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A Diamond le encantaba escaparse de su mansión para ir a las colinas que estaban detrás de esta. Era un lugar tranquilo. El sonido de los pajaros se mezclaba con el del río que pasaba por allí. La brisa nunca faltaba, despeinaba su cabello y la abrazaba. Probablemente era su lugar favorito en el mundo. Nadie podría molestarla allí. Solo era ella, la naturaleza, y algun que otro animal que anduviera justo cuando aparecía. Habían unos árboles en los que siempre se apoyaba para leer un libro o pensar. Era un lugar que ningún humano además de ella había pisado, o eso le gustaba pensar. Sus padres jamás habían ido a buscarla cuando se iba, sabían dónde estaba, pero no la molestaban y eso Diamond lo agradecía.

Sus padres nunca fueron las personas más amorosas del mundo. Lo eran solo con Pansy, la consentían demasiado. Diamond era más como algo secundario, pero no le importaba tanto, pues al menos tenía donde vivir. Era conciente de que todo era culpa de su personalidad, ella no era y nunca iba a ser como su hermana menor. El matrimonio Parkinson lo sabía, y trataron de acomodar a su primogénita para hacerla más dura. El único resultado que tuvieron fue que su hija cada vez se hiciera más reservada, como si se hubiera encerrado en una caja con miedo de salir.

Diamond se escapaba de la mansión cada vez que discutían. Si no iba a su lugar seguro, iba a casa de su mejor amiga, o a la de su novio, o a la de su mejor amigo, pero ahora ya no tenía a nadie. El chico con el que contaba, después de Daphne Greengrass y Theodore Nott, había sido asesinado hace dos años. Estaba sola, y solo pensar eso hacía que su cabello se volviera negro. Últimamente verla con su tono normal era algo que casi no sucedía, pues en su interior el miedo y la ansiedad la estaban matando. Desde que la marcaron, sus días iban empeorando.

─Eres débil. Yo te crié para portar el apellido Parkinson con honor─ decía su madre con desprecio─. Mira a tu hermana, es la Slytherin más reconocida del colegio.

─¿Acaso sabes lo que hace Pansy en el colegio, mamá? No, claro que no. ¡Ni siquiera te importa saber, con tal de restregarme en la cara que soy tu peor error!─ exclamó Diamond, con su cabello volviéndose rojo.

─¿Te atreves a alzarle la voz a tu madre?─ preguntó el señor Parkinson, golpeando la mesa.

Diamond bajó su cabeza y se alejó casi que por instinto, cerrando los ojos fuertemente ante el miedo que le tenía a ese hombre. Pansy desayunaba sin despegar la vista de su plato, tenía tanto miedo como su hermana. Se amaban entre ellas, pero odiaban las preferencias que tenían sus padres.

─Tan poco honorable─ murmuró la mujer con frialdad─. Más vale que cumplas el deber del Señor Oscuro porque sino yo me haré cargo de ser la que te castigue.

─No te preocupes, madre─ habló Diamond, con voz firme y cargada de asco y odio─, fallarle a él sería lo último que haría.

La señora Parkinson asintió sin más. Todo volvió a estar en silencio y minutos después cada uno se fue retirando. Diamond agarró su baúl, sintiendo que su estómago se revolvía y su pelo pasaba a ser naranja. Su gata siamesa, llamada Júpiter, se encontraba observándola desde la puerta de su habitación. Sus ojos, celestes como el cielo, parecían curiosos ante el cabello de su dueña.

─No te preocupes, estoy bien─ le dijo la chica.

Júpiter se acercó, caminando de una manera que parecía elegante, y se refregó con cariño entre los tobillos de Diamond. Ella sonrió para levantarla y comenzar a bajar con el baúl en mano. En la sala ya estaban sus padres junto a Pansy, esperando de manera impaciente.

─Demorando como siempre─ abrió la boca su madre─, aún sabiendo que no tenemos todo el tiempo del mundo.

─Lo siento─ murmuró.

─Portense bien─ dijo el señor Parkinson con seriedad, para luego mirar a su hija mayor─. No te desvíes de la misión, no importa que tan difícil sea, no nos decepciones como siempre.

Diamond asintió, con su cabello naranja. Metió a su gata dentro de una jaula, sujetó a Pansy, quien a su vez sujetó a su madre, y pronto todo comenzó a dar vueltas. Sintió como si algo la agarrara del ombligo para jalarla con fuerza. Su estómago se revolvía como si fuera un huracán. Al sentir la tierra firme, soltó el aire que contuvo y liberó a Júpiter, quien rápidamente saltó a los brazos de su dueña. Habían aparecido en los baños de Kings Cross. Rápidamente salieron para buscar un carro donde poner los baúles y correr hacía el andén 9¾.

Esta vez parecían haber menos niños que el año pasado. Diamond supuso que todo se debía al regreso de Voldemort, que los padres habían pensado que era más seguro que sus hijos se mantuvieran en casa. Si fuera por ella, se iría lejos del Reino Unido. Quizá empezaría una vida en Alaska o Chile, que eran lugares más pacíficos para los magos. Claro, aquello no eran más que sueños, porque su familia la encerraría en el ático con tal de que no escapara del Señor Oscuro. Todos saben que la joven metamorfomaga es la más débil de los Parkinson, que es capaz de llorar cuando matan a un simple ratón.

─Me tengo que ir─ dijo su madre, mirando a sus dos hijas con seriedad─. No hagan nada idiota, comportense y déjennos orgullosos a mi y a su padre. Y tu, Diamond, no falles.

─Si, madre─ murmuró.

─¡Adiós!─ exclamó Pansy, subiendo al tren con entusiasmo.

─Te juro que si cometes un error...─ comenzó a decir la mujer, con su mirada clara, pero fría.

─Ya entendí, madre─ interrumpió Diamond, mirándola de la misma forma─. Puedo defraudarte a ti y a papá, pero al Señor Oscuro jamás.

La señora Parkinson asintió, sin ninguna expresión en su cara, pero Diamond pudo jurar que vio como su cabello hacía el amague de tornarse nergo. ¿Su madre tenía miedo o fue solo cosa suya?

La chica de cabellos violetas subió al tren luego de dejar sus pertenencias en el lugar correspondiente. Su gata iba en sus brazos mientras se dirigía al vagón de Slytherin. No tenía con quien sentarse, pues no veía a Theo, Daphne y ella ya no se hablaban en absoluto, y Miles ya era un completo desconocido. Odiaba su vida con mucha fuerza, ya comenzaba a agotarse de que siempre se repitiera la misma historia: hacía amigos, les agarraba cariño, se permitía ser ella misma y los perdía.

─Diamond─ llamó Pansy desde un asiento, alzando su mano.

La única persona que nunca se había ido era su propia hermana, pues vivían juntas. Tenían una relación donde la mayor parte del tiempo discutían hasta el cansancio, pero jamás se dejaron de lado. Pansy podía ser demasiado irritante, como decía Diamond, pero era la única razón que tenía para levantarse todos los días. Se daban consejos, se ayudaban entre sí y estudiaban juntas. Daba la casualidad de que Pansy, a pesar de ser un año menor que su hermana, estaba en su mismo grado.

Diamond había nacido un veintinueve de septiembre de 1979. Pansy era del quince de agosto de 1980. Eso las ponía a ambas en el mismo año de comienzo de Hogwarts, lo que las hizo más felices, pues compartían habitación.

─Hola─ Diamond saludó a Blaise Zabini una vez que se sentó frente a él.

─¿Qué tal?─ preguntó el moreno con una sonrisa─. Oye, oí lo de...

─No molestes, Zabini─ interrumpió la voz del gran Draco Malfoy.

La metamorfomagia de Diamond otra vez le jugó en contra. Todos fueron testigos de cómo su cabello se volvía rosa y negro al mismo tiempo. Pansy se tapó la boca de la sorpresa, Blaise la miró confundido y Draco le restó importancia, aunque por dentro moría por llegar a Hogwarts para internarse en la biblioteca y leer sobre los significados de esos colores.

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