Capítulo 11 •💘

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng


Yoongi empujó su lengua contra el interior de su mejilla mientras observaba fijamente su escritorio, pensativo.

Cuando Jungkook había aparecido en su oficina el sábado, anunciando que no permitiría que se quedara trabajando hasta tarde, había imaginado que le llevaría a un restaurante a comer o a un club normal a beber.

Por lo que, obviamente se había visto sorprendido tras entrar en el club de strippers, y por si fuera poco, uno lleno de hombres gays.

Jungkook solo le había sonreído expresando haber sido invitado a la fiesta de despedida de otro amigo, y le había obligado a quedarse cuando quiso irse, asegurándole que recuperaría el gusto con los hombres en tan solo minutos.

Molesto, había accedido a quedarse solo para demostrarle lo contrario a su amigo, pero internamente había pensado en trabajar desde su celular.

Así que se había llevado una gran sorpresa cuando un chico sexy y enmascarado se le había acercado y sentado en su mesa.

Yoongi reconocía que la máscara le había dado un toque de misterio a pesar de que todo ese delicioso cuerpo había estado expuesto para su placer.

Y por más que le molestara, Jungkook había tenido razón al haber expresado que recuperaría un gusto que había perdido hacía mucho tiempo.

Interesado, había accedido jugar al juego del extraño, y tras el primer toque, su cuerpo ardió pidiendo más por la sexy cosita que bailaba en su regazo.

El tipo sabía cómo calentarlo y alejarlo, jugando un juego tira y afloja que lo estuvo volviendo loco, hasta el punto de querer subirlo a su hombro y llevárselo para que nadie más pudiera ver lo que él estaba viendo, para que no tocaran lo que pertenecería esa noche.

La misteriosa cosita había captado totalmente su atención como ninguna otra mujer logró, y había deseado más.

Pero el travieso hombre le había calentado, dejado todo listo, y luego se había ido como si nada con el otro tipo que estuvo casi follando con Jungkook a su lado.

Oh, realmente había estado molesto por ello.

Había tenido una erección del demonio que tuve que arreglar por su propia cuenta, negándose a que otra hiciera el trabajo que solo le pertenecía al sexy chico misterioso.

Y entonces, la imagen de la sexy cosita había atormentado todo su fin de semana.

Yoongi reconocía que no era otra cosa más que terco y decidido, por lo que, si su mente y cuerpo decidieron que iban a tener ese cuerpo sexy bajo el suyo, precisamente eso ocurriría.

Cuando se trataba de cazar presas, tenía una paciencia infinita, por lo que no desesperaría en volver inmediatamente a aquel lugar pareciendo un hombre desesperado, cosa que no era.

Pero cuando lo volviera a hacer, jugaría con el chico tal cual como habían hecho con él.

Ahora, si tan solo pudiera averiguar de dónde podría conocer al tipo.

Porque había sentido cierta familiaridad con la cosita sexy, pero con solo su cuerpo siendo expuesto, no podía recordar dónde podría haberlo visto.

Había viajado por tantos lugares y había conocido a tantas personas, que solamente con un rango de altura aproximada y la forma de su cuerpo, ni siquiera él podría recordar de dónde lo había visto.

Si tan solo esa máscara no hubiera ocultado la mayoría de las facciones, dejando al aire unos pecaminosos labios rojos, tal vez podría recordar.

Ni siquiera las luces del lugar habían ayudado, por lo que a pesar de que había estado mirando fijamente esos ojos, no había podido distinguir el color en estos.

Solo sabía que estaban algo brillantes en lujuria y el aliento del chico era de menta y alcohol, una extraña combinación que había permanecido en su paladar por mucho tiempo después.

—¿Y? ¿En qué piensas con tanto esfuerzo? —preguntó Jungkook, interrumpiendo su línea de pensamientos.

—No me estoy esforzando —respondió, finalmente alzando su mirada.

—Por favor, es bastante obvio que he estado hablando solo los últimos veinte minutos —indicó, alzando una ceja.

—Nada realmente diferente, ¿cierto? —le imitó.

—Malvado hijo de puta —se carcajeó.

—Lenguaje —reprochó, arrugando su nariz.

—Ah, cierto que no te gusta maldecir en el trabajo —resopló, divertido—. Pero vamos, dime —insistió, inclinándose hacia adelante—. ¿Esto es por lo del sábado? —preguntó.

—Lo del sábado —le observó—. ¿Sucedió algo especial ese día?

—Sí —asintió—. Un stripper te bailó en tu regazo y casi te hizo correrte —dijo con seriedad.

—¿No estarás hablando de ti mismo? —atacó—. Prácticamente estabas follando con el chico ese.

—En mi defensa, estaba bueno —se excusó, alzando sus manos—. Y yo no fui quien persiguió al stripper cuando intentó irse.

—No lo hice —rechazó.

—Casi lo estabas follando contra la pared —le recordó con una sonrisita molesta.

—¿Lo hice?

—Casi...

—¿Lo hice? —interrumpió.

—No —aceptó.

—Entonces no hables —ordenó y su amigo blanqueó sus ojos.

—Si sabes que aunque estemos en el trabajo te puedes relajar un poco, ¿no? —comentó—. Al igual que cuando estamos fuera de este.

—Tengo trabajo importante que hacer —argumentó, concentrando su atención en su computador.

—Y a una pobre cosita tierna que molestar —resopló y señaló con su pulgar tras su espalda, hacia la puerta—. Escuché que estabas haciéndole la vida imposible nuevamente a Jimin-ah, pidiendo que organice la fiesta de Navidad y, además, te busque un asistente personal.

—Lo de la fiesta es verdad, pero conociéndolo a estas alturas ya lo debe de tener todo preparado —expresó.

Jungkook alzó una ceja, interesado.

—Creo que es la primera vez que halagas a alguien en el trabajo —comentó.

—Y segundo —anunció ignorándolo—. Yo no le pedí que hiciera entrevistas para un asistente personal, le pedí directamente que fuera el mío y lo rechazó, decidiendo por su propia cuenta buscar a alguien capaz —se excusó.

—Bueno, siendo el jefe que eres, a mí tampoco me gustaría aceptar un puesto donde estaría obligado a pesar muchas más horas a tu lado —expresó sincero.

—No soy un mal jefe, solo exigente y lo recompenso con dinero —se defendió.

—Te faltó el extremadamente perfeccionista, irritante, impaciente y terco —sonrió.

—¿Ya terminaste de molestar? —espetó con mal humor.

—Supongo que ya es hora de irme —suspiró, levantándose de su silla—. ¿Quedamos en cenar?

—No esta vez —negó y señaló su computador.

Su amigo bufó—. No todo en la vida puede ser trabajo, Yoongi-shi.

—Por ahora lo es —respondió desinteresadamente.

Observándolo, su pelinegro amigo negó y abrió la puerta, encontrándose de frente con el secretario Park.

—Jimin-ah —exclamó, alegre—. ¿Nos estabas espiando?

Observándolo, Jimin sonrió tanto como pudo y agitó la carpeta entre sus manos.

—El señor Min me pidió estos documentos —se excusó.

Dejando de trabajar, Yoongi alzó mirada y contempló a su empleado pasar fácilmente a Jungkook, respondiendo y evadiendo con facilidad sus bromas.

—Adiós Yoongi-ah, te dejo con la cosita linda —se despidió sonriente su amigo, cerrando la puerta.

Recargándose en el respaldar de su silla, Yoongi observó a su secretario y algo que había olvidado, apareció instantáneamente al encontrarse con su dulce sonrisa profesional.

—¿Cómo se encuentra tu dolor de cabeza? —cuestionó, recordando perfectamente como un borracho Jimin le había pillado en la calle y lo había insultado de arriba para abajo.

Si era sincero, había estado un poco desconcertado cuando lo encontró caminando tambaleante por la calle, dudando de que se tratara del mismo hombre que era su extremadamente dulce, perfecto y querible secretario.

Pero entonces, este le había visto, dejó de cantar aquella canción extraña, y lo había señalado con la botella de licor antes de acercarse a él tan tambaleante como su acompañante.

Yoongi tuvo que luchar contra la esquina de sus labios que amenazaba con alzarse tras recordar dichos insultos infantiles, más aún, cuando su perfecto secretario dejó caer la carpeta ante sus palabras.

—Lo siento mucho, señor Min —expresó, agachándose para recogerla inmediatamente.

—¿Y? ¿Ya está mejor de salud? —presionó.

—Sí, señor Min, ya me encuentro mucho mejor, gracias por preguntar —respondió rápidamente, recuperando su sonrisa.

—¿Y descubrió finalmente qué era lo que produjo su malestar? —presionó.

—Un simple resfriado pasajero que solucioné a tiempo —contestó, molestamente sonriente, con sus ojos desapareciendo en el acto.

—No sabía que el dolor de cabeza era el único síntoma que se necesitaba para denominarse como un resfriado —insistió, recibiendo finalmente la carpeta.

—Oh, pero no era solo el dolor de cabeza, también una ligera tos y ardor de garganta —explicó.

—Tal vez si no hubiera estado hasta tan tarde en la calle el viernes, con su amigo, no se habría resfriado —indicó—. Uno pensaría que cerca de Navidad y con nieve, se cantaría villancicos, no sobre una cucaracha que no puede caminar —atacó y observó su reacción.

Pero lo único que obtuvo, fue la misma sonrisa dulcemente molesta.

—Lo siento, no entiendo lo que quiere decir, señor Min —expresó y señaló la carpeta—. Ahí está todo lo que me ha pedido, y en la segunda carpeta, se encuentran las hojas de otros posibles candidatos a asistente personal —informó cambiando hábilmente de tema.

—Pensé que ya habíamos entrevistado a todos los candidatos disponibles que cumplían con los requisitos —comentó, dejando que el tema cambiara.

—Afortunadamente para nosotros, aún hay otras personas —respondió, alzando ambos pulgares—. Solo dígame cuál de ellos llama más su atención y concertaré la entrevista.

—No veo tu currículum aquí —observó, revisando superficialmente el interior de la carpeta.

—Tengo una copia, por lo que, si no tiene tiempo, los escogeré yo y buscaré nuevamente algo de tiempo en su apretada agenda para las entrevistas —prosiguió, ignorándolo totalmente.

Soltando un suspiro, Min dejó ambas carpetas sobre su escritorio y observó directamente a Jimin.

—Esto sería mucho más fácil si aceptaras ser mi asistente personal —expresó.

—Entonces yo veré cuál se adecua más a sus gustos —asintió como si su jefe no hubiera dicho nada—. Me retiro, señor Min —anunció con una pequeña reverencia.

—No importa a cuántas personas busques, ya sabes a quién quiero como mi asistente personal —expresó el demonio Min mientras cerraba la puerta.

Con una última sonrisa, el pelinegro secretario cerró la puerta y forzó a su sonrisa a permanecer donde se encontraba.

Dirigiéndose a su escritorio, tomó su abrigo que descansaba en el respaldar de su silla y cruzó rápidamente el pasillo, caminando hacia al ascensor, donde marcó el piso de la azotea.

Una vez las doble puerta se cerraron, Jimin se concentró en observar los números cambiar en la parte superior, su rostro ya dolía de tanto mantener su sonrisa, pero la siguió forzando en su lugar hasta que finalmente, llegó a la azotea.

Saliendo, tomó una profunda respiración y luego exhaló lentamente, murmurando de paso un "maldito hijo de puta arrogante".

—Ah, Min estúpido demonio —refunfuñó, y soltó un pequeño estornudo.

Estremeciéndose suavemente, se colocó su abrigo y se acercó al borde del edificio, empujando la nieve acumulada en la baranda de protección para apoyar sus codos sobre este.

—Maldito ogro —siguió refunfuñando—. Eres tan malditamente desesperante, malvado, sexy y malhumorado —gruñó bajito—. Cómo es posible que alguien pueda ser tan malo cerca de Navidad, ¡casi parece al grinch! —exclamó, haciendo pucheros.

No podía creer que la única vez que ese maldito hombre preguntaba por algo personal y mostraba algo de preocupación, fuera nada más que para burlarse de él.

¿Acaso no sabía que era de sentido común no preguntar ni presionar al respecto cuando una persona no recordaba nada el día después de beber?

¡Había estado borracho!

¡Se supone que se había estado divirtiendo con su amigo!

El único culpable ahí era Min Yoongi por aparecer donde no debía.

Si no hubiera estado en el mismo lugar que él, no lo habría visto, por lo que no habría presenciado su vergonzoso canto ni le habría ido a insultar.

Era extremadamente difícil jugar a la carta del olvido cuando el imbécil insistía en hablar y presionar por ello.

¿Así que por qué?

¿Por qué la única vez que Min parecía remotamente interesado en él, se trataba solamente para burlarse de él?

Ese estúpido y malvado grinch apuesto.

Y como si fuera poco, el recuerdo de sus malditos besos y caricias habían acosado todo su fin de semana, por más que intentó olvidarlo.

—Agh, ¿por qué a mí? ¿Por qué yo? —exclamó, observando el cielo—. Ya sabía que el desgraciado era apuesto, ¿por qué me atormentas ahora con el recuerdo de su talentosa boca? —cuestionó a nadie en especial—. ¿A caso alguna vez me he portado mal?

Por su mente, pasaron todas las travesuras en las que había participado activamente a lo largo de los años por culpa de Taehyung, cada una volviéndose más osada y alocada que la anterior.

Y estaba seguro de que el club de stripper estaba de lejos de ser la peor o la última.

—De acuerdo, tal vez no me he portado exactamente bien, pero ¿hacer de mi jefe esa cosa malvada no es mucho? —se quejó.

Y lo único que obtuvo como respuesta, fue un copo de nieve cayendo sobre su nariz.

—Eres malvado —se lamentó, observando el suelo.

Contemplando las puertas del ascensor, su nariz se arrugó instantáneamente al imaginarse a su horrible jefe esperando en su oficina.

—Vamos Jimin-ah, tú puedes, solo una hora más, un día más, una semana más y un año más —se alentó a sí mismo, golpeando ligeramente sus mejillas sonrojadas por el frío.

Entrando al ascensor, fue nuevamente a su piso y su paso aminoró cuando encontró una pequeña bolsita esperándole en su escritorio.

Quitándose su abrigo, tomó asiento y la abrió, encontrando medicamentos para el dolor de cabeza.

Sus ojos se entrecerraron en dirección a la puerta de su grinch, pensando en las posibilidades de que ese hijo de su madre le dejaría algo así sobre su escritorio.

Hurgando un poco más, encontró unos chocolates y una notita.

"Escuchamos que estabas atrapando un resfriado, por favor no te enfermes Jimin-ah, todos te queremos aquí.

Atte. Tus compañeros de piso"

Alzando la mirada, se inclinó sobre el pasillo y observó cómo sus compañeros se disparaban rápidamente tras ser pillados.

Negando con una pequeña sonrisa, Jimin sacó un chocolate y contestó animadamente la llamada del demonio.

Se me olvidó preguntar, ¿cómo se encuentra su gata que intentaba suicidarse? —cuestionó, con cierto tinte divertido en su tono que no pudo ocultar.

"Ese maldito hijo de perra" pensó el pobre secretario sombríamente.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro