Trente.

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Jimin sabía desde un principio que YoonGi había encontrado a su alma gemela.

Pero aún así había querido intentarlo, porque el vínculo podía romperse.

Creyó que YoonGi estaba interesado en él, pero no era así.

Ahora se encontraba en medio de la nada, pensando en que quizá había causado mucho dolor en otra persona por una equivocación. Las paredes parecían burlarse de él y cada vez que quería olvidar lo sucedido, lo más mínimo le recordaba al chico azulado.

Desordenó sus cabellos grises y suspiró.

YoonGi, por más ridículo que sonara, había sido su pecado favorito.

Jimin estaba seguro de que jamás encontraría a alguien que se fijara en el bobo chico gris que aún no descubría sus poderes.

Decidió que ordenaría algo para comer porque no tenía ganas de hacer nada.

Y claro, su comida llegó mucho más rápido de lo que esperaba. Al abrir la puerta, se encontró con un castaño de piel rosa pálido y una bonita sonrisa.

-Eres Jimin ¿Cierto? Aquí está lo que pediste.

-Gracias, ¿Y nombre es?

-Jin, Kim SeokJin para ser exactos.

Jimin le sonrió de vuelta y le dedicó una pequeña reverencia para agradecer. Se despidió con un gesto que acostumbraba a tener desde pequeño, pasando una de sus manos por la mejilla de la otra persona, pero tuvo una reacción diferente a la que esperaba.

Una imagen apareció ante sus ojos con el simple tacto. En ella se encontraban ambos, tomados de la mano y riendo.

Jimin tuvo dos impactos, uno: podía ver el futuro y dos: ese chico era su destinado.

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