Capítulo II: Los Juegos del Rey

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En la quinta lunación del año, a finales del verano, se llevaba a cabo en Ulfrgarorg los Juegos del Rey. Era cierto que había dejado de ser un reino soberano desde hacía más de quince años, pero eso no evitó que la tradición se siguiera celebrando.

El azul del cielo todavía lucía límpido, y los últimos rescoldos del calor veraniego evitaban que los más de cuatrocientos asistentes se ciñeran capas y abrigos. Ese año, el ganador se llevaría además del premio en metálico, otro que implicaba honor.

De los mejores participantes se escogería uno que tendría el gran privilegio de ser nombrado capitán de la guardia del Regente. Este campeón no sería escogido solo por sus destrezas en el combate con espada y su habilidad con el arco y la flecha, sino que el primer consejero y el regente tendrían en cuenta su procedencia y si había realizado alguna hazaña a tener en consideración.

Por lo tanto, en la justa se hallaba concursando lo mejor de los alrededores de las montañas de Ulfrverg y más allá. Se podría suponer que los cientos de personas, entre nobles y pueblo llano, se habían reunido para disfrutar del enfrentamiento entre hábiles guerreros y contemplar la destreza con la cual manejaban el arco y la espada. O para deleitarse con las piruetas de las que eran capaces sus corceles. Sin embargo, eso no era del todo cierto.

Desde que comenzó a participar en los juegos, hacía ya cinco años, la princesa Andreia era la gran atracción de estos. Los nobles en la tribuna y los ciudadanos comunes apretujados alrededor de las barandas que rodeaban la arena anhelaban ver a la hermosa Flor del Norte, vestida de acero y espoleando a su magnífica yegua Negra, la que era más rápida que los vientos huracanados de las cumbres de Ulfverg.

De la princesa se decía que tenía sangre de lobo. Sus detractores la despreciaban por ello, otros la envidiaban, pero de ninguna forma pasaba desapercibida. En secreto, los hombres fantaseaban con ser aquel que llegara a domar a la princesa indómita y las mujeres a parecerse en belleza a ella.

Hundió los talones en los ijares de la robusta yegua y esta inició el galope. Las crines flotaron en el viento, al igual que de la jinete, el cabello negro sujeto en una cola alta. La princesa, con una destreza envidiable, montó la flecha y, a pesar del brioso galopar del animal, mantuvo firme el brazo hasta que disparó. La saeta fue a dar en el centro del primer blanco. Al sorprendente acierto siguió una gran ovación.

Andreia, abstraída del ruido, repitió una y otra vez el disparo, acertando en cada uno de los blancos dispuestos alrededor de la pista. Cuando terminó de recorrerla, en la tribuna y alrededor de la arena no cabían en sí de la algarabía. Cada niña en el reino soñaba con ser ella. La princesa detuvo el caballo y, ufana, miró a su público con una sonrisa radiante. Las patas delanteras de Negra se doblaron y jinete y montura hicieron una graciosa reverencia.

Ante tal panorama, los concursantes de los juegos debían primero derrotarla a ella si querían ganar el oro y el puesto de capitán de la guardia. Andreia giró y dedicó una mirada radiante a su padre en las gradas, el rey Andrew, regente de Ulfgarorg. Este asintió con una pequeña sonrisa y dio la orden para que el siguiente concursante realizara su presentación en la arena.

—Felicitaciones, princesa. —El dreki de Vientos Claros inclinó la cabeza cuando ella pasó frente a él.

—Gracias.

Lo mismo hicieron el resto de los participantes a quienes derrotó en la prueba del arco y flecha. Solo Daviano, el hijo del primer consejero, ejecutó una presentación casi tan perfecta como la de ella. Excepto por qué erró la última flecha que fue a clavarse un poco por fuera de la diana.

—Daviano —saludó Andreia con una leve inclinación de cabeza antes de situarse a su lado para contemplar el desempeño del último participante.

—Te venceré en el combate cuerpo a cuerpo —dijo el joven rubio sin desviar los ojos del frente.

Andreia sonrió y enarcó las cejas oscuras.

—Hazlo si crees tener la habilidad. En cinco años no lo has logrado.

—Esta vez he entrenado más. Sé cuál es tu punto débil.

—¿Ah, sí? —La princesa sonrió de lado—. Ilústrame, mi querido dreki.

—Te lo demostraré cuando llegue el momento.

—Estoy ansiosa por ver eso.

Andreia iba a seguir hablando, pero el cuerno sonó indicando que el último participante estaba listo. Sobre un magnífico ejemplar de pelo zaino iba un guerrero ataviado con una armadura ligera: cuero curtido y tintado de verde oscuro, con el protector del pecho y los brazaletes de bronce. No llevaba escudo de armas, sin embargo, el color le recordó al maldito reino de Doromir, de quienes pasaron a ser vasallos cuando este los conquistó quince años atrás. Tampoco podía verle el rostro, solo el cabello dorado y lacio que caía hasta la altura de la mandíbula.

El heraldo hizo el anunció, lo presentó con su apellido: Gray de Roca Plateada.

—¿Roca Plateada? —La princesa frunció el ceño—. Es la capital de la Llanura de Rixs. Nunca había escuchado ese apellido

Daviano achicó los ojos castaños mientras contemplaba al guerrero acomodarse sobre la montura.

—De hecho, los Gray eran una antigua y noble familia caída en desgracia después de que Eirian El Conquistador nos sometió a todos. Me parece que el padre se suicidó. Este debe ser alguno de sus hijos. Realmente no había vuelto a escuchar de ellos.

—¿Cómo es que tú sabes eso y yo no? —preguntó la princesa extrañada con un mohín.

—A veces hay que hacer relaciones sociales, princesa.

Andreia rodó los ojos.

—Para eso están los consejeros.

—Sería un honor.

—Ya quisieras.

El guerrero en la pista azuzó su caballo y este emprendió el galope. Andreia observó cómo el cuerpo del jinete se sincronizaba perfectamente con el animal mientras sus muslos lo mantenían firme sobre él. Tomó el arco y montó la flecha con una técnica y postura perfecta. Cuando la soltó, ella lo supo, había llegado su verdadero contrincante. Cada una de las flechas disparadas mientras cabalgaba se hundió en la diana y atravesó por la mitad la de ella. Era casi una provocación.

—¡Por Nu-Irsh! —exclamó Daviano—. ¡Puede que hasta sea mejor que tú!

El guerrero dio la vuelta y pasó frente a ellos, Andreia lo observó con curiosidad. De cerca, los rasgos de su cara le parecieron delicados como los de una mujer, pero no podía estar segura, galopó demasiado rápido de regreso a los establos.

Los participantes descansaron el tiempo indicado antes de iniciar el combate cuerpo a cuerpo. Gray de Roca Plateada no habló con nadie, tampoco tenía acompañantes o escudero. Mientras más lo observaba, más intrigada se sentía Andreia. Vestido con el resto de las piezas de la armadura, era imposible saber si se trataba de un hombre o una mujer y más porque en ese momento llevaba puesto el yelmo: un casco simple adornado por dos plumas, una verde y otra azul.

El cuerno sonó de nuevo dando comienzo a la siguiente competencia: combate con espadas. Impaciente por enfrentarse cuerpo a cuerpo con Gray de Roca Plateda, Andreia venció rápidamente a cuantos enfrentó en el duelo. Tenía premura por descubrir de qué estaba hecho el guerrero misterioso y si era tan bueno como aparentaba. Al final, quedaron solo cuatro: ella, Daviano, Irving y el tal Gray.

Andreia peleaba con Irving mientras Daviano lo hacía con el guerrero misterioso. El dreki de Vientos Claros no supuso mayor problema, Andreia conocía su punto débil al pelear: no era muy rápido. Todo cuanto la princesa debía hacer era alejarse de su cuerpo y evitar un enfrentamiento cercano donde él, por ser más grande y fuerte, la venciera. Ella, más veloz, supo aprovechar la ventaja. En pocos movimientos le puso la espada en el cuello y lo obligó a soltar la suya.

La princesa sonrió complacida al darle la mano en señal de espíritu deportivo.

—Luchasteis bien, Irving.

El joven se sonrojó antes de asentir con una sonrisa.

—Gracias, Alteza.

Andreia se giró hacia la tribuna y buscó a su padre, le agradaba ver el orgullo en su rostro debido a sus victorias. No obstante, no se encontraba en su asiento. El rey llevaba casi una lunación sintiéndose mal y en los últimos días las molestias se habían agravado, al punto de solicitarle a su hija que le escribiera al emperador y suplicarle que le permitiera a su hermano regresar a casa. No habían tenido respuesta, su hermano los había olvidado.

—Debió tener una nueva crisis de dolor —dijo para sí la princesa, cuyo humor de inmediato decayó.

Los espectadores alrededor de la arena habían enloquecido. Quedaban dos contendientes, ella y Gray de Roca PLateada, quien había vencido a Daviano sin mayor esfuerzo.

Daviano no pudo demostrarle cuál era su punto débil. Era un hombre alto, musculoso y joven. A los ojos de cualquiera, era el participante con más oportunidades de ganar y llevarse el puesto de capitán de la Guardia del Regente, al menos Andreia lo creía posible y de todos, ella era quien mejor lo conocía. Los dos se criaron juntos en los jardines del palacio de Dos Lunas. Desde pequeños tuvieron los mismos maestros de arquería, y de equitación y compartían la misma técnica de espada. Si la princesa año tras año lo vencía era gracias a su rapidez y a eso inexplicable que ella sentía que ardía en sus venas, una especie de premonición que la hacía adelantarse a los movimientos de su contrincante. En definitiva, si Andreia siempre le ganaba era por aptitudes que iban más allá de la habilidad o lo meramente físico.

Por eso le pareció tan asombroso que el tal Gray de La Llanura de Rixs lo venciera. No podía creerlo porque, que le hubiera ganado a él, equivalía a que tal vez también pudiera derrotarla a ella.

La princesa hizo girar la espada en la mano y caminó alrededor de su contrincante, evaluándolo. Era alto, al menos le sacaba una cabeza. No era muy delgado, aunque tampoco podía considerarse fornido Tal vez atlético fuera la palabra más apropiada.

—Así que Gray de Roca Plateada —dijo la princesa rodeándolo con calma, dándole vueltas a la espada en la diestra—. Vuestro apellido no me suena. ¿Nos conocemos?

A través de la visera del yelmo solo eran visibles los ojos de un azul díáfano y brillante. El guerrero negó con la cabeza.

El cuerno sonó y el combate dio inicio.

El primer choque de los aceros fue tan potente que la princesa tuvo que afianzar las botas en el suelo para resistir y a pesar de ello se deslizó hacia atrás varios palmos. Rápidamente se repuso y atacó con una estocada que barrió en arco. El guerrero misterioso la esquivó, Andreia aprovechó su velocidad y blandió una y otra vez la espada hasta el punto de hacerlo retroceder.

Su oponente era grande y fuerte pero no tan hábil como ella.

La princesa rio divertida, hizo una finta y le asestó un espadazo en uno de los brazos cubierto por la pieza de metal.

—¿Qué ocurre? —preguntó—. No me decepciones, creí que serías tan excepcional con la espada como demostraste serlo con el arco.

Ella volvió a atacar, de no ser porque el guerrero misterioso giró a un lado, hubiera deslizado el filo por la coraza.

Exhaló decepcionada.

—No me digáis que no queréis atacarme porque soy la princesa. —Ella arremetió y le asestó en uno de los hombros —¿O es porque soy mujer? Si es así, os digo, no sois digno de ser el capitán de la guardia de mi padre.

Hizo un movimiento en oblicuo dispuesta a descargar la hoja de acero en el pecho del misterioso guerrero, cuando este por fin levantó la espada y bloqueó el ataque. De nuevo, el poderoso choque le transmitió la vibración al brazo. Andreia sonrió complacida, por fin el otro decidía mostrar su habilidad.

Ella no le dio tregua y volvió a atacar y otra vez fue bloqueada. El misterioso guerrero la encaraba. Alzó la espada en diagonal queriendo darle en el pecho, la princesa se movió a un lado y tuvo que bloquear muy rápido el siguiente ataque.

Gray de Roca Plateada no le permitió recuperarse, volvió a blandir la espada y logró darle en uno de los brazos. Andreia empezaba a quedarse sin aliento. El tipo se movía rápido y atacaba con precisión, si a eso se le sumaba su fuerza y altura, sería cuestión de tiempo de que fuera el ganador.

Pero ella no lo permitiría.

Se concentró en esa rara habilidad que le permitía anteponerse a los movimientos de sus oponentes y vio en su mente la próxima acción del guerrero misterioso: Tomaría con ambas manos la empuñadura de la espada y la blandiría de arriba hacia abajo, en un golpe tan poderoso que la derribaría. Andreia asintió. Esperó a que levantara la espada y su cuerpo se desbalanceara debido al movimiento, ella se barrió y movió la espada horizontalmente dándole en las piernas. El guerrero misterioso perdió el equilibrio y cayó al suelo.

En la tribuna ocurrió una gran ovación, muchos de los nobles se colocaron de pie, silbaron y aplaudieron. Grey de Roca Plateada yacía derribado en el suelo. A ella le hubiera gustado que su padre contemplara su triunfo. Miró hacia abajo, al cuerpo vencido en la arena, y notó que el yelmo se había deslizado de su sitio. Mechones de cabello rubio como el oro se desparramaron en el suelo.

Dominada por un impulso repentino, se agachó y terminó de retirar la pieza de acero. A la vista quedó un rostro de piel muy clara, facciones delicadas, boca grande con labios carnosos y mejillas sonrojadas tanto por el esfuerzo como por la vergüenza de la derrota. Y para colmo unos ojos grandes, custodiados por oscuras pestañas, que tenían ese color azul resplandeciente que ya había observado a través de la abertura en la visera. El guerrero misterioso era una mujer.

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