Capítulo XVI: Larga vida a la reina

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Los ojos de Andreia estaban fijos en el cuenco en el cual su nana Eliza pisaba las yerbas con un mortero. El líquido azulado proveniente de ellas escurría y se mezclaba con la masa informe a la cual habían sido reducidos los ingredientes.

—Ahora, mi niña —pidió la anciana en un susurro.

Andreia vertió sus lágrimas contenidas en un pequeño recipiente de cristal al cuenco. Las velas chisporrotearon amenazando con apagarse, no obstante, cuando la anciana Eliza removió la mezcla e incorporó las lágrimas, la luz volvió a brillar.

En los ojos dorados de Andreia se reflejaron las llamas. Siempre le resultaba fascinante ver como Eliza hacía sus hechizos.

—¿Y bien?

—Paciencia, Majestad. Los espíritus aún no cuentan sus secretos.

Andreia llevaba días teniendo la misma pesadilla, un ejército negro, que parecía conformado por muertos o fantasmas, descendía de los picos nevados de Ulfrvert y arrasaba todo ápice de vida. A su paso, la nieve se convertía en una pasta carmesí en los campos desolados.

Cada noche se repetía el sueño, pero el último fue un poco diferente, porque Rowan también estaba allí. Lo que la inquietó fue ver qué era la sangre de él la que teñía la nieve y detenía el paso del ejército, pero en esa oportunidad de vivos.

Desde niña, Andreia tenía sueños raros que acababan cumpliéndose. Fue así cuando Rowan se marchó. Soñó con un pequeño lobezno de pelaje negro que ella acariciaba hasta que el lobo era arrancado de sus brazos por una sombra que parecía hecha de fuego. No lo entendió hasta después de que Cardigan se lo llevó.

Pasó luego con la muerte de su madre. Esa vez soñó con una columna de humo que se disolvía en una fuerte brisa proveniente de las cumbres borrascosas de Ulfrvert, dejando solo árboles secos. Rowan decía que su mamá olía a humo, por eso logró saber que era de ella de quien trataba el sueño e interpretó que no superaría la enfermedad que la aquejaba.

Andreia había tenido otros sueños premonitorios, pero nunca había soñado lo mismo tantas veces seguidas como en esa ocasión. Se encontraba inquieta y decidió acudir a su nana, para que en la brujería le hallara una respuesta.

—Es una advertencia —dijo la mujer mientras agitaba levemente el cuenco y observaba los movimientos de la pasta en el fondo—. Una guerra.

—¿Quién contra quién? ¿Quién será el vencedor?

La mujer tomó una de las velas y pasó la llama por el fondo del cuenco. De inmediato, comenzó a salir un humo blanco y espeso. Andreia, atenta, lo observó tratando de distinguir las figuras que se formaban.

—Dos sueños, dos guerras —dijo Eliza con los ojos oscuros fijos en el humo—. La guerra de los corazones y en ella un gran sacrificio será hecho. No habrá ganadores.

—¿El sacrificio será el de mi hermano? —Después de todo, era la sangre de él la que se vertía en la nieve.

El humo poco a poco se disolvió, Eliza fijó los ojos negros en ella.

—Por él se detiene el avance del ejército. Sí, él será el sacrificio.

Andreia guardó silencio un instante asimilando lo que la anciana acababa de decirle. ¿Su hermano moriría en una guerra? El corazón se le llenó de zozobra.

—¿Estás segura, Nana? —Ante la pregunta, la mujer asintió. El gesto incrementó su angustia—. ¿Se puede evitar?

—Todo se puede evitar. Lo malo es que casi nunca sabemos cómo.

—¿Qué clase de respuesta es esa, nana? —Andreia se acarició la frente, compungida—. Acabas de decirme que mi hermano morirá en una guerra.

La mujer alzó los hombros y la miró con sus ojos negros inescrutables.

—No dije que él moriría, vos lo asumisteis, Majestad. Existen diferentes tipos de sacrificios.

—Su sangre se derrama en la nieve. ¿Cómo eso no significa muerte? —Volvió a acariciar su frente—. ¡Ah, por el Lobo del Norte! ¡Tus espíritus son confusos! Dijiste dos guerras. ¿Qué hay con la otra? Necesito una respuesta clara esta vez.

—El otro sueño, el del ejército negro que baja de las montañas, de ese no estoy segura.

Andreia observó cierto titubeó en la expresión de Eliza.

—¿Qué no me estás diciendo, nana?

—Hay una leyenda antigua de nuestra tribu, niña. —La mujer suspiró mientras recogía las yerbas—. "De las montañas descenderán y tornarán el mundo en oscuridad. Solo la espada de hielo los detendrá".

—¿La espada de hielo? —Andreia arrugó el ceño—. ¿La que venció a los cambiaformas?

La anciana asintió.

—¿Estás segura de que las raíces y las flores que usaste eran las correctas? Ya no hay cambiaformas en Olhoinnalia.

—Eso es lo que dicen los espíritus, niña. Y los espíritus son caprichosos.

Andreia observó el cuenco disgustada. Los espíritus no le habían aclarado nada, solo la dejaron más confundida. Dos guerras y una de ellas con criaturas no humanas. A pesar de todo, no era esa la que más le preocupaba. Tal vez debía cambiar sus planes.

Cerró los ojos y volvió a escuchar la voz de su padre "Deben luchar por liberar Ulfrgarorg. Nuestro reino ha de volver a ser libre. Promételo".

¿Cómo podía cumplir esa promesa con presagios tan nefastos?

Días después, llegó al palacio de Dos Lunas una comitiva proveniente de Doromir, la cual venía a reclamar los impuestos que el reino de Ulfrgarorg debía entregar cada lunación al emperador del Norte. Andreia los esperaba en el salón del trono junto a sus consejeros y a la comandante de la Guardia del Rey. A sus pies se encontraba el arcón de acero repleto de monedas de plata y oro que debía entregar.

Fijó los ojos dorados en los visitantes: un hombre de edad madura, de unos cuarenta años, quien era el tío paterno del emperador y el que lunación tras lunación solía despojar a Ulfrgarorg de sus propias riquezas para llevarlas a Doromir. Al recaudador lo acompañaban otros dos hombres pelirrojos más jóvenes con largas espadas en los cintos. Los tres se acercaron al trono, no se inclinaron, ni hicieron las debidas reverencias. Andreia no se inmutó, aunque percibió por el rabillo del ojo la incomodidad de Lena a su lado y la de Daviano, quien bufó.

—Alteza —dijo el recaudador con una sonrisa.

—Majestad —lo corrigió Daviano con aspereza.

—Es un placer estar de regreso en Ulfrgarorg —continuó el hombre con voz empalagosa, sin hacer caso a Daviano—. Veo que esta lunación la ofrenda al imperio es sustanciosa.

—La cosecha fue buena —contestó Andreia, lacónica.

—El emperador estará satisfecho. Os envía una propuesta y espera una respuesta positiva, Alteza.

Uno de los jóvenes acompañantes del recaudador sacó de entre sus ropas un pergamino con un sello de lacre en donde se veía el emblema de Doromir. Lena lo recibió y se lo entregó a Andreia, luego descendió de nuevo los escalones y se quedó junto a la comitiva.

La reina rompió el sello y apenas leyó el contenido. Palabras como matrimonio, Enframia y alianza titilaron frente a sus ojos. Tal y como ya había sido advertida, Eirian la exhortaba a casarse con el príncipe Manfred del reino vecino de Enframia.

Andreia despegó los ojos del pergamino y los fijó en el recaudador.

—Sí, hemos tenido una buena cosecha —dijo con voz clara señalando el gran baúl—, pero ni una sola de esas monedas irá a Doromir.

En el mismo instante en que la reina terminó de hablar, las puertas del salón se cerraron con un ruido sordo. Un par de soldados de la Guardia del Rey se ubicaron a cada lado de las puertas y dos más avanzaron. El metal de las armaduras broncíneas resonaba con cada paso, hasta que se detuvieron muy cerca de la comitiva visitante. El recaudador abrió muy grande los ojos azules, lleno de sorpresa.

—¿Qué estáis diciendo? ¡Es una ofensa ante Su Majestad el Emperador!

—Me importa una mierda el emperador —dijo Andreia con voz calmada, como si en lugar de estar rebelándose hablara de lo mucho que brillaba el sol afuera—. Desde hoy y para siempre, Ulfrgarorg es libre.

Los consejeros se levantaron de sus asientos y la miraron estupefactos, incluso Daviano lo hizo, sorprendido por lo que sucedía. En un parpadeo, los acompañantes del recaudador desenvainaron, pero antes siquiera de que pudieran dar un paso, Lena también lo hizo. Alargó la espada y en un rápido movimiento degolló primero a uno y luego al otro. La sangre rutilante brotó a chorros mientras los cuerpos se desplomaban en el suelo pulido.

Andreia se levantó y caminó hasta el recaudador, quien miraba horrorizado el derramamiento de sangre a su alrededor.

—¡¿Qué habéis hecho?! —preguntó el hombre fuera de sí, tirando de su cabello rojizo ¡Habéis matado a mis hijos! ¡¿Por qué, por qué?!

—¡Decidle a Eirian que Ulfrgarogr no se arrodilla más! —dijo Andreia entre dientes, con el rostro fruncido por la ira—. Y que la reina no es una yegua que él pueda vender.

Levantó la pierna y la punta de su zapatilla dorada dio en el pecho del recaudador. El hombre cayó hacia atrás en el charco de sangre oscura que se había formado.

El hombre, con los ojos desorbitados, sin terminar de creer lo que sucedía, fue sacado a rastras del salón del trono. Andreia se dio la vuelta y encaró a los miembros de su consejo, quienes la contemplaban casi tan aterrados como el recaudador.

—Majestad. Andreia —dijo su tío Alastei con voz temblorosa—. ¡¿Qué acabas de hacer?!

—¡Nos habéis condenado a todos, Alteza! —sollozó el dreki Ohdrei de Svartgarorg.

—¡Sobrina! —Nicolai bajó de su asiento y se acercó a ella. De inmediato, Lena dio un paso al frente con la larga espada manchada de sangre en guardia, frenándolo en su sitio—. ¡Escribamos a Doromir pidiendo disculpas! Un Haukr llegará antes que el tío del emperador.

—¿Pidiendo disculpas? —preguntó extrañada Andreia—. ¡Querido tío, yo no quiero pedir disculpas! Estoy haciendo exactamente lo que debió hacer mi padre en estos diez años.

—¡Pero Majestad! —Intervino Alastei—, ¡Doromir nos aplastará con su ejército! ¡No tenemos cómo hacerle frente!

—¡Buscaremos aliados! —exclamó ella decidida—. Los enfrentaremos y los venceremos. ¿Acaso desean continuar arrodillándose, dándole nuestras riquezas a Eirian para que con ella financie sus guerras? ¡Ya no más! ¡Apóyenme! Confíen en mí y en mi decisión. ¡De hoy y en adelante Ulfrgarorg es libre!

—Yo os apoyo, Majestad. Me alegro de que hayáis tomado al fin esta decisión —dijo el primer consejero Lennox Velort, colocando la rodilla derecha en el suelo, frente a ella.

Andreia agradeció con un leve asentimiento de cabeza, luego miró a Daviano que la observaba con ojos brillantes, él también se arrodilló dándole su apoyo. El resto de los consejeros, estaban demasiado sorprendidos o demasiado aterrorizados para decir algo. Ella les daría un voto de confianza y esperaría, pero si continuaban oponiéndose a su decisión, no tendría más opción que relevarlos del cargo, por mucho que dos de ellos fueran sus amados tíos.

Su padre había muerto, ya no existía nada que le impidiera luchar por la libertad de su reino.

*** Hola, mis amores, lo que tanto esperábamos, Andreia se ha rebelado en contra de Doromir.

¿Como creen que lo tomará Eirian? y lo mas importante, ¿que bando tomará Rowan?

Gracias mil a mi novia jakirasaga por ayudarme con el beteo de este capítulo. Creo que no les había dicho, pero la portada tambien la hizo ella, excepto el corazón que es obra de una IA.

Nos leemos la próxima semana, muac.

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