Capitulo XXXVIII: Una declaración de amor

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—¿Tienes alguna otra herida? —preguntó Daviano mientras cruzaban el bosque a todo galope.

Era tal la impresión por el reciente enfrentamiento con Eirian, que Rowan no sentía dolor en ninguna parte del cuerpo, ni siquiera en el hombro atravesado por la flecha, pero no estaba seguro de no tener más heridas. Negó con la cabeza y se dejó llevar por el dreki, quien sujetaba las riendas.

En su mente volvió a repetirse la escena: Eirian ante él mirándolo fijamente, él aprovechando su distracción y metiéndole una zancadilla. Eirian tendido de espaldas en el suelo y él a punto de atravesarlo con la espada. Luego todo fue confuso.

Eirian gritó y se levantó, lo arrojó al suelo mientras una flecha se le clavaba en el hombro izquierdo. Si no lo hubiera hecho, la flecha habría atravesado el metal de la armadura y le hubiera partido en dos el corazón.

¿Lo tumbó para salvarlo o para evitar que le clavara la espada en el pecho?

Miró sus manos ensangrentadas y recordó aquel sueño donde él hacía justamente lo que había hecho: Hundir a Osadía en el cuerpo de Eirian.

Y Eirian tal vez había tratado de salvarlo.

Apretó los dientes con fuerza. El viento helado le azotó el rostro, Daviano continuó tirando de las riendas. Rowan no escuchaba el casco de los caballos, ni ningún otro sonido que no fuera el grito de Eirian al tumbarlo al suelo.

Volvió a observar sus manos, ¿hubiera sido capaz de atravesarlo con la espada si él no lo hubiera derribado?

—Debemos regresar a Dos Lunas —dijo Daviano—. Los doromireses nos buscarán si es que ya no están haciéndolo.

Rowan volteó hacia atrás, nadie los seguía. A uno de sus costados, Finn cabalgaba llevando en su montura a un Declan pálido y semiinconsciente debido a una herida que sangraba en su abdomen.

—No. El campamento está bien oculto y nadie nos sigue. Debemos atender a los heridos.

—Rowan, es una mala idea —lo contradijo Daviano—. Si te atrapan...

—No dejaré que alguno de mis hombres muera por miedo a que me capturen. Trataremos primero a los heridos.

Su tono fue tajante, tanto que Daviano no dijo nada más y encaminó el caballo al lugar oculto en la montaña donde tenían el campamento.

Al llegar, Finn bajó con cuidado a Declan. El joven soldado respiraba con dificultad y su rostro, cubierto de sudor, lucía pálido como la leche. Lo entregó a sus compañeros, quienes lo llevaron a una de las tiendas.

El sanador que los acompañaba miró al soldado mientras caminaba hacia Rowan.

—Alteza, estáis herido, os atenderé primero.

—No. —respondió Rowan descendiendo del caballo—. Id con Declan.

Finn se volvió hacia Rowan y lo miró con los ojos muy abiertos.

—¿Estáis seguro, Alteza? —le preguntó con voz temblorosa.

—Es solo una flecha —respondió señalando su hombro. Luego giró hacia Daviano y le dedicó una mirada burlona antes de dirigirse de nuevo a Finn—. Además, tengo mi matasanos particular. Daviano sutura con manos tan suaves como la seda de araña.

El dreki hizo un mohín, seguro también recordaba los tirones que le dio al coserlo luego del atentado.

—Id con Declan, siempre llora cuando lo suturan.

Finn sonrió levemente e hizo una reverencia antes de dar media vuelta y encaminarse a la tienda donde atendían a su compañero.

Rowan entró a su propia carpa seguido por Daviano. Dejó la espada sobre la mesa y comenzó a desatar los amarres de la armadura con la mano sana.

—Déjame ayudarte. —Daviano se colocó frente a él y le apartó las manos para desatar él las correas—. Hay que sacar la flecha primero.

Lo sentó en el pequeño diván de madera y le ofreció la botella de hidromiel sobre la mesa. Rowan bebió un gran trago. Sentía los dedos del dreki moverse alrededor de su hombro con suavidad y firmeza mientras retiraba la parte posterior del peto.

—La flecha no salió del otro lado —dijo—. Esto será doloroso.

El dreki tomó la botella, derramó el líquido sobre la flecha y su hombro; acto seguido la empujó hasta hacerle salir la punta por la espalda. Rowan apretó los dientes, tanto por el dolor de la maniobra como por el ardor que ocasionó el licor.

Un instante después, Daviano había sacado la flecha y la dejaba sobre la mesa. Le terminó de quitar el peto, la cota de malla y la camisa de lino, luego vació un poco más de licor en la herida.

—¿Por qué sabes hacer todo esto si nunca has ido a una guerra? —La habilidad del dreki lo intrigaba.

—No tienes tan buena memoria como dices —respondió mientras miraba a su alrededor buscando algo—. Necesito vendajes. Iré a pedírselos al sanador.

Rowan asintió. En cuanto Daviano salió, echó mano de la botella de licor, después se miró el hombro lesionado y se tocó la herida que había dejado la flecha. Si no hubiera sido por Eirian... No. No importaba si lo había salvado, tampoco que le remordiera la conciencia por lastimarlo con Osadía. No se echaría atrás, no cuando toda su nación dependía de él. Debía llegar hasta el final y liberar a Ulfrgarorg.

—Aquí están los vendajes.

El dreki entró trayendo, además, hilo y aguja. Rowan suspiró, el dolor se prolongaría.

—Mi madre es sanadora —dijo Daviano colocando el primer punto en su piel.

—¡Oh!

—¿No lo recordabas?

Rowan negó. Las manos del dreki en comparación con la primera vez se movían con más delicadeza al atravesarle la carne con la aguja.

—Así que sanadora.

—De pequeño la acompañaba. Aprendí mirando.

—Lo haces bien. No entiendo como alguien a quien le gusta cuidar a otros, decide ir a la guerra para matar personas.

Daviano se sacó del cinto una daga y cortó con ella el hilo.

—Es raro que tú digas algo así. En Enframia me dijiste que no te gustaba la guerra y aquí estás. Es lo mismo conmigo.

—No, yo no tuve más opción.

—¿De veras? —Daviano terminó de colocar el vendaje en el hombro y lo miró a los ojos—. Siempre tenemos opción, Rowan. Podemos elegir. Por ejemplo, tú elegiste perdonarle la vida a Eirian hoy, no una, sino dos veces.

Había hablado con voz calmada; sin embargo, sus ojos brillaban con rabia.

—Dejé a Eirian malherido.

—¡Oh, sí, claro! Tan malherido que evitaste todos sus puntos vitales. —Daviano se rio—. ¿Olvidas que te he visto pelear? ¡Hoy no fuiste ni la mitad de hábil! ¡Pudiste dar la orden y decenas de flechas lo hubieran dejado como un queso! Pero elegiste, Rowan; elegiste perdonarle la vida. Dime, ¿cuándo llegue la verdadera batalla también lo elegirás a él?

—¡No sabes lo que dices! —Rowan se levantó del diván y lo encaró—. ¡No sabes nada de guerras! ¿Crees que esto hubiera terminado asesinando a Eirian? Déjame romper tus esperanzas infantiles. Eirian tiene una esposa, un hijo por venir y un hermano, cualquiera que asuma el trono después de él continuará la guerra contra nosotros. Esto no es contra Eirian, es contra Doromir.

—¿Estás seguro? —Daviano le hablaba con burla—. Porque me pareció que peleabas con un amante, si hasta temí que fueran a besarse delante de todos.

—¡Cállate!

—¡¿Por qué?! —El dreki perdió todo rastro de risa o burla y solo la rabia quedó en su mirada— ¡¿No te gusta escuchar la verdad?!

—¡Que te calles, dije! —Rowan lo sujetó de los hombros y lo llevó hacia atrás, hasta estrellar su espalda contra el palo central de la tienda.

—¡Sigues siendo la maldita puta de Ei...

No terminó de hablar porque Rowan le impactó el puño en la cara. El dreki respondió y lo golpeó de vuelta. De inmediato se enfrascaron en una pelea cuerpo a cuerpo.

Se golpeaban sin contención, la rabia que estuvo retenida salía en ese momento igual a un río que rompe su dique. El puño de Daviano fue a dar contra el pómulo de Rowan; este, en respuesta, le encajó la rodilla en el abdomen. El dreki se dobló sobre sí mismo sin aliento.

—¡¿Vas a callarte ahora?! —le preguntó Rowan entrecortado, la ceja derecha le sangraba.

Daviano se le fue encima, como un jabalí furioso, y lo tumbó de espaldas en el suelo.

—¡Nos llevarás a todos a la ruina!

Lo golpeó de nuevo, pero Rowan se impulsó hacia arriba e invirtió las posiciones de ambos.

—¡Maldita sea! ¡Basta, Daviano!

El dreki intentó levantarse, pero Rowan le sujetó cada muñeca con una mano y no lo dejó moverse.

—¡Te he dicho que te detengas!

Daviano lo miraba con el ceño fruncido, sus ojos ya no parecían miel, sino lenguas de fuego. Impotente de moverse, le escupió la cara. Por un instante fugaz, Rowan se quedó impávido, luego lo abofeteó con fuerza. El dreki escupió sangre a un lado

—¡No aceptas la verdad! —Daviano le gritaba con rabia, pero por sus mejillas corrían algunas lágrimas. Que estuviera llorando sorprendió a Rowan—. ¡Confían en ti, todos confían en ti y tú no haces otra cosa que seguir amando a Eirian!

—No. No es cierto.

—¡Sí, lo es, maldita sea!

—No... Yo, yo voy a liberar a Ulfrgarorg.

Daviano rio con amargura.

—¿Cómo lo harás si no eres capaz de enfrentarlo de verdad? —Las llamas en sus ojos se habían suavizado—. No te das cuenta. También yo estoy esperando por ti.

—Daviano... —Rowan lo soltó, no esperaba una confesión como esa.

El dreki cerró los ojos y negó un par de veces con la cabeza. Rowan se apartó y ambos se sentaron.

—Desde que te fuiste a Doromir he estado esperando que regreses. —Daviano evitaba mirarle mientras hablaba—. Y aunque estás aquí, tu corazón sigue con él.

El dreki se levantó y se limpió las lágrimas y la sangre que goteaba de su nariz con el dorso de la mano, luego caminó hacia la salida.

—Se te abrieron los puntos, le diré al sanador que venga —dijo con la voz rota antes de marcharse.

—Mierda —susurró Rowan para sí mimo, mirando como Daviano se marchaba.

***

Más tarde entró el sanador y volvió a suturarlo. Mientras lo hacía, Rowan le preguntó por Declan. «Vivirá. Es fuerte» le contestó.

Era un alivio saber que estaría bien. Cuando se quedó solo pensó en la pelea con Daviano. El dreki le había dicho que él no aceptaba la verdad, sin embargo, eso no era cierto.

Después de la muerte de su padre, cuando él y Eirian se reencontraron en Ulfrgarorg, Rowan se dio cuenta de sus verdaderos sentimientos, los que llevaba tiempo negando. Amaba a Eirian y quizás nunca volvería a amar a alguien de la misma forma, pero eso no impediría que liberara a su reino y mantuviera a su hermana a salvo. Daviano se equivocaba.

Tomó su capa de piel, la pipa y las hierbas y salió de la tienda, necesitaba un poco de aire, tranquilizarse y pensar en su próximo movimiento. Lo mejor sería volver a atacar por la mañana y aprovechar el caos que debía reinar en el campamento de Doromir. Si lograba hacer desistir a Eirian de su idea de invadir Ulfrgarorg, tal vez podría evitar la guerra.

La tarde casi llegaba a su final y la nebliina fría bajaba desde las cúspides nevadas. Se ciñó la capa y subió a una roca en una pequeña colina en las afueras del campamento. Mirar el atardecer le traía paz. Sin embargo, cuando llegó al sitio había alguien más allí.

En cuanto lo vio, Daviano se levantó para marcharse.

—No te vayas, por favor. —Rowan se acercó a él.

—No pienso disculparme.

—No te estoy pidiendo que lo hagas.

El dreki tenía el labio superior partido y un ojo amoratado. Rowan se sentó, sacó las hierbas y la pipa, preparó la mezcla y la encendió. Después de la primera calada, se la ofreció a Daviano.

—Desde la primera vez que estuve en una campaña militar, le tomé el gusto a contemplar el atardecer. —Rowan tomó la pipa que el dreki le devolvía y fumó un poco—. No sé cuál será el último que vea, así que siempre pienso que es ese.

—Bastante fatalista tu forma de pensar.

Rowan asintió con una sonrisa y volteó a mirarlo.

—Estoy comprometido con esto, Daviano, aunque no lo creas.

Daviano lo observaba con su rostro serio y sus ojos miel, serenos.

—Si llegas a traicionarnos —dijo—, te juro que yo mismo te asesinaré.

—Es justo.

La luz crepuscular iluminaba el rostro de Daviano, sacando reflejos dorados de su pelo y sus ojos. Rowan se acercó con cuidado y colocó una mano en su mejilla, lo miró y no halló resistencia; entonces, suavemente lo besó.

Daviano cerró los ojos y se entregó al beso. Rowan lo sujetó más fuerte y profundizó el contacto hasta que ambos se quedaron sin aliento.

—¿Quizá mañana ya no estemos vivos? —preguntó Daviano.

Rowan sonrió de medio lado.

—Ojalá mañana sigamos vivos y esta sea una oportunidad de empezar de cero. —Y volvió a besarlo.

***

Daviano, además de inteligente, era joven y atractivo. Si realmente quería romper con Eirian debía hacerlo de un todo.

Quizás todavía estaba a tiempo de conseguir algo de felicidad. ¿Era egoísta? Sí, porque él estaba seguro de cuál sería su destino. Enredándose con el dreki lo haría sufrir, pero quien sabía, tal vez también podía hacerlo feliz, aunque fuera solo lo que tarda en consumirse una brizna de paja en el fuego.

Dentro de la tienda, los braseros encendidos y los besos ardientes aplacaban el frío. Rowan lo tendió de espaldas sobre las pieles del lecho y se dedicó a acariciarle el cuerpo con los labios. Tenía una piel sedosa, cubierta de escasos vellos, blanca como el nácar.

Daviano se estremeció mientras él regaba de besos su abdomen, su pecho y su cuello. Rowan se levantó un poco y lo miró a los ojos antes de sumergirse en su boca. Quería concentrarse en él, en su sabor, su olor, en su cabello rubio y sus irises castaños.

—¿Por qué estás haciendo esto? —le preguntó Daviano entre suspiros en un instante en el que se separaron los labios.

—¿No quieres? —Rowan le acarició la oreja con la lengua y obtuvo un gemido por respuesta—. Porque me parece que te gusta bastante lo que hago.

El príncipe volvió a besarlo en la boca, pero casi de inmediato, Daviano lo apartó con suavidad.

—Rowan. —En sus ojos febriles había una súplica.

El príncipe suspiró.

—¿Qué quieres que te diga? Me gustas. —Sonrió ligeramente y le acarició los mechones rubios que le caían en la frente—. Eres atractivo y misterioso.

Se inclinó sobre él para besarlo, pero otra vez, Daviano lo detuvo.

—Te estás forzando a hacerlo. No debí decirte nada.

Daviano se sentó y Rowan resopló un poco frustrado. Entendía que el dreki fuera reticente dadas las circunstancias, pero realmente quería acostarse con él.

—Escucha, si no me gustaras nada de esto estaría sucediendo —dijo acariciándole con el índice el hombro desnudo—. Es cierto que tu declaración aceleró el proceso, pero es algo que hubiera ocurrido tarde o temprano.

—¿Y Eirian?

Rowan se inclinó y empezó a besarle suavemente los labios mientras le explicaba.

—Quiero olvidarlo. —Le succionó el labio inferior con delicadeza—. Ayúdame a olvidarlo.

Daviano cerró los ojos y no volvió a protestar. Rowan deslizó las yemas por el cardenal de su ojo y luego por el pequeño corte en el labio superior que le había ocasionado durante la pelea.

—Lo siento.

—También lo siento. —Daviano le tocó la herida en la ceja y la otra que tenía en el pómulo.

Rowan lo miró suspendido sobre él, apoyando el peso de su cuerpo en las manos a los lados de su cabeza. El recuerdo de unos cabellos rojos derramados sobre la almohada, igual a una rosa encarnada, seguía rondando.

—Sálvame, Daviano —le suplicó con sinceridad—. Solo tú puedes hacerlo.

El dreki pestañeó un par de veces, luego lo aferró por la espalda y lo giró a un lado del lecho, dejándolo debajo de él. La respuesta no llegó en forma de palabras, sino como un profundo beso que le quitó el aliento. Daviano le quitó la camisa de lino y le acarició el pecho con la palma abierta, luego depositó besos húmedos sobre su piel.

Rowan cerró los ojos. Sí, tenía que olvidarse de Eirian, Daviano era el indicado. Se arqueó hacia atrás cuando sintió los dedos cálidos adentrarse en su pantalón y tocar su erección.

—Dime como te gusta —le susurró el dreki al oído.

—¿Qué?

—¿Que cómo te gusta? —volvió a preguntar mientras continuaba frotando—. ¿Quieres estar arriba o abajo?

Rowan contuvo la respiración debido a las caricias y se remojó los labios.

—Qué más da —respondió entre suspiros.

—Entonces lo haremos de todas las formas posibles.

Y así fue. Esa tarde, se dio cuenta de que además de atractivo, misterioso e inteligente, Daviano era generoso, complaciente y dueño de una ternura que no creyó que existiera en él. Estaba lleno de sorpresas. Rowan, sin aliento luego del sexo, cerró los ojos, recostado en su pecho. Ese momento junto a él se le antojó un pequeño arcoíris antes de la tormenta.

—Me gustas mucho, Rowan.

Lo sorprendieron sus palabras, pues había creído que estaba dormido. Rowan se incorporó un poco y lo miró con una media sonrisa.

—Y yo suponiendo que me odiabas.

—No, solo me caes mal.

—¿Sigo cayéndote mal?

—Eres bastante irritante.

Lo dijo con una sonrisa juguetona.

—¡Mira quién habla! —contestó Rowan mientras lo abrazaba, luego lo besó en los labios.

—Alteza —llamaron desde afuera de la tienda. Rowan y Daviano se separaron.

—Adelante.

El soldado entró, hizo una reverencia y le entregó una pequeña nota de las que solían trasportara los haukr.

—Ha llegado esto desde Dos Lunas.

Rowan leyó la nota y giró hacia Daviano.

—Andreia volvió al palacio.

Hola mis amores. ¿Que les pareció el capítulo?

Voy a hacer una pequeña encuesta, quiero saber  que piensan. Les gusta Daviano y Rowan o prefieren a Rowan y Eirian o tal vez que Rowan se quede solo? 

Nos leemos la próxima semana. 

Besitos.

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