Treinta y siete

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Harry llevaba una hora completa gastando la batería de su celular en un juego que descargó para pasar el rato.

Estaba sentado afuera del edificio especializado en atención psicológica. Por un rato vio a los pacientes entrar y salir, algunos cabizbajos, otro más animados, pero al final todos ellos iban y venían con una intención en común...

Sanar.

Louis tuvo un leve episodio antes de ingresar a la clínica: primero quiso irse de ahí, estuvo a punto de cancelar la cita y de llamar después para cambiarla de fecha, con el argumento de que le dolía la cabeza. Luego, enfureció al sentir un remolino de impotencia y de fracaso por ser tan cobarde, solo tenía que subir los tres jodidos escalones y empujar la puerta, no podía ser una maldita gallina.

Harry se encargó de hablar con él, se atemorizó al escucharle tan desesperado, así que hizo lo que estuvo en sus manos con el fin de entregarle un poco de calma y de confianza.

Los ojos índigos del mayor le comunicaron el terror que le estaba causando estar a unos cuantos pasos de comenzar una nueva etapa de reconstrucción y superación, era de esperarse que estuviera así de nervioso en su primera consulta. Harry no podía entrar con él, pero le prometió que lo estaría esperando cuando saliera, y lo iba a cumplir porque no podía dejarlo bajo ninguna circunstancia.

Por ello, mientras aguardaba a que saliera, avanzó hasta el nivel treinta del juego adictivo que encontró en el número uno en las listas de popularidad de la tienda virtual.

El nivel treinta y uno se quedó a medias, porque fue cuando la puerta de cristal se abrió y el castaño salió por ahí, peinando su cabello de la parte frontal mientras miraba sus tenis con la agujeta desamarrada, se cuidaba de no pisarlas porque no quería caerse y chocar con el concreto de la acera.

Harry de inmediato guardó su celular, se levantó de la banca habilitada al exterior y dio los pasos necesarios para llegar hasta Louis, encontrándose con su mirada cándida en el camino. Para ser sincero, pensó que se toparía con un chico abatido y cansado, con indicios de haber llorado o tal vez, en otro extremo, enrabiado hasta lo infernal.

No obstante, halló a un individuo aparentemente calmado, con los ojos pobremente irritados pero no hinchados, pestañas húmedas y nariz enrojecida.

Se sonrieron al mismo tiempo. Louis lo acercó al tomarlo por una de las trabillas de sus jeans, jalándolo de ahí y Harry tropezó una pisada hacia adelante, dejando módicos centímetros entre los dos.

—Hey —dijo, llenando sus propios labios con saliva al pasarse la lengua—. ¿Cómo te fue?

—Bien, supongo —Le respondió, viajando la vista de los orbes cetrinos, a la boca brillosa que tenía enfrente y viceversa—. Ella es muy linda y amable, abordó muy bien el inicio de mi diagnóstico. 

—Me alegra muchísimo, ¿cuándo es la siguiente sesión?

—El siguiente jueves, a la misma hora.

—Eso es bueno... —susurró, alargando su brazo hacia arriba y repasó con sus dedos, la mejilla del nombrado—. ¿Entonces volverás?

Louis era tan variable, que en un abrir y cerrar de ojos podía cambiar de parecer.

—Sí... lo haré —Aseguró sin embargo, rozando la punta de su nariz con la ajena.

¡Por supuesto que no estaba copiando lo que vio en casa de sus amigos!

Harry cerró los ojos y no se privó de reír tiernamente cuando imitó la acción, patinando sus palmas por los hombros del mayor. Terminó encarcelándole el cuello al trenzar sus dígitos por atrás y cerró aquella boca con la suya, en un besito donde solo fueron necesarios los labios.

Dulce, lento y muy íntimo.

Sus lenguas solo se tocaron de la punta, no hubo obligación de usarlas, el ojiazul únicamente saboreaba el bálsamo labial de mora, que Styles se colocaba para evitar la resequedad.

Si alguien le hubiera advertido hace unos meses que aquel joven novato sería su ruina, se habría reído hasta las lágrimas en la cara de quién le pronosticara tal tontería y le hubiese escupido por inventar tremendas estupideces.

Pero bueno, nadie fue gentil de avisarle que caería por un inexperto y entrometido empleado.

Lo veía tan lejano, algo imposible; tenía mil cadenas custodiando su corazón como para que un cabrón cualquiera, las desenredara hasta dar con la cerradura que abriría aquella joya deliberadamente dañada y que aún así, se empeñara en querer arreglarla.

La cosa aquí, era que Harry representaba todo, menos a un cabrón cualquiera.

¿Quieres ir a algún lado? —preguntó el rizado, en un susurro al romper el mágico enlace.

—Tienes que ir a trabajar, ya pasan de las cinco, debes ducharte y toda esa mierda —contestó, alzando los párpados y acostumbrándose de nuevo a los paisajes permanentes—. Te paso a dejar y después voy por ti, ¿no?

Harry negó, absteniéndose a la idea.

—Pedí el día libre —informó—, o bueno, la noche... quería... o más bien quiero estar contigo el resto de la tarde, hoy no es necesario que andemos corriendo.

El semblante del castaño, cambió.

—¿Hablas en serio?

—Ajá, le pedí permiso a Niall e incluso Zayn dijo que no me preocupara, al final es jueves y es pesado pero no tanto —masculló, colocándose el pulgar entre los dientes—. Me dijo que iban a cubrirme.

Louis no supo que decir.

Eran contadas las ocasiones en las que se había ruborizado a un grado indigno, justo ahora tenía los cachetes tan rojos como un semáforo indicando alto. Harry lo notó, alcanzó a ver la chispa reluciendo en sus topacios, la forma en que su respiración se distorsionó y el cómo tuvo que pelear contra su borde romántico.

La premisa que Liam le concedió horas previas, se rebobinó en su mente:

"Se nota a millas que es correspondido."

—Ya, pues... no sé —Se rasguñó una tanda de veces la espalda para aliviar una inexistente comezón—. Uhm, ¿qué quieres hacer?

—Pensé en ir al cine o tal vez por un helado —siseó, conteniendo la sonrisa meliflua—. ¿Qué dices?

—Lo que sea menos helados, por favor —rezongó—. Estoy harto de ellos.

La risa de Harry fue música para sus oídos.

—¿Una visita al cine entonces? —instó, sobándole la nuca con blandura—. Tiene mucho que no voy.

—Ni yo...

—¿Vamos ahí?

Solo bastaron dos segundos de su valioso tiempo, para que respondiera:

—Sí, hay que ir.

—¿Es una cita? —El ojiverde no consiguió encubrir su escalofriante entusiasmo.

Ahí, Louis volteó los ojos, bufando por fuera pero con una repugnante emoción desplazándose por su anatomía. Se agachó rápidamente para atarse los cordones sueltos y se enderezó, quedando nuevamente a su altura.

—Sí —Exhaló, con resignación ficticia—. Es una cita.

Styles brincó en su lugar al oírle.

—¿Compraremos palomitas?

—Ajá...

—¿Me tomarás de la mano al entrar a la sala?

—¿Eh? —Su ceño se plegó.

—¿Me besarás cuando las luces bajen? —Sí, parecía tenerlo todo planeado.

—Harold, ¿qué rayos...?

—¿Y me abrazarás durante las escenas trágicas que me hagan llorar?

De acuerdo, Louis no podía seguir con esa sarta de condicionantes.

—Estás viendo demasiadas películas para adolescentes —gruñó, antes de golpearle el pecho con el índice—. ¿De cuándo acá quieres una salida tipo serie de Disney Channel?

Harry miró hacia el cielo despejado y su carcajada se fue con el viento.

—¡Tengo que aprovechar mi suscripción! —repeló, volviendo a generar el contacto visual—. ¿Entonces?

—Tú pretendes que te lleve de la mano, te de un beso mientras esperamos en la fila de la dulcería y te abrace cuando algo te haga llorar, ya sea de miedo o de felicidad... ¿No? —Se jactó, recogiendo los hombros.

Bastante común.

—¡Exacto! —chilló, esperanzado—. ¿Ves como no era tan difícil?

—¡No accedí!

—Excelente, tu pagas el combo de palomitas y yo los boletos —Ignoró la súplica inválida.

El rizado se movió de su sitio, situándose a un lado de Louis, y sin preguntar, se armó de valor, acabando con el trecho al tomarle de la mano. Eso se convirtió en una apreciación sublime: verlas encajar como si estuvieran hechas para estar juntas, como si se cumpliera algo que estaba destinado a ser.  

El castaño estaba tenso, rígido, como si de una estatua se tratase, la unión lo canalizó a un estado de conmoción; le oró a los dioses en la patria celestial que le permitieran controlar sus nervios para no comenzar a sudar de ese sector por lo menos los primeros cinco minutos. 

Él siempre llevaba la batuta con la demás gente, estaba en sus venas y era inaudito que un chico dos años más pequeño estuviera controlando sus acciones e influyendo en sus decisiones.

Pero vamos, cuando lo sabes... lo sabes.

Se dejó guiar por el andar incorregible, iban compartiendo un mismo espacio en la banqueta y los autos pasaban rápidamente por el asfalto, pitando el claxon cuando alguno se cambiaba de carril sin avisar.

Callados, ninguno se arrojaba a decir algo, tal vez los dos estaban igual de inquietos y no en el mal sentido, solamente era algo... nuevo.

—¿Qué película quieres ver? —El ojiverde rompió el silencio, mientras se distraía con las enormes copas de los árboles.

—No sé cuales están en cartelera, ¿Alguna buena? —cuestionó, viéndole de soslayo.

—Yo tampoco sé, creí que tú tendrías alguna en mente.

—La idea de ir al cine fue tuya —ironizó.

—Entonces veamos la próxima función de la que tenga dos asientos disponibles en fila decente —Aportó, vivaz—. De lo que sea, podemos volvernos críticos, pronto seremos la competencia de los Óscar.

Al menos, Louis no era el único que estaba enloqueciendo.

—¿Iremos caminando? —El mayor inquirió, al parar en el cruce de una avenida.

—¿El centro comercial está lejos? —Le devolvió la pregunta, mirando hacia los lados. 

—¿Estás jugando? Estamos a más de cuatro kilómetros.

—¿Ah sí? —canturreó y luego le dio un apretón para incitarle a cruzar—. ¡Pidamos un taxi entonces!

—... Vale.

Imposible.

Imposible que Tomlinson estuviera tan ido con la idea de tener su primera cita pactada con el bartender que nunca deseó que fuese contratado.

Resolló, ensanchando sus fosas nasales, iba a vomitar en cualquier momento, tenía los nervios de punta. Ahora lucía como un soldado que marchaba rumbo a la guerra, con las cejas formando una sola línea, articulando frases cortas al responder y mirando fijamente al frente.

—¡Taxi! —El menor gritó fuerte, haciendo una seña a uno de los tantos autos que prestaban el servicio.

Louis hizo un gesto desaprobatorio y se tapó el oído con su mano suelta.

—Creo que no te escuchó —vaciló con sarcasmo.

Era normal que su volumen se elevara sin modestia, gracias a la felicidad que ahora le invadía, Harry era un estuche de monerías y lo mostraba en los distintos escenarios que le ponía la vida.

Sin más, el automóvil aparcó frente a la acera y el chófer les sonrió desde adentro. Se tuvieron que soltar para subir al asiento trasero: primero entró Harry y después Louis, quién fue el encargado de dar la ubicación puntual de su destino, cerrando la puerta y bajando el vidrio en busca de que el aire circulara.

El camino fue en silencio, solo con la música de la radio y el cantar del más joven en voz bajita para no molestar al conductor; cada quién miraba por su ventana, pensando en tonterías.

O por lo menos Harry, iba meditando acerca de que palomitas elegiría para la función, algo banal y estúpido. Y por otro lado, estaba Louis, dejando que el aire pegara en su rostro mientras reflexionaba acerca de los parámetros a cumplir en una cita con alguien.

Ser atento, cordial, amable, cariñoso, decente... una larga lista de cualidades por cubrir. Pero joder, ellos ya se conocían lo suficiente, no hacían falta las presentaciones extendidas, ya no tenían que descifrarse, sabían exactamente que hacer y cuando hacerlo.

Eran dos peces nadando en un mismo acuario.

Se estableció portarse como siempre, porque no tenía que impresionar a nadie, era bobo sobrestimar sus acciones, se comportaría con espontaneidad, su esencia estaba en su carácter y forma tan enérgica de ser. Iba a sacudir el peso del mundo de sus hombros, no tenía nada que probar.

Pasados veinte minutos de trayecto, ya estaban llegando al motor lobby del centro comercial.

—¡Ya llegamos! —Harry reiteró y quitó el seguro de su puerta aunque el carro todavía seguía en marcha lenta.

—No le abras todavía —Le regañó, previniendo un accidente.

El implicado asintió, ante el tono de mando y le miró solo para guiñarle un ojo. Louis volcó los propios, haciendo un mohín revoltoso para no sonreír.

Aguardaron a que el carro se estacionara en el acceso principal, pagaron el monto final y bajaron, esta vez salieron por las distintas puertas de atrás. Harry dejó atrás a su acompañante, avanzando vivaracho un par de zancadas y focalizó la bendita isla de helados.

Ese día, estaba siendo cubierta por otro empleado, el cual parecía estarse volviendo loco al surtir el pedido de unos trillizos, que no decidían con que ingredientes acompañar su yoghurt congelado.

—Menos mal no me tocaron a mí —Escuchó a sus espaldas, la voz de Louis—. Estoy cansado de los mocosos indecisos.

—Son niños, necesitan paciencia —Hizo hincapié.

—Es lo que menos tengo, son estresantes.

—Pero son clientes.

—Lo son, pero-...

—Al final pagan por su producto.

Malhumorado, Tomlinson se trasladó a tapar su visión, plántandose delante suyo, con los brazos cruzados y una ceja disparada hacia arriba. Le miró con advertencia.

—¡¿Tú de qué puto lado estás?!

—Del tuyo —Asomó una sonrisa plena y luego retomó la seriedad, aclarando su tono—. Tienes razón, son estresantes.

Entonces, le regaló un besito afectuoso en la boca a Louis, tan pasajero que no le dio permiso de corresponderlo; se aguantó las ganas que le nacieron de abalanzarse sobre él.

—Sabes lo que te conviene —gruñó con desdén y su corazón galopó al reparar el humor que estaban generando.

—¿Comprarás las palomitas que yo elija? —Aleteó las pestañas.

Sus dedos se volvieron a entrelazar, a la par de un lazo entre sus iris complementarios.

Ellos ni siquiera lo notaron.

—Y del tamaño que quieras, precioso.

Harry se puso colorado, negando con la cabeza y se mordió el labio cuando sus comisuras subieron todavía más.

—Un día de estos me vas a matar, ya sea de enojo, de placer o de ternura.

—Las dos primeras opciones suenan bien —Louis alegó—, la tercera ya es avaricia.

La atmósfera soñadora, se quebró.

—Joder, te odio.

—No me sorprende. 

Con la mezcla del sonido que produjeron sus risas tontas, se internaron en el enorme edificio, caminando a paso lento con las manos custodiadas entre sí.

Los nervios se esfumaron y la tarde les regaló una linda primera cita.

O algo parecido a eso.

Pues con la elección al azar de una película de acción que resultó ser malísima, llegaron consecuencias no tan graves pero si dignas de grabar en sus memorias.

Como que Louis se había quedado dormido casi al inicio del filme y Harry, sin atreverse a despertarlo, siguió jugando en su celular hasta alcanzar el nivel setenta del estúpido juego. No le prestaron atención en lo más mínimo a la gigantesca pantalla.

En cambio, cuando el castaño despertó a media hora de que la cinta acabara, si se besaron unas cuantas veces bajo la penumbra... pero el bote de palomitas, les interrumpió al voltearse.

La causa no había sido un fantasma, más bien un manotazo que dio el menor para evitar que el otro le tocara partes que no debía en público, ¡había gente chismosa en el perímetro!

Y para variar, uno de los dos refrescos que compraron, se fue derramando con discreción porque el vaso tenía un orificio y no se percataron hasta que ya estaba más abajo de la mitad. Aunado a eso, tenían un charco enorme de soda por debajo de la butaca.

Un caos colectivo.

En fin, algo muy a su estilo.





❖ ◦ ❁ ◦ ❖ ◦ ❁ ◦ ❖ ◦ 🍻 ◦ ❖ ◦ ❁ ◦ ❖ ◦ ❁ ◦ ❖





Louis tenía la espalda recargada en la cabecera de la cama, no traía puesta ninguna camiseta y solo portaba un short cómodo de algodón para dormir. No estaba acostumbrado a los conjuntos como los que Harry usaba, únicamente se los ponía cuando no le quedaba otra opción, le gustaban porque eran lindos y tenían su aroma impregnado pero descansaba mejor si vestía solo la prenda de abajo.

Estaba en su propia casa, viendo la televisión mientras revisaba en su teléfono el marcador final del partido en el que su equipo favorito se desempeñó. Festejó al ver que habían ganado tres a uno.

Disimulado, vio por encima del móvil que su puerta se abrió, siendo empujada por Harry, él traía una bonita pijama roja que consistía en una playera manga corta en cuello redondo y de igual forma, pantaloncillos cortos que le llegaban hasta la mitad del muslo rechoncho. Tenía impresa distintas imágenes del dragón diminuto, que salía en la película de Mulán.

—¿Cuántas de esas tienes? —sondeó Louis, al sonreír de lado—. Te he visto como mil de ese tipo.

—Uhm, esta fue la que dejé aquí la última vez que me quedé —siseó, acercándose al espejo que colgaba en una de las paredes de la recámara—. Creo que le pusiste algún detergente barato porque me la encogió, el elástico me aprieta y el short se me pega a las piernas.

—O quizá te creció el trasero —murmuró burlesco, observando el área mencionada—. Yo voto más por esa posibilidad, al pobre Shifu se le deforma la cara con tus curvas.

El rizado abrió la boca, entre lo asombrado y lo ofendido.

—En primera, deja de insinuar que estoy gordo —Le retó, mirándolo por medio del reflejo—. Y en segunda, ¡se llama Mushu! No Shifu, ese es el de Kung Fu Panda.

—Lo que sea —bufó, bloqueando su teléfono. Tenía un mejor panorama en vivo—. No es mentira lo que dije, no estás gordo, eso que llevas resalta tus... atributos.

—Imbécil —graznó sardónico, al terminar de hidratarse la piel con un poco de crema humectante.

Louis acrecentó su sonrisa, sin dejar de examinarle con los ojos pícaros.

—Oye, tengo una emergencia —refutó, bajando el volumen de su televisor.

—¿Ahora qué? —espetó, girando en su propio eje para encararlo—. ¿Se te fue el internet y quieres que vaya a reiniciar el módem? Porque ya fui una vez y está en perfecto funcionamiento.

—No, en serio es una emergencia —repitió, mordiendo la parte interna de su mejilla.

—Detalles, caballero —parloteó.

Louis apretó los labios y apuntó a su propia pelvis. Harry jadeó al ver un bulto bajo la tela y solo atinó a negar con la cabeza.

—¿¡Qué clase de mounstro eres!? —dramatizó—. ¿Cómo es que eso se te para tan pronto?

—Ni yo mismo sé —Estaba orgulloso de sí mismo, claro que lo estaba—. Deberías estar agradecido, tienes una vida sexual muy activa gracias a mí.

—No me jodas, Tommo —Se guardó la carcajada y caminó hasta el lateral del colchón—. ¿Tengo que agradecerte por mantener mi culo ocupado?

—Más o menos, sí —sentenció, poniéndose más cómodo al pasar sus brazos por detrás de su cabeza—. Estoy en mi mejor momento, aprovéchame.

El menor suspiró, sentándose en el borde de la cama destendida y agudizó la vista para evaluar el torso desnudo del muchacho arrogante. Es que, ¿cómo iba a negarse? Si Louis podía ser la invitación perfecta, el ser más hermoso enviado por el rey del inframundo para engatusar a los mortales y llevarlos por el camino del mal, del pecado, de la lujuria.

Harry fue presa fácil, seguramente los demonios se burlarían de él por ser tan manejable.

—Es que no puedo con lo romántico que eres —Se mofó, rotundo—. Después de una divina cita en el cine, ahora tienes una erección y esperas que yo la atienda.

Los orbes llameantes de Louis, le reafirmaron lo mencionado.

—¿Lo harás?

—¿Tú crees que no?

Bueno, tampoco se haría del rogar.

—Yo sé que sí, porque es algo que tú provocaste —garantizó, cargando con la tensión entre su juego de miradas—. Vamos.

—Y si alguien más provoca algo así en ti... ¿pretendes que sea esa persona quién se haga responsable? —habló en simultaneidad con sus movimientos, subiéndose al lecho que le esperaba.

Se acercó, montándose hábilmente a horcajadas sobre su regazo y separó las piernas, dejando descansar las rodillas sobre el colchón. Evacuó un suspiro al acomodarse, siseando al sentir una descarga de placer, al crear sin querer una deliciosa fricción entre sus cuerpos que le puso hasta los vellos de punta.

A Louis también le afectó tal acto, pues sus manos volaron hacia el trasero de Harry y lo sujetó con posesión, apretando la carne blanda desvergonzadamente.

—¿Estás insinuando que cualquiera puede causar esto? —Le contestó la interrogante previa—. ¿Por quién me tomas?

—Yo solo decía —jadeó, sosteniéndose de la cabecera acolchada color vino—. Eso quiere decir que... ¿Solamente lo puedo ocasionar yo?

El ojiazul se mojó los labios, listo para tirarse por la borda y sin chaleco salvavidas.

—No me he acostado con nadie más, Harold —exclamó, apretujándole los glúteos prominentes—. Nada... mierda, nadie me excita... solo tú.

Pero lejos de sentirse el victorioso por eso y de regocijarse con los apretones, al implicado le llegó un malestar en el pecho.

Algo no se sentía bien.

—¿Lo intentaste? —preguntó, sin estar seguro de querer conocer la respuesta—. Tú... ¿quisiste follar con alguien más?

—Sí, el día que fuimos a la discoteca con Ashton —El castaño replicó, no iba a engañarle—. ¿Recuerdas al chico con el que estaba bailando?

Harry derrochó una sonrisa débil ante ese tormentoso recuerdo.

—Sí, como voy a olvidarlo —bisbiseó, posando su palma sobre el pectoral de su amante—. Era lindo...

—Lo era, pero para serte sincero, yo solo quería demostrarme que había algo más allá de ti —argumentó.

—¿Y qué te detuvo? —Se atrevió a sortear y sus ojos proyectaron el decaimiento.

—Bueno, primero que te saliste del lugar como un caballo desbocado —masculló ameno—, y segundo, que tenía los pensamientos infectados de ti.

—¿No pudiste? —Relajó los músculos de su espalda, dejando caer los hombros.

—No y tampoco quise, porque para mí hubiera sido fácil dejarte ir y seguir en lo mío, pero lo dejé en la pista cuando vi que empujaste a todos con tal de llegar a la salida —Louis hizo una breve pausa para analizar las facciones ajenas—. Solo porque Ashton se fue contigo, si no, yo te hubiese acompañado. Aún así, cuando regresé, confieso que compartí mis besos con otro que me tope por ahí y no, no llegué a más que eso.

Por inercia, Harry evitó la mirada pétrea del contrario.

A destiempo, iban saliendo temas a la luz que ellos debían esclarecer, cosas inconclusas que tal vez pudieron ser razón de conflictos pasados, y claramente lo que menos buscaban era que todo eso se repitiera, por aquello del bien común.

Era priorizar la comunicación, debían demoler todo lo mal construido y comenzar de cero, desde los cimientos, con pilares firmes que antepusieran las opiniones y acuerdos mutuos que llegasen a formar para cosechar el trato sano de su nexo.

—Yo no me sentí bien ese día —dijo, mordiendo su labio con ahínco—. Estaba muy confundido, no sabía que sentir o que hacer... además el alcohol solo me desorientó.

Louis le oyó minucioso, acariciando delicadamente la piel de sus muslos con yemas de su mano derecha y la otra la llevó a su rostro, deslizando su pulgar sobre el pómulo sin dejar de verle a los ojos.

—¿Tan imbécil me porté?

El ojiverde exhaló una risita agridulce.

—Yo me confundí, creo que desde el principio tú me marcaste un límite que yo rebasé sin darme cuenta... —dialogó, acurrucándose bajo el toque.

—Yo te di razones para que tú pensaras otra cosa, tampoco fui el más recto con mis ideales —contrapuso—. Lo siento.

Wow, ¿qué?

—¿Lo sientes? —Arqueó una ceja, atónito —. ¿Louis Tomlinson se está disculpando?

—Creo... —Hasta él, se alarmó de sus vocablos.

—¡Otra cosa que tengo que anotar al calendario! —Se burló, inclinándose para capturar sus labios finos. 

Era asombrosa la facilidad que ya tenían para robarse besos y no redimirse por la debilidad que les pegaba cuando estaban el uno con el otro. Conforme la fuerza de esa unión física aumentaba, sus dientes chocaban al no lograr un control en el ritmo, el hambre los vencía y el apuro de enredar sus lenguas era más poderoso que cualquier sincronía moderada.

Estaban hundiéndose en el deseo, demostrándolo con jadeos ahogados, mordidas fortuitas y movimientos a ciegas.

Harry había comenzado un vaivén lento y travieso con sus caderas sobre el regazo de Louis, motivándolo a que metiera las manos debajo de sus prendas inferiores y anheló que le arañara el culo con fervor, mientras él se hacía cargo de explorar cada minúsculo espacio de su cavidad húmeda con la lengua.

Querían follar.

Sin embargo, ellos no iban a consumar ni siquiera una ronda de buen sexo esa noche, pues la bocina en uno de los dos celulares que había en la habitación, emitió un sonido de alerta y la vibración constante les hizo saber que alguien necesitaba comunicarse con ellos.

Específicamente, con Harry.

—Te llaman —dijo, separándose unos milímetros del propietario de aquel aparato que timbraba.

—Al rato, bésame —Pidió en cambio.

Ambos gimieron en unísono, cuando el involucrado se frotó arrebatadoramente contra la entrepierna del mayor.

Siguieron temblando un momento más, entre ruidos sucios creados por los besos, llenándose de roces persistentes y contrayendo el abdomen por las corrientes que viajaban a través de sus espinas dorsales y se acumulaban justo en ese punto.

No obstante, el jodido celular continuaba reproduciendo el tono de llamada entrante y Louis empezaba a fastidiarse.

—Contesta —gruñó, tirando de su labio y le saqueó un gimoteo indecoroso.

Pero Harry no le hizo caso y para evitar distracciones, le restregó las nalgas una vez más, sumergido en su propio arroyo de estimulación. Exigía correrse, que lo tomara, que lo destrozara y luego le pasara la esponja por la espalda al bañarse bajo el mismo chorro de agua.

—Déjalo timbrar, shhh —imploró.

La llamada cesó y otra entró a los segundos. Louis se desconcentró ante la insistencia y detuvo los toqueteos, le estaban arruinando la madrugada.

—De nuevo —farfulló, cansado—. Muévete.

Realizó el esfuerzo de quitarse al rizado de encima en contra de su propia voluntad. De un solo empujón, lo tumbó hacia atrás sobre el colchón y éste bajó los párpados, maldiciendo en todos los idiomas que conocía al rebotar.

—Voy a matar a quién sea que esté al otro lado de la línea —decretó, con la respiración acelerada.

El castaño se incorporó, estirando su brazo para tomar el móvil que no dejaba de parpadear en la pantalla. Vio el nombre de Liam y su tolerancia bajó a menos tres.

Lo iba a degollar.

—¿Sí? —contestó amable, solo para asegurarse de que fuera la persona correcta.

No quería cometer crímenes con gente equivocada.

¿Louis? ¿Harry está contigo? —La respuesta a la pregunta era obvia, ¿por qué otra razón contestaría un teléfono que no le pertenecía?—. Necesito que vengan al Club lo antes posible. 

Tomlinson iba a protestar, pero la voz asustada de su amigo le provocó un revoltijo en el estómago.

—¿Qué está pasando? —cuestionó.

Es urgente, necesitamos controlar a Niall y solamente tú puedes hablarle, todo es un desastre.

Con preocupación, tragó saliva y su garganta quedó seca. Harry le miraba absorto desde su posición, ahora estaba sentado en flor de loto con el ceño fruncido.

—¿Qué fue?

Solo vengan rápido, por favor.

Y colgó, dejándolo ofuscado.

—¿Qué ocurre? —Styles no demoró en pararse a su lado—. Estás pálido, ¿qué pasó?

—Vístete, hay que ir al bar —Le contestó, antes de caminar en dirección a su armario.

—¿Por qué? —interrogó, acomodando su melena desordenada y como una centella, se ató la bandana.

—Problemas, no sé mucho pero hay que movernos —manifestó con seriedad y le arrojó un pantalón de chándal para que se lo pusiera encima de la pijama—. Apresúrate.

Harry estaba confundido, pero obedeció vistiéndose a la carrera.

La calentura se les evaporó.

Y a Louis le inundó una mal corazonada al teclear la dirección de Club Bengala en la aplicación de taxis.





Gracias por las 100k de leídas, es fascinante el apoyo que le dan a la fic, son increíbles. ♡ Les amo muchísimo, en serio, nos leemos pronto.

Último arco de drama, disfruten.
María.

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