Capitulo XXIX: La reina de Enframia

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El bosque olía a tierra y a humedad. Oteó la noche oscura y olfateó intentando encontrar algo que comer. Se adentró entre los árboles con un trote suave, observando como sus patas se hundían ligeramente en el suelo fangoso.

Estaba solo y eso le causaba algo de pesar, la imagen de otros lobos cruzó su mente y junto a ella una sensación parecida a la alegría. El sonido casi imperceptible de una rama al quebrarse lo alertó, sus orejas se extendieron hacia atrás, sus músculos se tensaron, aguzó la vista y vio un roedor pequeño. De inmediato se lanzó a su caza.

El roedor era ágil y escurridizo, corrió a través de los enormes pinos y se perdió mucho más allá de los límites del territorio en el cual estaba habituado a deambular.

De pronto percibió un aroma conocido, pero no familiar. Se olvidó del ratón y, sigiloso, siguió en pos del olor. Se había alejado mucho en el bosque, al punto de que los árboles se volvieron escasos, el viento intenso y el clima gélido.

«Las montañas» pensó.

Olía a muerte y podredumbre y, aunque sutil, cada vez se volvía más perceptible. No le gustaba el perfume de la carroña, sin embargo, sentía que debía continuar, quería y descubrir de donde venía el aroma.

Lentamente, se acercó y se ocultó detrás del tronco de un árbol. Delante había una oscura figura arrodillada en el suelo frío, pronunciaba una especie de cántico ininteligible. Sintió miedo aunque no conociera que significaban las palabras y supo dentro de sí que un peligro muy grande se acercaba. Tenía que huir.

—Rowan.

Los ojos castaños de Idrish lo miraron, un instante después despertó jadeando.

—Mierda. —Tenía la boca seca.

Los braseros brillaban dentro de la tienda y se sentía cálido, pero Rowan temblaba de frío como si acabara de llegar del bosque helado de su sueño. Sabía que aunque quisiera no podría volver a dormir.

Tomó su capa de piel y una de las mantas, también la pipa, la botella de hidromiel, las hierbas y salió afuera.

Hacía frío, pero no tanto como en el sueño. Aún experimentaba en el cuerpo la euforia que le dejó el correr libre en el bosque y en la nariz el olor tenue, pero nauseabundo, de la carroña. Fue un sueño muy real, al igual que la sensación abrumadora de peligro y la necesidad de huir.

¿Qué quería decir? Llevaba soñando con lobos muchas lunaciones, y en algunos de esos sueños, como el que acababa de tener, él era el lobo. Algo malo sucedería, estaba seguro, ¿pero qué? Siempre era la misma alerta. Si tan solo se hubiera acercado más, hasta escuchar bien lo que la figura oscura susurraba, tal vez si hubiera intentado verle el rostro, sabría de qué se trataban todos esos sueños.

—¿Qué haces aquí?

Rowan respingó al escuchar la voz grave, no se había dado cuenta de que alguien montaba guardia cerca de la fogata.

—No puedo dormir —contestó—. ¿Y tú? ¿Por qué no estás dentro de tu tienda?

Daviano lo miró fijamente un instante, luego apartó los ojos de los suyos.

—¿Qué parece que hago? Monto guardia.

Rowan se sorprendió de que lo hiciera, pero con lo sensible que era el dreki con respecto a su valía, optó por no hacer ningún comentario.

—¿Te molesta si te hago compañía un rato? —Señaló con la cabeza el madero junto a Daviano.

—Adelante. —Daviano le hizo espacio a su lado.

Rowan se sentó, destapó la botella y se la ofreció a su acompañante. Daviano negó con la cabeza.

—¿No te gusta el hidromiel? —preguntó Rowan, más que nada para tener algo de qué hablar.

—No me gusta tomar mucho y no soy fánatico del hidromiel.

Rowan sonrió con nostalgia al recordar que a Eirian tampoco le gustaba beber en exceso, ni el hidromiel. Tomo un largo trago directamente de la botella y luego se dedicó a preparar las hierbas molidas en la pipa.

—Por qué no me extraña que también te drogues. —Daviano blanqueó los ojos.

Rowan encendió la pipa y le dio una larga calada. El humo casi desapareció de inmediato a causa del viento.

—No siempre lo hago —se defendió—. Es útil para calentarte en las frías noches invernales a la intemperie. Prueba. —Le ofreció la pipa—. No seas terco, apuesto a que tienes los huevos congelados dentro del pantalón.

Daviano blanqueó los ojos otra vez y, aunque de mala gana, tomó la pipa. La comisura derecha de Rowan se elevó un poco al verlo.

—Inhala con suavidad —le indicó. Daviano se ahogó con el humo y empezó a toser—. La primera vez puede parecer fuerte, pera ya verás como sentirás un agradable calor. Ya te digo, es útil para montar guardia, evitar que te duermas y que te congeles.

El dreki le devolvió la pipa y le arrebató la botella de licor de las manos. Bebió un gran trago como si quisiera quitarse el mal sabor de boca.

—No sé qué es peor —masculló enojado y señaló la botella—, si esta mierda o esa.

Rowan rio con ganas al ver su cara de desagrado. Cuando se tranquilizó volvió a hablar.

—¡Tienes razón, ambas son terribles! —Alzó los hombros y continuó con la sonrisa en los labios—, pero después de pasar tanto tiempo viviendo entre soldados llega a gustarte.

Bebió otro trago y se inclinó para avivar el fuego que mantenía caliente las carpas, dispuestas en círculo alrededor de la fogata.

—¿A ti te gusta?

—¿El hidromiel o el cardirraíz? —preguntó Rowan girando a verlo a los ojos. Las llamas se reflejaban en ellos y los hacían lucir como espejos dorados.

El dreki negó.

—La guerra. ¿Te gusta vivir entre soldados?

Daviano lo tomó por sorpresa, no pensó que le preguntaría algo tan personal. Jugueteó un poco con la hierba que tenía en el talego antes de tomar otra calada de la pipa.

—Asesinar personas, ver morir a otras, tus amigos incluidos. ¿A quién puede gustarle eso?

—Creí que te gustaba esa vida. Ya sabes, conquistar ciudades. Como dicen: el honor y la gloria que trae la victoria.

Rowan lo miró sorprendido, no aguantó y se echó a reír. De inmediato, Daviano se enfurruñó con las cejas muy juntas.

—Perdóname, por favor —se disculpó Rowan, limpiándose las lágrimas de los ojos—. No lo tomes a mal, es solo que esa romántica percepción dista mucho de la realidad.

—Si no lo hiciste por obtener gloria y riquezas, ¿Por qué estuviste en tantas guerras? —Daviano lo miraba con interés, se notaba que trataba de entender sus razones, hasta que pareció comprender y sonrió con ironía—. ¡Definitivamente, sí soy un tonto! ¡Lo hiciste por él!

A Rowan se le borró la sonrisa del rostro. Bebió un gran trago y de pronto ya no quiso estar ahí.

—Fue algo que simplemente surgió. —Mentir a medias era mejor que aceptar la humillante verdad—. Fui educado desde muy joven en Dos Lunas para liderar un ejército. En Doromir no fue diferente. Comandar un batallón fue la culminación de mis enseñanzas, ¿no crees? El desenlace natural de mi educación bélica. Pero... la guerra te marca para siempre.

—Entonces, no te gusta pelear. —Daviano sonrió—. ¿Quién lo diría?

—¿A ti te gusta? ¿Te gustaría? ¿Crees estar preparado para pelear en un campo de batalla? ¿Para matar a cientos y ver morir a miles?

El dreki lo miró fijamente, hasta que contestó:

—Es mi deber y lo cumpliré.

—Bien dicho. También yo haré lo necesario para cumplir con mi deber. Así que al final no importa si te gusta o no. Es algo que tienes que hacer, nada más.

Volvió a fumar sintiendo sobre sí la mirada de Daviano. En parte era verdad, ir a la guerra fue el desenlace natural luego de años de entrenamiento. Pero también lo era que lo hizo porque Eirian se lo pidió.

—Alteza, dreki—. Finn se acercó a ellos.

—Bien. —Rowan se levantó—, hora de descansar, Daviano, tu relevo llegó. Espero que te haya sentado bien el cardirraiz y el hidromiel.

Dio media vuelta sin esperar la despedida del dreki, tampoco quería verlo a la cara. Había sido un maldito estúpido la mayor parte de su vida. Si Eirian le hubiera pedido ir al Desierto de Hielo y ofrecer su alma en sacrificio, él lo hubiera hecho gustoso con tal de complacerlo. Darse cuenta de eso lo avergonzó en gran medida. Lo que restó de noche se dedicó a beber solo en su tienda hasta dormirse.

Durmió poco, pero al menos no soñó con lobos, con Idrish o con la guerra. Luego del atentado que sufrieron en Veirin, no volvieron a entrar en ninguna ciudad. Continuaron el viaje a campo traviesa, y si bien fue cierto que tardaron un día más en llegar, al menos lo hicieron sin contratiempos.

Al quinto día de haber salido de Ulfrgarorg cruzaron las grandes murallas de Forbert, la capital de Enframia.

Enframia era un reino próspero y alegre, que desde hacía mucho tiempo no vivía una guerra. Sus habitantes caminaban despreocupados por las calles empedradas, flanqueadas a cada lado por casas grandes de piedra y techos de madera. Incluso los perros callejeros lucían gordos y felices. La reina debía estar haciendo un magnífico trabajo.

Así como Enframia, sería Ulfrgarorg una vez que lo liberaran. Su hermana también sería una reina maravillosa que llevaría su nación a una era de dorado apogeo. A Rowan le gustaría vivir para verlo, aunque no le pedía tanto a la vida, pues estaba seguro de que su existencia pronto llegaría a su fin.

Sacudió la cabeza, alejó de sí los pensamientos lúgubres que de tanto en tanto lo acosaban y se centró en planear lo que diría y haría para ganar el apoyo que había ido a buscar.

Poco menos de una sexta cruzaron el puente sobre el foso del Palacio de Cristal.

—No entiendo por qué se llama el Palacio de Cristal —comentó Cedric mirando los enormes muros de sólida piedra gris que los rodeaban.

Pasaron por debajo de la gran reja de hierro que custodiaba la entrada y, de inmediato, se encontraron en el patio de armas. Si había algo como jardines, tenían que ser interiores. Por donde se mirara, lo único que se apreciaba era piedra, hierro y robusta madera. En lugar de llamarse con un nombre tan etéreo como el Palacio de Cristal, debía llamarse la Fortaleza de Piedra y Metal.

Descendieron de los veörmirs y entregaron las riendas a los palafreneros. Un sirviente tomó el equipaje de Daviano y Rowan y los guio a las dependencias interiores, el resto fue conducido a los dormitorios de los soldados.

Adentro no era diferente de afuera. La decoración era parca y más bien ruda: piedra, acero, estandartes y escudos en las paredes, algunas alfombras y ningún jarrón u obra de arte.

—Alteza, dreki. —El príncipe Manfred los aguardaba en uno de los salones. Hizo una leve reverencia y luego le estrechó la mano, primero a Daviano y luego a él, demorándose en soltarle—. Es un honor recibiros en nuestro castillo. Acompañadme, os mostraré vuestras habitaciones. He mandado a prepararos un baño tibio y luego nos honraríais si comierais con Su Majestad y conmigo.

—Sois muy amable —contestó Rowan caminando a su lado.

Debido a que durmió muy poco durante la noche, después del baño, el sueño lo atrapó casi de inmediato. Despertó con unos ojos castaños y grandes que lo miraban muy cerca de su cara. Por un momento creyó que era Idrish, hasta que vio el pelo rubio.

—¡Mierda, Daviano! ¿Qué haces aquí? ¡Casi me matas del susto!

—Lo siento —Daviano se alejó un par de pasos de la cama—, no pensé que estarías dormido.

Rowan se sentó y se frotó el rostro, luego miró el cielo a través de los cristales cerrados de la ventana.

—Ha anochecido, supongo que debo agradecerte. —Se dio cuenta de que Daviano vestía de gala, muy elegante con la levita azul y plateado y los pantalones negros entallados.

—Vine porque... quería saber... ¿Exactamente qué le ofrecerás a la reina? Sí voy a ayudarte en la negociación, ambos debemos tener el mismo discurso.

Rowan se levantó de la cama, solo usaba un pantalón de lana y camisa de lino. El clima, más cálido, le permitía usar ropa ligera. Caminó hasta la mesa con la esperanza de encontrar licor en la jarra de plata, pero solo había agua.

—La reina Fabia es una mujer que repudia la guerra, Enframia no se ha involucrado en una desde hace años —dijo Daviano—. Es posible que ahora tampoco desee hacerlo.

Sin otra opción, Rowan se sirvió agua en el vaso y bebió con algo de recelo.

—Tampoco querrá que Eirian arremeta contra ella una vez que controle Ulfrgarorg de nuevo. Enframia es la única nación del Norte que le queda a Doromir por conquistar. Debemos convencerla de que Eirian avanzará contra Enframia.

—¿Y es así? —preguntó Daviano, Rowan lo miró a los ojos un instante—. Conocías sus planes, eras cercano a él. ¿Realmente Eirian desea conquistar Enframia?

Rowan apartó la vista y la dirigió al vaso en su mano, como deseaba que esa insípida agua se transformara en hidromiel. Recordó aquella promesa que le hizo Eirian de no más guerras. Al final fue él y no Eirian quien los arrastraba a todos a la batalla de sus vidas.

—Eso no es relevante —contestó dejando el vaso sobre la mesa—. Lo que importa es aliarnos con la reina. Ahora, si me disculpas, me gustaría alistarme para la cena.

Daviano lo dejó solo y Rowan cerró los ojos. El maldito recuerdo de Eirian no cesaba de asediarlo, pero no dejaría de cumplir con su deber solo por la nostalgia que sentía. El fantasma de Eirian tenía que desaparecer.

La reina Fabia era una mujer que disfrutaba elegantemente de los últimos aires de su juventud. La maternidad no la había estropeado, tal vez porque de los cinco hijos que tuvo antes de que el rey Sigmund muriera, apenas sobrevivieron dos: Manfred y una joven frágil y enfermiza que casi nunca aparecía en público. Rowan se sorprendió de verla en la mesa, del lado izquierdo de su madre.

Al igual que su hermano, la joven Odeth parecía un pálido lirio, con la piel muy blanca y el cabello de un rubio claro casi platinado. Era delgada, pequeña y tenía la cabeza dentro del plato; a Rowan le pareció que le susurraba algo a los cubiertos. Ella se sentaba del lado izquierdo de la cabecera, cuyo puesto lo ocupaba la reina Fabia, espléndida e imponente. En cuanto Rowan llegó, le sonrió con ojos entornados y señaló el lugar a la derecha de ella. Del otro lado, junto a Rowan, se encontraba Manfred.

—Es un honor para nosotros tenedlo en nuestro reino, Alteza —le dijo Manfred con una ligera reverencia—. Espero que la comida de Enframia sea tan agradable para vos como lo fue para mí la de Doromir.

—Tengo muchas ganas de probarla —le contestó Rowan con una sonrisa.

Del otro lado de la mesa, frente a ellos, se sentaba Daviano. El dreki no les quitaba los ojos de encima. No lo hizo ni siquiera cuando la doncella sirvió los alimentos. Tal vez esperaba descubrir que hacía planes secretos con Manfred para traicionarlos a todos.

La comida transcurrió entre comentarios triviales referentes al viaje de Rowan y a lo frío que estaba resultando el invierno. La princesa Odetht no participó de la conversación, aunque de vez en cuando soltaba alguna risotada intrigante que parecía dirigida a algún compañero invisible. Ni la reina, ni los consejeros o el príncipe Manfred les dieron importancia, era como si sus peculiares intervenciones fueran de lo más normal.

—Entonces, os habéis rebelado al mando del emperador, según entiendo —dijo de repente la reina sin preámbulos.

—Así es, Majestad, es por eso que el dreki Daviano Velort y yo hemos venido hasta aquí. Hay una guerra en puertas y solicitamos vuestra ayuda.

La reina bebió el vino de su copa y le dirigió una encantadora mirada de párpados caídos mientras analizaba sus palabras.

—¿Por qué querría yo ofreceros mi ayuda, Alteza? Mi reino está en paz con Doromir.

—¿Pero por cuánto tiempo, Majestad?—intervino Daviano—. El emperador del Norte no tardará en venir por Enframia si Ulfrgarorg de nuevo es sometida.

—Es posible, claro —respondió la reina Fabia—, pero también puede que Enframia no le interese al Emperador. Decidme, Alteza, ¿Por qué la Espada del Conquistador se volvió en contra de su amo?

Rowan miró sus ojos grises un instante, evaluando qué debía responder. Había pensado que Manfred tendría un papel más activo en la negociación, sin embargo, el príncipe no había abierto la boca y no parecía tener intención de hacerlo.

—Llega un momento, Majestad, en el que la familia es más importante que cualquier otro lazo.

—Claro —dijo ella y bebió otra vez de su copa—. Os seré sincera, Alteza. He averiguado el contexto de vuestra separación. Sé que erais el destinado a reinar en Ulfrgarorg y que, sorpresivamente, el emperador nombró regente a vuestra hermana. Ese es un buen motivo para desligarse de cualquier atadura si uno se siente traicionado, como supongo que es vuestro caso. También sé que vos y el emperador solían ser muy muy cercanos. Me inquieta que toda esta «guerra» no sea más que una disputa de amantes. Porque si es así, odiaría que me involucrarais en ella.

Rowan la miró estupefacto, no esperó tal franqueza de ella. Daviano también la observaba con la boca ligeramente abierta. El príncipe carraspeó reponiéndose de la sorpresa.

—También yo os seré sincero, Majestad. Más allá de mis ambiciones personales y los problemas que pueda tener con Eirian, está el hecho de que mi reino desea la libertad. Le he jurado lealtad a mi hermana y no pienso traicionarla. Estoy aquí en su nombre.

La reina sonrió, parecía complacida con su respuesta.

—Así que sois un hombre de familia, eso habla muy bien de vuestros principios. En realidad siento simpatía por vuestra causa, pero como os dije, mi reino y Doromir están en paz. Debéis ofrecerme algo más que la remota posibilidad de una guerra con el Emperador del Norte si deseáis mi ayuda, Alteza.

Rowan tragó. No pensó que sería ten difícil convencer a la reina. O tal vez fue que confió demasiado en que seduciendo a Manfred obtendría lo que quería.

—Una vez que Ulfrgarorg sea libre, tendréis tarifas preferenciales en nuestras rutas de comercio.

La reina sonrió nada convencida. Rowan comenzaba a transpirar, ¿qué se suponía que debía ofrecerle para que aceptara? Odeth se carcajeó y su risa sonó escalofriante en el silencio ominoso que perpetuaba la reina. Si no obtenían el apoyo de Enframia sería muy difícil vencer a Eirian.

—Majestad, si Enframia no nos auxilia...

—Alteza, vuestra hermana iba a casarse con mi hijo. Si ella hubiera aceptado, no sería necesario que vos estuvierais aquí suplicando mi ayuda.

Así que era eso, la reina se vengaba por el compromiso disuelto. Fue un ingenuo al creer que podía usar la atracción que Manfred sentía por él a su favor

—Mi hermana no fue consultada, Majestad. El compromiso fue planeado a sus espaldas.

—Y una vez que supo de él, continuó con su negativa de aceptar desposar a mi hijo, Alteza. ¿Cómo se supone que debería sentirme al respecto?

—Majestad, la reina se disculpa de todo corazón, no debéis sentiros menospreciada, tanto Andreia como yo tenemos al príncipe Manfred en alta estima.

—Pero aun así ella se niega a casarse. ¿Y vos, Alteza?

De nuevo, la reina lo dejaba perplejo con sus palabras. ¿Acaso esperaba que él la desposara?

Odeth volvió a reír, miraba en el aire algún ser invisible y muy gracioso que la tenía entretenida.

—Os propongo un matrimonio, Alteza. De esa forma compensaréis la afrenta que nos hizo vuestra hermana y además os daré todo mi poyo contra Doromir.

Rowan miró a Daviano que lo contemplaba con el ceño fruncido. La reunión estaba saliendo de una forma inesperada.

—Majestad, con todo respeto, podemos encontrar otra compensación para Enframia—dijo Daviano.

—¿Es que el príncipe ya está comprometido? —preguntó la reina.

El silencio se apoderó brevemente del salón, hasta que Rowan contestó:

—No estoy comprometido, Majestad. Aceptaré casarme con vos.

La reina abrió muy grande los ojos y casi escupe el vino que bebía.

—¿Casaros conmigo? ¿De qué habláis? —La mujer rio y su risa fue casi tan escalofriante como la de su hija—. No volveré a casarme, el matrimonio no fue una experiencia muy agradable. Quiero que desposéis a mi Odeth. —Odeth frente a ellos intentaba atrapar algún ser diminuto en el aire—. Es una niña dulce y podría sufrir en las manos de otro hombre. Creo que sois un caballero, así que os propongo aliar nuestros reinos a través del matrimonio. Sepa, Alteza que le estoy confiando uno de mis más preciados tesoros.

Rowan, de nuevo, quedó sorprendido por las palabras de la reina.

***Hola amores. 

Rowan creyó que devoraría, pero en su lugar ayunó ToT pobre Rowan. ¿Aceptará Rowancito casarse con la "dulce" Odeth?

¿Que les pareció el sueño del principio, que creen que signifique?

Les recuerdo que todavía pueden hacerle preguntas a los personajes. Entre semana traeré las respuestas. Un beso enorme y gracias por tenerme paciencia.

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