20 de diciembre de 2020

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Marcus paseaba de un lado a otro de la habitación. Estaba en lo que había sido la primera casa que había compartido con Irene de manera legal, con sus hijos sobre la cama, mientras no sabía qué hacer con todo.

La pandemia mundial que los había obligado a confinarse durante tantos meses le había desestabilizado mucho. Pasó de poder matar mínimo una persona por actuación a no poder matar ni una al día. Sus espectáculos cancelados, poca gente por las calles, todos confinados en sus casas; no sabía cómo atacar de aquella manera. Tardaba el triple en poder encontrar víctimas solitarias o en grupos mal estructurados. Había mucha presencia policial por las calles para la poca gente que podía salir, así que no ser visto era aún más complicado.

Cuando los desconfinaron, aún pasó un tiempo hasta que pudo empezar de nuevo con sus actuaciones, y eso hizo que tuviese aún más tiempo para pensar trucos tan sangrientos y escalofriantes como el de la cama del faquir.

Pero eso no era lo que preocupaba al mago en estos momentos. En su último espectáculo algo había salido mal: la chica sobrevivió, salió ilesa. Debería estar atravesada por espadas y suplicando que la matasen para acabar con sus sufrimiento, pero no era así, no tenía un solo rasguño. La única explicación que se le ocurría recaía en que Seth hubiese hecho algo para impedir que la mujer muriera, pero tampoco tenía sentido, ese niño ya había perdido cualquier rastro de humanidad que sus madres pudieron haberle dejado.

Marcus escuchó entonces unos pasos subiendo la escalera y empujó a sus hijos hacia el baño. No esperaba visita, y esa era la razón de que quisiera esconder a los niños, si venía alguien a quitárselos perdería su legado, pero estos dejaron una rendija para ver qué era lo que sucedía en la estancia contigua.

Se giró hacia la puerta que había dejado entornada, nunca la cerraba por el obvio motivo de que nadie más que ellos tres sabían de ese lugar, pero o se había equivocado, o alguien le había buscado a conciencia.

Vio aparecer tras la puerta a una joven de unos diecinueve años. Era de estatura media y con el pelo castaño oscuro, cayéndole sobre los hombros con una bonita ondulación, enmarcando una cara dominada por unos ojos casi negros que contrastaban con la piel clara de la joven.

—¿Quién eres? —Antes de obtener respuesta la joven se puso a caminar hacia él con una sonrisa que delataba inocencia, mientras jugaba con una goma de pelo que tenía alrededor de la muñeca denotando nerviosismo.

No sabía quién era aquella joven, pero tampoco le importaba, suponía que era una fan que se había pasado de la raya intentando conocerle, pero ahora mismo le venía de perlas. Se acercó a la joven a la vez que ella a él, pensando en complacerla durante unos instantes, como a todas sus víctimas, para después destrozarla y matarla, pero en el momento en que creía tener a la joven encandilada solo con la mirada, sintió una punzada de dolor en el costado.

Tenía una daga clavada en el epicentro del dolor, sujetada firmemente por la mano de la recién llegada. Esta no había alterado su respiración, no tenía un brillo asesino en los ojos, había clavado la daga como quien arranca una hoja de papel de un cuaderno.

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Tenía ante mis ojos la creación de treinta años atrás. Esa creación ficticia que había olvidado en un cajón del escritorio a inicios de este año cuando la pandemia comenzó a azotar mi país.

El personaje había evolucionado, había conseguido estabilizarse un tiempo y después, por las cosas que yo escribí sobre él, se habían derrumbado. Ese derrumbamiento era lo que había causado que dos niños inocentes acabasen única y exclusivamente en sus manos, había hecho que muchas personas muriesen en sus manos, y era culpa mía por crear una persona de pasado tormentoso y después olvidarla como si nada.

Estiré de la daga hacia mi persona, cortando el costado y algo de la parte delantera del cuerpo de aquel hombre que dejé de ver cuando era un adolescente huyendo del fuego, viéndolo caer de rodillas al suelo mientras se tapaba la herida con la mano inútilmente.

—Soy quien te creó, la que creó todo este mundo que tienes alrededor, la que te ha dado un padre al que no le gustaban las ataduras pero si el sexo y una madre prostituta, la que creó aquellos malos momentos en el orfanato, la que te mandó a un experimento del gobierno y la que te metió en el psiquiátrico.

Marcus me miraba sin entender nada, y no lo culpaba, yo no estaba siendo clara. Él intentó hablar y, para su sorpresa, podía hablar sin dificultad.

—¿Eres una diosa? —Su pregunta me hizo reír.

Había creado una personalidad tan profunda en el, un mundo tan adecuado a su evolución como asesino, que había creado la duda en su interior de sí lo divino era real o no, y ahora mismo estaba pensando que lo era.

—Algo así, pero cuando te digo que soy tu creadora, es porque soy la autora de este libro al que tú has llamado vida y mundo.

—Eso no tiene sentido...

—¿Y lo que te está pasando si? —Soltó todo el aire de sus pulmones al darse cuenta de a que me refería, y yo solo pude sonreír —. Has matado a mucha gente, sabrás que por el dolor causado no podrías hablar, el corte es suficiente como para que la sangre huya a gran velocidad, a estas alturas te habrías desmayado, o incluso te habrías muerto. —Su mirada ahora estaba posada sobre mí, escuchando atento las palabras que salían de mi boca.

»¿No te ha sorprendido nunca que la policía no te pillase? ¿Que nunca hubiera rastros de tus delitos? Vale que no dominaba tus acciones, y desde el día en que le prendiste fuego al psiquiátrico tampoco las del resto del mundo, pero cree las normas de este universo, como funcionan... Si lo único que conectaba a todas aquellas mujeres desaparecidas tras tu actuación era el hecho de que habían venido a tu actuación, ¿No crees que la policía habría venido al menos a preguntar? —Veía como el mundo se le caía encima y me di la vuelta para irme del lugar, pero entonces volví a escuchar su voz.

—Tú eres la razón de que mi vida sea una mierda... —Tosió sangre, yo había dejado de hacer fuerza sobre su cuerpo para mantenerlo con vida, no me interesaba que se desmayara, pero sí que dejase de vivir, a fin de cuentas era a lo que había ido.

Me giré para dedicarle una última sonrisa antes de verlo caer al suelo sin vida y fue entonces cuando recordé algo importante: había tenido dos hijos. Miré alrededor sin esforzarme demasiado en lo que sucedía, sin abrir puertas ni nada por el estilo, no creía que el personaje hubiera evolucionado tanto como para dejar que sus hijos estuvieran allí, era su lugar secreto junto a Irene, no iba a dejar que su hijo "causante" de la muerte de Irene y una niña nacida de un mal clon de la misma entrasen al lugar. Me alejé, pensando que la policía pronto encontraría el cuerpo de Marcus y, después, buscaría a los niños para darles una infancia de verdad.

Acaricié con cuidado a uno de los gatos del callejón de atrás, cada imagen de uno o cada uno de ellos había servido para vigilar todo lo sucedido, me habían dejado claro todo lo que sucedía, fue fallo mio ignorarlos durante tanto tiempo.

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La policía llegó al día siguiente tras la llamada de uno de los espectadores del espectáculo, el cual no daba comienzo. Al encontrar el cadáver buscaron pistas de qué había sucedido, pero no encontraron arma del crimen, pisadas, huellas dactilares... siquiera un pelo que se le pudiera haber caído a quién hubiera asesinado a ese mago de prestigio, solo encontraron a sus hijos asustados en el baño, escondidos, mientras la niña no paraba de gritar que la autora había matado a su padre y el mayor no decía nada.

Seth había visto morir a su madre, a su madrastra y ahora a su padre. Los tres habían sido asesinados. La primera muerte le hizo temer a su padre. La segunda le hizo respetarlo. Esta tercera le había dejado en claro una cosa: su padre no era culpable de lo que había pasado. Su asesina, de una manera u otra, lo había creado para convertirse en el monstruo que se había convertido, y al matarlo le había dado un motivo nuevo a su vida, se dedicaría a imitar a su padre, iría a donde fuese necesario para recuperar el cuaderno que su madre le regaló a él en uno de sus cumpleaños y donde había ido anotando trucos de magia, homicidios y trucos homicidas.

No iba a parar de matar hasta encontrarse de nuevo con esa supuesta autora y matarla para vengar a su padre.

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