te digo —Lo atenazó con vigor y le proporcionó un lento lametón en los labios—. Deja de pensar en eso, mejor aprovecha lo que la genética te dio. 

—¿Lo tengo que aprovechar yo o tú? —Se mofó, tratando de no sonreír. 

 Louis se encogió de hombros. 

—Ambos, tú continúa siendo el hombre más caliente de la tierra y a mí ahórcame con tus piernas —Movió cómicamente las cejas—. ¿Qué opinas? 

Harry botó una sonora carcajada, ya estaba esperando una contestación así de ordinaria.  

—Con gusto, pero no hoy —murmuró y le obsequió un beso escueto—. Hay maletas que debemos terminar. 

—No me hagas esto... —Casi rogó. 

En un buen intento de convencimiento, coló una sola mano por el borde de los pantaloncillos suaves del rizado, toqueteando el encaje de la linda braga que ya ansiaba arrancar con los dientes. 

Sin embargo, los planes de esa noche eran distintos.

—No, amor —refutó, muy a su pesar—. Hay muchas cosas que guardar y un vuelo por tomar a las siete de la mañana.

Aunque le costó muchísimo negarse al roce, tuvo que hacerlo, no quería perder su avión por despertar tarde y todavía les faltaban muchas cosas por alistar. Se separó de Louis y retomó la actividad de ardua selección, caminando hacia el mueble dónde guardaban la ropa interior.

Resignado, inconforme y con una erección abandonada, el castaño se tumbó sobre la pila de prendas, rehusándose a seguir con la labor.

Era una injusticia que se le negara un polvo, eso estaba penado en su relación. 

Podían llamarlo berrinchudo cuando de sexo se trataba, pero no le daba recato y tampoco podían juzgarlo, solo era un mortal atado a un dios extremadamente atractivo que lo había dominado con un guiño de ojo y una sonrisa adornada con hoyuelos.

Normal, vivía perdido en el efecto de un ser muy especial.

—Oye, Lou... 

No levantó los párpados al oír el sutil llamado, se quedó inmóvil y tirado boca arriba.

—Dime —gruñó, sin ánimos.

—¿Por qué tienes esto?

Lastimosamente, se halló en la obligación de abrir un solo orbe.

Y con lo que Harry le mostró, terminó ensanchando los ojos con asombro, incorporándose de golpe y despertando a Kiara por el ajetreo que causó al levantarse con rapidez.

—¡¿Cómo la encontraste?! —rumió al ponerse de pie, sin controlar el sonrojo atroz que subió por sus pómulos. 

Estaba avergonzado, muerto de pena, quería que en ese mismo momento el diablo viniera y se lo llevara. 

—Solo iba a sacar algunos bóxers tuyos, no estaba husmeando —canturreó, mordiéndose el labio para omitir su sonrisa jocosa—. ¿De verdad la guardaste? 

—Cállate, joder —Repentinamente malhumorado, extendió el brazo—. Dámela.

Harry se negó y con todo el propósito de mantener la burla a flote, tomó los bordes de la pieza roja de encaje con la punta de los dedos, mostrándola frente a las narices de Louis. 

—La primera braga que me compré para ti y que rompiste como una bestia —barboteó mordaz, viendo la tela rasgada—. ¿En serio te las quedaste? 

—¡La dejaste tirada en mi recámara ese día! —Con molestia, trato de arrebatarle la lencería. No lo logró, los reflejos del más joven eran buenos—. ¡Ya, Harold! 

—¡La guardaste y hasta la lavaste! —repitió, agitándola como si se tratara de una bandera—. ¡Y en ese tiempo me odiabas! 

Estaba disfrutando mucho el momento. 

Habitualmente, él era la víctima en las ocasiones bochornosas y le complació que por una vez, los papeles se invirtieran. 

—¡Ya déjame en paz! —refunfuñó, apretando los puños—. ¿Por qué te alegra encontrarla? De todas formas, ya no la puedes usar. 

—Es que no me alegra, solo me da ternura —Se la aventó con precisión.

Su tino mejoró, le cayó en la cabeza. 

—¿Qué mierda dices? —Louis graznó al quitarse la braga—. ¿Ternura? 

—¡Sí! —chilló—. La guardaste como souvenir, como un recuerdo de esa noche. 

—No es así, joder, y-ya cierra la boca —bramó y con el coraje reunido, se rotó hacia el cesto de basura—. La iba a desechar, pero probablemente lo olvidé y ya. 

Harry se presionó la lengua con los dientes, reconociendo con felicidad que el lado gruñón de su pareja nunca se iría. Podía ser un hombre lindo cuando se lo proponía y también comportarse como el bobo que se apenaba frecuentemente por sus propias acciones. 

Y él amaba muchísimo su esencia, al final de todo, así se había enamorado de él. 

—Listo, problema resuelto —Con las orejas rojas, el ojiazul acabó tirando el encaje al bote—. Ya, ahora solo cállate y-... 

Las palabras se le quedaron trancadas en la lengua. 

Porque al girarse para ir a recostarse nuevamente, se topó con la singular imagen de su novio, sacándose los pantalones con una calma que lo desconcertó.

—... ¿Qué haces? 

No hubo contestación, sencillamente miró como terminó de bajarse la ropa, aventándola con una patada al piso. 

Al notar la astucia brillar en los iris verdes, tragó saliva y las esquinas de la boca le cosquillearon por curvarse, notando que Harry estaba empujando el cúmulo de vestimentas hacia un costado, en busca de hacer un espacio decente en el colchón.

Lo entendió todo. 

Se humedeció los labios y sonrió pleno, cuando reparó que su londinense ya lo estaba llamando con una mirada, después de haberse sentado con los muslos separados al borde de la cama.

—¿No dijiste que no teníamos tiempo? —preguntó sagaz, mientras se retiraba la camiseta. 

El aludido batió las pestañas.

—Cambié de opinión —musitó, pasando las yemas de sus dedos por sus propias piernas—. Fóllame. 

No lo tenía que pedir dos veces, el mandato fue una melodía en sus oídos. 

Obedeció en un tronar de dedos y no fue sutil al aventarlo hacia atrás, causando que despidiera una risita traviesa al caer de espaldas en el mullido lecho. Lo contempló unos segundos antes de subírsele encima, tomándolo de las muñecas con brío para aprisionarle las manos por arriba de la cabeza, dejándolo inmóvil y a su merced. 

Harry respiró hondo, su rostro emanó ese deseo que solamente él le provocaba, ansioso de experimentar el placer que nunca le hacía falta. 

—Vas a sacarla del cesto, ¿verdad? 

Louis se rio, brindándole un dulce beso.

—Sabes que sí, amor. 

Lo dicho, no podían juzgarlo. Estaba sometido por un precioso muchacho que jamás vio venir. 

Gracias al cielo, Kiara los dejó solos, moviendo la cola al salir de la habitación rumbo a la sala. 

Hasta ella comprendía que sus dueños pedían privacidad cuando realizaban actos impuros.

• 🍻 •

El vuelo fue verdaderamente agotador. 

Harry bajó corriendo del taxi en cuanto se estacionaron frente a la acera, dejando que Louis fuese quien le ayudara al conductor a bajar las maletas, y Kiara salió disparada atrás de él, tumbándose panza arriba en el pasto del jardín frontal. 

Subió los tres escalones del pórtico, plantándose sobre el tapete de bienvenida que sus padres tenían y tocó el timbre, esperando que alguien lo atendiera al oír el tintineo. 

Las manos le sudaban, temblaba de la emoción porque después de tanto, iba a convivir dos semanas enteras con su familia. Bebería su té favorito, compartiría anécdotas con su padre, vería películas por las tardes con su madre y claramente, su hermana lo llenaría de preguntas acerca de su noviazgo. 

Conocía a la perfección a cada miembro de los Styles. Estaba seguro de que pasarían unas buenas vacaciones con ellos. 

De un momento a otro, en medio de sus pensamientos, escuchó que el seguro del picaporte fue botado, la puerta fue velozmente abatida y ahí, bajo el umbral de acceso, se encontró con la mujer de su vida, sonriéndole de oreja a oreja con una fervorosa alegría. 

—¡Mi amor! —chilló Sienna, abriéndole los brazos para recibirlo. 

Harry se le abalanzó de inmediato en un tierno apapacho, bajando los párpados y apretándolos con fuerza al sentir que las lágrimas empezaban a picar en sus ojos. 

Su progenitora lo apretujó, llenándole de un amor maternal que definitivamente, había extraño todo el tiempo que estuvo fuera de casa.  

—Mamá —musitó, en un hipido. El llanto lo había traicionado—. Te extrañé tanto, de verdad. 

—Y yo a ti, mi corazón —Le respondió, esnifando—. Contaba los días para que regresaras. 

—Yo también, pero ya estoy aquí —Se acurrucó un poco más entre sus brazos—. La vamos a pasar muy bien, ¿sí?

—Eso ni lo dudes, te prometo que aprovecharemos cada segundo de tu visita —Sienna le acarició los rizos—. Te dejaste crecer el cabello.

El menor tuvo que aflojar el agarre, separándose con delicadeza del abrazo para divisar a su madre. 

Ambos tenían la nariz roja y los ojos igual de cristalizados. 

—¿Te gusta? —Le cuestionó, tocándose las puntas de los tirabuzones—. Siento que me favorece. 

—Luces como todo un rey —Lo halagó, con sinceridad—. Siento que pasaron años desde que te vi la última vez.  

—Solo han sido tres... 

—Para mí fueron una eternidad.

Tan conmovedor...

De repente, el ladrido de un bonito animalito negro, interrumpió la emotiva unión. 

Kiara seguía en el jardín, corriendo de lado a lado mientras Louis, con la correa en la mano, trataba de interceptarla. Parecía que se le había metido un ente maligno, la perrita había comenzado a ladrar como si estuviera retando a su dueño para que siquiera intentara atraparla. 

—¡Ya, Kiara! —gritó el ojiazul, agitando la correa—. ¡Déjame ponerte esto! 

Otro ladrido, su pequeña mascota ya jadeada con la lengua afuera. 

—¡Amor! —Harry lo llamó, a punto de expulsar una risa—. ¡¿Qué haces?! 

—¡¿Qué te parece que hago?! —exclamó, tratando de pescar a la bola maniaca de pelos—. ¡Se volvió loca! 

—Oh, Dios... —Sienna tarareó. 

Louis se olvidó por completo de dar una buena impresión frente a los padres de su pareja.

En un arranque de desesperación, se arrojó cual clavadista sobre el pasto y así, logró capturar satisfactoriamente a Kiara sin lastimarla. Enganchó la correa a su collar y resolló, permaneciendo cinco segundos tirado, antes de alzarse. 

Miró su ropa al ponerse de pie, sus joggers estaban manchados de tierra en las rodillas y su camiseta también mostraba señales de lodo por la forma abrupta en que se lanzó sin contemplaciones. 

Se sacudió lo que pudo, maldiciendo en sus adentros al notar que se había ganado una raspadura en el codo y cuando levantó la vista hacia la puerta de la vivienda, carraspeó.

Madre e hijo lo miraban, muy risueños por su emocionante enredo en el jardín.  

Que puta vergüenza. 

Sus mejillas se tornaron rojas, pudo sentir la horrible tibieza en ellas y deseó que aquella escena que se montó por culpa de la perrita, se borrara de las mentes ajenas.

Estaba apenado. 

—¡Ven, Lou! —Harry le pidió que se acercara, al agitar la palma. 

Él hubiese querido huir y no regresar jamás, pero sería muy maleducado de su parte, así que, con todo y Kiara, avanzó hacia la entrada de la casa, tratando de poner su mejor cara de felicidad. 

Estaba sucio, despeinado y con un raspón el codo. 

Que gran forma de conocer en persona a la suegra, ¿no? 

—Hola, no suelo presentarme de este modo, pido una disculpa de antemano —murmuró, peinándose el flequillo con los dedos al subir los peldaños del pórtico—. No sabía que nuestro monstruo se iba a descontrolar.

La señora Styles, por su lado, ya tenía las manos juntas a la altura del pecho, reflejando la dicha que le daba tener por primera vez, al novio de su hijo como invitado. 

—Louis, ¡me da mucho gusto tenerte aquí! —Ella dijo, con beatitud. 

Esta vez, él sí sonrió, eliminando su mueca llena de sofoco y le tendió la correa al rizado, pidiéndole que sostuviera por un rato a la caótica criatura. 

—Hola, Sienna —saludó, extendiendo la mano. Enseguida vio que estaba manchada de tierra y la retiró—. ¡Ah! Disculpe, es que no-... 

No pudo continuar porque la mujer se le abalanzó en un afectuoso abrazo, restándole importancia al desastre que era de pies a cabeza. 

No demoró en corresponder el dulce acto, recibiendo el calor de una verdadera muestra de afecto por una persona a la que solo había visto a través de una pantalla y que, sin embargo, sentía un cariño honesto por él. 

Harry quiso llorar de nuevo. Era consciente de que su chico era una persona muy complicada y que le costaba congeniar con los demás, pero su madre siempre hacía que todos se sintieran incluidos, les hacía saber que formaban parte de la familia y esta, era una de esas ocasiones. 

Algo bastante especial. 

—Gracias por hacer feliz a mi retoño —Sienna musitó, en el oído del muchacho. 

Louis volvió a pasar saliva con dureza y con las comisuras curvadas, se apartó con suavidad de ella.

—Gracias a usted por traerlo al mundo.

La señora Styles emitió un chillido en regocijo y antes de que pudiera decir algo más, sintió las garritas de la cachorra en la pierna. 

—¡Y tú, mi princesa hermosa! —canturreó, acariciándola con frenesí y le solicitó la correa a su hijo—. ¡Que hermosa estás! 

La bola de pelos ladró con júbilo y brincoteó, dejando las manchas de sus huellitas en el piso de madera. 

Tomlinson creyó que podría ser un poco contraproducente la energía que Kiara poseía, pero al ver que Sienna, alegremente se agachaba para cargar con mucho amor a la perrita, supo que no tendrían ningún problema por eso. 

Los Styles adoraban a los animales. 

—Al fin está la familia completa —Volvió a decir la mujer, moviéndose del marco de madera mientras arrullaba a la nueva mascota—. Pero adelante, ya basta de sentimentalismos y entren, la cena ya nos espera. 

El paso inicial fue dado. 

Por lo tanto, Harry asintió con tranquilidad, listo para invadir el espacio de sus padres y de la nada, se percató de que el mayor lo había sujetado por la camiseta, obligándolo a detenerse.

—¿Ahora qué? —espetó, al voltearlo a ver. 

—El equipaje —Señaló hacia las tres maletas que yacían en el camino de piedras—. ¿Lo vas a dejar ahí?

—¿Uhm? —Arrugó la frente—. ¿Yo? 

—Es lo justo —comentó, alzando la barbilla—. Yo lo traje por todo el aeropuerto, lo bajé del taxi y ahora, te toca a ti meterlo a la casa.

El ojiverde frunció los labios. 

Louis ya se había cruzado de brazos, esperando que se respetara la equidad en la relación.

Todo tenía que tener ese equilibrio que los ayudaba a fluir, evitando desacuerdos por tonterías insignificantes. 

Era el trato que habían hecho para subsistir. 

—Bien —farfulló, robándole un casto beso que el otro no alcanzó a saborear—. Tranquilo, entra y siéntete en confianza. 

—Lo haré. 

Luego de que Harry le mostrara la lengua de forma juguetona y se alejara para ir por el equipaje, él ingresó a la acogedora casa, siendo envuelto al instante por la atmósfera cálida de un hogar. 

Estaba en el lugar correcto. Lo supo gracias a que tuvo la misma sensación que siempre percibía en su propia casa, cuando volvía del trabajo y veía a Harry en el escritorio del estudio haciendo tarea o durmiendo en la cama después de haberla terminado. 

Seguridad y calma. Mucha calma. 

Avanzó por el recibidor, siguiendo el aroma que la cocina expedía y al asomarse por el acceso del sitio que olía sumamente bien, se topó con Sienna. 

La mujer se ocupaba de sacar una bandeja del horno, disfrutando de una agradable compañía. En la barra del desayunador, había una chica recargada que estaba sosteniendo a Kiara: la colmaba de amor y besos de manera excesiva. 

Louis la reconoció. 

Era Leah, la hermana de Harry. 

La joven había hecho aparición un par de veces por el lente del celular, y en cada ocasión, les envío un montón de buenos deseos, rogándoles que vinieran a visitarlos porque, a palabras dichas por ella, "se moría por conocer a su cuñado.

Y bueno, ya estaba ahí. 

—Buena tarde —murmuró—. Disculpen, Harry me dijo que entrara... 

Al oírlo, Sienna lo focalizó con simpatía, dejando la bandeja sobre una rejilla y con un movimiento de cabeza, lo invitó a entrar. 

—Adelante, corazón —masculló, sacándose los guantes estampados—. ¿Te ofrezco algo de tomar? ¿Agua, jugo? 

—No, gracias —replicó, ameno—. Estoy bien así. 

—Lo que gustes de comer o de beber, pídelo. E igual, puedes tomar lo que quieras del refrigerador, ¿sí? 

—De acuerdo, muchas gracias. 

—Vale —Ella no paraba de sonreír—. Mira, ya conocías a mi otra hija, ¿no? A veces se colaba en las video llamadas. 

Ablandó sus facciones al contemplar a la tercera persona en la cocina.  

Leah permanecía boquiabierta y de a poco, fue estirando las esquinas de su boca hacia arriba, mostrando su dentadura junto a unos hoyuelos idénticos a los de Harry. 

—¡Tú eres Louis! —alegó, sin dejar de mecer a la perrita con cuidado—. ¡Mucho gusto!

Ante la espontánea reacción, él esbozó una sonrisa. 

Quizá debió de haberse cambiado antes de entrar a presentarse, ahora dos de los tres miembros de la familia Styles, lo conocían con su peor aspecto. 

—Sí, soy yo —Dio un paso más, aproximándose con cierta timidez—. El gusto es mío. 

—Hasta que cumplieron su promesa de venir —refutó, rodando los ojos—. Creí que solo decían que vendrían para que nos calláramos y los dejáramos de molestar con nuestra insistencia.  

—Ya ves que no. Es complicado venir en otra temporada porque la universidad consume mucho a tu hermano, y el trabajo igual es muy demandante... 

—¡Lo sé! Debe ser muy difícil para ustedes. 

—Ya nos acostumbramos... —Tenía que admitir que ya se sentía menos tenso—. Además, solo estábamos esperando las vacaciones para comprar los boletos de avión. 

Leah cabeceó, dándole la razón. 

—¿Pidieron permiso en su trabajo? 

—Algo así... —Se frotó la nuca—. Le pedí a mi compañero que me cubriera y el resto de los chicos se encargarán de atender a los clientes. 

—Apenas vimos la entrevista que dieron sobre Club Bengala —Sienna se integró a la plática—. Sé que salieron en las televisoras de New York, y debo decir que se mostraron muy profesionales. 

Con modestia, Louis se encogió sobre sí mismo.  

—Yo debo decir que cuando nos avisaron que harían un reportaje sobre el bar, me encerré media hora en mi oficina porque me dieron muchos nervios.  

—¿De verdad? 

—Sí. Harry y Niall fueron quienes me sacaron y luego pagaron la cerradura que rompieron por abrirme la puerta. 

La dupla de mujeres se echó a reír. 

—¡Pero lo hicieron muy bien! —La muchacha de cabello largo y marrón, contribuyó—. Se expresaron excelente. 

—Ensayé mucho lo que iba a decir —Recordó aquellas tardes dónde practicó con Harry—. Niall fue quien logró enamorar a la cámara, habló de su negocio con todo el amor que le tiene.

—Ustedes ya son socios, ¿no?

—Así es, pero el fundador es y será por siempre él —Los créditos le correspondían a su amigo—. Hizo un excelente trabajo para levantar ese club. 

—Y que lo digas, dos pisos y aun así, he visto por fotos que las filas para entrar son gigantes... 

Sin lugar a dudas, Club Bengala era un negocio exitoso que prevalecería por la calidad de bebidas, música y servicio que brindaba. 

No podía sentirse más orgulloso del gran equipo que lo conformaba. 

—Espero que algún día puedan visitarlo —agregó, cortés—. Se les otorgará servicio especial por ser familia de Harry. 

—¡Genial! Cervezas gratis por ser la cuñada favorita. 

—Nadie habló de bebidas gratis... 

Tras la divertida mención, la indignación se pintó en Leah. 

—¡¿Cómo?! —Con falso enojo, le acarició la cabecita a la cachorra que persistía entre sus brazos—. Kiara, no escuches a tu padre, no aprendas ese tipo de cosas. 

Inevitablemente, Louis botó una natural risilla, agradecido con el buen sentido del humor.

Justamente, todos tuvieron que guardar silencio cuando vieron al rizado internarse en la cocina como una ráfaga. Parecía que estaba buscando algo, escaneaba rápidamente cada rincón del espacio y al enfocar a Leah, alzó los brazos. 

—¡Ah, ahí está! —exclamó, aliviado—. Creí que Kiara se había salido, me espanté cuando no la vi en ningún lado. 

Recibió un ladrido en respuesta, la perrita estaba muy cómoda siendo mimada. 

—¡Ay, hola Edward! —Irónicamente, su hermana aportó—. Estoy muy bien, ¡yo también estoy feliz de verte! 

Harry resopló con una sonrisa y sin remedio, se acercó a ella para darle un efusivo, pero cuidadoso abrazo, con el fin de no aplastar a la criatura peluda. 

—¿Cómo estás, enana? —preguntó, depositando un beso en su frente. 

—Muy bien, la verdad es que no me haces falta —bromeó, con su chispa habitual—. Ni creas que a veces me duermo en tu habitación porque te extraño, eso es mentira. 

—Oh, claro —Tronó la lengua contra el paladar—. Por eso ahora que subí a dejar las maletas, encontré una de tus pijamas doblada en la silla del escritorio, ¿no? 

La tonta había dejado la evidencia. 

—¡Maldita sea! 

—Lenguaje, Leah —refutó su madre. 

Los hermanos mostraron los dientes en una mueca. 

—Perdón —Ella murmuró, colocándose en cuclillas y bajó a Kiara—. ¿Ya ponemos la mesa? 

—Sí, y por favor háblenle a su padre, está viendo la tele en nuestra habitación. 

Después de asentir, Harry se activó y caminó hacia la alacena, sacando los platos que utilizarían esa noche.

A su vez, Leah se lavó las manos y tomó los cinco vasos de vidrio junto a los manteles individuales que pondrían en cada lugar del comedor. 

Y Louis se frotó las palmas, preguntándole discretamente al menor dónde podía cambiarse de ropa porque no cenaría con los pantalones manchados de tierra. 

—Sube a mi habitación, es la que tiene una H —relató, con obviedad—. Segunda puerta a la izquierda. 

Con la indicación recibida, subió a la planta alta de la vivienda, metiéndose a la recámara que tenía una letra pintada en color blanco al centro de la puerta. 

Echó un vistazo al lindo entorno, notando de primera instancia, que el cuarto de Harry era muy similar al que tenía en su anterior departamento en Manhattan.

Concluyó que lo había decorado igual para no extrañar tanto su hogar al inicio, pues en lo único que difería, era que en estas paredes habían algunos posters de las bandas que usualmente oía. 

Básicamente, era lo mismo. Una cama con su edredón acolchado, repisas con fotos, su buró, un armario vacío y un escritorio tres veces más diminuto que el que tenía en la actualidad. 

Al terminar con el análisis visual, escogió la maleta en la que había metido todas sus cosas y con presteza, eligió dos prendas iguales a las que traía, pero de distinto color. Se cambió lo que traía sucio, echando la ropa en un cesto que encontró a un costado de la cama y acto seguido, volvió a bajar las escaleras, no sin antes haber pasado al sanitario a lavarse las manos.  

Sin lodo seco encima y con el estómago gruñendo de hambre, se encaminó al comedor de los Styles, listo para comprobar que Sienna tenía una exquisita sazón, tal y como Harry se la pasaba presumiendo.

Todo estaba listo sobre la mesa, los platones de comida ya se hallaban organizados al centro y fue ahí, cuando sintió que la sangre se le congeló. 

Para su mala suerte, se cruzó de filo con la mirada pesada de ese hombre que, hasta ese día, no había tenido el placer de conocer. 

El padre de Harry, Arthur Styles. 

Él sabía que ese señor era de carácter fuerte, todo lo contrario a Sienna. Y por la forma en que estrechó los ojos a través de los lentes, al verlo arribar, intuyó que no le caía tan bien.

Sin embargo, se había mentalizado una y otra vez para ese momento.

Se prometió hacerle frente como el adulto que era, demostrando su madurez. 

—Lou, siéntate aquí —El menor apuntó la silla vacía que tenía a su lado—. Ya le puse sus tazones de comida a Kiara. 

—Está bien. 

Con un meticulosa porte y poniendo su mejor sonrisa, se apoderó del asiento designado, arrastrándolo por el piso.

Se sentó, mejorando su postura al acomodarse una sola vez y ubicó las manos en su regazo, tratando de conseguir paz interior con una respiración profunda. 

La señora Styles llamó la atención de los presentes al golpear ligeramente una cuchara en el cristal de un vaso. 

—Me encanta hacer esto —Hizo referencia a su sutil llamado y miró al muchacho de ojos azules—. Bueno, Louis, espero te sientas cómodo estos días que pases con nosotros, nos da mucho gusto recibirte y nos encantaría que tuvieras la plena confianza de hacer lo que gustes. Ésta es tu casa, puedes usar todo lo que tenemos aquí, si tienes duda con algo, pregúntale a Harry y él te dirá donde están las cosas, conoce las ubicaciones a la perfección. 

La bienvenida lo hizo sonrojar, achinando los bordes de sus ojos.

Harry le dio un apretón en el muslo por debajo de la mesa, otorgándole una chispa de tranquilidad. 

—Muchas gracias, es genial estar aquí con ustedes —murmuró, y por educación, focalizó al hombre que se mantenía callado—. Buena noche, mi nombre es Louis Tomlinson, no me había presentado con usted. 

Como el caballero que en su imaginación decía ser, se alzó, extendiendo el brazo en signo de saludo. 

Arthur miró la palma en la intemperie, y después de subirse los anteojos por el puente de la nariz, se levantó también, sujetándole la mano con afabilidad. 

—Arthur —murmuró, con un tono de voz grave—. Mucho gusto. 

Louis luchó por no temblar.

Nunca pensó que algún día, se encontraría conociendo formalmente a los padres de algún novio...

Las cosas cambiaban de la noche a la mañana. 

—Listo, ya vamos a cenar. ¿Quién quiere lasaña? 

—Yo, mamá —Harry sacudió su tenedor—. Por favor.

—Yo igual —Su hermana lo imitó. 

Y estando ya en sus respectivos lugares, Arthur y Louis también aceptaron una generosa porción. 

La cena empezó a desarrollarse con normalidad, se oía el chocar de los cubiertos con los platos y la conversación se volvió entretenida, ya que se estaban compartiendo las historias más recientes entre madre e hijos. El castaño los escuchaba atentamente, riéndose cuando algo lo ameritaba y complementando de vez en cuando las anécdotas del menor. 

Eso, hasta que el señor Styles raspó su garganta, haciendo que todos lo miraran sin entender. 

—¿Qué sucede? —inquirió Leah, tocándole la espalda—. ¿Estás bien? 

—Lo estoy —espetó y fijó la mirada en Louis—. Así que... he oído que trabajas en un bar. 

El implicado estuvo a punto de atragantarse con dos bocados de lasaña, buscando evadir el interrogatorio. 

No lo hizo por honor. 

—Así es... 

—¿Y qué haces ahí? —Alzó una ceja—. ¿Sirves tragos y esas cosas? 

Harry extendió los ojos en advertencia, pero su padre lo ignoró. 

Él estaba enfocado en el muchacho que secretamente, se encontraba tiritando de miedo. 

—Antes lo hacía, comencé como bartender del lugar y fui el primer ayudante oficial del dueño —explicó, tratando de sosegarse—. Me gustó mucho ese trabajo, así que me enfoque en mi crecimiento laboral ahí. 

—¿Crecimiento laboral? ¿Qué obtuviste?

—Bueno, no quiero sonar pretencioso ni mucho menos —murmuró, tomando un poco más de lasaña con su tenedor—. Ahora soy socio del dueño, y el negocio se expandió al doble del espacio rentable que se ofertaba con anterioridad.

—Eso lo sé, supe que Edward les diseñó el nuevo establecimiento —Bebió un trago de su jugo y continuó—: Entonces, no tienes una carrera profesional ni un título académico... 

—Papá... —El rizado intervino—. Louis toma cursos de mixología, y ya tiene dos certificaciones por parte de los mejores institutos que se dedican a eso en la ciudad. 

Arthur asintió. 

—Entiendo, eso es interesante —Masticó un bocado—. ¿Jamás te interesó la escuela? 

Louis subió una sola comisura con la cuestión. 

—Sí, al inicio me agradaba asistir a clases, pero después mi infancia se tornó difícil y tuve una adolescencia lo doble de complicada —anexó, con simpleza—. Así que yo tomé la decisión de no continuar con mis estudios, y conseguí un trabajo con el que genero lo suficiente para vivir bien. 

Harry se atragantó, la tensión en la mesa se podía palpar. 

—Ya... —Se limpió la boca con una servilleta—. Me da gusto que hagas lo que te hace feliz. 

—Gracias, le juro que amo mi trabajo.

Mantuvieron un aterrador contacto visual.

Y por lo menos Louis, no estaba dispuesto a ceder.

Sin ser grosero, defendería sus ideales a capa y a espada. En sus terapias, había aprendido que nadie podía hacerlo sentir menos, bajo ninguna condición. 

—Sé que mi hijo es feliz contigo —murmuró el hombre—, espero no le rompas el corazón. 

—No lo haré, si yo estoy con Harry es porque lo amo —reafirmó—. Es el chico más lindo que he conocido, y sé que su forma de ser es debido a la educación que ustedes le dieron. Déjeme decirle que hicieron un gran trabajo como padres. 

Sienna hizo un gesto enternecido por el bonito comentario, Leah fingió limpiarse una lágrima y Harry se acaloró, abanicándose la cara por el rotundo rubor que le embargó los cachetes. 

Esa, fue la última flecha que el ojiazul lanzó a la estrategia. 

Y Arthur le contestó con un amago de sonrisa. 

—Bienvenido a la familia, Louis —concedió, afectuoso—. Eres un chico con agallas, vas a llegar muy lejos. 

Fue cómico el sonido que la mayoría hizo al sacar el aire que habían estado reteniendo en los pulmones. 

Los hombros del involucrado se relajaron. Había pasado exitosamente el filtro más complicado, ganándose el punto extra que le hacía falta y gracias al cielo, ya podía comer con todo gusto la bendita cena que Sienna había preparado. 

Se percató de que Harry seguía turbado por el tenso diálogo y él sonrió, notando que tenía manchada la boca con salsa.

Tuvo que usar una servilleta para limpiarlo, gesticulando un "todo está bien" discreto, sin mover mucho los labios... 

—Oye, Lou —La señora Styles tomó la palabra—. ¿Quieres ver las fotos de cuando mi retoño era un bebé? 

—¡No te atrevas, mamá! —El afectado se escandalizó—. Eso da pena. 

—¿Qué tiene? Siempre fuiste un niño muy bonito... 

—Puede ser, pero no se las muestres, hay muchas que me causan vergüenza. 

—Bah, tonterías —canturreó y se dirigió al castaño—. ¿Recuerdas la foto que te mandé por correo? 

Louis se sobó el mentón, al masticar.

—¿Dónde Harold está sentado en su bacinica? ¿O dónde está recién bañado? 

—La primera, tengo toda la sesión fotográfica que le tomé ese día, fue cuando dejó el pañal. 

—¡Ah, cierto! Eso dijo en el mensaje —Rememoró el texto que redactado—. También quisiera ver las de su primer cumpleaños y las que mencionó sobre su primera ida al zoológico. 

—¡En cuanto acabemos de cenar, nos sentamos a verlas! 

—Perfecto. 

Harry no lo podía creer. 

Su mandíbula había caído, su cara se convirtió en un auténtico poema y la estruendosa risa que todos evacuaron, incluyendo su padre, lo indignó... 

Vaya forma de empezar las vacaciones.

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