Capítulo VII: El lamento del rey

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Llegaron a Dos Lunas, la capital de Ulfrgarorg, luego de atravesar el paso de las montañas de Ulfrvert poco antes del crepúsculo del cuarto día de haber partido. El soldado que abría la pequeña caravana portaba el estandarte de Doromir: fondo verde en el cual una cabeza de lobo era atravesada por una espada. El que la cerraba llevaba el de Ulfrgarorg: La cabeza plateada del lobo de las montañas sobre fondo negro. Si se pensaba, los escudos de armas de los dos reinos eran como una especie de presagio, la cabeza del lobo que representaba a Ulfrgarorg, en Doromir era atravesada por una espada. El emblema de los conquistados y sus conquistadores.

Rowan, agotado de tanto reflexionar y suponer posibles escenarios, cabalgaba adelante, luego del estandarte de Doromir. La noche anterior él y su escolta durmieron en una posada bastante confortable en Pico Nevado, allí aprovecharon para comer decentemente, bañarse y cambiarse a atuendos formales. El príncipe se vistió de raso y terciopelo negro, el color que representaba a su reino. En la parte izquierda del chaleco de cuero, sobre el corazón, llevaba bordada con hilos de plata la cabeza de un lobo. Dos broches, también de plata, mantenían la capa oscura de vellón y fina lana, sujeta en cada hombro. Su caballo Anto llevaba sobre los cuartos traseros una elegante gualdrapa en negro y plateado.

Idrish y los soldados portaban el uniforme del ejército del imperio: cuero y metal con orillos y símbolos esmaltados en un verde tan claro que podía ser tomado por dorado y la capa roja ondeaba a sus espaldas.

Hacía frío, pero no tanto como en Doromir u Osgarg. En Ulfrgarorg al menos se sentía el alivio de los últimos rescoldos de la tibieza veraniega, por lo que muchos de los campesinos que transitaban el camino real portaban abrigos delgados. Rowan caminaba con la cabeza erguida, mirando al frente, pero trataba de grabarse en las retinas las impresiones de cada cosa que veía por el rabillo del ojo sin perder la dignidad que se suponía debía mantener como príncipe. El camino empedrado, los puestos de mercancías a cada lado, los pobladores que se apartaban con rapidez a medida que ellos avanzaban, las casas de piedra clara y techo de paja a dos aguas y sobre la colina al final del camino, rodeado por una muralla de ladrillos y piedra, se hallaba el castillo Dos Lunas, su antiguo hogar. Desde donde se encontraba podía ver ondeando en lo alto de las aldabas y las torres los banderines negro y plateado.

Vería a su padre y a su hermana después de doce años. En su mente las facciones de ambos se habían desdibujado, ya no las recordaba con precisión. A pesar de eso, la emoción de regresar a su verdadera casa después de tantos años le apretó el pecho y la garganta.

Mantenía la mirada al frente, sin embargo, se dio cuenta de la sorpresa que ocasionaba la pequeña caravana a los pueblerinos que, por lo visto, no estaban acostumbrados a ese tipo de visitas. La mayoría de los hombres y mujeres, luego de contemplar a los cuatro jinetes, detenían los ojos en él. Recorrían su cara, y observaban en detalle el emblema en su pecho.

—¡Es el príncipe Rowan! —gritó alguien.

A esa exclamación siguieron otras de asombro. Varios niños se amontonaron en el camino intentando colarse entre las piernas de los adultos para mirar la pequeña caravana. Él y sus hombres no hicieron caso al revuelo que ocasionaban e hicieron el camino hasta el castillo en silencio, pero Rowan rememorando su infancia.

Atravesaron el patio de armas y dejaron los caballos y las alforjas con el equipaje en manos de los palafreneros y sirvientes, uno de ellos se apresuró para anunciarlo ante la princesa Andreia. Mientras esperaba, Rowan observó la estancia en la que estaba. A diferencia de Doromir, que era frío todo el año y constantemente azotado por vientos helados y tormentosos, Ulfrgarorg gozaba de un clima más benigno. En verano y primavera podía sentirse el calor del sol; por eso, algunos de los salones del palacio de Dos Lunas tenían amplios ventanales que se abrían a los jardines interiores, como ese en donde Rowan e Idrish aguardaban. La brisa estival se colaba a través de ellos y traía consigo el aroma a pasto y flores del jardín.

—Es un hermoso castillo —dijo Idrish caminando alrededor del salón.

—Es un poco diferente a Doromir.

—¡Ni que lo digas! —Idrish silbó—. Allá siempre estamos a punto de que se nos congele el culo o de que uno de esos vientos que soplan desde Vindrgarorg nos lleven consigo. Sin duda, esto está mucho mejor.

Las enormes puertas de fresno se abrieron y una mujer joven de cabello negro entró acompañada de otra rubia muy alta y dos hombres de edad madura. La mujer de pelo oscuro usaba un vestido negro de terciopelo, elegante, de mangas largas, amplias, que casi arrastraban por el suelo y forradas en raso azul muy claro, tanto que parecía plateado. La cintura la llevaba ceñida por un cordón de plata y del cuello esbelto le colgaba un medallón del mismo metal con la imagen de un lobo. La otra mujer vestía como soldado y usaba además una capa de lana oscura de color azul ultramarino que la identificaba como miembro de la guardia del rey.

—¡Rowan! —saludó su hermana, la mujer de pelo negro, mientras caminaba hacia él—. ¡Ha pasado mucho tiempo!

—¡Andreia! —El príncipe estrechó a su gemela en un abrazo.

Cuando se separaron, ambos se miraron a la cara largamente, reconociendo en el otro las semejanzas.

—¿Recuerdas a nuestros tíos, Alestai y Nicolai? —preguntó ella señalando a los dos hombres que la acompañaban.

No, él casi no los recordaba.

—Es un enorme placer tenerte de nuevo con nosotros —dijo uno de sus tíos, el que ella había dicho que se llamaba Nicolai.

El cabello de ellos era como el de su padre, castaño, los ojos también. Su hermana, en cambio, tenía el pelo negro y los ojos como él: grandes, amarillos y enmarcados por pestañas oscuras que al contraste con el cabello le daban ese aspecto salvaje y casi pavoroso que ocasionó que de niños los compararan con lobos. Tan cerca, el aroma de ella lo envolvió, ese que había olvidado. Olía al bosque cuando llueve y a las flores de primavera.

—Estarás cansado. ¿Cómo ha ido el viaje? —Andreia le medio sonrió.

—Gracias al dios del cielo tardamos menos tiempo de lo que esperaba. ¿Cómo está padre?

El rostro de ella se ensombreció, bajó la mirada. Rowan giró hacia Idrish que se había acercado a ellos con la intención de acompañarlos.

—Es mi coronel, está cansado. Por favor, pide que lo lleven a una habitación donde pueda reposar.

Andreia asintió y silenciosamente ordenó a uno de los sirvientes que aguardaban en el rincón que hicieran como Rowan había pedido. Cuando Idrish se hubo marchado, los dos hermanos, la soldado de la guardia real y sus tíos salieron del salón rumbo a los aposentos del rey.

—Está muy mal —dijo de pronto la princesa mientras avanzaban por las galerías—. Creo que solo está esperando volver a verte para partir.

Le pareció que en el tono de voz había algo de resentimiento, sin embargo, no dijo nada y continuó avanzando.

La soldado empujó suavemente las puertas de los aposentos del rey, luego se apartó para que ellos entraran. Sus tíos se despidieron y los dejaron solos con su padre.

Adentro hacía calor debido a los muchos braseros encendidos y olía a hierbas, a leche de borag y a enfermedad.

—Papá. —Andreia se sentó en el colchón junto a la cabeza del enfermo, se inclinó y le dijo muy cerca del oído—: Rowan está aquí.

No obstante, el rey no despertó, dormía profundamente. La princesa se irguió y se dirigió a un hombre de pelo negro que se hallaba cerca del escritorio. Rowan pensó que seguramente sería el sanador real.

—Despertadlo, por favor. Este es mi hermano, a quien él ha estado llamando todos estos días.

El hombre se acercó a Rowan y frente a él hizo una reverencia.

—Bienvenido, Alteza. —dijo—, vuestro padre estará feliz de verlo, pero me temo que no podrá ser hasta dentro de un cuarto de vela de Ormondú, cuando el calmante pierda efecto.

—¿Calmante? —Rowan frunció el ceño.

—Tiene mucho dolor —dijo Andreia con una expresión triste—. El señor Lysandro es el mejor sanador, aun así dice que ya no se puede curar y que solo sirve evitar que sufra dolor.

—Lo siento mucho, Altezas —Lysandro inclinó otra vez la cabeza—. Estaré en la otra habitación, por si me necesitáis.

El sanador salió y quedaron los tres solos. El momento de ver a su padre había llegado, Rowan comenzó a temblar, las manos le sudaban. No quería acercarse, no quería ver a su padre convertido en un ser frágil a punto de morir. Deseaba conservar en su mente la imagen del hombre fuerte que fue y el padre amoroso que lo llevaba a pescar por las tardes.

—Ven —lo llamó Andreia.

Rowan caminó con lentitud, sintiéndose aturdido y mareado. Se detuvo junto a la cama. En el centro reposaba un hombre de cabello ceniciento, rostro cuadrado y demacrado, surcado por algunas arrugas. No obstante, la expresión era plácida, como si soñara cosas felices, eso lo reconfortó. También el hecho de que a pesar de la enfermedad y los ángulos pronunciados de su cara, él continuaba pareciendo un hombre recio. Andreia acarició los cabellos canos mientras contemplaba a su padre.

—Háblale —dijo de pronto ella—, creo que podría despertar si lo haces. A pesar del tiempo que ha pasado, de que no has estado a su lado, él no ha dejado de creer en ti. Sigue amándote a pesar de todo.

No prestó mucha atención a lo que su hermana decía, los ojos del príncipe continuaban fijos en la figura durmiente. Temblando, se acercó más. No estaba seguro de si podría mantener firme la voz.

—Padre, estoy aquí, soy Rowan. —Aguardó. Las pestañas oscuras vibraron—. Soy Rowan, he regresado —repitió.

El rey continuaba dormido y el mareo comenzaba a apoderarse del príncipe. El aroma de los remedios y las hierbas lo asfixiaba, sentía náuseas. Escuchó ruido en su cabeza, como si muchas voces le susurraran al mismo tiempo, pero una se alzó más alta que el resto: «Tiene miedo... O ¿es repugnancia?» Levantó el rostro y se encontró con los ojos amarillos de su hermana que lo contemplaban sin expresión.

—No me siento bien —dijo Rowan.

—Debes estar cansado por el viaje. Mandaré a que te sirvan de comer, Puedes regresar más tarde, si lo deseas.

Pero en ese momento el rey habló.

—Rowan —lo llamó sin abrir los ojos y con voz gangosa.

—Papá. —Se apresuró Andreia.

—Rowan. —Volvió a llamarlo.

—Padre. —El príncipe le apretó la mano tibia por encima de la frazada—, aquí estoy. He regresado, padre.

—Rowan. —Volvió a repetir el rey—, perdóname. ¡Lamento tanto lo que hice!

—No. No pasa nada. No pidas perdón.

Andreia se acercó y negó con la cabeza.

—Él sigue dormido —dijo ella—. Todos los días dice lo mismo en sueños. Te llama y te pide perdón.

El rey volvió a llamarlo y repitió un par de veces más la disculpa temblorosa hasta que luego de una sexta, finalmente, abrió los ojos.

Acababa de despertar, pero parecía cansado, suspiró largamente. Andreia se inclinó sobre él y con voz suave y amorosa le habló casi al oído:

—Padre, Rowan está aquí, ha llegado.

En ese instante, el rostro demacrado adquirió algo de vida, el pálido azul de sus ojos brilló mientras lo buscaba a su alrededor.

—¿En verdad eres tú, Rowan? —preguntó deteniendo la mirada en él.

—Sí, padre. Soy yo, he regresado.

La mano trémula se alzó hasta tocarle la mejilla y deslizarla por ella. Tomó un mechón de cabello negro entre los dedos.

—Eres como ellas, como Andreia y tu madre. —dijo con voz lenta y suave—. Mi amado Rowan, debes quedarte en casa. La familia lo es todo.

Rowan no supo qué contestar. ¿Qué podía responder si ya no tenía claro a qué país pertenecía?

De nuevo el ruido en su cabeza y una voz por encima de las otras:

«Es el amante de ese bastardo».

—Perdóname, hijo. Jamás debí aceptar entregarte. Debí luchar, pero tuve miedo de ver morir a más personas, de perder a los que amaba.

—Está bien, padre —lo tranquilizó—. Hiciste lo que debías.

—Tú debes gobernar —dijo el rey, sorprendiéndolo. Rowan sintió como el aire caliente de la habitación descendía y se tornaba frío.

—No, tú eres el rey.

—Estoy muriendo y mis errores pesan. El Gran Lobo del Norte viene por mí para arrastrarme al desierto de hielo —dijo Andrew—. He de resarcir mi pecado. Tú serás el rey y liberarás Ulfrgarorg de las garras de Doromir.

«¿Cómo hará eso? No es más que la puta de Eirian, un asqueroso traidor». Escuchó de nuevo la voz, ahora más clara.

—Irás al cielo con Nu- Irsh —tranquilizó Andreia al rey—. Debes descansar. No te fuerces.

—Andreia. —El rey Andrew le sujetó la mano a la princesa—, es tu hermano. Recuerda: la familia lo es todo.

Después de decir la última frase, el rey se dejó caer en el colchón; agotado, cerró los ojos, sumiéndose de nuevo en el sueño.

Rowan le dedicó una larga mirada. Ver a su padre fue diferente a lo que esperaba. No creyó que le pediría perdón, mucho menos que asumiera el trono a su muerte, a pesar de que ese había sido el trato con Cardigan.

En el fondo, lo que había temido era que su padre lo despreciara por convertirse en el amante de Eirian; sin embargo, no era así. La voz en su cabeza le recriminaba, su padre no. Apartó los ojos del mandatario y se volteó hacia Andreia, su hermana lo observaba con una expresión difícil de leer, no podía precisar si su inexpresión era por molestia o indiferencia.

—No creí que él ... No pensé que ... —balbuceó Rowan.

Andreia se cruzó de brazos.

—¿No creíste que te pediría ser el rey? Desde que cayó enfermo no habla de otra cosa. Aunque todos sabemos que ese es el futuro de Ulfrgarorg. Eres su heredero, nombrado por Cardigan desde hace mucho tiempo.

—Sí, ese fue el acuerdo, sin embargo, me gustaría no pensar en ello todavía.

—Como quieras —contestó fríamente ella—. Debes estar cansado. Daré la orden de que te avisen cuando vuelva a despertar, mientras tanto acompáñame. Mandé a acondicionar tu vieja habitación, espero que no te disguste.

Rowan la siguió a través de las galerías iluminadas por lámparas de aceite. Era su hermana la que caminaba a su lado y, a pesar de ello, la frialdad de su trato le dejaba muy en claro todo lo que perdió durante los años en Doromir. Él era un extraño. 

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