Capítulo IV: La petición del rey

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—¡Sois una mujer!

La princesa se apartó sorprendida. Cuando se dio cuenta de que Grey de Roca Plateada la miraba ceñuda y un tanto dolida, recapacitó sobre lo que había dicho, después de todo ella también lo era.

—No me malinterpretéis, por favor —dijo—, vuestro rostro estaba cubierto y... sois alta...

—Creísteis que era hombre —completó la guerrera.

Andreia asintió un poco avergonzada del error. En el reino no eran extrañas las mujeres fuertes, en su ejército había varias, no debió dar por sentado que era un hombre.

—Habéis luchado de manera extraordinaria —le dijo ofreciéndole el brazo para ayudarla a levantarse—. Me gustaría conocer vuestro nombre.

La mujer se levantó y la miró con ojos inexpresivos.

—Soy Lena, Alteza. Lena Grey de Roca Plateada.

Andreia sonrió y caminó al lado de la mujer, repentinamente feliz.

—Muy bien, Lena Grey de Roca Plateada, no tengo duda de que seréis la ganadora del puesto de capitán de la guardia del rey.

—Pero yo no os gané, Alteza —refutó con el ceño fruncido.

Cuando ambas estuvieron en el centro de la arena, la princesa tomó la mano enguantada de Lena y alzó tanto el brazo de ella como el propio ante el público en las tribunas y alrededor de la pista, que enloqueció en aplausos y gritos. Sí, era cierto que había mujeres fuertes y oficiales en el ejército, pero rara vez se veía una tan extraordinaria en Los juegos del Rey y ni qué decir que fueran mujeres las mejores del torneo.

—¿Y qué con eso? —Andreia rio del desconcierto de la mujer—. Yo no puedo ser la capitana de la guardia del rey.

—Pero las reglas dicen que el ganador es quien será escogido capitán de la guardia.

Andreia caminó tomada de la mano de Lena por la arena con los brazos en alto. Las personas chillaban y aplaudían. Sin dejar de sonreír, la princesa bajó los brazos y alzó la cabeza para mirar a Lena a los ojos. Era un azul muy bonito el de sus iris, intenso como el cielo en verano. La princesa carraspeó.

—¿Acaso no queréis el puesto?

—Es que no soy la ganadora, Alteza.

Andreia se echó a reír con fuerza.

—Nadie iba a ganarme, no creo que exista quien pueda hacerlo —replicó entre risas—. Pensé que estaba claro que el puesto de capitán sería para el segundo en el torneo.

Podría sonar engreído el comentario, pero no era el caso. Andreia era sincera y no había una pizca de prepotencia en sus palabras. Simplemente, desde que empezó a participar en el torneo no había más ganador que ella, creía lógico pensar que el puesto de capitán de la guardia sería para el segundo.

—No es lo que dicen las reglas, Alteza —continuó Lena, firme en su terquedad.

Andreia volvió a observarla, cada vez más asombrada. ¿Cómo alguien se oponía a ser nombrado capitán de la guardia habiendo demostrado ser el segundo mejor? La princesa frunció el ceño con una sonrisa divertida, intentando comprender el razonar de la mujer.

—A ver si entiendo. ¿No queréis aceptar el cargo, porque las reglas dicen que es para el ganador? —Lena asintió—. Bien. Las reglas también dicen que el nombramiento no dependerá solo de la habilidad que demuestre el participante en el torneo. El primer consejero y el rey tomarán en cuenta, además, otros aspectos.

Las dos mujeres salieron de la arena de competición y entraron en las áreas destinadas a los participantes. Allí el resto de los competidores hicieron reverencias cada vez que Andreia se acercaba y dedicaban miradas, tanto asombradas como curiosas, a la imponente Lena que caminaba junto a la princesa. Un par de escuderos se acercaron y luego de la respectiva reverencia acompañaron a las dos mujeres caminando detrás de ellas.

—Otros aspectos, ¿cómo cuáles, Alteza?

—Otros. No lo sé. Supongo que tendrán en cuenta el abolengo de vuestra familia, la reputación que os precede o si hay recomendaciones dentro de la corte. —De reojo, la princesa la observó agachar la cabeza—. ¿Qué ocurre?

—Ya no tengo familia. Mi padre se suicidó cuando perdimos nuestra casa y nuestra fortuna a manos del emperador Eirian —explicó Lena con voz monótona—. Mis hermanos murieron en la guerra y mi madre falleció hace poco luego de una larga enfermedad.

Andreia la observó.

—Ya. Y... ¿Por qué estáis aquí, Lena? Parece que habéis tenido una vida difícil, el ejército no es benevolente. —Andreia sopesó las palabras que diría a continuación, no quería ofender a la mujer—. Para alguien que ha tenido tantas pérdidas, quizás llevar una vida sosegada en el campo hubiera sido una mejor elección.

Entraron a los vestuarios. Allí otros guerreros se quitaban las armaduras. Andreia se detuvo y extendió los brazos para que sus escuderos quitaran algunas piezas de la suya.

—¡¿El campo?! —preguntó Lena, imprimiéndole a sus palabras un tono asombrado, como si nunca antes hubiera considerado esa opción—. No sé nada de vivir en el campo, Alteza. Mi padre y mis hermanos eran oficiales en el ejército de La Llanura de Rixs, también yo aspiraba a unirme a ellos algún día. Todo lo que conozco es de armas.

Andreía sonrió. Ya sin la coraza y las hombreras se sentía mucho más liviana y con mayor libertad de movimiento.

—¿Ya ves? ¡Ahí está!

Lena abrió un poco más los ojos y giró a ambos lados.

—¿Qué?

—¡Vienes de una familia de guerreros! Eso, sumado a vuestra habilidad con el arco y la espada, os da la victoria.

—¿Por encima vuestro, Alteza?

—¿Qué?

—¿Quiere decir que le gané a Su Alteza?

—¿A mí? ¡Claro que no!

—Entonces, si no le he ganado a Su Alteza no puedo ser la capitana, las reglas dicen...

—Sí, sí, las reglas dicen que solo el ganador será el capitán. ¡Por el Gran Lobo del Norte! ¡Qué terca sois, mujer! Dime, ¿creéis que siendo la princesa podría ser también la capitana de la guardia del rey?

Lena la observó un instante con algo de duda. Luego dirigió los ojos al suelo.

—Sería difícil —contestó—, pero las reglas son las reglas.

—Bien. ¿Sabéis qué? Hay un apartado en las reglas que no se dijo —inventó la princesa—, un apartado de letras muy pequeñas en caso de que algo como esto sucediera. Dice que la princesa no puede ganar ningún cargo político, en ese caso el acreedor será el segundo mejor.

—¿Eso dicen las reglas? —preguntó Daviano con duda, que en ese momento se acercaba a ellas.

Andreia le dirigió una mirada asesina.

—Sí —enfatizó—, eso dicen las reglas—. Iré con mi padre. Daviano, te encomiendo que te quedes con Lena hasta que den el veredicto del ganador, estoy segura de que ella será la elegida. Luego llévala al palacio. Personalmente quiero presentársela a mi padre.

Lena miró a Andreia desconcertada. Daviano, más acostumbrado a las impulsivas órdenes de la princesa, solo asintió.

—Me hubiera gustado ganar —se quejó el joven.

Andreia le palmeó el hombro.

—El año que viene, tal vez. Presiento que este ha sido mi último año en Los Juegos del Rey.

—No pensarás morirte, ¿o sí? —preguntó Daviano un tanto asustado.

—No, pero...

—Vuestro caballo está listo, Alteza —dijo uno de los escuderos de la princesa.

Andreia dejó atrás a Daviano y a Lena, necesitaba ver a su padre con urgencia y saber cómo se encontraba. Algo le decía que su vida estaba próxima a cambiar. Montó a Negra y hundió los talones en los cuartos traseros hasta que la yegua incrementó el galope. El palacio no estaba lejos, en menos de lo que tarda en consumirse al fuego dos briznas de paja, la princesa desmontó frente a las escalinatas. Atravesó las galerías centrales hasta llegar al Pabellón del Rey, allí se encontró con el dreki Lennox, el primer consejero. Sin disminuir la marcha, preguntó por su padre.

—El dolor ha aumentado, Alteza, se vuelve insostenible.

—¿El sanador real está con él? —El corazón de Andreia se hundió en un pozo oscuro, sentía las manos frías. El consejero asintió—. ¿Qué dijo?

Lennox guardó silencio, uno ominoso. Andreia lo entendía. Tres lunaciones atrás su padre había empezado a padecer molestias estomacales, la comida no le apetecía, ni siquiera las costillas de cerdo asadas en salsa agridulce que eran sus favoritas. El sanador dijo que era algo pasajero, alguna indigestión, pero con el pasar de los días la pesadez en el estómago se incrementó, aparecieron los vómitos y ese maldito dolor que no hacía más que empeorar. Ya ni siquiera la leche de borag lo calmaba.

Andreia hizo traer sanadores de prácticamente todo el reino, incluso consiguió un hipogrifo y envió a Daviano a una casa perdida entre las montañas de Briön, en busca de un hombre que tenía la asombrosa fama de poder curar cualquier dolencia. Era él quien se había encargado en los últimos días de la salud del rey, pero tampoco terminaba de curarlo.

La princesa tomó aire profundamente frente a la puerta de los aposentos de su padre y se preparó mentalmente para lo que vería. Si había algo que odiaba era contemplrar cómo el hombre fuerte y enérgico que siempre la alentó a ser su mejor versión se desmoronaba sin remedio.

Tocó la puerta dos veces y desde adentro la voz joven de un hombre le dio permiso de entrar.

En la antecámara se hallaban una par de sirvientes a la espera de que pudieran ser necesitados y los dos tíos de la princesa. Que ellos estuvieran allí le pareció de mal augurio, luego recordó Los Juegos del Rey, seguro habían venido para ver la competencia

—Tíos. —Andreia le dio las manos.

—Me parece que vuestro padre duerme —le informó Nicolai, el mayor de los dos.

—Felicitaciones por ganar el torneo. —Su otro tío, Alastei, la besó en ambas mejillas. Era el menor de los tres, el más enérgico y con el que mejor se llevaba.

—¿Lo habéis visto? —preguntó ella con un nudo en la garganta—. ¿Cómo está?

—El sanador le dio un brebaje, calmó su dolor y se quedó dormido —contestó Nicolai.

Andreia tragó y entró en la recámara del rey mientras el resto permaneció afuera. De inmediato, el fuerte aroma a hierbas la envolvió. Desde que se había enfermado era a lo que olía su dormitorio. El sanador se encontraba de pie junto al lecho, donde, como dijo su tío Nicolai, su padre reposaba cobijado por varias mantas.

La princesa se acercó. El corazón se le estrujó al verlo tan pálido que su piel había adquirido un tono verdoso, tal vez de tantas ramas que ingería. Más arrugas que en días atrás surcaban la piel del rostro y el cabello entre castaño y cano lucía mustio. Su padre se moría sin remedio alguno. Le pasó la mano por la cabeza y acarició las hebras pálidas, luego tocó su frente y la encontró tibia, al menos no parecía sufrir. Ella se giró hacia el sanador.

—¿Y bien? —preguntó la princesa—. ¿Por qué no lo habéis curado ya?

El sanador enarcó las cejas negras, la miró sorprendido, luego relajó el gesto.

—Lamento mucho el estado de vuestro padre, Alteza —dijo el hombre con voz calmada—. En estos días he agotado todos mis recursos, la enfermedad de vuestro padre se encuentra muy avanzada y no hay mucho que pueda hacer, excepto aliviarle el dolor.

Andreia apretó los dientes y reprimió las lágrimas.

—¡¿Cómo que no hay mucho que podáis hacer?! ¡¿Acaso sois un charlatán?!

—Dije que haría cuanto estuviera en mis manos por ayudar a vuestro padre —le contestó el hombre con voz calmada—, y eso he hecho. Tal vez si lo hubiera tratado desde el principio, hubiese podido enlentecer el curso de su mal.

—¡No es posible! ¡¿No podéis curarlo?!

El sanador negó con la cabeza y Andreia más se enfureció. Ese hombre no era más que un estafador, lo haría ahorcar.

—Su mal se ha extendido desde el estómago hacia casi todos los órganos internos, ya no hay mucho que pueda hacer.

—¡No es cierto! —insistió Andreia—. ¡¿Cómo podéis saber eso?! ¡Sois un mentiroso! ¡No tenéis el conocimiento y por eso mentís! ¡Os haré arrestar!

Un hombre que se había mantenido un poco apartado y en silencio, se acercó rápidamente cuando ella desenvainó. Levantó las manos que brillaban envueltas en energía plateada, dispuesto a atacarla.

—¡No, Karel! —le ordenó el curandero al hombre, deteniéndolo—. Ella está dolida y angustiada

—¡Lys! —reclamó el hombre contrariado, sin embargo, la magia en sus manos se apagó.

Andreia bajó la espada sorprendida.

—¡Sois un sorcere! —exclamó esperanzada—. ¡Sois un sorcere!, ¡podéis curarlo!

El hechicero frunció el ceño, los ojos verdes se le oscurecieron. Andreia sintió algo de temor, quizá no debió amenazar al curandero.

—Él le ha dicho que no hay nada que pueda hacer, Alteza —dijo el sorcere en voz baja, pero amenazadora—. Si él no puede, tampoco yo. Su padre se pudre por dentro y no hay pócima o magia capaz de detener esa enfermedad.

Las lágrimas que la princesa se había empeñado en retener se deslizaron por sus mejillas, la tristeza que sentía la hizo agachar la cabeza.

—Lo lamento mucho, Alteza. —La voz suave y amable del curandero llegó hasta ella—. Pasad estos días con vuestro padre y haced su estancia lo más agradable posible.

—¿Estos días? —Andreia sintió que en su pecho se abría un agujero—. ¿Solo le quedan días?

El curandero asintió, extendió la mano y le entregó una pequeña botella que contenía un líquido lechoso en su interior.

—Es leche de borag mejorada —dijo—, con esto no sentirá dolor, aunque su fuerza será poca.

Andreia tomó la botella, luego miró el lecho donde la figura enjuta del rey descansaba apacible.

—¡No puede dejarme! —dijo entre sollozos—. ¿Qué haré sin él?

—Poco a poco el dolor pasará, Alteza —la consoló el curandero—, pero su recuerdo se quedará con usted.

Andreia se limpió las lágrimas, asintió y miró al curandero. A pesar de haberlo ofendido y amenazarlo con matarlo, el hombre continuaba mirándola con paciencia. Sus ojos apacibles la calmaron un poco.

—Os pido disculpas, estoy muy... No esperaba que mi padre me abandonara tan pronto. Él parece estar tranquilo, os agradezco por eso.

El curandero y el sorcere se despidieron con una reverencia. Andreia les pidió que permanecieran en palacio hasta que El Gran Lobo del Norte reclamara el alma de su padre.

Cuando los hombres se marcharon, la princesa se sentó en el borde de la cama junto al rey, con ternura acarició sus cabellos. Casi una sexta después, el rey despertó

—Hija —dijo el rey con voz cansada, mientras abría los ojos.

—Estoy aquí papá.

—¿Quién ganó el torneo? —La voz, antes enérgica y firme, sonó temblorosa y débil. A Andreia se le arrugó el corazón.

—Yo.

—Como siempre, mi niña es la mejor. ¿Quién será mi nuevo capitán? ¿El hijo de Lennox?

La princesa retuvo un sollozo y negó con la cabeza, cuando sintió que su voz no se quebraría, habló:

—Una mujer. Una magnífica guerrera. Se llama Lena Grey y viene de la Llanura de Rixs.

—Una mujer —dijo el rey pensativo, luego agregó—: Te será buena la compañía femenina entre tanto hombre cuando ya no esté.

Un jadeo que no pudo contener se le escapó, las lágrimas se derramaron por sus mejillas.

—¡Papá, no!

—Sí, mi niña, sé que me muero. Lo vi en los ojos del curandero que buscaste para que me sanara, también lo siento en mi cuerpo. No llores. Está bien, estoy muy cansado. El Lobo del Norte vendrá por mí y me llevará al reino en el cielo. Estaré bien allá.

Andreia sostuvo sus manos con fuerza y se las llevó a los labios, las besó con devoción derramando muchas lágrimas mientras lo hacía. El rey apartó una y le acarició el cabello negro.

—Solo quiero pedirte una cosa, hija, y perdóname por el peso que pondré en tus hombros, pero sé que serás capaz de cargar con él. Tu hermano.

El ceño de Andreia se frunció. Al dolor que sentía se añadió ese otro igual de agobiante.

—Viene en camino, padre —mintió.

Desde que su padre empeoró, este no había dejado de pedir que trajeran a su hermano gemelo a Ulfrgarorg. Andreia le había escrito con una frecuencia de un día de por medio en esa lunación y a pesar de eso no había recibido respuesta. Durante todos esos años se había negado a aceptar la realidad, pero los hechos hablaban por sí solos y tal parecía que las habladurías eran ciertas y su hermano los había traicionado, olvidándolos. Sin embargo, no podía decirle eso a su padre, que lo amaba tal vez más que a ella y añoraba el regreso de ese hijo tan querido.

—La familia lo es todo, Andreia. Cuando estén juntos de nuevo, deben luchar por liberar Ulfrgarorg. Nuestro reino ha de volver a ser libre. Promételo.

Andreia asintió con lágrimas en los ojos.

—No descansaré hasta romper las cadenas que nos atan a Doromir.

El rey cerró los ojos, agotado por el esfuerzo que le había supuesto la charla, aunque todavía habló un poco más.

—La familia lo es todo, no lo olvides. Tú y tu hermano deben unirse.

—Sí, ahora descansa.

La princesa depositó un beso en la frente del rey. El lema familiar continuaba presente en la mente de su padre, ojalá hubiera sido así con su hermano.

GLOSARIO

Dreki: Título honorífico destinado a la nobleza de Doromir y el resto de los reinos del norte de Olhoinnali. 

El Gran Lobo del Norte: mensajero o tranportador del alma de lo muertos. Se encarga de llevar las almas de los muertos al reino del cielo o al desierto de hielo según el designio del dios Nu-Irsh. Su culto se extiende desde Northsevia hasta Osgarg y Enframia.

Leche de Borag: sustancia espesa de color blanquecino que resulta de la cocción y posterior refinamiento de la flor del borag.  Sirve como analgésico del dolor físico, tambien para calmar la ansiedad . Consumida en grandes cantidades ocasiona somnolencia y adicción. 

Sorcere: Hechiceros. Son mestizos descendientes del cruce entre alferis y comunes. La mayoría vive en Augsvert.

MEDIDAS DE TIEMPO

El calendario es lunar, cada luna llena marca el inicio de una lunación. El año comienza la primera luna llena después del solsticio de verano. Una lunación equivale a 21 días

Una brizna de paja al fuego: Equivalente a 5 minutos

Vela de Ormondú: Se consume completamente en 6 horas. Equivale a medio día. Media vela: 3 horas. Una cuarto de vela: 1 hora y media. Una sexta: una hora

Les dejo fotito hecha con IA de las niñas ☺️

***Mini aparición de Lys y Karel.

Nos leemos el próximo jueves.

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