Te espere cuando las autos me deslumbraban al pasar, cuando las nubes me dejaban en una completa oscuridad, e incluso cuando cerraba mis ojos, mi corazón se asomaba desde la esquina de mis costillas para ser testigo de tu llegada.

Te espere mientras otros se reencontraban, mientras sus abrazos me consternaban y mientras sus besos se convertían en algo que envidiaba, que odiaba y que, sin embargo, anhelaba más que a nada.

Te espere con rencores que se agrupaban como una manada de lobos hambrientos que cazaban despiadadamente mi amor por ti, y que estaban cada vez más cerca de alcanzarlo, sin percatarse tan siquiera que al finalizar su cacería, ya no sentiría absolutamente nada por ti.

Te espere hasta que un rayo de luz atravesó la noche, hasta que de nubes grises el cielo se volvió claro, hasta que las despedidas se quemaron en un breve abrazo, cubriendo de cenizas y mentiras este día que a penas comenzaba, y que ya me tenía, aún, esperando a alguien que no vendría, y que no regresaría, ni la anterior noche, ni este día.