El drama de la soledad

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Hoy he tomado la firme resolución de cobrar una tasa por anticipado, independientemente de los resultados de la terapia. Son ya demasiadas veces las que el tratamiento ha resultado inviable y me he quedado sin percibir honorarios, habiendo corrido yo con los gastos iniciales. Un ejemplo claro de esto fue el caso del solitario.

Una mañana recibí una llamada en la que un personaje (lo llamaré así por ahora), reclamaba una cita asegurando que su estado era francamente desesperado. Debía encontrarse bastante lejos, porque aparte de que la audición era pésima, sus respuestas y las mías tardaban unos 15 minutos en llegar, tiempo que yo intentaba llenar leyendo algunas revistas de sociedad. Siempre es interesante examinar la mente de seres que se ganan la vida divorciándose y volviéndose a casar o presumiendo de tentáculos.

Al cabo de una hora pude averiguar que su problema básico era la soledad. Se sentía solo, totalmente abandonado, y aunque quise hacerle ver, por si le servía de consuelo, que su problema era compartido por multitud de habitantes de la Galaxia, él reaccionó con ira, según me pareció. Me sorprendió su indignación al escuchar que yo comparaba su caso con el de otros personajes galácticos y comprendí que necesitaba una atención particular, hacer que no se sintiese un número más, así que lo invité a venir personalmente a mi consultorio.

Para mi sorpresa, me contestó que le resultaba imposible acercarse a mi despacho, que tendría que ser yo quién me desplazase a su residencia. Después de un buen rato de discusiones y ante la imposibilidad de convencerlo, me decidí a visitarlo, tomando buena nota del sistema estelar donde vivía.

En concreto, el planeta era Om, en la estrella Faquira. Ya me dio mala espina que dicha estrella tuviese un sistema planetario constituido por un solo mundo, sin satélites. Consulté algunos mapas durante el viaje y reparé en que ninguna trayectoria de cometas figuraba en ellos. A pesar de estar el espacio lleno de esas masas de hielo vagabundas todas parecían desdeñar aquella zona.

Cuando descendí sobre Om y aparqué mi nave en un descampado cerca del mar, me llegó la llamada del solitario a los auriculares, mucho más clara y potente. Siguiendo sus indicaciones llegué hasta la playa pero no encontré a nadie. Él me saludó:

-Hola.

La voz sonó muy cerca de mí, pero yo seguía sin ver nada.

-Estoy aquí.

Esta vez capté sin temor a equivocarme la procedencia de la voz. Venía del mar.

-Sí, soy yo, el solitario.

Entonces reparé en las especiales características de aquel mar que me lamía los pies. Era de una viscosidad desacostumbrada y en sus idas y venidas se manejaba como una masa única, sin que el viento, las rocas o la arena sobre la que se deslizaba como los caracoles terrestres lo rompiesen o desordenasen.

Hablamos durante un buen rato. Me contó que era el único habitante del planeta, resultado de la unión de muchos seres que antes permanecían sueltos, en la individualidad, pero al menos se sentían acompañados unos con otros. Su tono era lastimero y cuando yo le propuse volver atrás, me indicó que ya era imposible, incluso utilizando bombas disgregadoras, último recurso que puse a su disposición.

Yo, sentado a su borde, reflexioné sobre la paradoja que representaba estar apartados pero en compañía y, por otro lado, mezclarse tanto para terminar en la soledad. En estas reflexiones estaba cuando sentí que los lametones en mis pies se hacían más intensos e incluso mis tobillos empezaban a ser rodeados mientras una fuerza casi maquiavélica tiraba de mí hacia las profundidades marinas.

Espantado, me zafé como pude y me levanté, retrocediendo hacia donde aquellos brazos viscosos no podían atraparme.

-¡Aprovechado! -le solté, lleno de furia.

-¡No te vayas, por favor...! -suplicaba una y otra vez, con un tono digno de compasión.

Pero sus últimos ruegos me resultaron inaudibles, pues yo salí corriendo, subí a mi nave y escapé de aquel planeta perdido como alma que llevan los diablos galácticos.

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